viernes, 31 de diciembre de 2021

SRA. AYUSO, ¿SABE VD. QUIEN VACÍA LA ”ESPAÑA VACIADA" (Parte I)

 


Dice la ínclita e indocta presidenta de la Comunidad de Madrid que 2021 ha sido el año en el que Sánchez ha perpetrado un “ataque infame a España por medio de la falsa descentralización generando agravio entre regiones”. Qué sabrá esta ignorante cultural y moral sobre lo que significa el centralismo y el agravio entre regiones?. Vemos algunos datos esclarecedores:

Somos iguales cuando así nos reconocemos los unos a los otros. Pero si este reconocimiento no es recíproco uno de los sujetos pierde su humanidad y se transforma en cosa, en un recurso para otros, en un objeto que puede aprovecharse.

Al sustituir el término “España vacía”, por “España vaciada”, sus habitantes dieron el primer paso para el reconocimiento de sí mismos. Se expresaron por fin en términos de denuncia: no estamos vacíos, nos vacían. El término “vaciada” expresa una voluntariedad, una culpa: alguien la ha vaciado. ¿Pero quién? ¿Quién es el vaciador? ¿Quién es el responsable?

La respuesta es un silencio incómodo. Y la España vaciada enumera con precisión los síntomas de su abandono y su agonía, pero no llega a diagnosticar las causas, no identifica al agente agresor. En su lugar se susurran vaguedades: los culpables son “las ciudades”, “el mundo moderno”, “los políticos”… Da la impresión de que hubiese una presencia oscura, un poder perverso al que es mejor no irritar, que ejerce aquel que no puede ser nombrado.

En un proceso destructivo que dura siglos, ese ente socioeconómico al que llamamos Madrid ha tenido una relación dañina con el resto de los territorios y se ha convertido en un auténtico agujero negro que genera empobrecimiento y vacío sobre todo en aquellos que están más cercanos a su horizonte de sucesos.

En el S.XVII Castilla era una de las regiones de producción cerealera más importantes del mundo, pero desde Madrid se obligó a los agricultores castellanos a venderles su producción a un precio tasado y subvencionado para hacer frente a los desorbitados e insostenibles gastos que generaba la corte. Esta intervención del mercado, que hoy desde la capital juzgarían como estalinista, empobreció a los castellanos al reducir su tasa de beneficios y desincentivó tanto la producción como la inversión. Supuso una incalculable pérdida de competitividad con otros mercados, cercenó su capacidad de crear excedentes, susceptibles de ser empleados, a su vez, en crear nueva riqueza, e inició el éxodo poblacional que jamás cesó. Pero, sobre todo, la intervención de los precios del cereal inauguró una forma de relacionarse en la que el resto de España tiene con respecto a la capital un vínculo de vasallaje, que se expresa en una típica relación de explotación colonial.

      El trigo de hoy es la producción energética. En una estadística que sonroja por su obscenidad, Madrid es la única comunidad autónoma que no produce energía. Por decirlo con otras palabras: está exenta. Sus números son parejos a la producción de Ceuta o Melilla, y apenas cubre un ridículo 3% de sus necesidades. ¿Pero para qué iba a hacerlo? Si ya lo hacen los demás. En lo que constituye un auténtico expolio, Extremadura produce el 400% de sus necesidades energéticas y Castilla y León casi el 200%. Madrid es España y España es Madrid, para los demás las centrales nucleares y sus residuos, los gigantescos parques solares o eólicos, las minas de carbón, la contaminación, la devastación ambiental y paisajística. Y para Madrid los empleos de alta capacitación y los tributos generados por Naturgy o Endesa que, aunque extraen su riqueza en otros lugares, tienen su sede social en Madrid y vierten allí sus beneficios. Cuando las tecnologías quedan obsoletas, los suelos yermos, las minas y las centrales se cierran, para los demás la ruina social, los pueblos abandonados. Para Madrid la energía gratis. Como dijo Esperanza Aguirre: “Madrid no está para producir energía”.

El Monte Pindo es el Olimpo para los celtas. Su contorno lo adornan ahora molinos eólicos por doquier. El mismo paisaje de palas se extiende por toda la costa, desde la maravillosa ruta de los faros de la Costa da Morte hasta los miradores de la península de Barbanza. Y aunque Galicia ya produce más energía de la que consume, más de trescientos nuevos proyectos de parques eólicos se amontonan en los despachos de la Xunta. Se organizan manifestaciones por todas las ciudades gallegas, al tiempo que en toda la Cordillera Cantábrica surgen plataformas contra las megainstalaciones eólicas. Otras voces alertan en León. ¿Y cuántos molinos hay en la Comunidad de Madrid? Cero. Conviene repetir esta cifra: cero.

¿No es esto un ejemplo típico de explotación colonial?

Un ejemplo entre muchos porque esta explotación se manifiesta en todos los ámbitos socio-económicos. En 1849 se aprobó el decreto que regulaba los teatros españoles. Estos se organizaban en tres categorías subordinadas entre sí: de primer, segundo y tercer Orden. Se procedía igualmente a crear el Teatro Español, con sede en Madrid y que se sostenía con fondos públicos. En sus artículos 93 a 95, el decreto obligaba a todos los espectáculos públicos y a todos los ateneos y teatros de España, públicos o privados, a destinar una parte de la recaudación “al sostenimiento” del teatro madrileño.

Así, cada vez que, por ejemplo, un ciudadano de Soria acudía al teatro de su ciudad, estaba pagando las diversiones y entretenimientos de la corte capitalina. Pero el empobrecimiento que causaba esta regulación no se circunscribía únicamente a las enormes cantidades de dinero que Madrid extraía de “las provincias”, sino a que establecía con rango de ley que este teatro era de categoría inferior, apuntalando el prejuicio que permanece hoy en día y que menosprecia e ignora la creación cultural periférica. No solo eso. El hecho de que el Teatro Español pudiese contar con tales sumas, sin competencia posible, supuso también una aspiradora de talento. Actores, dramaturgos y escritores peregrinaron a la capital, el único lugar que podía ofrecer salarios aceptables y, muy importante, donde la censura decidía si sus obras podían o no representarse.

      El teatro de entonces tenía una relevancia social equivalente al audiovisual de hoy. La creación en 1962 de la Escuela de Cine en Madrid, así como de toda la estructura de la industria audiovisual, inició el éxodo de actores, guionistas y futuros directores y contribuyó a crear esa visión de Madrid como ciudad cosmopolita, abierta y dinámica, donde ocurren divertidos enredos amorosos frente a la España de provincias, rústica y paleta, a veces mágico lugar donde los hombres crecen en bancales y otras hosca, gris, habitada por ceñudos y silenciosos tipos de negro, escenario de crímenes extraños. La capitalización de talento y recursos en Madrid amputó la posibilidad de que los demás territorios pudiesen ofrecer representaciones alternativas de su realidad social.

