Demasiadas cosas juntas que parecían imposibles están sucediendo al mismo tiempo. Falta de todo. Suben los precios de todo. Informaciones de prensa hablan del hecho de que no habrá magnesio en Europa, que hay un problema con el uranio, que fallarán los nitratos para la agricultura. Son frecuentes los cortes de electricidad en China. Falta agua en Taiwán. Medio millar de barcos están atrapados en puertos de todo el mundo. Maersk no tiene suficientes contenedores. No hay camioneros en Alemania. Latas de refrescos se venden sin pintar. El precio de los juguetes, de la alimentación o del diésel se encarece. Estantes vacíos en supermercados del Reino Unido. Fábricas paradas en la Zona Franca [de Barcelona]. ¿Habrá cortes de suministro de gas este invierno? No podrás comprar la PlayStation 5 ni tu nueva bicicleta eléctrica. La prensa achaca esta crisis a los cuellos de botella y la Covid-19, pero si amplías el zoom, podrás ver el cuadro completo: crisis energética, falta de materias primas… y los efectos del cambio climático en el seno de un capitalismo globalizado zombi. La Covid-19 fue un ensayo del colapso que vendrá.
Los
diarios económicos hablan todo el día de esto; las grandes patronales
empresariales están por primera vez realmente asustadas… y todos dicen que la
culpa es de una demanda de consumo disparada, de los cuellos de botella, de los
trabajadores asiáticos confinados por la pandemia, de la dependencia de China,
del bloqueo del canal de Suez, de los barcos que no llegan. Lo venden, sin
embargo, como una situación temporal. Algunos científicos y activistas
denuncian que también está ocurriendo una cosa más, que es más estructural que
momentánea: las materias primas estarían llegando a su pico, la crisis
energética no sería temporal, la crisis climática ya está afectándonos, no
podremos seguir consumiendo tres planetas como hasta ahora. “La crisis de los
microchips no es más que la punta del iceberg”, dice Alicia Valero, profesora
de la Universidad de Zaragoza y autora de Thanatia. Los límites minerales del
planeta: “Un ejemplo: en el siglo XXI ya hemos gastado más cobre que en toda la
historia”. ¿Se acabó la fiesta? Viene el decrecimiento, y ya no será una
elección: vendrá a hostias. Todo es incierto, todo es confuso, todo es
complejo.
Dicen que no están llegando microchips para la industria del automóvil, que no están llegando los teléfonos móviles para la Navidad ni las bicicletas eléctricas que ahora se han puesto de moda. ¿Puede que sea un problema temporal y que en un año todo se solucione? Puede ser. Pero entonces, ¿cómo se explican otras cosas que echaremos en falta muy pronto, como el gas que viene de Argelia, el petróleo de Arabia Saudita, el litio de Chile o… por ejemplo, ¿cómo se explica que falte vidrio para embotellar el vino del Penedès y papel para imprimir libros cuando la mayor parte provienen del reciclaje y no dependen de los barcos de Maersk que vienen de Shanghái? El científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), experto en energía y autor de Petrocalipsis, Antonio Turiel, lo dijo hace poco: “Falta vidrio. Hablamos de un material reciclable y de proximidad, así que ¿en este caso también radica el problema en cuellos de botella logísticos? ¿No se trata más bien de que los costes energéticos de fundir vidrio ahogan a la industria?”
Demasiadas
cosas juntas que parecían imposibles están sucediendo al mismo tiempo. Arabia
Saudita reconoce que casi ya no le queda capacidad ociosa de producción de
petróleo. Lo explican en el portal económico Sharecast. Los precios del propano
en EEUU son tan elevados que los mercados predicen un “Armaguedon” durante los
meses más duros del invierno. Lo dice el Financial Times. La falta de
electricidad en Europa está afectando a la producción de silicio y de zinc,
perjudicando, entre otras, la producción de placas solares. Tan solo el precio
del silicio ha aumentado un 300% este año. Lo dice Reuters. Europa podría
quedarse sin magnesio en poco tiempo, el 87% del cual proviene de China, y esto
pararía la industria de transformación del aluminio, del titanio e incluso del
acero: es decir, bicis, coches, aviones. Lo dice El Economista. El precio del
algodón se duplica en apenas un año (más del 120% de aumento) y ahoga el sector
textil. Los precios más altos en 10 años. Lo dice Forbes. La subida de los
precios de los materiales de construcción ha hecho que las obras en el Estado
español sean ya un 22% más caras y que 4 de cada 10 empresas estén cancelando o
parando el trabajo. Lo dice La Vanguardia.
