A lo largo de mi vida he visto
desfilar ante mis ojos a vendedores de burras viejas con albardas de segunda
mano pero que parecen nuevas, a ilusionistas y trileros, a practicantes del
timo del toco-mocho, a tahúres con las cartas marcadas, a renovadores de la
nada, a pirómanos que acaban en bomberos toreros, a comerciantes de botes de
aire del Himalaya, a funambulistas con red, a cocineros del gato por liebre a
las finas hierbas, a telepredicadores del marketing político, a utileros del
sistema que juegan a parecer chicos malos para el mismo, a Césares que
pretenden ser dioses sin un siervo que vaya detrás recordándoles que son
hombres y mortales y a tenores que cantan operas con nuevos títulos pero letras
ya demasiado viejas. Al primero lo vi y y escuché en la noche del 28 de Octubre
de 1982. Al segundo le vi venir de lejos. Marx dijo aquello de la historia se
repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa. Se le
olvidó decir que, en ocasiones, las dos veces es farsa.
Desde que detonó aquello del
“no somos de izquierdas ni de derechas” hace tres años, se ha repetido hasta la
saciedad eso de que “somos pueblo”- lo que no equivale en absoluto a clase
porque pueblo es lo mismo que nación y que ciudadanos, un término global que
esconde el hecho de que unos y otros están atravesados por las clases sociales
y sus contradicciones- y que como pueblo, “las ideologías nos dividen, por lo
que debemos rechazarlas y unirnos todo el pueblo superando esas diferencias”,
palabras más, palabras menos.
Este tipo de afirmaciones las
he escuchado y leído desde la extrema derecha hasta otros supuestamente de
“izquierdas” pero que llamaban a superar el eje izquierda-derecha y sustituirlo
por el de “los de abajo contra los de arriba” o, “los pobres contra los ricos” .
Creo necesario hacer un esquema
mínimo de lo que representan las ideologías izquierda-derecha, aceptando que
posiblemente sea tildado de simplificador, algo inevitable si lo que se
pretende es resumir una idea focalizando de ella sus aspectos más relevantes.
Soy consciente de que dejo
fuera del eje aspectos como la relación del individuo y las clases sociales con
el Estado, el concepto de libertades, los valores morales que fundamentan los
criterios de ser de izquierdas o de derechas, el concepto de justicia y otros
pero, con ser estos importantes, creo
que el eje económico y, dentro de él, la visión sobre la propiedad marcan las
diferencias clave izquierda-derecha, no digamos ya en el marco de las
crisis capitalistas y sus consecuencias sociales.
No, no he caído en ningún
reduccionismo economicista. Simplemente, cuando se niega la importancia de lo
económico y de lo que sucede en su marco (explotación, lucha de clases,...), me
veo como Bill Clinton en la necesidad de gritar: “Es la economía, estúpidos”
El eje presentado es de
carácter histórico y atiende a los orígenes de ambos conceptos. Si se fijan, se
darán cuenta de que la derecha no ha cambiado demasiado desde su nacimiento.
Especialmente en el contexto de esta crisis del capitalismo.
Ahora bien, ¿qué pasa con lo
que habitualmente entendemos por la izquierda? ¿Creen ustedes que los partidos
que se definen como pertenecientes a ésta, especialmente los que tienen algún
peso político, se sitúa dentro los atributos que definen la identidad de lo que
ese esquema plantea que es la izquierda?
Quienes nos definimos de
izquierda y queremos que ésta lo sea, no en base a ninguna pretendida pureza
sino en consonancia con la claridad de la derecha, vemos que, cuando se llama a
superar la dualidad izquierda- derecha en base a que exigir que la gente sea de
izquierda para admitirla en los frentes de lucha es dividir y excluir o a que
es una palabra gastada por las prácticas incoherentes de la izquierda, y se
propone sustituirla por el archirrepetido arriba y abajo, se está falseando el
debate. Y con ello se pretende borrar los últimos vestigios de lo que es el
hilo rojo de las tradiciones históricas de la izquierda, al negar hasta el
nombre que permite saber que hubo un día un pensamiento y una orientación de
lucha que se reclamaron de izquierda.
Se falsea el debate porque se
pretende confundir lo que son los frentes de lucha con lo que son las organizaciones
políticas. ¡Pues claro que no hay porqué pedir filiación ideológica a la gente
que participa en las luchas sociales con los partidos de izquierda y el
movimiento sindical entre otros! Faltaría más. Lo que no quiere decir que,
cuando en determinados movimientos se detecten posiciones reaccionarias,
antipartidos y antipolíticos en general, no haya que denunciarlo y
desenmascarar lo que hay detrás de esas posiciones. Pero los partidos y las organizaciones políticas
son otra cosa. Necesitan proyectos de sociedad compartidos, valores e
ideologías que los aglutinen y les doten de un mínimo de sentido, lo que no es
ni monolitismo ni sectarismo, porque de lo contrario o bien se convierten en
partidos todoterreno o bien en populismos que dicen a cada sector social lo que
éste quiere escuchar.