Sus más de tres siglos de existencia y ser el gran centro de excelencia educativa español no salvaron a la Universidad de Alcalá de Henares de su desmantelamiento y traslado a Madrid. Se creó así la llamada Universidad Central (predecesora de la Complutense) que el Decreto Moyano erigía como cabeza del sistema universitario español y, subordinadas a ella, nueve universidades de distrito repartidas por el resto de la península. A estas últimas se les cedían algunos de los estudios más comunes pero solo hasta grados menores. Madrid, por el contrario, podía impartir absolutamente todas las titulaciones hasta el grado de Doctor, privilegio este que conservó hasta mediados del S.XX. Madrid se apropió de todos los saberes más útiles para el naciente capitalismo: las “Ciencias exactas, físicas y naturales”, todas las ingenierías, arquitectos, aparejadores, agrimensores… En Madrid se crearon también los centros de investigación relacionados con cada una de estas materias y aún hoy, de los diez organismos públicos de investigación, nueve tienen sede en Madrid.

La consecuencia es que incluso hasta más allá de 1960, más de la mitad de los universitarios españoles y la casi totalidad de ingenieros y científicos cursaban estudios en Madrid. La ciudad creaba así “la élite política e intelectual del país”, el sitio “donde todos quería estudiar y todos querían impartir”. Y muchos de aquellos titulados pasaron a integrarse en la clase dirigente madrileña dominando la historia de España hasta tal punto que todavía en la actualidad, cerca del 60% de los ministros de la democracia han sido titulados por Madrid y la ciudad monopoliza la alta judicatura, el cuerpo de Abogados del Estado, el Consejo de Estado y así hasta una lista inacabable de organismos que dominan imponiendo a los demás su visión centralista. Tal es el caso del Tribunal Constitucional, cuya función más relevante es la de cercenar y amputar cualquier intento del resto de territorios de legislar sobre sus propios intereses.

      Convertida en la gran aspiradora de talento, Madrid no solo absorbió a los mejores estudiantes del resto de España, obligados a dejar sus lugares de origen para cursar estudios allí, sino que durante más de un siglo se nutrió de todos los recursos con los que las familias de estos estudiantes los sostenían. Como ocurrió con el Decreto del teatro, el saqueo era tanto intelectual como poblacional y económico.

La banca y el sistema financiero corrieron una suerte parecida. En 1856 se fundó el Banco de España, con sede en Madrid. Esta entidad, aunque era privada y solo respondía ante sus accionistas —madrileños— privados, obtuvo el monopolio de la emisión de moneda, el de los préstamos a la Hacienda Pública y el de la recaudación de tributos en todo el Estado. En 1874, absorbió transformándolos como sucursales propias a 12 de los 16 bancos que operaban entonces en el territorio español. Esta operación supuso el drenaje de los escasos ahorros españoles a la capital, que iniciaba sus proyectos de expansión con grandes infraestructuras y necesitaba todos los depósitos de los que pudiera disponer.

La expansión del ferrocarril del último tercio del S.XIX coincidió con las llamadas rebeliones cantonalistas, acaecidas sobre todo en el levante español y que propugnaban un estado de corte federal. Cartagena fue barrida con un “diluvio de fuego” que causó más de 800 muertos. Fueron, pues, los intereses militares los que hicieron valer su peso para que el ferrocarril se desarrollase en cinco ramales que unían Madrid con la periferia, pues el ejército necesitaba poderse desplazar a cualquier lugar de España lo antes posible para sofocar posibles levantamientos populares. Así, la estructura radial de comunicaciones se pensó desde su inicio como si el resto de España fuese la amenaza a Madrid. Es decir, se pensó contra el resto de los españoles. Como no podía ser de otro modo, al ser construida contra toda lógica económica, la estructura radial es, incluso a día de hoy, una de las más ineficientes y costosas en términos energéticos del mundo desarrollado.

       El ferrocarril diseñado de ese modo pronto se reveló un negocio absolutamente ruinoso que trajo consigo escandalosos y generalizados casos de corrupción, sobresaliendo por su notoriedad el del Marqués de Salamanca. Todas las líneas ferroviarias eran ya entonces deficitarias y las empresas adjudicatarias, que ni siquiera habían pagado su construcción, fueron rescatadas con dinero público que manaba a espuertas desde la Hacienda Pública sostenida por el Banco de España, que a su vez hundía sus tentáculos en el ahorro nacional. Y así, los españoles pagaban la inacabable expansión de Madrid dos veces: con sus ahorros y con sus impuestos.

Se inauguró entonces el modo de construir infraestructuras que ha perdurado exactamente idéntico hasta nuestros días en el que

1) El poder central decide construir infraestructuras que benefician a Madrid.

2) Se adjudican a constructoras y empresas madrileñas.

3) El dinero se pide a crédito a bancos madrileños.

4) Las comisiones de bancos y constructoras vuelven a la clase política afincada en Madrid.

5) Continúese la rima del 5. O dicho más elegantemente, el resto paga la fiesta.

Este círculo extractivo perfecto en el que todos ganan excepto los españoles, explica desde el primer ferrocarril Madrid-Aranjuez hasta las Autovías y el AVE y une en la misma línea histórica de corrupción al Marqués de Salamanca con los comisionistas de la Gurtel, y al primer ferrocarril con las ruinosas radiales madrileñas de Aznar y Aguirre que rescataron los demás españoles con 3500 millones de euros. Entretanto, los gallegos siguen pagando por los peajes con que les desangra la única autopista que recorre y vertebra su territorio. Nacionalizarla costaría menos de la décima parte que se pagó por el rescate de las radiales madrileñas, pero sugerirlo es pecado. ¿Y cuánto pierde Galicia en términos de competitividad económica al ser el único territorio que paga por sus carreteras?

La estructura radial no es un solo un robo en sí misma sino que supone una ventaja competitiva incalculable frente al resto de los territorios. La Autovía del Cantábrico tardó en construirse dos. Dos décadas de retraso económico para el norte mientras la capital pudo expandirse a todo trapo. Pero los asturianos no deberían quejarse porque el corredor mediterráneo, de una importancia capital para el desarrollo del levante español, lleva aguardando medio siglo a que se inicie siquiera el estudio del proyecto. ¿Cómo se puede valorar el daño que sufren unos y la ventaja que obtienen otros?

