"Superarán otros hombres este momento gris y amargo … sigan
ustedes sabiendo que mucho más
temprano que tarde de nuevo se abrirán
las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad
mejor."
Salvador Allende.
Hoy
11 de septiembre, en la república chilena el pueblo recuerda al que fuera el
primer Presidente marxista electo en el mundo por el voto directo de los
ciudadanos, y derrocado hace hoy 40 años por la fuerza de las armas.
En
la cúspide de la guerra fría entre la URSS y EE.UU., Salvador Allende, después
de 4 intentos, obtuvo la victoria en las elecciones presidenciales de 1970
gracias a la "Unidad Popular", organización vanguardista de masas que
conjuntó a la mayoría de organizaciones y partidos socialistas y comunistas de
Chile.
El
24 de octubre de 1970, el Congreso de Chile dio como ganador al candidato de la
coalición de izquierda (Unidad Popular), Salvador Allende.
El
Congreso Chileno tenía la atribución, establecida en la Constitución Nacional,
de escoger al Presidente de la República cuando en las elecciones
presidenciales ninguno de los candidatos alcanzara la mayoría absoluta.
Allende, en una reñida contienda, obtuvo el 36% de los votos, alcanzando la
primera mayoría relativa, que al no ser suficiente tuvo que ser ratificada por
el Congreso.
A
pesar de que el Departamento de Estado y el presidente Richard Nixon ordenaran
evitar que Allende asumiera la presidencia, el Congreso, dirigido por el
presidente del Senado, Tomás Pablo Elorza, inició la votación, donde votaron
195 parlamentarios: Allende obtuvo 153 votos, contra 35 de Jorge Alessandri
(candidato de la derecha) y 7 en blanco. En consecuencia, el Congreso proclamó
a Salvador Allende como Presidente.
El
nuevo presidente asumió su cargo en medio de tensiones. El 5 de noviembre de
1970, y en su discurso de ese primer día de gobierno, lejos de caer en ingenuos
triunfalismos, llamó a la calma y el orden durante las manifestaciones de
júbilo. Ello respondía a una razón obvia: según la oposición, con Allende el
pueblo, ahora hecho gobierno, no tardaría en destruir todo a su paso. Ese
pueblo, incluso antes de asumir el poder, ya era tildado de bárbaro e
incivilizado.
Desde
el inicio, el gobierno de Allende era visto con sospecha y desprecio por las
clases pudientes. Sospecha que partía de la premisa de que sólo ellas podían
gobernar de forma “civilizada”. La conclusión de la oligarquía no tardó en
hacerse evidente: según ésta, lo que en esos años ocurría en Chile era una
especie de aberración de la historia.
Las
campañas en contra de la Unidad Popular llegaron más temprano que tarde. Una
violenta matriz de opinión mediática se puso en pie apoyada y alimentada por
los principales medios de comunicación. El mensaje proclamado era el mismo que
el surgido en los primeros movimientos obreros internacionales. Se hablaba del
inminente atropello a los derechos humanos por parte de los “comunistas”, de la
dictadura de la plebe, de la implantación de un castro-comunismo, etc.
El
aspecto inédito y a la vez precursor del triunfo de Allende estaba en el
carácter pacífico de la Revolución, que a partir de 1970 habría de forjar el
pueblo chileno. El talante pacífico y democrático de dicha Revolución habría de
contradecir la constante historica según la cual toda voluntad política hecha
gobierno en pro de una Revolución tenía que pasar por la violencia. Allende lo
expresa con estas palabras: “Piensen compañeros, que en otras partes se
levantaron los pueblos para hacer su revolución y que la contrarrevolución los
aplastó. Torrentes de sangre, cárceles y muertes marcan la lucha de muchos
pueblos, en muchos continentes y, aún en aquellos países en donde la revolución
triunfó, el costo social ha sido alto, costo social en vidas que no tienen
precio, camaradas. Costo social en existencia humana de niños, hombres y
mujeres que no podemos medir por el dinero. Aún en aquellos países en donde la
revolución triunfó, hubo que superar el caos económico que crearon la lucha y
el drama del combate o de la guerra civil. Aquí podemos hacer la revolución por
los cauces que Chile ha buscado con el menor costo social, sin sacrificar vidas
y sin desorganizar la producción. Yo los llamo con pasión, los llamo con
cariño, los llamo como un hermano mayor a entender nuestra responsabilidad; les
hablo como el compañero presidente, para defender el futuro de Chile, que está
en manos de ustedes trabajadores de mi patria”.