Sostengo que la pretendida
superación de la dualidad izquierda-derecha y las propuestas de que la primera
abandone su ámbito terminológico no es un mero asunto de nominalismo en el que
poco importe cómo se llame “la cosa”, sino “la cosa” en sí, como afirmó en su
día el último secretario general del PCI, Aquille Ochetto, porque con su nombre
se fueron los últimos vestigios del “reformismo fuerte” que había significado el PCI desde los años
60 para acabar convertido hoy en un engendro que dirige el gobierno italiano a
manos del aventurero democristiano Matteo Renzzi
Sostengo también que este
intento, no ya de involución, sino de liquidar a la izquierda, ya sea a través
de plataformas o nuevos partidos “ni-nis” (ni de izquierdas ni de derechas sino
claramente de derechas) llega en el momento apropiado para asestar o, cuando
menos, intentar asestar el golpe de gracia a lo que queda de las izquierdas,
reales, supuestas o mediopensionistas.
Aún recuerdo cuando un tipo que
al que también votaron con “ilusión” dijo aquello de “gato negro o gato blanco,
¿qué importa? Lo importante es que cace ratones”. El héroe del momento se
llamaba Felipe González y se hacía eco de la frase del conversor de China al
capitalismo, Deng Xiao Ping. Hoy el gato
gordo cerdea en los consejos de administración, se ha convertido en
especulador multimillonario y es asesor de alguno de los hombres más ricos del
mundo. Eran tiempos precursores y hasta premonitorios de lo que algunos
intentan vendernos ahora.
Sostengo, en consecuencia, que
esto de superar el eje izquierda-derecha llega en el momento más propicio:
cuando el capitalismo da su batalla ideológica en todos los frentes, penetra
con sus postulados y “teorías líquidas” en las izquierdas reformistas y éstas,
algunas de las cuáles fueron tigres un día, se han convertido en mansos
corderos, mientras sus aborregados hooligans venden la moto que antes compraron
sus organizaciones políticas y después ellos, en un alarde de mansa ignorancia
política de lo que se les viene encima frente a un fascismo de ideas fuertes y
banderas al viento, que conquistan las cabezas y los corazones de unas clases a
los que esos partidos abandonaron hace tiempo.
No es sólo el nombre de la izquierda
lo que se pretende que se abandone sino las categorías de pensamiento y de
acción que conforman lo que es “ser de izquierdas”
Una vez que la izquierda se
acopló al capitalismo como mejillón a la roca y que la crisis sistémica de éste
le cogió con el pie cambiado, la panza prominente y la falta de resuello y
coraje para combatirlo con una idea fuerte y revolucionaria, vino el proceso de
intoxicación de la misma desde ideas ajenas y, en general, opuestas al mismo.
Objetivo: el derribo de un edificio aquejado de aluminosis.
Si los conceptos resultan duros
en una sociedad que se ha derechizado, entre otras cosas por la propia
derechización de la izquierda y su renuncia a la didáctica política y la lucha
ideológica, la solución no es vaciar de contenido a lo que es la izquierda,
para que ésta corra detrás de la involución social hasta alcanzarla para ver si
la acepta, sino recuperar la propia identidad de la izquierda y politizar las
luchas sociales y económicas también desde la recuperación de esa lucha
ideológica que fue abandonada. Mucho tergiversar a Gramsci con la
simplificación penosa de su concepto de hegemonía para luego practicar un
entreguismo ideológico repugnante.
A la innovación del “no somos
de derechas ni de izquierdas” del 15M, Democracia Real Ya, los Monedero y los
Iglesias -este último afirmó, apoyándose en un
politólogo (no, no es Monedero) como el desaparecido Norberto Bobbio,
que tuvo una juventud fascista y posteriormente un pensamiento político
social-liberal y anticomunista de pro, que “tras la caída del muro de Berlín ya
no existe la lógica de la derecha y de la izquierda” -le salió pronto el
añadido del “somos los de abajo y vamos a por los de arriba”. Cualquier gran
empresario o el propio Jiménez Losantos
le aplaudirían hasta desollarse las manos.
Pero si ya José Antonio Primo
de Rivera, fundador de la Falange, fue un antecedente del “no somos de derechas
ni de izquierdas” -"el movimiento de hoy, que no es de partido, sino que
es un movimiento, casi podríamos decir un antipartido, sépase desde ahora, no
es de derechas ni de izquierdas"-, la proposición final -"somos los
de abajo y vamos a por los de arriba”- tiene su antecedente en en Ernesto Milà,
teórico actual del fascismo español. Su aserto es también del primer año
triunfal del 15M, el 2011. ¿Volvemos al
famoso gato negro o grato blanco...para justificar el uso de tales consignas y
lo que hay debajo de ellas, que no es lo que algunos pretenden hacernos creer?
La ofensiva sin precedentes por
acabar con la dualidad política izquierda-derecha tiene en la involución
ideológica su más decisiva arma de destrucción masiva.