Incluso hoy AENA diseña una estructura parecida subordinando los restantes aeropuertos españoles a los intereses de Madrid-Barajas. Y eso explica por qué millones de pasajeros de toda España hacen escala obligatoriamente por Madrid para ir a cualquier otro sitio. Hasta el extremo que los aeropuertos del norte de España llegan a desviar a Barajas siete de cada diez de sus vuelos. A pesar de ello, sus pérdidas tienen que equilibrarse con los beneficios de los aeropuertos mediterráneos.

jueves, 16 de diciembre de 2021

MANIPULACIONES DE LA PALABRA LIBERTAD EN ESPAÑA

 


        Esta reflexión arranca en los años 70 del siglo pasado pues cualquier parecido a las libertades políticas entre 1939 y las generales de 1977 habría sido pura coincidencia. Siempre que estemos de acuerdo en que esas libertades, las que aparecen en la Constitución, son las únicas que diferencian a las democracias sin apellidos de las dictaduras.

Por tanto, no hablo de la libertad privada de “tomar unas cañas”, pues esto no va de chistes, aunque “graciosas” como Ayuso consigan muchos votos de los mismos electores de quienes se ríen.

Y he preferido “libertad” en lugar de “democracia”, pues a tergiversar este concepto se atreven incluso los gobiernos más tiranos si las circunstancias les obligan. Por ejemplo, cuando desde mediados de los 60 decidieron llamar “democracia orgánica” a lo que seguía siendo la dictadura franquista.

En cambio, para confundir sobre “libertad” lo que hicieron fue colocar “libre” después de “una” y “grande”, pero ni a los criminales que gobernaban ni a las más ingenuas de sus víctimas, que fueron millones, se les ocurrió pensar que aquel “libre” tuviera algo que ver con el significado de “libertad”, dijera lo que dijera una RAE a la orden, como todo el mundo.

    Estoy escribiendo esto porque el franquismo divulgaba con tanta insistencia aquella “democracia orgánica”, junto con lo de los “25 años de paz” (“paz de los cementerios” se decía), que su recuerdo me vino tras ver las muchas pancartas que en la convención del PP reclamaban “libertad” mientras los líderes de ese partido aplaudían como posesos al famoso que dijo que “lo importante de unas elecciones no es que haya libertad, sino votar bien”, y ya sabe usted que me estoy refiriendo al ex político que, tras fracasar en persona contra Fujimori (Alberto) en las presidenciales de 1990 en Perú, ha vuelto a fracasar en 2021, aunque esta vez solo se arriesgaba pidiendo el voto para Fujimori (Keiko).

Es probable que un Nobel de Literatura tan derrotado en política sienta un impulso irresistible por decir lo que piensa, sobre todo si duele a los demás.

Regresando al periodo que transcurrió desde el franquismo hasta la consolidación de la monarquía tras el autogolpe de Estado del 23F de 1981 que no necesitó muertes para conseguir su objetivo principal, hubo en los años 70 dos canciones que marcaron aquella época, incluyendo ambas la palabra “libertad” en sus títulos, aunque representaran ideales bien distintos. 

José Antonio Labordeta comenzaba, soñador, su “Canto a la libertad” diciendo que “Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad”.

    Después, consciente de la importancia decisiva de la memoria, nos dejó dicho también que “Haremos el camino, en un mismo trazado, uniendo nuestros hombros, para así levantar, a aquellos que cayeron gritando libertad”.

En cambio, la “Libertad sin ira” de Jarcha empezaba así: “Dicen los viejos que en este país hubo una guerra, que hay dos Españas que guardan aún el rencor de viejas deudas”.

De esta forma, y además del poco respeto por Antonio Machado, se referían al pasado reciente en modo duda, cosa que se adaptaba como un guante para el punto y aparte que muchos buscaban. Entre otros, los cientos de miles que habían colaborado con la dictadura, pero también los antifranquistas que huían del fracaso que supuso que aquel asesino muriera en la cama.

Por otra parte, y frente al valor del esfuerzo colectivo que destaca Labordeta para conquistar la libertad (“uniendo nuestros hombros”), los de Jarcha destacan que “en este país han visto gente que solo desea su pan, su hembra y la fiesta en paz”, o que “solo he visto gente muy obediente, hasta en la cama. Gente que tan solo pide vivir su vida, sin más mentiras y en paz”.

Si somos capaces de librarnos por un instante de las marcas que ha dejado en nuestro ADN esta tragedia colectiva llamada España y nos ponemos a leer, sin música que nos confunda, el texto de “Libertad sin ira”, solo podemos imaginar a millones de españoles de entonces arrodillados y rogando, al mismo jefe del Estado que había nombrado el dictador, que les concediera la libertad a cambio de dedicarse exclusivamente a su vida privada.

    Décadas después, ha tenido que ser una pandemia, provocadora de confinamientos masivos y a la desesperada en todo el mundo, el fenómeno que ha dado paso a una nueva etapa de confusión en España sobre el concepto de libertad, hasta el punto de que, cada vez que los líderes del PP la mencionan, nos recuerdan a muchos aquella “defensa” de la República que los golpistas del 18 de julio repetían para intentar engañar a quienes no podían creer que existiera tanta maldad.

Tal como están las cosas en 2021, todo hace pensar que el Labordeta más realista de 1975, pero jamás derrotado, tenía razón cuando decidió terminar su “Canto a la libertad” advirtiéndonos que “También será posible que esa hermosa mañana, ni tú, ni yo, ni el otro, la lleguemos a ver, pero habrá que forzarla, para que pueda ser”.

viernes, 26 de noviembre de 2021

LA TORMENTA PERFECTA DESPUÉS DE LA COVID19

            Demasiadas cosas juntas que parecían imposibles están sucediendo al mismo tiempo. Falta de todo. Suben los precios de todo. Informaciones de prensa hablan del hecho de que no habrá magnesio en Europa, que hay un problema con el uranio, que fallarán los nitratos para la agricultura. Son frecuentes los cortes de electricidad en China. Falta agua en Taiwán. Medio millar de barcos están atrapados en puertos de todo el mundo. Maersk no tiene suficientes contenedores. No hay camioneros en Alemania. Latas de refrescos se venden sin pintar. El precio de los juguetes, de la alimentación o del diésel se encarece. Estantes vacíos en supermercados del Reino Unido. Fábricas paradas en la Zona Franca [de Barcelona]. ¿Habrá cortes de suministro de gas este invierno? No podrás comprar la PlayStation 5 ni tu nueva bicicleta eléctrica. La prensa achaca esta crisis a los cuellos de botella y la Covid-19, pero si amplías el zoom, podrás ver el cuadro completo: crisis energética, falta de materias primas… y los efectos del cambio climático en el seno de un capitalismo globalizado zombi. La Covid-19 fue un ensayo del colapso que vendrá.