Con
esa visión pacifista de la revolución desde el principio, después del triunfo,
Allende se dispuso a construir el socialismo en su país con el apoyo de los
sectores mayoritarios populares, organizados en sindicatos, centrales
campesinas y organizaciones de jóvenes estudiantes, Allende implementaría
reformas encaminadas a conseguir estos cambios, como la reforma agraria con la
cual se desamortizaron las tierras que hasta ese entonces eran acaparadas en un
70 por ciento por los terratenientes que representaban el 7 por ciento de la
población.
Otras
reformas fueron el control de los precios para evitar inflación, que apareció
debido al boicot económico de EE.UU.
Además
nacionalizó empresas estratégicas, entre ellas algunas mineras dedicadas a la
explotación del zinc y el cobre.
Durante
el primer año de gobierno, Allende tocó profundos intereses de la burguesía
chilena, quien desde el inicio mostró pruebas de una violencia y una
intolerancia a toda prueba. La nacionalización del Cobre, en manos de una
empresa estadounidense, se convertiría en uno de los paradigmas del camino de
Chile hacia el socialismo. Camino lleno de trabas, pues con el cobre el
gobierno de Allende tocaba intereses, no sólo de la burguesía chilena, sino
también de capitales foráneos.
No
obstante el peligro latente que implicaba dicha nacionalización, Allende se
mantuvo firme en su lucha y en 1971 expresaba tajantemente: “El cobre es el
sueldo de Chile. Y deben entenderlo también el gobierno y el pueblo
norteamericano. Cuando nosotros planteamos nacionalizar nuestras minas no lo
hacemos para agredir a los inversionistas de Estados Unidos. Si fueran
japoneses, soviéticos, franceses o españoles, igual haríamos”.
Lo
anterior provocó el descontento del gran capital extranjero y la derecha
chilena, pues estas medidas atentaban contra los intereses económicos foráneos
y los de la oligarquía autóctona que los administraba.
Durante
ese primer año, la derecha observó y preparó lo que tres años más tarde se
concretaría en el fatídico Golpe de Estado de Pinochet. Con la visita de Fidel
Castro el 10 de noviembre de 1971 a Chile, la oposición aceleró su ofensiva. En
la estrategia que habría de aplicar la oposición chilena actuarían diversos
personajes de esa sociedad, como por ejemplo las “doñas” adineradas, quienes
publicitadas por el diario pro estadounidense El Mercurio, perpetuaban
manifestaciones como la tristemente célebre “marcha de las cazuelas vacías”,
que mucho tienen que ver con los cacerolazos de las adineradas urbanizaciones
caraqueñas.
También
la iglesia católica participó en el golpe de Estado con grupos de extrema
derecha, como la juventud y la democracia católica que se organizaron en torno
al Partido Nacional de derecha, pues veían a Allende como un peligro por ser
socialista.
Todos
se unieron al ala más reaccionaria del ejército chileno y de la policía
nacional, organizados bajo el mando del general Augusto Pinochet, que fue el
segundo hombre en jerarquía después del general Carlos Prats. El general Prats
fue un hombre leal a Allende, pero cayó por las presiones de la reacción, las
mismas que propiciarían el golpe.
Pinochet
y la mayoría de los altos mandos militares que perpetraron el golpe estaban
ubicados en esas posiciones por las presiones de la derecha para detener la
crisis violenta, que ellos mismos provocaron, por el descontento que generaron
las políticas de Allende, contrarias a los intereses de los grupos
transnacionales y oligárquicos que causaron la crisis económica alentada desde
el exterior.
Estas
crisis previas al golpe fueron parte de la conspiración de los grupos
reaccionarios, que con apoyo de la CIA y los sistemas de seguridad de Estados
Unidos planearon el golpe que se consumaría el 11 de septiembre de 1973. Una
prueba de la intervención de Estados Unidos en el Golpe de Estado en Chile, son
los documentos y archivos, desclasificados hace algunos años del "Archivo
Nacional de Seguridad" de EE.UU que revelan, entre otras cosas,
grabaciones de conversaciones de Richard Nixon, presidente de EE.UU en ese
entonces, Henry Kissinger asesor de seguridad nacional, Jesse Helms director de
la CIA y el Secretario de Estado William Rogers.
Por
ejemplo, en 1970, semanas antes de iniciar el gobierno de Allende, Nixon ordenó
a la CIA "que evitara que Allende asumiera el poder, o lo derrocara",
mientras Rogers advertía que "era un peligro permitir el gobierno de un
presidente comunista en Chile".
La
CIA y Henry Kissinger comenzaron una intensa campaña para derrocar a Allende,
"no podemos permitir que Chile se vaya a las alcantarillas" le dijo
Kissinger al director de la CIA Jesse Helms.
