jueves, 30 de junio de 2022

LA MATANZA DE MELILLA VISTA DE OTRA FORMA

 


El gobierno español reitera en esta semana que agradece “la colaboración en la defensa de nuestras fronteras a las autoridades marroquíes”, después de la muerte de 37 personas al intentar cruzar la valla de Melilla. Mientras tanto, Marruecos está intentando ocultar los restos de la matanza. Las autoridades del reino alauita han ordenado la excavación de al menos 21 fosas comunes para enterrar, con celeridad, sin identificación ni autopsia previa, a los fallecidos. El Ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, sólo responde a las preguntas de los periodistas sobre este último extremo, indicando que “la Fiscalía de Marruecos ha abierto una investigación”.

Las muertes de migrantes en la frontera sur de la Unión Europea no son una novedad. La realización de una simple infracción administrativa (traspasar la frontera por un lugar no autorizado) puede convertirse en una sentencia de muerte de facto, si lo hace una persona pobre, negra y hambrienta. La Europa orgullosa de su flamante civilización liberal y de sus cartas de Derechos Humanos no parece inmutarse cuando la sangre que corre lo hace al otro lado de la valla que la separa de la miseria.

Pero no olvidemos que, en gran medida, esa miseria brutal e incontestable la ha provocado, y la sigue provocando, la propia Europa. Quizás la xenofobia o el complejo de superioridad tribal no sean inventos europeos (está por demostrar, en todo caso), pero el racismo sí lo es. Desde Frantz Fanon a Silvia Federici, muchos pensadores han avisado ya de que la diferenciación entre razas (y la consiguiente deshumanización de los negros y negras) es un producto histórico específico del proceso de colonización europeo de América, que tiene una importancia central en la génesis del modo de producción capitalista.

La antigüedad grecolatina no exudaba racismo, aunque tuviera otros vicios. Los textos de romanos y griegos casi nunca mencionan la raza de los personajes de que hablan y, cuando lo hacen, el color de la piel no viene acompañado de marcadores culturales que indiquen inferioridad o superioridad. La raza se vuelve definitoria (y marca la humanidad, o no, de los negros) con la expansión portuguesa y española tras las bulas papales que permiten a las naciones ibéricas repartirse el mundo, en el siglo XVI.

Quienes colonizan América tienen problemas para mantener la productividad de las encomiendas, ante la “pobre resistencia” de los indígenas frente a las enfermedades importadas de Europa y las constantes violencias. En pocos años, el Caribe queda prácticamente despoblado de taínos y otros pueblos originarios. Esto impulsa el debate sobre la humanidad de los indígenas, que dará lugar a los discursos de prohombres que prefiguran el futuro concepto de los Derechos Humanos, como Bartolomé de las Casas y Francisco de Vitoria. Pero también provoca una convulsiva oleada de capturas de esclavos en África, que son enviados a las plantaciones americanas en terroríficos viajes, y encadenados a un sistema que necesita de su cosificación para operar en toda su crudeza.

El racismo nace donde los intereses materiales de los dueños de las plantaciones se funden con el discurso de los eclesiásticos, intelectuales del momento, que no pueden negar la humanidad de los pueblos originarios de América porque la bula papal que da derecho de posesión del territorio a la monarquía española está condicionada a su evangelización. Bartolomé de las Casas, “el abogado de los Indios”, precursor indubitable de las doctrinas de los Derechos Humanos, anima sin embargo a llevar a América a esclavos negros para realizar los trabajos inhumanos que los indígenas, como cristianos que son tras su evangelización, no deben ser obligados a hacer. Desarrolla también la revolucionaria doctrina de la reparación por la esclavitud en las encomiendas que, pese a que hoy día se ha extendido como una reivindicación común de los pueblos colonizados, nace inicialmente circunscrita a los pueblos originarios americanos.

Las plantaciones de esclavos son un flujo de excedente, no reconocido, para la acumulación originaria que da lugar al nacimiento del modo de producción capitalista. El cercamiento de los bienes comunales en Europa, la liberación de la fuerza de trabajo de las obligaciones serviles y el éxodo de masas a las ciudades, impulsan el trabajo asalariado como una nueva forma de producir. Pero el rápido éxito de este proceso de mercantilización y acumulación del capital difícilmente hubiese podido ser tan enorme y omnicomprensivo sin el masivo flujo de excedente, producido por trabajo esclavo, que viene de las colonias. El proceso de difusión de las relaciones sociales capitalistas precisaba de las fábricas de hilado, y de la relación salarial que las articulaba, pero también de las plantaciones de algodón basadas en el trabajo deshumanizado de los negros en otros continentes.