Los motivos fundamentales de
que ello esté sucediendo, por encima de la ofensiva de la derecha en el
pensamiento político, se encuentran principalmente en la izquierda.
La crisis de marxismo de la que
éste aún no se ha recuperado, por mucho que Marx y otros pensadores marxistas
hayan regresado con gran fuerza editorial, explica mucho del brío con el que
los fundamentos del pensamiento de la izquierda están siendo atacados y del
modo con el que se intenta negar la dualidad, primero de la terminología
izquierda-derecha, después de su oposición histórica fundamental.
Hoy muy pocos teóricos
políticos relevantes se consideran marxistas, en el mundo universitario esta
corriente se encuentra en franca retirada y los pensadores marxistas actuales
tienen un escaso nivel frente al de sus predecesores de hace tan sólo tres o cuatro
décadas.
Aquellos supuestos marxistas
que han sido puestos de moda por medio de editoriales, conferencias y aparatos
ideológicos del capital lo son más bien de un marxismo esotérico (Žižek ,
Holloway,...), por no decir otra cosa, o bien están ya dentro de corrientes
postmarxistas, lo admitan o no (Negri).
El caso contrario, el
dogmatismo en el pensamiento que trata de encarcelar al marxismo en una
colección de citas de autoafirmación para revolucionarios en horas bajas, lo ha
esclerotizado, destruyendo su potencial transformador.
Por en medio, el gran grueso,
del posibilismo, del oportunismo, del-llamémoslo-de
otro-modo-para-que-no-asuste-la-gente-porque-al-fin-y-al-cabo-hablamos-de-lo-mismo,
no es otra cosa que la forma vergonzante y ultrarreformista de negar los
atributos configuradores de lo que es la identidad de la izquierda porque no se
trata de una mera permutación de palabras sino de categorías del análisis de la
realidad y un modo de ir borrando las huellas de lo que se fue en el pasado
tras los pasos de a dónde se va.
En este cambio de escenario
hacia, primero el populismo transversal, luego hacia la derecha porque es ésta
la que niega que el motor de la historia es la lucha de clases, y luego,
luego...hasta el infinito y más allá, que diría Buzz Light Year, el factor generacional
ha hecho estragos.
Mi generación, la que se
encuentra alrededor de los cincuenta/sesenta es la primera generación perdida
para la izquierda. Vivió la transición y acabó transitando hacia el
desclasamiento, la modorra, el desinterés por lo que no fuera vacuo, individual
y socialmente aspiracional. Acabó creyéndose clase media porque vivía a crédito
y trabajaba la pareja y ha despertado mal, el que lo ha hecho, en esta crisis
del capitalismo. Su cabreo se amansaría cortándole los huevos a un político, no
encarándose con su empresario que, al fin y al cabo, es el que le paga o espera
que vuelva a contratarle, si salimos de esta crisis.
El mundo simbólico de la
política que han transmitido a sus hijos es un erial para el pensamiento y la
voluntad de rebelión que necesita la izquierda para ser.
La generación más joven, sin
futuro de reintegración al sistema, vive la contradicción de creerse,
ensoberbecida, lo que le han contado sus aduladores de que es la generación más
preparada de la historia -como si el fracaso escolar o la inadaptación de los
contenidos formativos a los requerimientos del capital no existiesen y la
mayoría de los jóvenes tuviera educación superior-, que va a cambiar su mundo,
pero la más desreferenciada políticamente porque si algo le ha transmitido
mayoritariamente mi generación es el vacío y el mito de la caverna como
metáfora.
Soy pesimista sobre lo que le
espera a la izquierda como corriente, dividida en mil riachuelos, confusa y
atolondrada ante el cambio de la película que le están sirviendo en plato de
“nouvelle cuisine” y que ni acierta, ni tiene demasiado ánimo de combatir para
no ser enviada a la papelera de reciclaje la historia.
Si una batalla decisiva debiera
librar, para no ser arrollada por esta nueva derecha disfrazada de renovadora
de la izquierda, es la de las ideas, la de denuncia del veneno que le están
inoculando, la de la reconstrucción de un pensamiento para la praxis que debe
pasar por la afirmación de la lucha de clases, de la igualdad de base económica
(junto a otras igualdades, por supuesto), de la propiedad social de los medios
de producción (y de distribución), de saberse conformada por trabajadores/as
que saben lo que son y a quienes tienen
enfrente y de búsqueda de una sociedad más justa, que no puede ser la
capitalista en ninguna de sus variantes, sino
aquella de la que se avergüenza de ponerle el nombre que tiene porque le
han dicho que fracasó y que no es moderna: socialismo.
Como si el capitalismo no hubiera fracasado desde el primer día en las dos
terceras partes del mundo.
En una nueva entrada intentaré
exponer y analizar los principales conceptos disolventes de la ideología inoculados
a la izquierda desde la derecha, si bien con frecuencia esos virus son
transmitidos por agentes patógenos que suelen camuflarse como populares,
democráticos e incluso de izquierda.
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