viernes, 7 de enero de 2022

SRA. AYUSO, ¿SABE VD. QUIEN VACÍA LA ”ESPAÑA VACIADA" (Parte II)

             

  Hay un ejemplo paradigmático que ilustra como pocos el conflicto invisible entre el centro y la periferia. En una de las últimas Cumbres Hispano-Portuguesas, el gobierno portugués anunció al español su intención de desarrollar su línea de alta velocidad en el eje norte-sur hasta Vigo. Esto puede parecer razonable geográficamente pero los representantes españoles pretendían que Lisboa se comunicase solo con Madrid y no daban crédito a la insolencia y a la imbecilidad de esos portugueses queriendo unir con alta velocidad Braga, Porto y el resto de sus ciudades de mierda. El tono de la discusión fue tan airado que en las semanas siguientes incluso la Ministra portuguesa de Transportes llegó a denunciar públicamente que el gobierno español había tratado de imponer esta solución por medio de amenazas. En este caso hubo un segundo damnificado: la comunidad de Extremadura, que, a lo que se ve, no tiene entidad por ella misma para optar a la alta velocidad si no es de rebote.

En el panorama político varias fuerzas políticas de los nacionalismos periféricos se definen como “soberanistas”. Para la mayoría de la población este término es confuso, parte de la cháchara nacionalista.

Lección primera: ¿Qué es la soberanía? La capacidad que tiene el gobierno portugués de que no le impongan pagar por infraestructuras que no necesita y que solo benefician a otros. Por cierto, ese año el BNG votó NO a los presupuestos españoles. Entre otras razones, porque se rechazaba una enmienda para destinar una cantidad irrisoria a los estudios preliminares de esa conexión ferroviaria de alta velocidad entre Galicia y Portugal. Si una infraestructura no pasa por Madrid, entonces se identifica como su rival y se relega.

Lección segunda: ¿Cómo hacer valer tu soberanía? Siendo una fuerza política con peso para pelear la defensa de los intereses de tu territorio. Porque una de las consecuencias de esta emergencia de fuerzas de la llamada España vaciada es que, de algún modo, suponen una reivindicación o justificación de los nacionalismos periféricos. Es decir, en la actual configuración territorial de España en la que el resto se supedita a los intereses de Madrid, ¡cómo será de necesaria la defensa de los intereses particulares si hasta los territorios sin sentimiento nacional ni lengua propia consideran vital articular sus propias vías de representación!

         Precisamente, para luchar contra el contrapeso nacionalista, se ha diseñado un complejísimo sistema de engaño y ocultación que genera incesantemente el complejo mediático madrileño según el cual únicamente lo capitalino se asimila a “lo nacional”. Así, poco importa que periódicos como La Razón apenas vendan un triste ejemplar en el resto de España, pues, por un extraño sortilegio, son igualmente considerados “prensa nacional”. Lo mismo ocurre con las televisiones, todas con sede en Madrid y que sobreponderan sus noticias hasta extremos esperpénticos. A la tormenta Filomena solo le faltó un canal temático 24 horas.

La prensa “nacional”, en un ejercicio escandaloso de cinismo y “doblepensar” es la encargada de estar prendiendo permanentemente la hoguera de los presuntos agravios que sufren “los españoles” por parte de esos egoístas nacionalistas que todo lo quieren.

En Madrid están aproximadamente 20 de los 30 museos nacionales o adscritos a los ministerios. Cada comunidad autónoma paga el mantenimiento de sus propios museos, excepto Madrid, cuyos gastos los sufragan todos los españoles (dos veces, con la entrada y con sus impuestos). Los gastos se reparten pero los beneficios se quedan en la capital. Solo las tres pinacotecas atraen a 7 millones de visitantes y se calcula que El Prado deja casi mil millones de euros a… ¿a quién? A un curioso eufemismo: a “la economía española”. La misma “economía española” donde se crean los 170.000 empleos (cinco veces la población ocupada de Soria) que se estima que generó la ampliación de la T4.

