Con
el boato medieval anacrónico, alabarderos incluidos, el pasado 5 de febrero de 2020
el Palacio Nacional reunió a los embajadores acreditados, para que su majestad
el rey católico Felipe de Borbón les leyera las ideas sobre España que le pasó
el escriba real para su discurso protocolario. Como si los embajadores no
dispusieran de villarejos y otros tipejos semejantes a su servicio, que les
cuentan lo que no se comenta en los medios de comunicación, incluidos los
desencuentros entre la familia irreal.
Leyó
el señor Borbón, con ese tono campanudo que adopta en las ceremonias solemnes,
que “España proyecta al mundo su realidad actual de país moderno, democrático y
avanzado, una sociedad plural, tolerante y solidaria”. Miente: este país es
medieval, fascista y retrógrado, sometido a la autoridad indiscutible de la
Iglesia catolicorromana. En este reino se castiga con multa y cárcel cualquier
comentario sobre la familia irreal que los jueces consideren “ofensas a la
Corona”, delito del que se acusa reiteradamente a cantantes individuales o
grupos juveniles. Algunos se han exiliado para evitar el encierro en la
mazmorra borbónica, pero otros padecen ahora mismo la condena debida a su
insolencia, por referirse a los reyes sin darles tratamiento de majestades. He
publicado varias veces la relación de los culpados, por lo que no la repito
ahora, pero si alguien no la conoce se la enviaré con mucha indignación.
También
leyó el señor Borbón que “La protección y la promoción de los derechos humanos
continuará como un elemento vertebrador y definidor de nuestra acción
exterior”. Pues podía empezar haciéndolo en el interior, ordenando a sus
fuerzas brutas policiales que no carguen contra los manifestantes con su
bestialidad habitual y sus armas de combate. Unas armas que dejan ciegos a
manifestantes pacíficos que se echan a la calle para reclamar libertades
comunes a todos los países verdaderamente democráticos, que por eso aquí nos
están vedadas. Se ha denunciado muchas veces el trato vejatorio recibido por
los detenidos, pero a los jueces servilones no les constan las torturas en las
comisarías.
Continuó
leyendo el señor Borbón: “En 2020 conmemoramos el 75 aniversario de la firma en
San Francisco de la Carta de las Naciones Unidas.” Efectivamente, la reunión
preparatoria tuvo lugar el 25 de abril de 1945, y a ella remitió un muy largo y
documentado memorándum la Junta Española de Liberación, en el que recordaba a
las naciones participantes que “El falangismo español es creación del nazismo
alemán y del fascismo italiano. Sería insensato que las democracias lo
toleraran y, además, le amparasen”. Se ve que el escriba de la filípica
desconoce la historia, porque en otro caso no osaría recordar a los
diplomáticos que la Conferencia de San Francisco condenó al régimen dictatorial
español, del que es continuadora la actual monarquía fascista.
El
19 de junio se celebró la reunión, en la que el delegado de los Estados Unidos
Mexicanos hizo un persuasivo discurso acusador de la dictadura instalada en
España, con declaraciones tan vigorosas como que “Centenares de millares de
héroes que lucharon y combatieron en España por la causa de la democracia
fueron, en realidad, los primeros aliados de las Naciones Unidas”.
La
primera Asamblea General de las Naciones Unidas se inauguró en Londres el 10 de
enero de 1946. El 8 de febrero quedó aprobada por 42 votos a favor y dos
abstenciones, una proposición, presentada por la delegación de Panamá, en la
que se instaba a todos los países participantes a no mantener relaciones
diplomáticas con la dictadura española, por haber sido impuesta al pueblo por
los regímenes nazifascistas derrotadas en 1945 por los Aliados. Vamos a esperar
a ver de qué manera conmemora ese acontecimiento el actual régimen español.
