viernes, 26 de noviembre de 2021

LA TORMENTA PERFECTA DESPUÉS DE LA COVID19

            Demasiadas cosas juntas que parecían imposibles están sucediendo al mismo tiempo. Falta de todo. Suben los precios de todo. Informaciones de prensa hablan del hecho de que no habrá magnesio en Europa, que hay un problema con el uranio, que fallarán los nitratos para la agricultura. Son frecuentes los cortes de electricidad en China. Falta agua en Taiwán. Medio millar de barcos están atrapados en puertos de todo el mundo. Maersk no tiene suficientes contenedores. No hay camioneros en Alemania. Latas de refrescos se venden sin pintar. El precio de los juguetes, de la alimentación o del diésel se encarece. Estantes vacíos en supermercados del Reino Unido. Fábricas paradas en la Zona Franca [de Barcelona]. ¿Habrá cortes de suministro de gas este invierno? No podrás comprar la PlayStation 5 ni tu nueva bicicleta eléctrica. La prensa achaca esta crisis a los cuellos de botella y la Covid-19, pero si amplías el zoom, podrás ver el cuadro completo: crisis energética, falta de materias primas… y los efectos del cambio climático en el seno de un capitalismo globalizado zombi. La Covid-19 fue un ensayo del colapso que vendrá.

Los diarios económicos hablan todo el día de esto; las grandes patronales empresariales están por primera vez realmente asustadas… y todos dicen que la culpa es de una demanda de consumo disparada, de los cuellos de botella, de los trabajadores asiáticos confinados por la pandemia, de la dependencia de China, del bloqueo del canal de Suez, de los barcos que no llegan. Lo venden, sin embargo, como una situación temporal. Algunos científicos y activistas denuncian que también está ocurriendo una cosa más, que es más estructural que momentánea: las materias primas estarían llegando a su pico, la crisis energética no sería temporal, la crisis climática ya está afectándonos, no podremos seguir consumiendo tres planetas como hasta ahora. “La crisis de los microchips no es más que la punta del iceberg”, dice Alicia Valero, profesora de la Universidad de Zaragoza y autora de Thanatia. Los límites minerales del planeta: “Un ejemplo: en el siglo XXI ya hemos gastado más cobre que en toda la historia”. ¿Se acabó la fiesta? Viene el decrecimiento, y ya no será una elección: vendrá a hostias. Todo es incierto, todo es confuso, todo es complejo.

Dicen que no están llegando microchips para la industria del automóvil, que no están llegando los teléfonos móviles para la Navidad ni las bicicletas eléctricas que ahora se han puesto de moda. ¿Puede que sea un problema temporal y que en un año todo se solucione? Puede ser. Pero entonces, ¿cómo se explican otras cosas que echaremos en falta muy pronto, como el gas que viene de Argelia, el petróleo de Arabia Saudita, el litio de Chile o… por ejemplo, ¿cómo se explica que falte vidrio para embotellar el vino del Penedès y papel para imprimir libros cuando la mayor parte provienen del reciclaje y no dependen de los barcos de Maersk que vienen de Shanghái? El científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), experto en energía y autor de Petrocalipsis, Antonio Turiel, lo dijo hace poco: “Falta vidrio. Hablamos de un material reciclable y de proximidad, así que ¿en este caso también radica el problema en cuellos de botella logísticos? ¿No se trata más bien de que los costes energéticos de fundir vidrio ahogan a la industria?”

Demasiadas cosas juntas que parecían imposibles están sucediendo al mismo tiempo. Arabia Saudita reconoce que casi ya no le queda capacidad ociosa de producción de petróleo. Lo explican en el portal económico Sharecast. Los precios del propano en EEUU son tan elevados que los mercados predicen un “Armaguedon” durante los meses más duros del invierno. Lo dice el Financial Times. La falta de electricidad en Europa está afectando a la producción de silicio y de zinc, perjudicando, entre otras, la producción de placas solares. Tan solo el precio del silicio ha aumentado un 300% este año. Lo dice Reuters. Europa podría quedarse sin magnesio en poco tiempo, el 87% del cual proviene de China, y esto pararía la industria de transformación del aluminio, del titanio e incluso del acero: es decir, bicis, coches, aviones. Lo dice El Economista. El precio del algodón se duplica en apenas un año (más del 120% de aumento) y ahoga el sector textil. Los precios más altos en 10 años. Lo dice Forbes. La subida de los precios de los materiales de construcción ha hecho que las obras en el Estado español sean ya un 22% más caras y que 4 de cada 10 empresas estén cancelando o parando el trabajo. Lo dice La Vanguardia.

