En los últimos tiempos, todos los comentarios sobre la juventud que escucho son siempre negativos. Que son inconscientes y egoístas. Que pasan de todo y no les interesa la política. Que son una generación mimada. Que exponen impúdicamente su vida privada en las redes. Que viven pendientes del móvil. Que hacen botellón.
Por mucho que
pienso no me viene a la cabeza ningún comentario general que se repita
actualmente sobre la juventud que sea positivo. Que saben mucho de informática
y mundo digital, sí, pero esto a menudo no se dice como alabanza, sino con una
buena carga de nostalgia por los tiempos pasados: la juventud ya no lee, ya no
disfruta de la vida fuera de las pantallas, está enganchada al móvil. Sí hay
algunos comentarios no críticos, pero entonces son de lástima: que la juventud
de ahora lo tiene crudo por la precarización de las condiciones laborales, la
situación de la vivienda, la pérdida de derechos, la inminencia de la crisis
climática, etc. Sin embargo, comentarios positivos, pocos.
Ahora se habla
mucho del botellón. Pero vamos a ver, ¿cuál es la forma de ocio más extendida
en nuestro país? Quedar con amistades a tomar unas cañas. Es así, eso es el
ocio español por antonomasia, es el deporte nacional. Nuestras calles están
atestadas de terrazas, que con la pandemia han colonizado aún más nuestras
aceras e incluso calzadas. Si tienes ingresos y puedes pagar cada cerveza a 3
euros en una terraza, entonces sí está permitido beber en la calle. Pero si no
puedes pagarlo y quieres practicar el ocio nacional que te han enseñado y
demostrado desde la más tierna infancia las personas adultas que te rodeaban
(tus padres, madres, tías, abuelos, etc.), entonces haces botellón. Pero el
botellón está prohibido por la Ley Mordaza, que este gobierno progresista tanto
criticó desde la oposición y que casi dos años después de llegar al poder, aún
no ha derogado.
Sobre la
acusación de pasotismo. Me parece asombroso que una sociedad apática,
apoltronada en su sofá, que no se echa a la calle ante los atropellos
constantes que sufrimos (el último de las eléctricas es solo uno más), tenga
las narices de hacer esta crítica a la juventud. Todos los defectos de nuestra
sociedad, se los achacamos exclusivamente a la juventud y así parece que nos
quedamos más a gusto. Una parte de la juventud pasa de todo, por supuesto, pero
no más que cualquier franja de edad; otra parte, en cambio, es muy activa.
Por citar
algunos ejemplos, son miles las chicas jóvenes implicadas en el movimiento
feminista, participando en pequeños o grandes grupos feministas locales; la
juventud es el motor de multitud de movimientos de autogestión y centros
sociales okupados, organizando iniciativas culturales, de reflexión o de ayuda
mutua; y tenemos a las hordas juveniles que secundan las protestas ecologistas
contra la inacción ante la crisis climática y que esperamos que, ahora que la
pandemia nos da un respiro, puedan recobrar aliento.
¡Ya está bien
de denostar constantemente a la juventud! Vamos a fijarnos por una vez en sus
virtudes.
Voy a hablar
del rap, pero no desde el punto de vista musical, sino como fenómeno.
Personalmente, siempre me ha resultado bastante aburrido e incluso cargante el
rap, pero gradualmente me he ido percatando de todo lo que implica, y en especial
de lo que nos cuenta sobre la juventud actual.
Lo más obvio
tras repasar los raps más escuchados es decir que sí, que la juventud actual sí
se preocupa por la política. Las letras de las raperas y raperos más famosos
expresan una crítica social sin pelos en la lengua; tocan todos los palos, sin
dejar títere con cabeza: machismo, corrupción política, desahucios,
precariedad, privatizaciones y pelotazos, racismo, monarquía corrupta, etc.
Pero no son meras descripciones o críticas, sino que además establecen una
fuerte implicación personal con lo que les rodea: cómo les indigna, les cabrea,
les agobia lo que ocurre. Su desesperación ante la falta de salidas.
Eso es fácil
de ver simplemente escuchando los raps más difundidos, pero me gustaría ir un
punto más allá. Los chavales y chavalas, desde digamos los 14 años, empiezan a
escuchar esos raps y se hacen fans de las raperas y raperos famosos. Pero aquí
viene lo mejor. Musicalmente, el rap es muy sencillo, muy básico. Para hacer un
rap, no hace falta en lo musical contar con una banda ni un gran compositor:
cualquier persona con una buena letra y una base rítmica cogida de internet
puede grabarse en su casa un vídeo y difundirlo. Es una de las críticas que se
le puede hacer desde el punto de vista musical, pero ¡ah!, vamos a fijarnos en
lo que he dicho: “cualquier persona con una buena letra”.
Y resulta que
tenemos a miles —no, a decenas de miles— de jóvenes que se encierran en su
cuarto a componer poemas (letras de rap), que luego se reúnen a tomar unas
cervezas en un parque y se recitan mutuamente los poemas que han escrito. Cada
cual quiere fardar ante sus amistades y traer la letra (poema) más mordaz, más
cañero o más emotivo. Entre tragos de cerveza se sugieren retoques a los
versos, se da vueltas a qué palabra queda mejor en tal o cual sitio. Se
escuchan en compañía las composiciones más famosas y se pulen las propias.
Por si alguien
no lo ha notado, lo que estoy describiendo no es otra cosa que una velada
poética del siglo XXI, solo que no de poesía culta, sino de poesía popular.
Porque
obviamente las letras de rap no siguen el canon poético actual, sino que
entroncan con la poesía popular más ancestral y primigenia: la rima asonante y
la métrica sencilla de las jarchas, los cantares, los versolaris, y con una
versión actualizada de su ironía mordaz y jocosa. Hay quien dice que como
composiciones poéticas son tan burdas, que no pueden considerarse poesía. Un
momento: no estoy hablando de si es poesía buena o mala, pero desde luego, es
poesía. Tal vez solo uno de cada cien raps se pueda considerar buena poesía, exactamente
igual que uno de cada cien poemas cultos actuales —y de cualquier época, de
hecho— se puede considerar bueno. No toda la poesía del romanticismo
decimonónico era buena, es que solo leemos lo bueno, que es lo que ha
perdurado. No entro aquí en más profundidades sobre qué significa «bueno», pero
nos entendemos.
Por otra
parte, los smartphone y las herramientas digitales facilitan todo un despliegue
de creatividad en otros ámbitos, desde la fotografía y las artes plásticas (en
instagram y otras plataformas difunden magníficas ilustraciones, diseños,
creaciones gráficas), al vídeo (videoarte, documental, cortos de ficción), la
poesía culta o la prosa. Mucha creatividad basada en nuevas herramientas y
estéticas, pero también en las clásicas. No confundamos el soporte con el
contenido: hay quienes escriben auténticos libros en sus muros de redes
sociales o en blogs, hay quienes dibujan en tabletas a la manera más
tradicional.
Todo esto me
ha llevado a percatarme de que, en realidad, estamos ante la generación más
creativa que he visto. A finales de los setenta y principios de los ochenta
también hubo una explosión de creatividad juvenil, pero desde entonces no la ha
habido hasta ahora.
Vamos a
dejarles respirar, por favor. Y vamos a apoyarles. Criticando a la juventud
solo conseguimos lastrarla, lo que debemos hacer es impulsarla, compartir,
avanzar, estar, sentir a su lado.