Que
vaya por delante mi respeto atento y preciso a las personas que creen cosas,
las que sean, y las defienden sin imponerlas, o que sencillamente las creen y
se las guardan para ellas. En el ámbito religioso quiero dejar claro que
defiendo desde hace años un espacio público libre de mezclas entre el mundo
institucional y el religioso, porque creo que todo el mundo puede pensar en los
milagros y fantasías diversas que quiera y le apetezcan, pero a la vez quienes
se consideran representantes institucionales no tienen que tener nada que ver a
nivel público con ninguna religión en concreto. Mucho menos, todavía, las
fuerzas armadas o los militares.
Podría
recurrir a mi postura ideológica o a mi sentimiento profundo, que también tengo
porque soy humano - a pesar de que no lo impongo a nadie -, para justificar las
palabras que hoy me pasan por la cabeza para hablar y calificar este esperpento
de la Semana Santa en este estado que se llama España y se califica de español.
Pero no lo haré porque no hace falta.
La
visión de cuatro ministros del Gobierno del PP (Cospedal, Catalá, Méndez de
Vigo y Zoido) cantando «Soy el novio de la muerte» me parecen tan contundente y
definitoria como las banderas a medio asta para recordar la muerte de
Jesucristo.
Les
gusta cantar himnos fascistas como “El novio de la muerte” a la pandilla del
partido de la Gürtel, allí estaban rindiendo honores esta Semana Santa a La
Legión y a su Cristo de la Buena Muerte, todo va de muerte entre esta gentuza,
la ministra de defensa y otros conspicuos menesteres para beneficio ilícito de
su ínclito marido la tal Cospedal, junto a otros pendencieros ministruchos como
Zoido, De Vigo y Catalá, cuyo mayor entretenimiento es perseguir o meter en la
cárcel a personas honradas que defienden el derecho a decidir de su pueblo en
Catalunya, a raperos que cantan la verdad y la justicia, mientras dejan en la
puta calle a los miles de ladrones y delincuentes de su partido.
Hasta
el mamporrero ex de Fuerza Nueva, Rafael Hernando, salió de su caverna para
afirmar que él también lo canta y se pone a mil con la misma canción del Fascio
español.
Pienso
que si yo fuera católico o cristiano me dolería mucho ver a esta pandilla de
criminales ensuciando un momento como el que supongo que es la Semana Santa
para quien se la cree de verdad, que no soy yo ni la mayoría de quienes lucen
túnica o cirio estos días por las calles de este país.
Pienso
que si yo creyera en este Dios o en cualquier otro me daría asco ver a los
legionarios haciendo el tonto en procesiones que supuestamente son de
recogimiento y de estar con uno mismo, al menos en el caso de quienes
creen que el muerto y torturado aquel era hijo de Dios.
Pienso
que si yo creyera en la resurrección de los muertos me moriría de vergüenza de
ver como en una celebración de la regeneración anual se produce una exposición
de caspa casposa y de militarismo exacerbado en plazas y calles.
Y
a pesar de no ser cristiano, a pesar de no creer en ningún Dios y a pesar de no
creer en la resurrección de los muertos me jode y mucho que un estado como este
que nos ocupa se produzca una asquerosa muestra de los elementos más patéticos
del dominio de la Iglesia sobre la vida pública de una sociedad, hasta el punto
de no poder distinguir demasiado entre militares, curas, políticos, creyentes y
cristos crucificados. Hasta el punto que algunos católicos ultras pidan respeto
cuando alguien, como yo, pone en entredicho que esto que hacen sea mínimamente
cuerdo. Cómo si las personas que no tenemos Dios ni ganas no tuviéramos
derechos o no mereciéramos respeto, al menos tanto como los que adoran trozos
de madera pintados o los que no adoran imágenes sino palabras de libros que en
muchos casos no tienen ni siquiera derecho a interpretar literariamente.
Ninguna
«tradición» puede justificar esta no separación clara y rotunda del mundo religioso
del mundo civil, y aquí hay que diferenciar entre la religiosidad de las
personas y el intento de dominio religioso de la Iglesia por encima el resto
del mundo. Ninguna «antigua historia», por muy arraigada que esté, puede
convertir los cuentos para niños desvelados que son los evangelios en
obligación, ni su representación iconográfica en dueña del espacio de todo el
mundo. Ninguna fe particular podemos permitir que se convierta en «pública» o
colectiva y a la vez reciba privilegios absolutos y sea pagada con dinero de
todas y todos. Ninguna superstición de adultos podemos dejar que se convierta
en dogma escolar ni que forme parte de currículums escolares. Ninguna mentira
sobre supuestos alucinajes milagrosos podemos permitir que se convierta en doctrina
de fe, ni aquí ni en ninguna parte. Y ningún privilegiado podemos dejar que nos
pida consideración cuando es incapaz de reconocer las privilegios con que vive
y tiene.
En
todo caso, que crea quién quiera pero que nadie incordie demasiado y mucho menos
nos obligue, al resto, a aguantar públicamente sus vicios o incluso a pagarlos.
Y no, no soy «novio de la
muerte» ni creo que lo tenga que ser nadie. Y sí, soy ateo pero no espero que
lo sea nadie… que no lo quiera ser por voluntad propia y libre determinación.
Pero tranquilos que no pondré nunca ninguna multa a quien se cague en el
ateísmo o pase por medio de una procesión cualquiera de las que hagamos quienes
no creemos en nadie más que en las personas