RTVE destina unos 3.000 millones a salarios y otro tanto a compra de material que, en su enorme mayoría, recaen en profesionales o empresas residentes en Madrid. Y así podríamos continuar con la infinita lista de organismos, ministerios, centros de investigación, etc, que pagan todos los demás pero que solo benefician económicamente al lugar donde tienen su sede. Porque “Madrid es España y España es Madrid”. No es extraño que se aferren a ellos con uñas y dientes y que la sola mención de que, por ejemplo, La Dama de Elche visite la ciudad que le da nombre durante apenas unas semanas, despierte una bronca feroz. Las obras inmortales de El Prado o el Thyssen pueden visitar París o Londres, pero exponerlas en Albacete se considera un desdoro y una degradación.

El encubrimiento es una constante. Madrid es kilómetro 0 de todas las infraestructuras pero su nombre está siempre oculto y así transitamos por la autovía de Extremadura, las “autovías gallegas” o el AVE a Sevilla. Mientras Madrid acumula líneas en todas las direcciones es a los demás territorios a los que se trata de presentar como favorecidos y a los que se les imputa el gasto. El último en unirse a la fiesta de disfraces es el “AVE gallego”, que aunque ignora a Lugo, pareciera discurrir únicamente por las cuatro provincias y que los gallegos pudieran ir dando vueltas como en el tren de la bruja. Ocurre igualmente cuando el Gobierno anuncia inversiones millonarias para mejora de “la red de cercanías española”. ¿De qué red se está hablando? ¿Tiene Burgos red de cercanías? ¿La tiene A Coruña? Evidentemente, cuando dicen “española” casi siempre quieren decir “madrileña”

            

       Para que este sistema de ocultación funcione con tanto éxito se necesita también enfrentar al resto de territorios entre sí. Y pocas expresiones son más desafortunadas que el “España nos roba” que repiten algunos ámbitos nacionalistas. Lo cierto es que España no solo no roba a nadie sino que es la robada. Toda entera en su conjunto y los nacionalismos periféricos quizá deberían ver al resto de esa España vaciada, robada, esclavizada, como víctima de las mismas agresiones seculares que ellos padecen. Por el contrario, la brigada mediática centralista se frota maliciosamente las manos cada vez que expresiones como esa enfrentan a los damnificados entre sí ocultando al verdadero responsable del expolio.

Pese a todo, pese a esa enorme posición de ventaja desde el punto de vista socio-económico, cultural, político, mediático… pese a competir contra los demás en una liga amañada en el que un equipo tiene más jugadores, sus tantos cuentan doble y los árbitros están comprados, pese a eso, todavía el PIB de Barcelona y su entorno era superior al de la capital hasta la llegada del Procés. Lo que demuestra, por cierto, que la despiadada represión que generó el Procés no fue solo ideológica sino que sirvió, números cantan, como excusa para el saqueo. Sin esas malas artes, Barcelona aún sería “la locomotora de España”. Salvo que esa expresión entonces no se utilizaba: la locomotora solo pita si sale de Atocha.

Esta inaudita incompetencia económica solo es explicable por la prevalencia en el tiempo de una clase dirigente madrileña, cortesana, incompetente, nepótica, corrupta, acostumbrada a que los beneficios le caigan del cielo, y que retrataba muy bien Anasagasti en un artículo en el que la calificaba como “palco del Bernabéu”.

        La existencia secular de esta clase dirigente convierte también a la mayoría de los madrileños en perjudicados de esta lógica imperial. Zamora tiene los mejores números de España en el informe PISA pero esos estudiosos vástagos no encontrarán acomodo en el mercado de trabajo de su provincia. Por su parte, los resultados de Madrid llevan décadas en caída libre. ¿Para qué invertir en educación pública si puedo absorber a los mejores estudiantes que forman los demás? Castilla y León funciona como criadero de los futuros profesionales madrileños pues, una vez que destruyes, desertizas y empobreces todos los territorios limítrofes te conviertes tú en el único lugar posible donde acceder a un futuro laboral. La despoblación, así, se retroalimenta generación tras generación. Y lo extraño no es que la España vaciada se vacíe, lo extraño es que aún quede alguien.