La “acumulación por desposesión” de que habla David Harvey, corre paralela a la desposesión de su humanidad para negros y negras. El racismo se convierte en una forma de ver el mundo, un “sentido común” de la gente “civilizada”. Lo “infrahumano”, lo “subhumano” debe ser elevado a la humanidad por la vía de la paternal vigilancia del hermano mayor occidental o, simplemente, aniquilado, cuando este último se siente amenazado.

Así que 37 personas mueren en la valla de Melilla y a nadie parece preocuparle. El gobierno español entiende que es necesario subcontratar la seguridad de sus fronteras con Marruecos, como cualquier entidad empresarial española lo hace con una empresa multiservicios, se garantice o no la seguridad de los trabajadores o los derechos laborales. Que sea enteramente discutible que el régimen político marroquí sea más democrático y garantista de los derechos humanos que, por ejemplo, el de Lukashenko, poco parece importar a la opinión publicada. Se trata de negros. Y de pobres. Se trata de la gente que nosotros podemos “salvar”, pero de la que nunca podemos ser responsables como los seríamos de un hermano. Es decir, de un humano.

Negros y pobres. Ni siquiera los llamamos “trabajadores”, ya que eso los colocaría en situación de ser objeto de la “solidaridad internacionalista” o sindical. Apelaría a la estentórea izquierda que grita su solidaridad con la clase obrera ucraniana, pero no ve interlocutores proletarios en África, porque allí son pobres, subdesarrollados, subsaharianos, pero nunca trabajan como los europeos.

Y, sin embargo, la gran mayoría de las materias primas que alimentan nuestra industria viene de África. Lo que explica, por otra parte, que la mayor huella ecológica de nuestro bienestar esté allí. Y no es sólo eso. Las naciones africanas están firmemente sometidas, en su mayor parte, al dogal monetario del Franco CFA que garantiza su dependencia y un inequitativo proceso de intercambio desigual con las exmetrópolis. Además, este proceso de intercambio desigual provoca recurrentes crisis de deuda que, convenientemente aprovechadas por los fondos globales que operan como “vulture funds” (fondos buitre), generan crisis económicas brutales que llevan a la privatización de los servicios comunes y a la entrega de los recursos naturales a los inversores internacionales. Como cuenta Abuy Nfubea, los pescadores senegaleses se lanzan a la valla de Melilla porque empresas europeas no les permiten pescar en el 80 % de los caladeros de su propio país.

Así, un proceso de desarrollo endógeno se vuelve imposible, por mucho que trabajen los africanos. Las materias primas se malvenden, y los prestamistas internacionales exigen retornos abultados y concesiones públicas. Cuando no, directamente, financian golpes de Estado o regímenes despóticos, induciendo guerras por los recursos y procesos de deshumanización de las masas. Completemos el cuadro con la “fuga de cerebros”, es decir, con la migración de los técnicos formados en África, tras un enorme esfuerzo financiero y educativo de sus países, que no se lo pueden permitir, al Norte, donde se les paga mejor y se les trata de desvincular de las necesidades de sus compatriotas. Un escenario endiablado, que hace que la palabra “pobreza” describa la situación africana de una manera un tanto incompleta por falsamente neutra.

Contemos las cosas de otra forma: 37 trabajadores, pues, mueren en la valla de Melilla. Trabajadores desposeídos de lo único que tienen, su trabajo y su prole. Y no sólo mueren, sino que son matados, en un proceso de subcontratación de la vigilancia de las fronteras de nuestro país a un Estado poco respetuoso de los Derechos Humanos. No han cometido ningún delito, sino que pretendían, en todo caso, realizar una infracción administrativa. Vienen de los sitios que las transnacionales y los fondos buitre saquean. De las tierras de donde salen las materias primas que consumimos. Tierras contaminadas y esquilmadas para que tengamos Iphones y coches eléctricos. Y son tan humanos como nosotros y nosotras.

Pero quiero volver a la matanza perpetrada el viernes: independientemente de que haya chantajes o no, Marruecos ejecuta lo que le pidió la Unión Europea. En este caso, Marruecos sería el autor material, la UE el autor intelectual de estos asesinatos.

No puedo terminar sin mencionar la nauseabunda, intolerable reacción del gobierno español, dando su beneplácito a unos crímenes atroces. Del PSOE no me sorprende tanto porque no es la primera vez, pero cada minuto que pasa sin que Unidas Podemos se baje de ese carro, me duele y me indigna.

Es una forma distinta de verlo. Distinta, pero necesaria.

lunes, 6 de junio de 2022

“¡VIVA ESPAÑA CON HONRA, ABAJO LOS BORBONES!”