No
hay que pasar por alto que Kissinger era el estratega de las operaciones de
contrainsurgencia para acabar con los grupos comunistas y movimientos de
izquierda en el mundo.
Entre
estas operaciones se encuentran la Operación Gladio en Europa occidental, la
OAS de Francia, el RENAMO de Mozambique y otras dictaduras genocidas de África,
así como las operaciones contrainsurgentes del sudeste de Asia y la Operación
Cóndor en Suramérica en lo que sería la guerra por el mundo entre EE.UU y la
URSS.
En
Chile, Kissinger y la CIA operaron el golpe de Estado contra Allende en
contubernio con el ejército, la oligarquía, la iglesia católica, las transnacionales
y los medios de comunicación.
Chile
fue el laboratorio para ensayar lo que en 1975 se llamó "Operación
Cóndor", que fue un plan de contrainsurgencia elaborado por Henry
Kissinger para la región Suramericana; funcionaba en coordinación con los sistemas
de inteligencia de las dictaduras de esta parte del continente, para reprimir
movimientos y asesinar líderes populares en la década de los 70.
Fue
una operación continental que promovía el terrorismo de Estado y el control
político de los gobiernos por Estados Unidos, que derivó en el establecimiento
del Comando Sur del Pentágono.
Tres
años después de asumir el poder y tras meses de conspiración, el 11 de
septiembre 1973, el fatídico Golpe de Estado, orquestado por la CIA, utilizando
a las elitistas Fuerzas Armadas chilenas, dan al traste con el proyecto de la
vía chilena al socialismo y acaban con la vida del compañero presidente.
Gabriel
García Márquez, recibiendo en Estocolmo el Premio Nobel de Literatura, evocaría
ese último día de la vida del Presidente Allende, como digno del Realismo
Mágico: “Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió
peleando solo contra todo un ejército”.
El
golpe de Estado se consumó con la sublevación militar, con el general Augusto
Pinochet al mando en el bombardeo y la toma a sangre y fuego del palacio de
"La Moneda" donde se encontraba Salvador Allende, que se negó a
renunciar defendiendo estoicamente su presidencia hasta que se consumó la
traición y su muerte.
Fue
precisamente en medio de ese clima de muerte que Allende tuvo la lucidez de
dejar marcado en la historia su testamento bajo la semblanza de su último
discurso: “Sigan ustedes sabiendo que más temprano que tarde, de nuevo se
abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una
sociedad mejor”.
Los
años siguientes al golpe de estado en Chile, Suramérica vivió una época de
sangrientas dictaduras. En Chile, el golpista Pinochet hizo de un país libre
una dictadura, en donde el secuestro, detención y represión de los que no
estuvieran de acuerdo con el gobierno era parte de la política de terror de la
Junta Militar hasta su fin en 1990. La Junta suspendió la constitución, y
abolió muchos derechos civiles de los chilenos.
Hoy
día, todavía hay grupos de madres y abuelas chilenas que siguen reclamando que
les regresen a sus hijos que desaparecieron en la dictadura.
Como
la mayoría de los dictadores, Pinochet fue sostenido por la CIA y apoyado
fervientemente por la iglesia católica, lo que ha sido un común denominador de
todos los dictadores fascistas, recordemos a Mussolini, Videla, Franco.
Allende
sigue presente en las luchas latinoamericanas, y hoy su presencia es real,
acompañando a los pueblos alzados que hoy buscan sus vías al socialismo. Los
procesos que hoy se viven en Latinoamérica reivindican al compañero Allende y a
todos aquellos que cayeron en la lucha por abrir las grandes alamedas de la
historia.
Salvador
Allende murió empuñando el fusil que Fidel Castro le obsequió años antes con el
mensaje de que armara al pueblo. Mucho se ha cuestionado el por qué Salvador Allende
no le entregó las armas a su pueblo, más aun cuando algunas organizaciones y
partidos de la Unidad Popular se las pedían para defender su presidencia y
hacer respetar la Constitución.
Armar
a los obreros, estudiantes y campesinos era la otra vía que Allende no quiso
transitar; tal vez porque Allende fue como lo escribió el poeta Mario
Benedetti:
"Para matar al hombre de la paz tuvieron
que congregar todos los odios, los aviones y los tanques…
…tuvieron que
imaginar que era una tropa, una armada, una hueste, una brigada…
…pero el hombre de la
paz era tan sólo un pueblo…
…para vencer al
hombre de la paz tuvieron que matar y matar más para seguir matando…
…para matar al hombre
que era un pueblo tuvieron que quedarse sin el pueblo.”
Allende el idealista,
fue eso, un hombre de paz…