La derechona española está de fiesta. Por fin le llegan buenas noticias de Cuba. El 11 de julio pasado se registraron las mayores protestas callejeras contra el Gobierno en un cuarto de siglo.
Ya que las
noticias que llegan de Venezuela no le dan muchas alegrías a la derechona y
ultraderechona, y Juan Guaidó, su esperpéntico 'presidente encargado', ya cada
vez representa menos a la oposición a Nicolás Maduro, hacía falta que algún
otro frente externo tomara el testigo para poder atacar al gobierno de
coalición. Máxime cuando no siquiera está Pablo Iglesias en el Gobierno para
atacarlo de forma furibunda día sí y día también. El talante de Yolanda Díaz
los desconcierta y les cuesta más atacarla.
¡Y qué mejor
que hablar de Cuba! Hacía mucho tiempo que no daba nada de juego, al contrario,
era preferible que no saliera nada en los medios de comunicación. Y es que de
Cuba llegaban tan malas noticias como aquella que daba cuenta de que decenas de
brigadas de médicos cubanos habían acudido, a pedido de gobiernos de países de
los cinco continentes, para ayudar a combatir la pandemia de la covid-19, como
tantas veces lo hicieron ante terremotos y otras catástrofes naturales en
cualquier parte del mundo.
Y otra mala noticia para PP, Vox y Ciudadanos, para Aznar, González y compañía, peor aún: Cuba es uno de los países de toda América con menor incidencia de la pandemia, aunque haya aumentado últimamente. Las cifras no mienten, lo reconocen la ONU y la OMS.
Y ya el colmo
de los colmos de las malas noticias: Cuba es el primer país de toda América
Latina y el Caribe -y de buena parte del planeta- que está produciendo sus
propias vacunas contra la covid-19; tiene vacunada ya al menos con una dosis a
casi ocho millones de sus ciudadanas y ciudadanos -de un total de once
millones- y entre ellos dos millones tienen la dosis completa.
Por eso,
después de tantas malas noticias las protestas callejeras del 11 de julio
fueron un balón de oxígeno para nuestra derechona nazional.
El trifachito
está preocupadísimo porque los cubanos tengan que hacer colas y colas en
tiendas y supermercados para poder comprar los productos básicos de la canasta
familiar, o para comprar medicamentos en las farmacias.
¡Con lo fácil
que es llenar hasta el tope los carritos de los súper en España para cualquier
familia! Bueno, reconocen que para cualquiera no, vale, que según el Instituto
Nacional de Estadística incluso una potencia como España tiene una bolsa
enquistada de pobreza desde hace años, agravada por la crisis financiera de
2008 y agudizada aún más por la pandemia, que a fines de 2020 ya había puesto a
un 26.4% de la población española en riesgo de pobreza o exclusión social
(menos de 24€ de ingresos diarios) y había subido al 7% el índice de pobreza
severa.
Pero bueno,
que diría el trifachito, "son solo unos milloncejos de personas, que
seguro ni siquiera nos votan".
El caso de
Colombia es distinto, seguramente pensarán. Para ellos esas docenas y docenas
de miles de personas que desde hace meses se juegan literalmente la vida en la
calle -ya hay más de 70 muertos, numerosos desaparecidos y heridos- y que hacen
paros nacionales para protestar por la desigualdad social y la represión del
Gobierno de Iván Duque, son todas comunistas, terroristas.
Duque, como su
mentor, Álvaro Uribe, son demócratas, ellos sí, a los que 'injustamente' desde
hace años se los acusa de gravísimos casos de corrupción, narcotráfico,
connivencia con los paramilitares derechistas y guerra sucia con miles de
muertos. Todo falso, nos dirán, falsas acusaciones de los terroristas.
Lo mismo le
pasa a otro gran demócrata, a Sebastián Piñera, al que también obreros,
estudiantes y gentes del pueblo chileno, todos ellos terroristas también, por
supuesto, vienen protestando contra el salvaje modelo neoliberal, contra la
profunda desigualdad social, contra los muchos flecos que quedan del
pinochetismo.
Y otro tanto
le pasa al bueno de Jair Bolsonaro, cientos de miles de agitadores en la calle
en su contra, día tras día, protestando, ellos también, contra la gran
desigualdad social y la injusticia, pero también porque la gestión suicida de
la pandemia ha hecho que el número de muertos supere ya el medio millón de
personas.Y podríamos seguir. La solución no pasa por cortar Internet ni por
acallar a los críticos por la fuerza.