Los diarios económicos hablan todo el día de esto; las grandes patronales empresariales están por primera vez realmente asustadas… y todos dicen que la culpa es de una demanda de consumo disparada, de los cuellos de botella, de los trabajadores asiáticos confinados por la pandemia, de la dependencia de China, del bloqueo del canal de Suez, de los barcos que no llegan. Lo venden, sin embargo, como una situación temporal. Algunos científicos y activistas denuncian que también está ocurriendo una cosa más, que es más estructural que momentánea: las materias primas estarían llegando a su pico, la crisis energética no sería temporal, la crisis climática ya está afectándonos, no podremos seguir consumiendo tres planetas como hasta ahora. “La crisis de los microchips no es más que la punta del iceberg”, dice Alicia Valero, profesora de la Universidad de Zaragoza y autora de Thanatia. Los límites minerales del planeta: “Un ejemplo: en el siglo XXI ya hemos gastado más cobre que en toda la historia”. ¿Se acabó la fiesta? Viene el decrecimiento, y ya no será una elección: vendrá a hostias. Todo es incierto, todo es confuso, todo es complejo.

Dicen que no están llegando microchips para la industria del automóvil, que no están llegando los teléfonos móviles para la Navidad ni las bicicletas eléctricas que ahora se han puesto de moda. ¿Puede que sea un problema temporal y que en un año todo se solucione? Puede ser. Pero entonces, ¿cómo se explican otras cosas que echaremos en falta muy pronto, como el gas que viene de Argelia, el petróleo de Arabia Saudita, el litio de Chile o… por ejemplo, ¿cómo se explica que falte vidrio para embotellar el vino del Penedès y papel para imprimir libros cuando la mayor parte provienen del reciclaje y no dependen de los barcos de Maersk que vienen de Shanghái? El científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), experto en energía y autor de Petrocalipsis, Antonio Turiel, lo dijo hace poco: “Falta vidrio. Hablamos de un material reciclable y de proximidad, así que ¿en este caso también radica el problema en cuellos de botella logísticos? ¿No se trata más bien de que los costes energéticos de fundir vidrio ahogan a la industria?”

Demasiadas cosas juntas que parecían imposibles están sucediendo al mismo tiempo. Arabia Saudita reconoce que casi ya no le queda capacidad ociosa de producción de petróleo. Lo explican en el portal económico Sharecast. Los precios del propano en EEUU son tan elevados que los mercados predicen un “Armaguedon” durante los meses más duros del invierno. Lo dice el Financial Times. La falta de electricidad en Europa está afectando a la producción de silicio y de zinc, perjudicando, entre otras, la producción de placas solares. Tan solo el precio del silicio ha aumentado un 300% este año. Lo dice Reuters. Europa podría quedarse sin magnesio en poco tiempo, el 87% del cual proviene de China, y esto pararía la industria de transformación del aluminio, del titanio e incluso del acero: es decir, bicis, coches, aviones. Lo dice El Economista. El precio del algodón se duplica en apenas un año (más del 120% de aumento) y ahoga el sector textil. Los precios más altos en 10 años. Lo dice Forbes. La subida de los precios de los materiales de construcción ha hecho que las obras en el Estado español sean ya un 22% más caras y que 4 de cada 10 empresas estén cancelando o parando el trabajo. Lo dice La Vanguardia.

Y hablemos de cosas aún más serias: está subiendo y todavía subirá más el precio de la alimentación. Lo anuncian las patronales del sector. En agosto, el índice de precios de los alimentos ya había aumentado un 32,9% respecto a agosto de 2020. “Y lo que es peor: nuestros márgenes son estrechos y los costes se disparan”, aseguran. En estos 12 meses, los grupos de alimentos que utiliza la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para fijar el índice han evolucionado así: los cereales, como el trigo, la cebada o el maíz, suben un 31%; los lácteos, un 13%; la carne, un 22%, y el azúcar, un 9,6%. ¿Esto también tiene que ver con los cuellos de botella en Asia? Gustavo Duch, activista por la soberanía alimentaria, explicaba hace poco en un artículo en Ctxt: “Subirá el recibo de la comida por factores productivos derivados de la crisis climática, la desaparición de polinizadores o el agotamiento de insumos como los fertilizantes. Y por factores puramente capitalistas como la especulación.”

Demasiadas cosas juntas que parecían imposibles están sucediendo al mismo tiempo. Es cierto que las causas principales del colapso son los puertos colapsados, que el transporte terrestre no da abasto, la crisis del modelo just in time, que no almacenamos casi nada, las fábricas funcionan a medio gas en China o en Taiwán. Pero también hay causas de fondo, como una crisis energética global que no hace más que empeorar, una transición de los combustibles fósiles a las energías renovables mucho más compleja de lo que decían, el límite o pico del petróleo y de otras materias primas. Y en medio de todo esto está el factor de la elevada demanda de consumo: con una parte de la ciudadanía europea o norteamericana que tiene los bolsillos llenos (tras el ahorro forzoso del confinamiento por la pandemia de la Covid-19). Crisis sanitaria, crisis económica, crisis de la globalización, crisis energética y… crisis climática.

Probablemente los síntomas que estamos experimentando no son indicadores de un colapso total inminente. Habrá un invierno duro debido a la demanda de energía a causa del frío, y después mejorará en la primavera, y en verano volverá a crecer la demanda. “El proceso de crisis irá repitiéndose”, asegura Turiel. De todos modos, Luis González Reyes, miembro de Ecologistas en Acción y autor del libro La espiral de la energía, explicaba que los síntomas que aparecen influyen en los factores que sí que llevarían a un colapso. “Estamos viviendo las primeras etapas del colapso”, decía. Hay fenómenos coyunturales y hay algunas cosa que han venido para quedarse. “Hemos de ser capaces de leer las coyunturas, que se recuperarán, como el desabastecimiento de bicicletas que ha habido; pero si miramos la articulación de las cadenas de producción globales, estamos ante un proceso sostenido y que tiene mar de fondo, que apunta hacia el colapso de la civilización industrial.”

Cada vez más investigadores e incluso la Agencia Internacional de la Energía reconocen que el planeta está llegando al límite de materias primas, al menos de las reservas conocidas. El citado Antonio Turiel y el activista de Extinction Rebellion y València en Transició, Juan Bordera, concluyen en el mejor artículo escrito hasta ahora sobre esta crisis “el pico de todo tenía que llegar pronto o tarde, y está llegando”. Alicia Valero, que tiene conocimiento de la falta de minerales, confirma que “si seguimos a este ritmo, toda la transición ecológica y digital está en riesgo” porque “pasaremos de ser dependientes del petróleo a ser dependientes de toda la tabla periódica”. En su opinión, en los próximos años “habrá más paradas económicas y bajará el PIB: o cambianos el modelo, o la falta de recursos nos hará cambiar bruscamente el modelo”. Esto va en serio.