 


Algo debe significar el hecho de que en este 2022 de los 184 países miembros de la Organización de Naciones Unidas solamente 19 no tengan como foma de Estado una República, sino un reino, un emirato, un principado o un gran ducado: la inmensa mayoría, 165, son repúblicas. Asimismo, de las 27 naciones integrantes de la Unión Europea únicamente seis no están constituidas en repúblicas, siéndolo 21, cifra sin duda aplastante. A lo largo de la historia la sociedad política ha ido evolucionando desde la primitiva autoridad, basada en el poder de la fuerza bruta en las tribus de carácter familiar, hasta la elección del líder político más aceptado por el conjunto de la sociedad organizada geográficamente.

El hecho cierto de que la inmensa mayoría de la población mundial esté constituida por repúblicas demuestra que deseamos agruparnos libremente, para facilitar la convivencia. En un sistema republicano cada ciudadano tiene asignada una función, conectada con las restantes para lograr un funcionamiento óptimo de las actividades cohesionadas.

La República es el sistema político mejor adaptado a las necesidades de la convivencia entre personas y entre naciones. Se apoya doblemente en la libertad individual y en la colectiva, porque todos los ciudadanos participan libremente en la toma de decisiones concernientes a la organización de la convivencia. Puesto que es imposible que todos los seres humanos opinemos de la misma forma, aceptamos que se impongan los criterios de la inmensa mayoría sobre las opiniones de la minoría, pero sin pretender aniquilarlas, sino al contrario, respetándolas, siempre que sean democráticas. Lo que no puede admitirse es que, precisamente por acatar todos los criterios, se toleren ideologías extremistas deseosas de imponerse sobre las demás.

         Hemos de aprender de la historia, y no conceder libertad a quienes pretenden eliminar la libertad colectiva. Es una vieja costumbre española. El ultramontano Ramón Nocedal, fundador del Partido Católico Nacional y director del periódico integrista El Siglo Futuro, le advirtió en el Congreso a Gumersindo de Azcárate, uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza y presidente del Instituto de Reformas Sociales: “No discuta conmigo, porque lleva las de perder: usted, con sus ideas, tiene que respetar las mías, mientras que yo, con las mías, le puedo aplastar tranquilamente.”

No debe ser así. No se puede respetar a quienes no son capaces de respetar a los demás. Comprendemos que todas las ideas son considerables, siempre que no intenten avasallar las ajenas, ya que de esa forma se cae en la dictadura, incompatible con la República, el sistema político defensor de todas las libertades populares. Impedir el desarrollo de una consigna totalitaria es democrático, por cuanto evita que llegue a destruir la armonía en conjunto de las libertades colectivas.

Con frecuencia nos replican que en España no es viable la República, tal como lo demuestra el fracaso de las dos experiencias anteriores en fechas distantes, 1873 y 1931, y por lo mismo en circunstancias diferentes. Pero aunque las fechas y las circunstancias fuesen distintas, el motor que impulsó la reacción contra el sistema implantado por la voluntad popular era el mismo: la conjura de unos militares muy favorecidos en sus ascensos y honores por la monarquía. Las dos intentonas republicanas no fracasaron, sino que las cortaron unos militares monárquicos, con intención de restaurar la dinastía borbónica que tan favorable les resultaba.

Es cierto que el cambio del régimen político resultó problemático, debido a que algunos colectivos impacientes no se resignaban a seguir una evolución ordenada. Eso era lo aconsejable, dado que se había producido pacíficamente en los dos casos, ante la huida repentina del país acordada por los respectivos monarcas. No fue necesario disparar ni un solo tiro, sino que el cambio llegó con absoluta tranquilidad en todo el reino. No hubo ninguna revolución, no fue necesario apelar a las armas. El pueblo tomó las calles para demostrar su alegría mediante cánticos y vivas, sin ejercer ninguna violencia. Así debía haber continuado el paso de un sistema político a otro, en una evolución ordenada. Sin embargo, algunos elementos preferían una revolución violenta, lo mismo entre los civiles que entre los militares.


Y en ambas situaciones históricas los gobiernos respectivos no supieron estar a la altura de su responsabilidad histórica. No se atrevieron a actuar con mano de hierro, para imponer su autoridad sobre los revoltosos de ambos extremos. Estaba justificado, porque se trataba de salvar a la República del riesgo de su desaparición, pero no intervinieron a tiempo, cuando hubiera sido posible evitar el mal mayor, y cuando lo hicieron ya era tarde. En las dos ocasiones se repitió el suceso: unos militares golpistas pusieron fin con sus armas a la experiencia democrática iniciada por el pueblo español. En ambos casos el resultado fue el mismo: la restauración por mano militar de la dinastía borbónica.

