Hace
tiempo bromeaba acerca de la posibilidad de que se produjera un 15-M
reaccionario en el que se corease “Lo llaman dictadura y no lo es”. Ahora tengo
la impresión de que el chascarrillo se adelantó a los acontecimientos.
El
estado de excepción que, con motivo del 1 de octubre, perpetró el Gobierno
central ha sido el caldo de cultivo de un movimiento popular de derechas que,
en gran medida, puede interpretarse recurriendo a las coordenadas del 15-M. Se
trata de un movimiento masivo, transversal e impugnatorio, cuya potencia no
radica en su capacidad para elaborar un cuerpo articulado de propuestas que
permitan enfrentar una crisis, sino en su habilidad para definir un enemigo
común. Al final, sí que se ha producido un 15-M reaccionario.
Que
el movimiento que ahora asoma la cabeza es masivo lo demuestran las
manifestaciones y las cacerías que los radicales de derechas han estado
ejecutando las últimas semanas en Zaragoza, Barcelona, Valencia, Madrid… Es
verdad que, en comparación, los patriotas de pulserita y los fachas que lucen
pollos en las banderas son muchos menos que las personas que hemos solicitado
una solución a la crisis catalana mediada por las urnas, pero incluso
concediendo este punto no podemos ignorar el efecto que el conflicto
territorial está teniendo en las encuestas (que pueden ser sesgadas e
imprecisas, pero señalan una tendencia).
La
derecha que reclamaba la aplicación inmediata del artículo 155 mejora sus
expectativas electorales. En la actualidad, apostar por recortar la autonomía
catalana y ejercer la represión violenta sale rentable desde la perspectiva
política del conjunto del Estado. Esto sucede porque se trata de estrategias
con un amplio respaldo de la población, algo que, si pretendemos hacer prospectiva,
más nos vale que tengamos muy presente.
El
aspecto transversal del movimiento se percibe también en las propias
manifestaciones. Miles de personas que pertenecen a las clases populares le han
sacudido el polvo a las banderas de España que guardaban en los armarios (por
alguna razón que no logro entender) y han salido a la calle a demostrar su
patriotismo (no su nacionalismo, porque nacionalistas son los demás).
Muchas han aprovechado la coyuntura para ser
un poco más fascistas y violentas que de costumbre. Al fin y al cabo, no todos
los días estás lo bastante arropado por una muchedumbre ebria de fanatismo como
para cantar el “Cara el Sol” en Cibeles y hay que aprovechar las pequeñas
oportunidades que te brinda la vida. Entre los unos y los otros, se encontraban
los pijos de derechas que ganaron la Guerra, la Transición y que ahora están al
frente del casino. Personajes de renombre como Esperanza Aguirre, Rafael
Hernando o Inés Arrimadas se manifestaron con ciudadanos de muy diversa
condición a favor de la unidad de España, la represión en Cataluña y las porras
en las calles. Todos los estratos de la sociedad estaban representados en esas
muchedumbres.
En
cuanto al contenido discursivo de este 15-M reaccionario, cabe decir que no se
caracteriza por lo que propone, sino por lo que impugna, algo en lo que se
asemeja al 15-M original. Uno de los eslóganes más repetidos en el 15-M de 2011
fue “No nos representan”, clara alusión a los partidos tradicionales. El
acuerdo en las plazas acerca de esta impugnación era unánime, pero, como se ha
comprobado después, eso no implicaba que hubiera consenso acerca de cuál era la
alternativa institucional en clave propositiva que debía defenderse.
Algo
análogo sucede con el 15-M reaccionario, cuyo relato también se puede resumir
con la frase “No a esto. Luego, ya veremos”. La manifestación del 8 de octubre
que encabezaron diferentes fuerzas políticas lo dejó muy claro. Todos estaban
de acuerdo en que no querían una Cataluña independiente, pero eso no
significaba, ni mucho menos, que hubiera consenso acerca de la relación que
Cataluña debe mantener con el Estado español. Dudo mucho que Josep Borrell y
García Albiol compartan la misma opinión acerca de este punto.
El
15-M reaccionario está supliendo esta falta de contenido ideológico propositivo
del mismo modo que el 15-M original: señalando un enemigo común que permita,
por una parte, cohesionar a la masa aliada y, por otra, dirigirla en una
dirección que permita salir de la crisis. En el año 2011, el enemigo eran los
partidos tradicionales, la masa aliada eran los de abajo y la crisis la
constituía el régimen del 78. Hoy, el enemigo es Cataluña, la masa aliada son
los españoles de bien y la crisis es territorial.
Pues
bien, del mismo modo que el 15-M original constituyó una oportunidad para las
fuerzas políticas transformadoras que posteriormente accedieron a las
instituciones, el 15-M reaccionario está brindando la ocasión a los partidos
tradicionales de cobrarse su venganza y reponer el statu quo. El principal
beneficiario es, sin ninguna duda, el Partido Popular. La gran perjudicada, la
ciudadanía española.
En
este momento, Mariano Rajoy tiene la oportunidad de vencer en Cataluña como a
él le gusta: sin levantarse del sillón. Rajoy es un tipo tranquilo, como prueba
el hecho de que no se moleste en dar declaraciones cuando puede evitarlo. Es
fácil imaginárselo llamando a Soraya para decirle: “Oye, mejor comparece tú
ante los periodistas, que a mí me parte la tarde”. ¿Por qué va a hacer el
esfuerzo de mancharse las manos cuando el propio curso de los acontecimientos
promete hacerle todo el trabajo sucio? Aplicará el artículo 155 y dejará que
los tribunales y el tiempo le den la razón.
Cospedal
ha dado pistas acerca de la aplicación de esta vía. En una intervención
reciente ha asegurado que no habrá tanques en las calles, lo que, lejos de
ofrecer aire a los partidarios del procés, subraya todavía más su derrota. No
habrá tanques en las calles porque el Gobierno central no los necesita para
aplastar la autonomía catalana. Le basta con esperar. Mientras que en Cataluña
tienen que invertir tiempo y esfuerzo en levantar el edificio de la República
Independiente sobre arenas movedizas, Rajoy puede acodarse en la valla de la
obra, como un viejo cualquiera, y esperar a que todo se derrumbe. No se trata
de una actitud responsable, pero él no vino a la política a ser responsable,
sino a ganar. Y está ganando.
Ahora
bien, la victoria no va a satisfacer al Partido Popular. Una Cataluña cautiva y
desarmada política e institucionalmente le sabe a poco. Quiere humillarla.
Quiere romperla. Y la va a romper, o bien a través de la incertidumbre (que ya
está provocando fisuras políticas entre los partidarios del referendo y que ha
abierto importantes brechas en la economía y en la sociedad catalanas) o bien a
través de la represión. Luego, lo rentabilizará en el resto del país, ya que
servirá como advertencia a todo lo que sea periférico con respecto a las
instituciones del estado central, comenzando por los gobiernos autonómicos y
continuando por la sociedad civil organizada. El mambo de Mariano Rajoy
comienza ahora.
Es
preciso que tengamos todo esto muy presente porque no se trata de una cuestión
anecdótica y puntual. Al contrario. El 15-M reaccionario va a constituir el
marco del debate de las próximas elecciones generales, autonómicas y
municipales, del mismo modo que sucedió con el 15-M original en los comicios
pasados. Esto supone una dificultad añadida para las fuerzas del cambio, que se
verán obligadas a navegar con el viento en contra.