Y “en medio del marasmo de esta crisis total del capitalismo, de este pico de todo”, Turiel y Bordera reclaman que ahora debería ser el momento de relocalizar lo esencial, producir nuestros propios alimentos, asegurarnos los suministros básicos y el saneamiento del agua”. Decrecimiento, relocalización de la economía, salvar el agua, el aire y la alimentación… y disfrutar de los centenares de cosas que no contaminan.

Pero sobre todo hay una solución de este lío: “Tengo la solución: consume meeenos”, susurra al estilo joebiden. ¿Sabéis quién lo ha dicho? Un tal Morten Engelstoft, máximo ejecutivo de Maersk, la mayor empresa de transporte marítimo y de contenedores del mundo y una de las más afectadas por el caos. ¿Dónde lo ha dicho? En el Financial Times, la biblia capitalista. Abro comillas de la reflexión completa que hizo este empresario poco sospechoso de ecologismo radical: “Necesitamos un crecimiento más bajo del consumo para dar tiempo a la cadena de suministros para ponerse al día, o deberíamos repartir el crecimiento de manera diferente. La recuperación nos llevará un largo periodo de tiempo.”

Insisto: demasiadas cosas juntas que parecían imposibles están sucediendo al mismo tiempo.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

¿ESTO ES UN CUENTO KAFKIANO?

 


«Estaba en juego mi existencia, amenazada por el vergonzoso funcionamiento de una administración»

Franz Kafka, El castillo

Digamos que gracias al progreso de la medicina, en nuestros tiempos Franz Kafka no hubiera muerto a los 41 de tuberculosis. Con suerte, hubiera llegado a viejo.

Pero he aquí que el viejo Kafka, con 92 años, sufre una trombosis y queda atado a una silla de ruedas y con problemas de toda clase que lo convierten en lo que hoy llamamos dependiente. La pobre Dora no puede cuidarle en su casa, pues también está mayor y no tiene fuerzas para levantarle en el paso de la silla de ruedas a la cama, ni para cambiarle los pañales o ducharle.

Así que Dora se dirige a la Comunidad de Madrid, necesita que atiendan a su pareja. Lo primero, le dicen, es determinar su grado de dependencia. Para solicitarlo presente por favor original y fotocopia de su DNI, tarjeta sanitaria, partes médicos, historia clínica, documento justificativo de la pensión mínima que cobra como escritor, documento justificativo de las propiedades a su nombre, en caso de haberlas. El proceso de determinar el grado de dependencia lleva alrededor de un año, le dicen. Unos seis meses hasta que un inspector de la CAM le visite y evalúe su estado, y otros seis meses o más hasta que la comunidad determine oficialmente su grado de dependencia. Una vez que tenga el grado determinado, puede solicitar plaza concertada en una residencia. El proceso de adjudicación de plazas puede llevar otro año, desde que presente la solicitud.

              -  ¡Siguiente! —dice el funcionario, tras una pausa, mirando ya hacia la abarrotada sala de espera.

    - ¡Pero me está usted hablando de más de dos años! ¿Qué hago yo ahora? ¿Qué hago mañana? —Dora se echa a llorar.

Puede ingresar en una residencia, pero ocupando una plaza privada, en espera de que le determinen el grado de dependencia. Pero no se preocupe, le dicen: puede solicitar desde ya las ayudas a la dependencia que le cubrirán un porcentaje del coste de la residencia, en función del grado. Para solicitar esa prestación económica solo tiene que presentar original y fotocopia de esto, original y fotocopia por triplicado de aquello, etc. etc.

Dora se recorre todas las residencias cercanas a su domicilio, aunque su radio de búsqueda se va ampliando. Hay pocas residencias, y ninguna es 100% pública. Las pocas pertenecientes al ayuntamiento o la Comunidad son de “gestión privada” y su lista de espera es eterna. Todas las demás son enteramente privadas, pero no se preocupe, le dicen, tienen plazas concertadas. Cierto: de 500 plazas, 23 concertadas para grado de dependencia II y otras 23 para grado III. Es decir, el número mínimo de plazas concertadas para que la empresa privada dueña de la residencia pueda optar a las subvenciones.

Tras días de gestiones en los Servicios Sociales, consultas a la unidad de Atención a la Dependencia, colas, formularios, solicitudes en residencias, visitas al enfermo, Dora está exhausta. Desesperada, recorre una y otra vez las instituciones, pero no hay nada que hacer. Los procesos administrativos llevan su tiempo, le dicen.

Pero tiempo es lo que no tiene: a sus 92 años, Franz Kafka recibe el alta del hospital y Dora tiene que reaccionar; lo lleva a una residencia privada que puede costear, al menos inicialmente. Se encuentra a unos 30 kilómetros de su casa, pero tiene una combinación de transporte aceptable. Y además, le han asegurado que, cuando le concedan la prestación, la Comunidad le abonará retroactivamente lo que le correspondiera desde el minuto cero.

Pero los meses pasan y pese a todas las llamadas y paseos, Dora sigue esperando, impotente frente a la maquinaria burocrática. Un buen día, una funcionaria de la comunidad visita por fin a Franz para evaluar su grado de dependencia.

— ¿Sabe en qué año estamos?

— ¡Qué tontería! Estamos en 1915.

— ¿Quién es el presidente?

— Ochenta y siete.

Dora aprieta con ternura la mano de su Franz, contiene las lágrimas como siempre hace en su presencia.

Agosto, diciembre, febrero… y otro verano. Ha pasado un año y medio y para hacer frente al coste de la residencia, hace tiempo que Dora, desesperada, pidió dinero prestado a una amiga, después a otra y otra. Franz Kafka finalmente fue declarado dependiente en Grado II y Dora por fin pudo presentar toda la documentación (por triplicado) necesaria para solicitar plaza. Pero la «Lista de espera de demanda del servicio de atención residencial» era de 1438 solicitantes… Mil cuatrocientas treinta y ocho personas desesperadas esperando su plaza, mil cuatrocientas treinta y ocho familias agotando, como ella, sus recursos, su ánimo, su paciencia. Su esperanza es que cuando le concedan la prestación que legalmente le corresponde, la Comunidad le abonará todo lo que ha tenido que desembolsar ella por culpa de la interminable burocracia.

Dicen las malas lenguas que la Comunidad de Madrid dilata la burocracia porque si la persona fallece, ese supuesto «pago retroactivo» ya no se abona: la familia no recibe ni una corona austriaca de lo que haya adelantado, lo que legalmente correspondía a la persona dependiente desde el minuto cero. Pero ella no quiere creerlo, sería demasiado perverso.