Las imágenes
que llegaron de Cuba demostraron una brutalidad inigualable, nos dicen. Puede
que haya habido excesos, sin comparación posible con los casos que mencionamos
pero sí, seguramente que los hubo. De la misma forma que hubo una reacción
gubernamental visceral, apresurada, llamando al 'combate' a los
'revolucionarios', como si de una invasión se tratara, como si ninguno de esos
miles de personas fueran revolucionarios.
¿El solo hecho
de protestar, de disentir, hace a todos contrarrevolucionarios? "Hay otros
canales", dice el Gobierno. ¿Sí, realmente, los hay?, ¿Qué plataforma
tienen los ciudadanos y ciudadanas de a pie para hacer sentir su voz?
No todas las
protestas fueron iguales, hubo protestas pacíficas y legítimas pero hubo otras
en la que se evidenció la existencia de elementos interesados en iniciar una
situación de caos, algo previsible.
En algunas de
ellas, según muestran los vídeos y fotos, se ensañaron con coches policiales y
sedes gubernamentales antes de que se desatara la represión policial, por lo
que está claro que hubo un plan deliberado. En alguna otra se llegó a arrasar
una sala de pediatría.
Una vez más la
manipulación de imágenes contribuye a desinformar sobre lo que realmente está
pasando. No sucede solo con Cuba, el 'boom' de las redes sociales facilita
ahora enormemente la intoxicación mediática.
Pero no todas
las imágenes fueron fakes news, represión la hubo, y el hecho de que el propio
presidente llamara al "combate", que dijera que "la calle es de
los revolucionarios" produjo el resultado esperado, que muchos civiles
acudieran al llamado y salieran a enfrentar a otros civiles como ellos, una
imagen lamentable.
Denunciar la
utilización que la derecha y ultraderecha española, el exilio de Miami y de
otros países pretende hacer de las protestas del 11 de julio, que llegan a
situaciones tan burdas y grotestas como las del alcalde de Madrid pidiendo la
intervención de EE UU en la isla, no puede llevar a justificar la reacción del
Gobierno cubano.
Cuba vuelve a
pasar por una crisis económica aguda, Trump endureció brutalmente el bloqueo
que ya lleva sesenta años; el bloqueo a Venezuela afectó también duramente al
suministro de petróleo a la isla y a la importante alianza comercial entre los
dos países, y la pandemia, que ha provocado crisis en todo el mundo, acabó con
el noventa por ciento de los ingresos por turismo.
El Gobierno
sabía que ese cóctel era explosivo, que a ello se sumaba la nueva ola de
apagones en el suministro eléctrico, la falta de muchos medicamentos básicos,
no solo los importados sino muchos incluso de los producidos en la isla por
BioCubaFarma, y por la desordenada aplicación de la Tarea Ordenamiento.
Ante un
escenario como ese mucha gente termina por desesperarse y al final estalla por
más defensora de la revolución que sea. El pueblo conoce el origen de los
problemas pero también sabe que la lentitud de las reformas y cambios ya
anunciados hace años por Raúl Castro y luego por Díaz Canel son desesperantes.
Sabe que Cuba
sigue teniendo gran cantidad de tierras sin cultivar, pero que la tan prometida
soberanía alimentaria no llega y que se sigue importando un altísimo porcentaje
de los productos básicos para la canasta familiar y no se resuelve el problema
crónico de la distribución.
Las familias
que reciben divisas de familiares en el extranjero y aquellos que trabajan en
sectores ligados al turismo y también acceden a divisas, han creado de hecho un
nuevo sector social que provoca divisiones y malestar en la población.
El pueblo
tiene también derecho a pedir explicaciones por la gestión de tantas empresas
públicas que resultan deficitarias año tras año. La lentitud de los cambios,
cuando no directamente el inmovilismo burocrático, exaspera sin duda a una
población agotada.
Gran parte de
la población actual de Cuba nació después del fin de la Guerra Fría; tienen
necesidad y derecho a disentir de tal o cual política, a expresarse libremente
en foros públicos y en medios de comunicación, a agruparse en defensa de
intereses compartidos concretos. Es una sociedad madura.