Las dos experiencias republicanas no fracasaron. Los que fracasaron fueron algunos militares que juraron defender el nuevo régimen. Debe tenerse muy en cuenta que los militares organizadores de la Gloriosa Revolución que expulsó del trono a la supercorrupta Isabel II de Borbón en 1868 eran monárquicos, asqueados de las liviandades de la soberana, pero deseosos de continuar el sistema monárquico con otro soberano más digno de serlo que la  reina. Por ello le buscaron un sustituto real, que fue Amadeo de Saboya. Su abdicación inesperada el 11 de febrero de 1873 hizo necesaria la proclamación de la República como recurso inmediato. Los militares transigieron por el momento, sin convicción.

Otro tanto ocurrió el 14 de abril de 1931: Alfonso XIII de Borbón huyó de Madrid a la máxima velocidad de su automóvil, dejando a toda la familia desconcertada en palacio, y para cubrir de inmediato el vacío político un Gobierno provisional proclamó la República. También esta vez los militares transigieron por el momento, con reservas mentales.


Es una realidad constatada que los militares han dirigido la política española desde el siglo XIX. El hecho cierto de haber tomado la iniciativa de enfrentarse al ejército de Napoleón, ante la deserción de toda la familia borbónica, refugiada en Francia, les hizo creerse los salvadores de la patria, ese papel que tanto les gusta y al que tantas veces recurren. Se consideran con derecho a intervenir violentamente cuando sucede algo que no les parece conveniente para sus intereses. La guerra civil mantenida durante el siglo XIX entre isabelinos y carlistas fue debida a dos ejércitos compuestos por soldados españoles. Los militares son los árbitros de la política.

Los que pusieron fin a las dos experiencias republicanas se hicieron con el poder político. En ninguno de los dos casos se les juzgó por rebelión militar, sino al contrario, fueron recompensados. Por sus intervenciones fracasaron las dos repúblicas. Es preciso difundir esta historia tal como sucedió, para que nadie pueda suponer que la República es inviable en España, debido al fracaso de las dos experiencias anteriores. Si en el mundo actual coexisten 165 repúblicas, nadie con sentido común se atreverá a decir que se trata de un régimen político erróneo o inviable. Más correcto será suponer que están equivocadas las monarquías en cualquiera de sus formatos.

La situación de la monarquía actual española es anómala. Fue instaurada por el militar golpista que se apropió del poder en 1939, al finalizar la guerra provocada por él mismo y otros traidores, dando lugar a una sanguinaria dictadura fascista absolutamente ilegal. Pero fue reconocida como Gobierno de España por las instituciones políticas internacionales, y se mantuvo en el poder hasta la muerte del titular, tras ordenar los últimos crímenes. Para perpetuar su régimen genocida designó sucesor a título de rey a Juan Carlos de Borbón. Todo esto es ilegal, como lo era la dictadura, porque es costumbre aceptada no reconocer a gobiernos salidos de un golpe de Estado, y en el caso de España existió un golpe causante de una guerra y una represión criminal. Pero al parecer el eslogan adoptado por la dictadura, “España es diferente”, resulta muy real, o borbónico. Aquí no parece haber sucedido nada anormal.


Dos países europeos con una experiencia semejante, Italia y Grecia, padecieron sendas dictaduras, pero a su fin se celebraron refrendos institucionales en los dos países, para que el pueblo eligiera la forma de Estado preferida. En Italia, tras la dictadura fascista de Mussolini, tuvo lugar el 2 de junio de 1946, con una participación del 89,08 por ciento del censo. Triunfó la opción republicana con el 54,26 por ciento de los votos.  

En Grecia, tras la dictadura de la Junta de los coroneles fascistas, se celebró un referéndum constitucional el 8 de diciembre de 1974, con participación del 75,6 por ciento del censo. También aquí triunfó la opción republicana, con el 69,8 por ciento de los votos.

A los españoles no se nos permite expresar libremente nuestra preferencia institucional. El deseo del mayor traidor y criminal de la historia de España se ha cumplido exactamente, y la monarquía instaurada por él es reconocida por las organizaciones internacionales, pese a ser completamente ilegal. La República está desprestigiada oficialmente, siguiendo el ejemplo impuesto durante la dictadura. Se nos dice que en España no es viable la República, porque ya fracasó dos veces. Y dado que los republicanos estamos divididos en tribus opuestas y enemigas, no existe un partido republicano con fuerza suficiente para hacerse escuchar en los organismos internacionales, y denunciar la ilegalidad de la monarquía del 18 de julio. Todos somos culpables, y por ello no podemos repetir el grito de los revolucionarios de 1868: “¡Viva España con honra! ¡Abajo los borbones!”