Ayer
se cumplieron 89 años de la proclamación de la República Española, no tiene una
relevancia especial el hecho de este aniversario. Lo que hace especial este día
es el hecho de estar en casa confinado, privilegiadamente encerrado, rodeado de
estadísticas de muerte y enfermedad. Eso ha hecho que este aniversario sea
especial y digno de celebrarse, intelectualmente hablando, como contrapunto al
duelo abierto que nos rodea. Celebrar la vida también es lucha y resistencia,
porque solo desde la vida podemos combatir en tantas causas en las que
militamos en pos de los Derechos Humanos, de la Verdad, la Justicia y la
Reparación.
Soy
un gran amante del género audiovisual donde la distopía es el marco de la
acción pero no me imaginé viviéndola por culpa de un virus, en pleno primer
mundo, o eso dicen, y aún menos que sería normalizada a tanta velocidad.
Siempre pensé que esos escenarios se darían en esta sociedad salvajemente
capitalista, neoliberal o como gustéis etiquetar, gracias a la desigualdad, la
explotación desalmada de personas y de nuestros entornos y a la rebelión de los
invisibles por pura supervivencia, aunque quizá debería haber supuesto que eso
sería más fantástico todavía que el cine. Revoluciones triunfadoras para
derrocar injusticias son utopías.
El
sistema ya ha comprobado que ante crisis de todo tipo nos mantenemos como
gallinas ante una raya pintada en el suelo. Y verdaderamente es triste como
hemos asumido el falso argumento de seguridad por libertad y como hemos
comprado que es incompatible ser libre y estar seguro. Se ha asumido que
seguridad es el ejército paseándose por nuestras calles haciendo sonar el himno
del Reino de España, publirreportajes de desinfecciones y montajes de
hospitales que ha realizado la clase trabajadora de siempre, señores con el
medallero diciéndonos lo buenos soldados que somos comandados por el número
uno, Felipe, caudillo de esta guerra que nos han vendido.
El
monarca siempre en prime time y en cabeza para el blanqueamiento de su figura y
del dinero sucio que heredará de su corrupto padre. Y sin investigaciones
parlamentarias porque dicen que ahora no tocan. Que no nos engañen, ya sabemos
que no tocan nunca, gobierne quien gobierne el rey se defiende, como cabeza
visible de otra herencia militar y corrupta llamada Régimen del 78. Y que no
nos vengan ahora con la segunda parte de los funestos Pactos de la Moncloa,
padres de impunidades, para perpetuar ad eternum el “atado y bien atado”, bajo
la bandera de una unidad que desune y que nos dirán ser de todos los
demócratas. Una unidad que ni tan siquiera es jacobina porque aquí no hubo
revolución, ni guillotina, aquí siguen mangoneando los mismos de siempre entre
incienso, latifundio, monopolio, privilegio y ¡Viva España!. Receta única de
recentralización para todos los males del estado.
Seguridad
es tener hospitales y servicios sanitarios bien equipados, suficientes
profesionales bien remunerados, previsión y todo ello público, universal,
gratuito y de calidad.
Seguridad
es una administración responsable, solvente, que sepa dar indicaciones claras,
tomando decisiones por el bien común al margen de las presiones del Sistema,
sanguijuela de la especulación y carroñero de la desgracia ajena.
Seguridad
es dotar a la población de elementos como guantes, mascarillas, alcohol,
seguridad es hacer los tests a todo el mundo para evitar contagios gratuitos de
tan alto coste.
Seguridad
es tener unas residencias de la tercera edad, que jamás deberían estar al
servicio del beneficio de constructoras y aseguradoras, sino que deberían ser
un bien público para proteger a quienes con su sacrificio contribuyeron a que
hayamos disfrutado del tan cacareado estado del bienestar, por desgracia en
continua descomposición.
Seguridad
es que ninguna persona sea ilegal y que tengan los mismos derechos que el resto
de la ciudadanía, que el racismo no tenga cabida en nuestra sociedad.