Lo mismo cabe decir de la sanidad pública madrileña que empeora cada año, el acceso a la vivienda y tantos otros factores que convertirían una ciudad en habitable: la clase dirigente no necesita de hospitales públicos, ya tiene sus clínicas. Y tiene sus colegios, y sus universidades y no le importa el valor del suelo porque, convertida Madrid en un paraíso fiscal para millonarios, estos pueden vivir donde les apetezca. El resto de los madrileños que se valga como pueda porque, o trabajas aquí, o no trabajas. Lo tomas o lo dejas.

Esto no es contradictorio con que muchos de esos ciudadanos sientan un legítimo y sano orgullo de pertenencia con su ciudad que juzgan hospitalaria y acogedora, de acuerdo con el mito que parece pensar que en los demás sitios a uno lo reciben a pedradas. Lo cierto es que decenios de construcción cultural por parte del entramado político mediático han naturalizado su hegemonía volviéndola invisible. Hasta el punto que incluso la izquierda madrileña comparte de algún modo esta visión y da la impresión de que todos tuviésemos que sentirnos concernidos por la pérdida de la alcaldía de Manuela Carmena o los vaivenes de Madrid Central.

Como si se tratase de una suerte de patriarcado territorial, Madrid no quiere verse reflejado en ese retrato que le devolvería su rostro deformado. Pero tampoco quieren hacerlo sus víctimas, que son renuentes a reconocerse como colonias de una metrópoli tiránica. ¿Cómo hacerlo si sobre esto pesa un estruendoso pacto de silencio? Las editoriales madrileñas, el mundo universitario, la crítica literaria es completamente refractaria a publicar cualquier investigación que rompa el hechizo. Valga como ejemplo el excelente libro “Madrid es una isla”, donde el historiador Oscar Pazos hizo un riguroso y metódico análisis histórico sobre muchos de los temas que aquí trato y otros tantos más, que fue absoluta y premeditadamente ignorado en la capital. No me cabe duda de que este artículo, mucho más modesto, correrá idéntica suerte.

            No soy optimista con respecto al futuro de la España vaciada pese a este aparente renacer de su conciencia. Hay señales que invitan al pesimismo. La simpatía que despiertan en esos territorios fenómenos como el ayusismo o Vox, precisamente los más salvajes defensores de esa concepción neo-colonial, no invitan a augurar nada bueno. Y la falta de un análisis realista de su situación produce extraños efectos, como por ejemplo que cuando algunas de esas provincias deshabitadas y olvidadas reclaman su parte del pastel, exigen fundamentalmente más autovías a Madrid, más trenes a Madrid, en un gesto que equivale a abrir voluntariamente la ventana al vampiro.

Muy al contrario, su única posibilidad de supervivencia, si es que existe aún alguna, pasaría por analizar las causas de su abandono y desertización, bucear en la historia y en el presente para encontrar las relaciones causales que los han llevado a este estado ante-mortem. Y, quizá, en lugar de enfrentarse a los nacionalismos periféricos, cayendo en la trampa que tiende la brigada mediática madrileña, podrían tratar de extraer sus propias conclusiones analizando el trabajo crítico con que el nacionalismo lleva décadas tratando de levantar los velos que esconden la dominación.

Atreverse a verse como lo que son: las víctimas de siglos de extracción de sus mejores hijos, de sus creadores, de sus trabajadores, de sus ahorros, de sus materias primas. De todos sus recursos.

¿Quién vacía la España vaciada? Habitantes supervivientes de ese páramo cada vez más yermo, atrévanse a decir en voz alta y sin miedo el nombre de ese oculto poder perverso que les sangra. Porque incluso el más siniestro puede ser conjurado. Como con otras fuerzas del mal, basta pronunciarlo tres veces para que se aparezca de entre las sombras:

¡Madrid! ¡Madrid! ¡Madrid!