Y hablemos de cosas aún más serias: está subiendo y todavía subirá más el precio de la alimentación. Lo anuncian las patronales del sector. En agosto, el índice de precios de los alimentos ya había aumentado un 32,9% respecto a agosto de 2020. “Y lo que es peor: nuestros márgenes son estrechos y los costes se disparan”, aseguran. En estos 12 meses, los grupos de alimentos que utiliza la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para fijar el índice han evolucionado así: los cereales, como el trigo, la cebada o el maíz, suben un 31%; los lácteos, un 13%; la carne, un 22%, y el azúcar, un 9,6%. ¿Esto también tiene que ver con los cuellos de botella en Asia? Gustavo Duch, activista por la soberanía alimentaria, explicaba hace poco en un artículo en Ctxt: “Subirá el recibo de la comida por factores productivos derivados de la crisis climática, la desaparición de polinizadores o el agotamiento de insumos como los fertilizantes. Y por factores puramente capitalistas como la especulación.”

Demasiadas cosas juntas que parecían imposibles están sucediendo al mismo tiempo. Es cierto que las causas principales del colapso son los puertos colapsados, que el transporte terrestre no da abasto, la crisis del modelo just in time, que no almacenamos casi nada, las fábricas funcionan a medio gas en China o en Taiwán. Pero también hay causas de fondo, como una crisis energética global que no hace más que empeorar, una transición de los combustibles fósiles a las energías renovables mucho más compleja de lo que decían, el límite o pico del petróleo y de otras materias primas. Y en medio de todo esto está el factor de la elevada demanda de consumo: con una parte de la ciudadanía europea o norteamericana que tiene los bolsillos llenos (tras el ahorro forzoso del confinamiento por la pandemia de la Covid-19). Crisis sanitaria, crisis económica, crisis de la globalización, crisis energética y… crisis climática.

Probablemente los síntomas que estamos experimentando no son indicadores de un colapso total inminente. Habrá un invierno duro debido a la demanda de energía a causa del frío, y después mejorará en la primavera, y en verano volverá a crecer la demanda. “El proceso de crisis irá repitiéndose”, asegura Turiel. De todos modos, Luis González Reyes, miembro de Ecologistas en Acción y autor del libro La espiral de la energía, explicaba que los síntomas que aparecen influyen en los factores que sí que llevarían a un colapso. “Estamos viviendo las primeras etapas del colapso”, decía. Hay fenómenos coyunturales y hay algunas cosa que han venido para quedarse. “Hemos de ser capaces de leer las coyunturas, que se recuperarán, como el desabastecimiento de bicicletas que ha habido; pero si miramos la articulación de las cadenas de producción globales, estamos ante un proceso sostenido y que tiene mar de fondo, que apunta hacia el colapso de la civilización industrial.”

Cada vez más investigadores e incluso la Agencia Internacional de la Energía reconocen que el planeta está llegando al límite de materias primas, al menos de las reservas conocidas. El citado Antonio Turiel y el activista de Extinction Rebellion y València en Transició, Juan Bordera, concluyen en el mejor artículo escrito hasta ahora sobre esta crisis “el pico de todo tenía que llegar pronto o tarde, y está llegando”. Alicia Valero, que tiene conocimiento de la falta de minerales, confirma que “si seguimos a este ritmo, toda la transición ecológica y digital está en riesgo” porque “pasaremos de ser dependientes del petróleo a ser dependientes de toda la tabla periódica”. En su opinión, en los próximos años “habrá más paradas económicas y bajará el PIB: o cambianos el modelo, o la falta de recursos nos hará cambiar bruscamente el modelo”. Esto va en serio.

Y “en medio del marasmo de esta crisis total del capitalismo, de este pico de todo”, Turiel y Bordera reclaman que ahora debería ser el momento de relocalizar lo esencial, producir nuestros propios alimentos, asegurarnos los suministros básicos y el saneamiento del agua”. Decrecimiento, relocalización de la economía, salvar el agua, el aire y la alimentación… y disfrutar de los centenares de cosas que no contaminan.

Pero sobre todo hay una solución de este lío: “Tengo la solución: consume meeenos”, susurra al estilo joebiden. ¿Sabéis quién lo ha dicho? Un tal Morten Engelstoft, máximo ejecutivo de Maersk, la mayor empresa de transporte marítimo y de contenedores del mundo y una de las más afectadas por el caos. ¿Dónde lo ha dicho? En el Financial Times, la biblia capitalista. Abro comillas de la reflexión completa que hizo este empresario poco sospechoso de ecologismo radical: “Necesitamos un crecimiento más bajo del consumo para dar tiempo a la cadena de suministros para ponerse al día, o deberíamos repartir el crecimiento de manera diferente. La recuperación nos llevará un largo periodo de tiempo.”