Seguridad
es que los sectores que se han demostrado mucho más esenciales de lo que en
nuestra ceguera colectiva y elitista pensábamos, tengan unas condiciones dignas
de trabajo y sean bien retribuidos.
Seguridad
es tener buenos medios de transporte público y no tener que viajar hacinado.
Seguridad
es proteger y ofrecer recursos públicos a quien no va a vivir un confinamiento
con Netflix, la nevera llena, sin problemas de salud física o mental, con
familias que le hagan de colchón emocional y que no sean la cama de un faquir,
con un techo y un salario garantizado.
Seguridad
es aplicar la ley sin creerse protagonista de un western porque el servicio
público no es agredir gratuitamente a quien te paga el sueldo, ni llevar flores
a santos y santas, ni ser el Kevin Costner de curas medievales exorcizando la
Peste.
Seguridad
es que a los mecenas idolatrados en vez de cantarles el cumpleaños feliz se les
exija que paguen sus impuestos para que quien no pueda pagarlos disponga de
ayudas para seguir adelante.
Seguridad
es tejer redes de solidaridad y ayuda en comunidades, vecindarios, pueblos y
ciudades para superar lo que estamos viviendo y lo que vendrá, si salimos del
confinamiento de manera irresponsable y alegremente.
Este
concepto de seguridad tendría que formar parte de nuestra cultura y la cultura
tendría que ser un bien a proteger, no a desdeñar. Nuestro dinero no tiene que
servir en ningún caso para pagar cifras millonarias a medios privados de
desinformación, que solo sirven a su propio propósito porque son sistema.
Seguridad
es respetar a tus vecinas y vecinos de primera y segunda residencia (quien la
tenga y no haya tenido la decencia de quedarse en la primera), cumpliendo en la
medida de tus posibilidades las indicaciones para protegernos de esta pandemia,
que dicen los expertos que no será la última que vendrá a visitarnos sin
avisar. Solo espero que entonces no haya excusa posible para no hacer las cosas
bien.
Seguridad
no es respeto inducido por los uniformes, es respeto generoso a las personas
que nos rodean en un feedback que seguro será muy gratificante.
No
compremos que se deben adoptar las parafernalias de la derecha y la extrema
derecha para contentar a sus votantes y a ciertos estamentos, porque estos
nunca van a aprobar la gestión de los que apodan rojos (aunque no lleguen ni a
color teja), como buenos enemigos. Que no nos digan que es para que no se
apropien de símbolos y colectivos que forman parte del estado porque lo que se
consigue es que los que se identifican con éstos acaben votando a la
ultraderecha por sobredosis de ardor nacional. Que no nos vendan que si no le
dan cancha al ejército este va a ser más franquista de lo que es, mientras no
se atreven a airear los cuarteles para eliminar ese olor a dictadura. Que no
insinúen que hay que salvar la economía, patronal y banca, antes que a quienes
la sustentamos. Porque la pregunta que se impone es para qué se vota a opciones
que se autodenominan de izquierdas si con sus posturas inclinan la balanza
hacia la derecha para contentar a la mano que mece la masa. Mi voto será para
la mujer del César, que no solo debe ser honrada sino que debe parecerlo,
porque ética y estética deben ir de la mano en estos tiempos tan peligrosos de
campos embarrados de mentira y de cálculos políticos.
No
debemos ser dóciles ovejas sin capacidad de realizar nuestros propios análisis,
atrapados en la tela de las redes sociales, sin criterio y maleables por unos y
por otros, difundiendo a diestro y siniestro lo que llega a nuestro móvil. No
somos una masa informe y debemos ser una sociedad bien informada, porque verdad
es libertad y esta no se canjea por nada. Nos va en ello la vida, esa que tanto
amamos para seguir siempre de pie luchando por la justicia social.
Es
abril, es tiempo de repúblicas.