Desde hace
sesenta años Estados Unidos busca cualquier intersticio en el sistema que le
permita fomentar en la isla el culto a las recetas neoliberales. Es cierto,
durante muchos años lo hizo con métodos violentos y luego pasó a otros más
sutiles, a través de fundaciones y ONG que financian grupos de la oposición,
medios digitales, blogueros.
El Estado
cubano lo sabe e intenta constantemente evitarlo y en ese afán de defensa de la
revolución y de sus logros etiqueta y censura rápidamente cualquier atisbo de
crítica, incluso de sectores de indiscutible espíritu revolucionario. La
pluralidad de opiniones se ve con desconfianza, no se tienden puentes de
diálogo que conseguirían distención y quitarían argumentos a los verdaderos
enemigos.
Cualquier
disidencia es vista como parte del plan imperialista, o que puede terminar
siendo utilizada por él, y se corta abrupta, autoritariamente, el grifo de
Internet -una herramienta tan elogiada por Fidel- para evitar el efecto
contagio.
Si se
denuncian los planes imperialistas pero al mismo tiempo se critica la gestión
de la crisis o aspectos concretos de la política gubernamental, rápidamente se
utiliza la fácil calificación de "equidistancia inadmisible". Todo
debe ser blanco o negro, campo revolucionario o campo imperialista, un
socorrido recurso contra el pensamiento crítico para justificar el inmovilismo
y el pensamiento único que tan nefastas consecuencias tuvo en el pasado en
regímenes estalinistas.
Sí, hay un
peligro real que cualquier apertura mal planificada sirva para que de un día
para otro fluya el dinero para crear un periódico poderoso, una radio o una
televisión intentando manipular con
promesas de un futuro de abundancia y libertad ilimitada a una población
asfixiada.
Con esa misma
rapidez de la nada surgirían todos los medios financieros, técnicos y
asesoramientos necesarios para crear un partido político alternativo al PC
gubernamental, con el objetivo último de desmontar pieza a pieza toda la
estructura y logros del socialismo cubano, para abogar por un modelo
capitalista, neoliberal, privatizador y dependiente política, económica y
militarmente de Estados Unidos, como lo era antes del triunfo revolucionario de
1959.
La encrucijada
es muy compleja pero el Estado cubano tendrá que mover ficha para hacer un
cambio controlado pero profundo y rápido, para actualizar, renovar el proyecto
de país y recuperar la ilusión perdida de buena parte de la población, pero
para ello es imprescindible hacerla partícipe activa de ese cambio.
Ante ese
escenario, desde el exterior la izquierda ni puede limitarse a aplaudir al
Gobierno cubano y denunciar también maniqueamente a todos los manifestantes del
11 de julio o a todos los artistas e intelectuales del Movimiento San Isidro y
del 27N por igual como "contrarrevolucionarios", "delincuentes" o "revolucionarios
confundidos", pero tampoco puede proclamar recetas fáciles para Cuba.
En nada
contribuye al proceso revolucionario reclamar genéricamente libertad de
expresión y libertad total para formar partidos políticos como en cualquier
país normal, porque Cuba no es un país normal. Es el único país del mundo que
sufre un brutal bloqueo desde hace sesenta años, lo que le impide una actividad
comercial, financiera y política normal.
Es el único
país socialista que subsiste después de la atomización de la URSS y los países
de la Europa del Este a inicios de la década de los '90. Para Cuba no ha
llegado todavía el fin de la Guerra Fría. Cuba no es un país normal y no porque
no lo quiera ser.
Esa isla
rebelde, soberana y altiva, tiene la desgracia de estar situada a tan solo 90
millas del imperio que la oprime, el imperio que desde fines del siglo XIX
comenzó su política injerencista contra ella y que no cesa hasta el día hoy.
Desde hace más
de un siglo EEUU impuso en territorio cubano, en la provincia de Guantánamo,
una ilegal base naval donde desde 2002 mantiene una cárcel laboratorio, un
verdadero campo de concentración donde ha experimentado con total impunidad
legal y política los más sofisticados sistemas de tortura física y psicológica
con más de ochocientos detenidos de cuarenta nacionalidades.
Toda la
comunidad internacional lo sabe y buena parte de ella ha sido cómplice activa o
pasivamente de que al amparo de la Guerra contra el Terror existiera ese
'gulag' caribeño.
Cuba no es un
país normal y no le sirven recetas fáciles pero parece indudable que son los
propios cubanos quienes deben acometer, de forma gradual, planificada y
colectiva una revolución dentro de la Revolución.