Insisto: demasiadas cosas juntas que parecían imposibles están sucediendo al mismo tiempo.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

¿ESTO ES UN CUENTO KAFKIANO?

 


«Estaba en juego mi existencia, amenazada por el vergonzoso funcionamiento de una administración»

Franz Kafka, El castillo

Digamos que gracias al progreso de la medicina, en nuestros tiempos Franz Kafka no hubiera muerto a los 41 de tuberculosis. Con suerte, hubiera llegado a viejo.

Pero he aquí que el viejo Kafka, con 92 años, sufre una trombosis y queda atado a una silla de ruedas y con problemas de toda clase que lo convierten en lo que hoy llamamos dependiente. La pobre Dora no puede cuidarle en su casa, pues también está mayor y no tiene fuerzas para levantarle en el paso de la silla de ruedas a la cama, ni para cambiarle los pañales o ducharle.

Así que Dora se dirige a la Comunidad de Madrid, necesita que atiendan a su pareja. Lo primero, le dicen, es determinar su grado de dependencia. Para solicitarlo presente por favor original y fotocopia de su DNI, tarjeta sanitaria, partes médicos, historia clínica, documento justificativo de la pensión mínima que cobra como escritor, documento justificativo de las propiedades a su nombre, en caso de haberlas. El proceso de determinar el grado de dependencia lleva alrededor de un año, le dicen. Unos seis meses hasta que un inspector de la CAM le visite y evalúe su estado, y otros seis meses o más hasta que la comunidad determine oficialmente su grado de dependencia. Una vez que tenga el grado determinado, puede solicitar plaza concertada en una residencia. El proceso de adjudicación de plazas puede llevar otro año, desde que presente la solicitud.

              -  ¡Siguiente! —dice el funcionario, tras una pausa, mirando ya hacia la abarrotada sala de espera.

    - ¡Pero me está usted hablando de más de dos años! ¿Qué hago yo ahora? ¿Qué hago mañana? —Dora se echa a llorar.

Puede ingresar en una residencia, pero ocupando una plaza privada, en espera de que le determinen el grado de dependencia. Pero no se preocupe, le dicen: puede solicitar desde ya las ayudas a la dependencia que le cubrirán un porcentaje del coste de la residencia, en función del grado. Para solicitar esa prestación económica solo tiene que presentar original y fotocopia de esto, original y fotocopia por triplicado de aquello, etc. etc.

Dora se recorre todas las residencias cercanas a su domicilio, aunque su radio de búsqueda se va ampliando. Hay pocas residencias, y ninguna es 100% pública. Las pocas pertenecientes al ayuntamiento o la Comunidad son de “gestión privada” y su lista de espera es eterna. Todas las demás son enteramente privadas, pero no se preocupe, le dicen, tienen plazas concertadas. Cierto: de 500 plazas, 23 concertadas para grado de dependencia II y otras 23 para grado III. Es decir, el número mínimo de plazas concertadas para que la empresa privada dueña de la residencia pueda optar a las subvenciones.

Tras días de gestiones en los Servicios Sociales, consultas a la unidad de Atención a la Dependencia, colas, formularios, solicitudes en residencias, visitas al enfermo, Dora está exhausta. Desesperada, recorre una y otra vez las instituciones, pero no hay nada que hacer. Los procesos administrativos llevan su tiempo, le dicen.

Pero tiempo es lo que no tiene: a sus 92 años, Franz Kafka recibe el alta del hospital y Dora tiene que reaccionar; lo lleva a una residencia privada que puede costear, al menos inicialmente. Se encuentra a unos 30 kilómetros de su casa, pero tiene una combinación de transporte aceptable. Y además, le han asegurado que, cuando le concedan la prestación, la Comunidad le abonará retroactivamente lo que le correspondiera desde el minuto cero.

Pero los meses pasan y pese a todas las llamadas y paseos, Dora sigue esperando, impotente frente a la maquinaria burocrática. Un buen día, una funcionaria de la comunidad visita por fin a Franz para evaluar su grado de dependencia.

— ¿Sabe en qué año estamos?

— ¡Qué tontería! Estamos en 1915.

— ¿Quién es el presidente?

— Ochenta y siete.

Dora aprieta con ternura la mano de su Franz, contiene las lágrimas como siempre hace en su presencia.