Un día, Dora recibe una notificación. La Comunidad de Madrid concede a Kafka una plaza concertada en una residencia en Pelayos de la Presa, exactamente a 70,3 kilómetros de su casa. Para cubrir su coste, la Comunidad usará la pensión de Franz, pero aún tendrá ella que aportar la otra mitad del coste. Dora se informa y, para visitarle, tendría que coger dos líneas de Cercanías y un autobús interurbano, en total 1h32 según GoogleMaps. Franz se encuentra a gusto, hasta donde se puede pedir, en la residencia en que está. La directora le explica a Dora que podría acogerse a una de las plazas concertadas en esa misma residencia, que las hay disponibles, solo que para hacerlo, es condición de la Comunidad de Madrid que primero pase cuatro meses en la residencia adjudicada. No sabe explicarle el motivo, ¡quién sabría! Trasladarle a un lugar desconocido, ahora que se ha acostumbrado a las rutinas, a las personas que lo cuidan aquí, alterarle el universo solo para cuatro meses, y solo para cumplir una norma estúpida… Dora no está dispuesta, seguirá pidiendo dinero a sus amistades hasta que le abonen por fin la prestación.

— Franz, liebling, ¿cómo estás hoy? Huele bien aquí, ¿te acuerdas de lo que habéis comido? No importa, ya lo preguntaré. Mira, te he traído unas fotografías y estos libros que escribiste, para que los tengas aquí: El proceso, El castillo… ¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas?

Dora acude por enésima vez a la Comunidad de Madrid, es urgente que le concedan de una vez la prestación económica de atención a la dependencia que solicitó dos años antes, cuando Franz sufrió la trombosis. Le debe dinero a todas sus amistades, con su pensión y la de Franz no llega de ninguna manera para pagar la residencia… Pero la burocracia es inexpugnable, un gran muro de indiferencia se alza, insensible, ante sus llantos. En una de sus incontables visitas se topa con una funcionaria comprensiva, pero su empatía no sirve de nada: los reglamentos y protocolos son como son, la falta de inversión pública está diseñada específicamente para arrojar a la ciudadanía hacia las residencias privadas.

La mañana del 3 de junio, Franz Kafka exhala su último aliento en la residencia privada concertada donde se encuentra.

A la mañana siguiente, en la oficina de Atención a la Dependencia de la Comunidad de Madrid, un funcionario de traje gris, pelo gris y mirada gris, vuelve a su puesto de trabajo tras recibir las órdenes cotidianas de su superior. Se acomoda y se pone a rebuscar en uno de los cerros interminables de papelotes que cubren su escritorio. Levantando una tras otra las gruesas carpetas con documentación por triplicado, por fin toma en sus manos grises el expediente RB-54.000065855495/2018, marcado con el nombre FRANZ CUALQUIERA KAFKA, una carpeta blanca impoluta, pues en estos dos años no ha sido sobada por mano alguna, y le estampa el sello correspondiente, en tinta roja, el sello de la victoria de la CAM, una vez más:

FALLECIDO: PAGO CANCELADO

En ese mismo instante Dora, arruinada, está recibiendo las pertenencias de su pareja en la fría recepción de la residencia. Se queda unos minutos absorta contemplando aquella primera edición de El castillo y, en un ataque de rabia inconsolable, la despedaza.

NOTA: Esto no es un cuento kafkiano, es una realidad kafkiana. ¿Hasta cuándo vamos a seguir aguantando?


lunes, 11 de octubre de 2021

EL BO BÓN Y BO BÓN DICE QUE NO MOLESTA

 

Sigue haciendo declaraciones a la Prensa el rey decrépito Juan Carlos de Borbón y Borbón, exiliado en Abu Dabi con la compañía de cuatro guardaespaldas y un matrimonio filipino que hace las faenas caseras, pagados por el Gobierno español, es decir, todos los españolitos, incluso los republicanos. Resulta difícil entender qué interés puede representar el decrépito para nadie, pero en el número correspondiente a esta semana de la revista francesa Paris Match se publica una entrevista que le hace Laurene Debray, como anticipo de un libro puesto a la venta el 6 de octubre, aunque es problemático que se venda, debido a que el protagonista está muy amortizado.

Difícilmente revelará algo desconocido, porque es público que el decrépito es un delincuente vulgar, investigado primero en Suiza y después en España para intentar que explique el origen de su fortuna, calculada en 2.000 millones de euros por The New York Times y la revista económica Forbes. Aunque él no lo cuente es sabido que los apañó como comisionista de contratos del Estado. Ahora se están investigando los 65 millones de euros cobrados como comisionista del tren de alta velocidad entre Medina y la Meca en Arabia Saudí, con cuyo tirano mantiene una gran amistad debido a la semejanza de sus intenciones.

En un libro delirante titulado El rey. Conversaciones con D. Juan Carlos I de España, editado por Plaza & Janés en 1993, firmado por José Luis de Vilallonga, marqués de Castellbell, alférez provisional con los militares monárquicos sublevados en 1936, nuestro asombro como lectores llega al máximo al encontrar esta declaración del entones todavía no decrépito:

A veces pongo sobre la balanza el peso de mi prestigio. No me gusta envanecerme [sic!], pero lo cierto es que el prestigio de la Corona es considerable. A veces ocurre que un jefe de Estado árabe me telefonea para decirme: “Por favor, hacedle decir al rey de Marruecos tal y tal cosa.” Sucedió a menudo durante la Guerra del Golfo. (Páginas 356 y s.)

Con los tiranos árabes que mantienen esclavizados a sus pueblos en la pobreza obtuvo gran consideración el rey decrépito cuando todavía no lo estaba, y ahora que lo está se ha exiliado en Abu Dabi.

Cuando la periodista le pregunta por qué se fugó de España para disfrutar de su dorado exilio en un país árabe, le responde: “Desde aquí no molesto a la Corona.” Tal vez a su coronado hijo no le moleste, pero a los españoles que ya no somos sus vasallos, pero continuamos pagando sus gastos sí nos molesta, porque lo único que deseamos es verlo comparecer ante un Tribunal de Justicia, y que nos entregue su fortuna tan mal adquirida.

Como discípulo del dictadorísimo genocida que lo designó sucesor suyo a título de rey para continuar su régimen represor del pueblo, parece haberse creído un rey amado por los vasallos. Habrá creído que eran admiradoras verdaderas las personas reunidas para recibirle con banderitas rojigualdas cuando visitaba alguna ciudad, en tanto los republicanos se hallaban estabulados a distancia vigilados por las fuerzas brutas represoras, para que no se escucharan a distancia sus gritos de protesta. Esto le contó a Vilallonga:

Si el rey complica sistemáticamente la vida de la gente acaba por hacerse antipático. Por eso es por lo que tengo especial interés en que los españoles diferencien entre el jefe del Estado, prisionero de las obligaciones de su cargo, y el rey, un ser humano que hace lo posible para no causar demasiados problemas a sus conciudadanos. (P. 329.)