Pese
a todas las condenas internacionales, la dictadura fascista se mantuvo en el
poder gracias a un sistema tiránico y genocida, que convirtió a España en una
inmensa cárcel, vigilada por la terrorífica Brigada Político Social. En 1969 el
dictadorísimo decidió perpetuar el régimen después de su muerte, y para ello
propuso a Juan Carlos de Borbón como sucesor suyo a título de rey, si le juraba
lealtad a su persona y fidelidad a sus leyes ilegales. Así lo hizo el designado
el 23 de julio, y quedó proclamado sucesor, sin que los esclavos de la
dictadura pudiésemos opinar nada sobre el tema, y sin que las Naciones Unidas
salieran en defensa de nuestras libertades conculcadas. La llamada guerra fría
protegió al dictadorísimo, proclamado por sus turiferarios el Vigía de
Occidente contra el Comunismo, y la Iglesia catolicorromana lo condecoró con la
Orden Suprema de Cristo.
El
dictadorísimo aclaró en un discurso que no restauraba la dinastía borbónica,
sino que instauraba la monarquía del 18 de julio, por el día de su rebelión
contra el sistema constitucional legítimo. Y así se perpetúa la dictadura
fascista en la monarquía fascista, sin que los vasallos del rey podamos
expresar nuestra opinión, porque se nos niega la celebración de un referéndum.
Y
los audaces que osan componer una canción, redactar un comunicado, trazar un
dibujo alusivo a la familia irreal, o simplemente quemar en público una
fotografía del monarca, son denunciados como terroristas y condenados si no
logran exiliarse a tiempo. Tal es la democracia entendida al borbónico modo.
¿No ven todas estas actuaciones los diplomáticos acreditados? Seguro que sí,
pero opinarán que es un asunto nuestro. Y es cierto.
Es
resaltable el olvido, o no, del escriba, al hacer decir al señor Borbón que
mantiene buenas relaciones con los países vecinos del norte de África. En
primer lugar, leyó a los diplomáticos una inmensa falsedad, al recordar que “El
viaje de Estado que realizamos a Marruecos en febrero del año pasado supuso un
nuevo testimonio de la tradicional amistad que une a nuestros dos países”.
Miente el señor Borbón, seguramente por ignorancia. Las relaciones entre España
y Marruecos fueron durante el siglo XIX y el comienzo del XX de guerra sin
cuartel.
Simplemente
con citar el conocido como desastre de Annual se demuestra que el conflicto
armado causó la muerte de un número nunca contabilizado de reclutas españoles,
mal alimentados, peor vestidos y carentes de armas y municiones, sin ningún
interés en aquella guerra colonial organizada para defender los intereses
financieros del Borbón entonces reinante. Esos españolitos sacados a la fuerza
de sus hogares, estaban obligados a enfrentarse a los independentistas
marroquíes fanatizados por alcanzar la libertad para su tierra, bien
alimentados, vestidos y armados.
Entre
España y Marruecos ha habido históricamente un odio profundo, con un componente
religioso también. Así lo demuestran los horrores cometidos por sus
combatientes, lo mismo en Marruecos que después en la península, cuando los
militares monárquicos sublevados los trasladaron aquí, para utilizarlos como
carne de cañón contra los milicianos republicanos. Una de sus gracias consistía
en fabricarse collares con los ojos de los milicianos muertos, y colgárselos al
cuello: así desfilaban en los territorios conquistados ante las autoridades
fascistas y sus colegas los clérigos, que los bendecían a base de hisopazos,
mientras aplaudían las mujeres todavía con la mantilla entonces obligatoria
para entrar en un templo catolicorromano.
Continuando
con su alusión al norte africano prometió el señor Borbón que “España
continuará estrechando las relaciones bilaterales con Argelia, y le acompañará
en la nueva etapa histórica que acaba de iniciar, e intensificará la
cooperación con Túnez”. Ni una alusión siquiera a la República Árabe Saharaui
Democrática, traicionada por España, que no permitió su descolonización, en la
más vergonzosa actuación del Ejército español, pese a estar reconocida por 82
países: los conceptos república y democrática levantan ampollas en la
borbonería.