Agosto, diciembre, febrero… y otro verano. Ha pasado un año y medio y para hacer frente al coste de la residencia, hace tiempo que Dora, desesperada, pidió dinero prestado a una amiga, después a otra y otra. Franz Kafka finalmente fue declarado dependiente en Grado II y Dora por fin pudo presentar toda la documentación (por triplicado) necesaria para solicitar plaza. Pero la «Lista de espera de demanda del servicio de atención residencial» era de 1438 solicitantes… Mil cuatrocientas treinta y ocho personas desesperadas esperando su plaza, mil cuatrocientas treinta y ocho familias agotando, como ella, sus recursos, su ánimo, su paciencia. Su esperanza es que cuando le concedan la prestación que legalmente le corresponde, la Comunidad le abonará todo lo que ha tenido que desembolsar ella por culpa de la interminable burocracia.

Dicen las malas lenguas que la Comunidad de Madrid dilata la burocracia porque si la persona fallece, ese supuesto «pago retroactivo» ya no se abona: la familia no recibe ni una corona austriaca de lo que haya adelantado, lo que legalmente correspondía a la persona dependiente desde el minuto cero. Pero ella no quiere creerlo, sería demasiado perverso.

Un día, Dora recibe una notificación. La Comunidad de Madrid concede a Kafka una plaza concertada en una residencia en Pelayos de la Presa, exactamente a 70,3 kilómetros de su casa. Para cubrir su coste, la Comunidad usará la pensión de Franz, pero aún tendrá ella que aportar la otra mitad del coste. Dora se informa y, para visitarle, tendría que coger dos líneas de Cercanías y un autobús interurbano, en total 1h32 según GoogleMaps. Franz se encuentra a gusto, hasta donde se puede pedir, en la residencia en que está. La directora le explica a Dora que podría acogerse a una de las plazas concertadas en esa misma residencia, que las hay disponibles, solo que para hacerlo, es condición de la Comunidad de Madrid que primero pase cuatro meses en la residencia adjudicada. No sabe explicarle el motivo, ¡quién sabría! Trasladarle a un lugar desconocido, ahora que se ha acostumbrado a las rutinas, a las personas que lo cuidan aquí, alterarle el universo solo para cuatro meses, y solo para cumplir una norma estúpida… Dora no está dispuesta, seguirá pidiendo dinero a sus amistades hasta que le abonen por fin la prestación.

— Franz, liebling, ¿cómo estás hoy? Huele bien aquí, ¿te acuerdas de lo que habéis comido? No importa, ya lo preguntaré. Mira, te he traído unas fotografías y estos libros que escribiste, para que los tengas aquí: El proceso, El castillo… ¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas?

Dora acude por enésima vez a la Comunidad de Madrid, es urgente que le concedan de una vez la prestación económica de atención a la dependencia que solicitó dos años antes, cuando Franz sufrió la trombosis. Le debe dinero a todas sus amistades, con su pensión y la de Franz no llega de ninguna manera para pagar la residencia… Pero la burocracia es inexpugnable, un gran muro de indiferencia se alza, insensible, ante sus llantos. En una de sus incontables visitas se topa con una funcionaria comprensiva, pero su empatía no sirve de nada: los reglamentos y protocolos son como son, la falta de inversión pública está diseñada específicamente para arrojar a la ciudadanía hacia las residencias privadas.

La mañana del 3 de junio, Franz Kafka exhala su último aliento en la residencia privada concertada donde se encuentra.

A la mañana siguiente, en la oficina de Atención a la Dependencia de la Comunidad de Madrid, un funcionario de traje gris, pelo gris y mirada gris, vuelve a su puesto de trabajo tras recibir las órdenes cotidianas de su superior. Se acomoda y se pone a rebuscar en uno de los cerros interminables de papelotes que cubren su escritorio. Levantando una tras otra las gruesas carpetas con documentación por triplicado, por fin toma en sus manos grises el expediente RB-54.000065855495/2018, marcado con el nombre FRANZ CUALQUIERA KAFKA, una carpeta blanca impoluta, pues en estos dos años no ha sido sobada por mano alguna, y le estampa el sello correspondiente, en tinta roja, el sello de la victoria de la CAM, una vez más:

FALLECIDO: PAGO CANCELADO

En ese mismo instante Dora, arruinada, está recibiendo las pertenencias de su pareja en la fría recepción de la residencia. Se queda unos minutos absorta contemplando aquella primera edición de El castillo y, en un ataque de rabia inconsolable, la despedaza.

NOTA: Esto no es un cuento kafkiano, es una realidad kafkiana. ¿Hasta cuándo vamos a seguir aguantando?