Y hablemos de cosas aún más serias: está subiendo y todavía subirá más el precio de la alimentación. Lo anuncian las patronales del sector. En agosto, el índice de precios de los alimentos ya había aumentado un 32,9% respecto a agosto de 2020. “Y lo que es peor: nuestros márgenes son estrechos y los costes se disparan”, aseguran. En estos 12 meses, los grupos de alimentos que utiliza la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para fijar el índice han evolucionado así: los cereales, como el trigo, la cebada o el maíz, suben un 31%; los lácteos, un 13%; la carne, un 22%, y el azúcar, un 9,6%. ¿Esto también tiene que ver con los cuellos de botella en Asia? Gustavo Duch, activista por la soberanía alimentaria, explicaba hace poco en un artículo en Ctxt: “Subirá el recibo de la comida por factores productivos derivados de la crisis climática, la desaparición de polinizadores o el agotamiento de insumos como los fertilizantes. Y por factores puramente capitalistas como la especulación.”
Demasiadas
cosas juntas que parecían imposibles están sucediendo al mismo tiempo. Es
cierto que las causas principales del colapso son los puertos colapsados, que
el transporte terrestre no da abasto, la crisis del modelo just in time, que no
almacenamos casi nada, las fábricas funcionan a medio gas en China o en Taiwán.
Pero también hay causas de fondo, como una crisis energética global que no hace
más que empeorar, una transición de los combustibles fósiles a las energías
renovables mucho más compleja de lo que decían, el límite o pico del petróleo y
de otras materias primas. Y en medio de todo esto está el factor de la elevada
demanda de consumo: con una parte de la ciudadanía europea o norteamericana que
tiene los bolsillos llenos (tras el ahorro forzoso del confinamiento por la
pandemia de la Covid-19). Crisis sanitaria, crisis económica, crisis de la
globalización, crisis energética y… crisis climática.
Probablemente los síntomas que estamos experimentando no son indicadores de un colapso total inminente. Habrá un invierno duro debido a la demanda de energía a causa del frío, y después mejorará en la primavera, y en verano volverá a crecer la demanda. “El proceso de crisis irá repitiéndose”, asegura Turiel. De todos modos, Luis González Reyes, miembro de Ecologistas en Acción y autor del libro La espiral de la energía, explicaba que los síntomas que aparecen influyen en los factores que sí que llevarían a un colapso. “Estamos viviendo las primeras etapas del colapso”, decía. Hay fenómenos coyunturales y hay algunas cosa que han venido para quedarse. “Hemos de ser capaces de leer las coyunturas, que se recuperarán, como el desabastecimiento de bicicletas que ha habido; pero si miramos la articulación de las cadenas de producción globales, estamos ante un proceso sostenido y que tiene mar de fondo, que apunta hacia el colapso de la civilización industrial.”
Cada
vez más investigadores e incluso la Agencia Internacional de la Energía
reconocen que el planeta está llegando al límite de materias primas, al menos
de las reservas conocidas. El citado Antonio Turiel y el activista de
Extinction Rebellion y València en Transició, Juan Bordera, concluyen en el
mejor artículo escrito hasta ahora sobre esta crisis “el pico de todo tenía que
llegar pronto o tarde, y está llegando”. Alicia Valero, que tiene conocimiento
de la falta de minerales, confirma que “si seguimos a este ritmo, toda la
transición ecológica y digital está en riesgo” porque “pasaremos de ser
dependientes del petróleo a ser dependientes de toda la tabla periódica”. En su
opinión, en los próximos años “habrá más paradas económicas y bajará el PIB: o
cambianos el modelo, o la falta de recursos nos hará cambiar bruscamente el
modelo”. Esto va en serio.
Y “en medio del marasmo de esta crisis total del capitalismo, de este pico de todo”, Turiel y Bordera reclaman que ahora debería ser el momento de relocalizar lo esencial, producir nuestros propios alimentos, asegurarnos los suministros básicos y el saneamiento del agua”. Decrecimiento, relocalización de la economía, salvar el agua, el aire y la alimentación… y disfrutar de los centenares de cosas que no contaminan.
Pero
sobre todo hay una solución de este lío: “Tengo la solución: consume meeenos”,
susurra al estilo joebiden. ¿Sabéis quién lo ha dicho? Un tal Morten
Engelstoft, máximo ejecutivo de Maersk, la mayor empresa de transporte marítimo
y de contenedores del mundo y una de las más afectadas por el caos. ¿Dónde lo
ha dicho? En el Financial Times, la biblia capitalista. Abro comillas de la
reflexión completa que hizo este empresario poco sospechoso de ecologismo
radical: “Necesitamos un crecimiento más bajo del consumo para dar tiempo a la
cadena de suministros para ponerse al día, o deberíamos repartir el crecimiento
de manera diferente. La recuperación nos llevará un largo periodo de tiempo.”
Insisto:
demasiadas cosas juntas que parecían imposibles están sucediendo al mismo
tiempo.