Tal afirmación nos plantea una duda: ¿Juan Carlos estaba “prisionero de las obligaciones de su cargo” cuando se dedicaba a estuprar a sus vasallas, en número de 1.500 según los cálculos del hispanista británico Andrew Morton en su muy documentado ensayo Ladies of Spain? ¿Y también cuando había que comprar su silencio, sus cartas autógrafas o los videos que le tomaban mientras hacía el salto del tigre, tan entusiasmado que no se enteraba, siempre con cargo a los Presupuestos Generales del Estado? ¿Estaba prisionero de sus obligaciones cuando vivía una luna de diamantes con la falsa princesa Corinna zu Sayn—Wittgenstein, antes de que ella lo abandonara por inválido al regreso de la excursión a Botsuana, que debimos pagar, así como el avión medicalizado que lo trajo a Madrid para que lo operasen una vez más, y ya iban nueve? ¿Cuántos millones de euros nos han costado esas supuestas “obligaciones” borbónicas?

Las onerosas “obligaciones de su cargo”, además de las comisiones y los estupros, consistieron en inaugurar reuniones y leer discursos que a nadie le importaban. Nos causa gran jolgorio leer en el libro del marqués esta declaración acerca de los discursos que tan mal decía y leía:

Por lo tanto es necesario ser muy claro para que todo el mundo me entienda. Precisamente es la claridad lo que molesta a esa gente a la que le gustaría que ciertas cosas permanecieran en la sombra. (P. 334.)

Será que no se escuchaba a sí mismo en televisión, porque de otra manera es imposible que se atreviera a decir que hablaba muy claro. Al leer ese párrafo cualquiera pensaría que Juan Carlos I era el Demóstenes español. Todo lo contrario. Nunca ha aprendido a hablar, lo que servía a sus imitadores para burlarse de su dicción. Se le entendía malamente lo que decía, de modo que “esa gente” a la que alude sin revelar quién es tenía que estar feliz cada vez que le escuchaba sin entender lo que decía.

El esperpento de un discurso culminó en la Pascua Militar el 6 de enero de 2014, en el Palacio Real, ante unos uniformados que no sabían para dónde mirar. No fue capaz de leer el discurso de continuo, porque las palabras no le salían de la boca. Puesto que las cadenas de televisión retransmitieron el acto, resultó inevitable que los comentaristas políticos, incluso los monárquicos, expresaran su malestar por tener una caricatura de rey al frente de Estado, para rechifla de los oyentes. 

El espectáculo fue tan decadente que cinco meses después, el 19 de junio, Juan Carlos I abdicó en su hijo, sin tener en cuenta la opinión de los vasallos, como es usual en las dictaduras. Su discurso fue tan oscuro y ridículo que eligió marcharse para continuar viviendo sin hacer nada, desde entonces menos todavía, porque no debe leer discursos.

La periodista Debray le pregunta si ahora que tiene tantísimos detractores ha previsto defender su reinado, a lo que responde: “Las instituciones que dejé deberán hablar. Hablan por sí solas.” ¿Y qué es lo que dejó? Un trono otorgado por decisión exclusiva del dictadorísimo, sin consultar al pueblo, completamente desprestigiado por sus fechorías sexuales y económicas, una vergüenza internacional. Su reinado ha sido tan nefasto como el de todos los borbones, una dinastía inaugurada por un loco y formada por golfas y golfos a los que en dos ocasiones echaron sus vasallos hartos de ellos. Desde luego, Juan Carlos I es un típico representante de esta dinastía. ¡Y él cree que no molesta!

jueves, 30 de septiembre de 2021

LA JUVENTUD MAS CREATIVA DE LA HISTORIA

             


En los últimos tiempos, todos los comentarios sobre la juventud que escucho son siempre negativos. Que son inconscientes y egoístas. Que pasan de todo y no les interesa la política. Que son una generación mimada. Que exponen impúdicamente su vida privada en las redes. Que viven pendientes del móvil. Que hacen botellón.

Por mucho que pienso no me viene a la cabeza ningún comentario general que se repita actualmente sobre la juventud que sea positivo. Que saben mucho de informática y mundo digital, sí, pero esto a menudo no se dice como alabanza, sino con una buena carga de nostalgia por los tiempos pasados: la juventud ya no lee, ya no disfruta de la vida fuera de las pantallas, está enganchada al móvil. Sí hay algunos comentarios no críticos, pero entonces son de lástima: que la juventud de ahora lo tiene crudo por la precarización de las condiciones laborales, la situación de la vivienda, la pérdida de derechos, la inminencia de la crisis climática, etc. Sin embargo, comentarios positivos, pocos.

Ahora se habla mucho del botellón. Pero vamos a ver, ¿cuál es la forma de ocio más extendida en nuestro país? Quedar con amistades a tomar unas cañas. Es así, eso es el ocio español por antonomasia, es el deporte nacional. Nuestras calles están atestadas de terrazas, que con la pandemia han colonizado aún más nuestras aceras e incluso calzadas. Si tienes ingresos y puedes pagar cada cerveza a 3 euros en una terraza, entonces sí está permitido beber en la calle. Pero si no puedes pagarlo y quieres practicar el ocio nacional que te han enseñado y demostrado desde la más tierna infancia las personas adultas que te rodeaban (tus padres, madres, tías, abuelos, etc.), entonces haces botellón. Pero el botellón está prohibido por la Ley Mordaza, que este gobierno progresista tanto criticó desde la oposición y que casi dos años después de llegar al poder, aún no ha derogado.

Dice la ley que es una infracción leve «el consumo de bebidas alcohólicas en lugares, vías, establecimientos o transportes públicos cuando perturbe gravemente la tranquilidad ciudadana»… EXCEPTO SI TIENES DINERO PARA PAGAR LOS PRECIOS DE LAS TERRAZAS, ¡DIGO YO! Eso es legal y nada reprochable, al revés, contribuyes a la marcha de la economía, ahí no importa que «perturbes la tranquilidad» de las vecinas y vecinos que intentan dormir, pero si no puedes pagarlo y te sientas diez metros más allá en la hierba con unas latas, entonces eres un delincuente. O consumes o te multo.

Sobre la acusación de pasotismo. Me parece asombroso que una sociedad apática, apoltronada en su sofá, que no se echa a la calle ante los atropellos constantes que sufrimos (el último de las eléctricas es solo uno más), tenga las narices de hacer esta crítica a la juventud. Todos los defectos de nuestra sociedad, se los achacamos exclusivamente a la juventud y así parece que nos quedamos más a gusto. Una parte de la juventud pasa de todo, por supuesto, pero no más que cualquier franja de edad; otra parte, en cambio, es muy activa.

Por citar algunos ejemplos, son miles las chicas jóvenes implicadas en el movimiento feminista, participando en pequeños o grandes grupos feministas locales; la juventud es el motor de multitud de movimientos de autogestión y centros sociales okupados, organizando iniciativas culturales, de reflexión o de ayuda mutua; y tenemos a las hordas juveniles que secundan las protestas ecologistas contra la inacción ante la crisis climática y que esperamos que, ahora que la pandemia nos da un respiro, puedan recobrar aliento.

