En esta Navidad Jesús nace en Gaza. No en un pesebre, sino entre los escombros de lo que queda de las viviendas de sus habitantes.
No
nace rodeado de animales, sino de bombas detonadas, balas de fusiles Tavor Tar
disparadas contra la población civil (950 disparos por minuto), granadas y
gases letales. Y de los vuelos asesinos de los cazas F-35.
Jesús
nace e ignora que sus padres, que pretendían refugiarse en Egipto, fueron
alcanzados por una lluvia mortal de bombas bunker buster lanzadas por las
tropas israelíes.
Ahora
no es el rey Herodes el que pasa por el filo de la espada a cientos de niños.
Es el gobierno sionista de Netanyahu, en su ansia de venganza y de extermino de
quienes considera “animales humanos”, según declarara el ministro de Defensa de
Israel, Yoav Gallant.
Jesús
y sus padres no encontraron albergue en Belén. Tuvieron que alojarse en un
pesebre. Igual que ellos, las familias palestinas fueran sumariamente
expulsadas de sus hogares para dejarles espacio a los colonos sionistas, que no
reconocen el derecho de la nación palestina a crear un Estado legítimo. Desplazados,
esos millares de familias se vieron confinados en los estrechos límites de Gaza
y Cisjordania, controlados por tropas israelíes como si fueran subhumanas,
sobreviviendo en condiciones de un campo de concentración a cielo abierto.
Jesús nace hoy sin que los magos vengan a hacerle presentes de oro, incienso y mirra. Lo que le han regalado ahora son 12 mil toneladas de bombas desde el 7 de octubre (33 toneladas de explosivos por kilómetro cuadrado), lo que equivale a una bomba atómica.
No
hay coro de ángeles ni cánticos de gloria a Dios, sino el sonido estridente de
las sirenas de alarma y el silbido aterrorizador de los proyectiles disparados
por los cañones mortíferos de los tanques Merkava.
Jesús
nació bajo el sello de la discriminación por ser palestino, por ser un hijo
bastardo de una pareja nazarena (tanto es así que José quiso abandonar a María
cuando supo que estaba embarazada), por ser un sin techo, porque su familia
ocupó la tierra de una finca en Belén, porque lo consideraron blasfemo y usurpador
del título de Hijo de Dios.
Una
vez más Jesús es rechazado en su propia tierra. Si a sus coterráneos les
impiden crear su Estado, cualquier acción de autodefensa que emprendan será
calificada de “terrorista”. Un calificativo que los grandes medios de
comunicación nunca emplearon cuando Menachem Begin, el 22 de julio de 1946,
voló por los aires el Hotel King David en Jerusalén y mató a 91 personas. Ni
cuando más de 200 mil personas, todas inocentes, fueron cruelmente asesinadas
en el mayor atentado terrorista de todos los tiempos: las bombas atómicas
lanzadas por el gobierno de los Estados Unidos sobre las poblaciones civiles de
Hiroshima y Nagasaki.
Sí,
Hamas transgredió las normas de la “guerra justa” al secuestrar a más de 200
personas, la mayoría civiles. Pero, ¿quién protesta ante las “detenciones
administrativas” realizadas por el gobierno de Israel, que mantiene en prisión
a cerca de 5 mil personas sin acusaciones formales?
Jesús
nace en Gaza y ahora ya no pueden matarlo, porque resucitará en cada niño, en
cada joven, en cada ciudadano palestino consciente de que la tierra de las
viñas y los olivos guarda en su suelo las cenizas de sus más antiguos
ancestros.