Que están enganchadas y enganchados al móvil y exponen públicamente sus vidas privadas en las redes. No es que yo defienda esta actitud, pero por favor, ¡si esto lo hace la mitad de la población de todas las edades! El enganche a las redes es claramente un defecto de nuestra sociedad, pero no es exclusivo de la juventud. ¿Y qué pasa con todas las personas adultas enganchadas a la TV, a los programas de cotilleo, a las series turcas…?

¡Ya está bien de denostar constantemente a la juventud! Vamos a fijarnos por una vez en sus virtudes.

Voy a hablar del rap, pero no desde el punto de vista musical, sino como fenómeno. Personalmente, siempre me ha resultado bastante aburrido e incluso cargante el rap, pero gradualmente me he ido percatando de todo lo que implica, y en especial de lo que nos cuenta sobre la juventud actual.

Lo más obvio tras repasar los raps más escuchados es decir que sí, que la juventud actual sí se preocupa por la política. Las letras de las raperas y raperos más famosos expresan una crítica social sin pelos en la lengua; tocan todos los palos, sin dejar títere con cabeza: machismo, corrupción política, desahucios, precariedad, privatizaciones y pelotazos, racismo, monarquía corrupta, etc. Pero no son meras descripciones o críticas, sino que además establecen una fuerte implicación personal con lo que les rodea: cómo les indigna, les cabrea, les agobia lo que ocurre. Su desesperación ante la falta de salidas.

Eso es fácil de ver simplemente escuchando los raps más difundidos, pero me gustaría ir un punto más allá. Los chavales y chavalas, desde digamos los 14 años, empiezan a escuchar esos raps y se hacen fans de las raperas y raperos famosos. Pero aquí viene lo mejor. Musicalmente, el rap es muy sencillo, muy básico. Para hacer un rap, no hace falta en lo musical contar con una banda ni un gran compositor: cualquier persona con una buena letra y una base rítmica cogida de internet puede grabarse en su casa un vídeo y difundirlo. Es una de las críticas que se le puede hacer desde el punto de vista musical, pero ¡ah!, vamos a fijarnos en lo que he dicho: “cualquier persona con una buena letra”.

¿Qué es una buena letra de rap? Ahora me voy a poner en contra a todos los puretas de la poesía. Pues sí. Las letras de los rap son poesía, pero poesía popular: son las jarchas de la actualidad.

Y resulta que tenemos a miles —no, a decenas de miles— de jóvenes que se encierran en su cuarto a componer poemas (letras de rap), que luego se reúnen a tomar unas cervezas en un parque y se recitan mutuamente los poemas que han escrito. Cada cual quiere fardar ante sus amistades y traer la letra (poema) más mordaz, más cañero o más emotivo. Entre tragos de cerveza se sugieren retoques a los versos, se da vueltas a qué palabra queda mejor en tal o cual sitio. Se escuchan en compañía las composiciones más famosas y se pulen las propias.

Por si alguien no lo ha notado, lo que estoy describiendo no es otra cosa que una velada poética del siglo XXI, solo que no de poesía culta, sino de poesía popular.

Porque obviamente las letras de rap no siguen el canon poético actual, sino que entroncan con la poesía popular más ancestral y primigenia: la rima asonante y la métrica sencilla de las jarchas, los cantares, los versolaris, y con una versión actualizada de su ironía mordaz y jocosa. Hay quien dice que como composiciones poéticas son tan burdas, que no pueden considerarse poesía. Un momento: no estoy hablando de si es poesía buena o mala, pero desde luego, es poesía. Tal vez solo uno de cada cien raps se pueda considerar buena poesía, exactamente igual que uno de cada cien poemas cultos actuales —y de cualquier época, de hecho— se puede considerar bueno. No toda la poesía del romanticismo decimonónico era buena, es que solo leemos lo bueno, que es lo que ha perdurado. No entro aquí en más profundidades sobre qué significa «bueno», pero nos entendemos.

Desde luego, en mis tiempos la juventud se reunía básicamente para beber, reírse y bailar, o para subirse a una montaña y beber allí también, pero no para poner en común su creatividad, por el simple motivo de que casi nadie creaba (quien escribía, lo hacía en la soledad de su casa y en general no lo ponía en común). Había quien formaba pequeños grupitos musicales, y eso se sigue haciendo igual, pero ahora está además el rap. La diferencia es que lo que importa es la letra, algo que puede crear una persona en solitario, y que por tanto son miles quienes escriben y rapean sin necesidad de saber música o formar una banda.

Por otra parte, los smartphone y las herramientas digitales facilitan todo un despliegue de creatividad en otros ámbitos, desde la fotografía y las artes plásticas (en instagram y otras plataformas difunden magníficas ilustraciones, diseños, creaciones gráficas), al vídeo (videoarte, documental, cortos de ficción), la poesía culta o la prosa. Mucha creatividad basada en nuevas herramientas y estéticas, pero también en las clásicas. No confundamos el soporte con el contenido: hay quienes escriben auténticos libros en sus muros de redes sociales o en blogs, hay quienes dibujan en tabletas a la manera más tradicional.

Todo esto me ha llevado a percatarme de que, en realidad, estamos ante la generación más creativa que he visto. A finales de los setenta y principios de los ochenta también hubo una explosión de creatividad juvenil, pero desde entonces no la ha habido hasta ahora.

La generación actual de jóvenes tiene muchas virtudes y grandes anhelos. Están expresándose de muchas maneras, a través de los raps, las redes sociales, podcast, documentales, distintas formas artísticas. Se expresan por esos medios porque esos son los medios propios de su época, ¿o es que esperamos que cojan una pluma de ganso y escriban con tinta china? Desde que tienen uso de razón han vivido en un país en crisis perpetua, se encuentran por añadidura con el cambio climático que se nos viene encima ya, con los trabajos precarios que les ofrecen, con las dificultades para independizarse ante la locura de precios de la vivienda y de los suministros, con unas expectativas francamente negras. Todas las generaciones anteriores soñaban un futuro mejor, ahora el sueño es no empeorar. Además se han topado, despertando a la vida, con esta pandemia que nos ha asolado y que en los últimos meses se ha cebado en ellos porque no estaban vacunados y porque las medidas se relajaron para atraer turistas. Y encima, resulta que la mitad de la sociedad y de los medios de comunicación los menosprecian y les echan la culpa de todo.

Vamos a dejarles respirar, por favor. Y vamos a apoyarles. Criticando a la juventud solo conseguimos lastrarla, lo que debemos hacer es impulsarla, compartir, avanzar, estar, sentir a su lado.