jueves, 21 de julio de 2016

MERECE LA PENA SEGUIR LUCHANDO


El concejal socialista por Madrid Antonio Miguel Carmona, hace unos años, como director del desaparecido “Diario Progresista”, reflexionaba sobre “La vida atribulada de un militante de base” y terminaba diciendo que la función hace al militante, pague o no sus cuotas, sea afiliado, simpatizante, votante o simplemente desencantado. Preguntaba: ¿Qué función tienes tú? A propósito de la pregunta, yo quiero dar aquí mi respuesta:
Abandoné la militancia en el Partido Socialista Obrero Español hace un par de años; aunque nunca la militancia socialista por la igualdad, la justicia social y la solidaridad. Desde que conocí estas ideas, me di cuenta que era algo por lo que merecía la pena luchar, como dijo Orwell. La justicia social, la igualdad y la solidaridad, fueron demandas del Partido de Pablo Iglesias y transcurridos ciento treinta y siete años, en lo esencial, sigue teniendo vigencia, para el mayor bienestar y la dignidad de las personas.
Por aquel entonces se consideraba que la sociedad era injusta, porque dividía a sus miembros en clases desiguales y antagónicas: los dominantes y los dominados. Los que lo tienen todo, recursos, dinero y poder; y los que nada tienen, salvo su fuerza vital para trabajar. Los privilegios de la burguesía estaban garantizados por el poder político y económico, del cual se valía para dominar a los trabajadores. Por superar estas contradicciones comenzó la lucha de los socialistas decimonónicos.
Aquel análisis, vale para hoy, y la lucha sigue siendo necesaria para conseguir los mismos objetivos. Cuando todo iba superándose, llegó la guerra y con ella, la oscura noche de la dictadura. Muerte, dolor, exilio y sufrimiento para tanta gente, que no entenderían hoy, la situación por la que atraviesa el Partido, debilitado y sin un norte ideológico claro.
La historia del PSOE es larga y rica en debates sobre ideas, estrategias y objetivos. Recuperar la memoria es importante para conocer y superar lo superable. En el Congreso de Suresnes (1974) comenzó el cambio de orientación política e ideológica, de la edad moderna del Partido; donde se acordó adaptar la idea y la acción a la lucha por la democracia y las libertades desde el interior. En el XVIII Congreso, allá por 1979, con aquel «hay que ser socialistas antes que marxistas» de Felipe González (y su maniobra de dimisión como secretario general), continuó la revisión ideológica, y ya no se ha parado. Aquel día, que por cierto yo estaba en el servicio de orden del congreso, entendí lo que significaba aquel discurso: vaciarse, soltar lastre, entregar el método, la forma de la acción y algunos objetivos históricos, por el reconocimiento internacional.
Con la etapa de Transición a la democracia, el Partido y su siempre leal y responsable política de Estado, entendió que lo primero era lo primero y por tanto prioritario. Con ello se volvió a perder algún que otro principio ideológico y seña de identidad: hay que ser socialista antes que marxista y socialdemócrata sin República y con monarquía.
Con los primeros gobiernos socialistas, desaparecida supuestamente la lucha de clases, comenzó el avance hacia el bienestar: educación para todos, sanidad universal, prestaciones y derechos sociales; cultura, inversiones, hospitales y carreteras. Convivir con el «capitalismo», construyendo un Estado Social y democrático de Derecho era el objetivo. Poco a poco, todo se fue frustrando. El bienestar con democracia, no era lo mismo que el socialismo democrático; el capitalismo estaba intacto y la ideología socialista en venta. En la última etapa de Rodríguez Zapatero como secretario general, con la crisis, la ideología se fue a «los cerros de Úbeda».
Y llegamos a la actualidad. La ciudadanía se aleja de la política; el 25,1% entiende que la política y los políticos son el problema (Barómetro CIS junio). El pasado 26 de junio, cerca de ocho millones de electores, la derecha unida de toda la vida, votó al PP y cinco millones a Unidos Podemos. El PSOE obtuvo 5.424.709, 120.606 menos que el 20-D. La ciudadanía, elección tras elección, está dando la espalda al partido socialista. Quizás ha sido el partido quien ha dado la espalda a sus votantes de siempre. En las generales de 2011, el PSOE obtuvo 6.973.880 de votos y en 2008, 11.289.335, que se dice pronto. La derecha tiene todo el poder y hace uso de él para acometer reformas estructurales que desvirtúan el Estado Social, el Democrático y hasta el de Derecho y el PSOE sin una oposición firme y diferenciada.
El PSOE ha venido haciendo una política corta, a la zaga de la política de la derecha, enmendando, proponiendo pactos y acuerdos por responsabilidad, mal entendida en mi opinión.         
La crisis económica y financiera, no ha debido de ser nunca la coartada para hacer lo que el poder económico exige. No se ha hecho una oposición seria y contundente, en un frente amplio de izquierdas; no se han dado respuestas a los nuevos retos que la sociedad demandaba; no se ha dotado de una organización fuerte, sólida y participativa. No se han defendido los intereses de quienes tienen que trabajar para poder vivir y los de los más necesitados socialmente. No se ha presentado un modelo social diferente y alternativo, por una sociedad justa, en la que la igualdad sea una realidad y la solidaridad una forma de ser y actuar.
Ha habido demasiada renovación en la historia reciente del partido, perdiendo paulatinamente las señas de identidad, alejándose de la ideología socialista, con todas las consecuencias, como fondo y forma de hacer política. Susana Díaz, ha lamentado que el PSOE se haya «difuminado» y advierte de que el 26J se han «salvado del sorpasso por la campana». ¡Ella sabrá!
Los resultados del 26-J han colocado al Partido Socialista ante la tesitura de adoptar una decisión en las negociaciones para la investidura del Gobierno. Pedro Sánchez ante el Comité Federal ha asegurado que de las tres opciones, abstención, voto a favor y voto en contra el partido votará contra la investidura de Rajoy. «Nuestra responsabilidad es liderar la oposición, una oposición útil». No ha hecho ninguna referencia a cuestiones internas, ni al futuro y necesario Congreso. Ninguna autocrítica a los peores resultados de la historia. Parece que al Secretario General le da igual que vuelva a gobernar el PP y su gran obsesión sigue siendo que Unidos Podemos no lo haga nunca. Proclamó el fracaso y declive electoral del que llamó «conglomerado de siglas» de Iglesias. Quien sí hizo autocrítica fue Eduardo Madina, cargando contra Sánchez: el PSOE «pierde un voto por minuto desde que Sánchez es secretario general», denunció, acusándole de las derrotas del 20D y el 26J, como los «dos peores resultados» del PSOE. La presidenta andaluza señala que los socialistas no tienen un «proyecto mayoritario» y afirma que el PSOE «no ha recogido ni un solo voto» del millón que perdió Unidos Podemos.
Si ha habido unanimidad en el Comité Federal en decir no a Rajoy, aunque no ha aprobado ninguna resolución que defina cómo hacer compatible ese rechazo con evitar unas terceras elecciones, quedando abierta la incógnita sobre qué harán si Rajoy fracasa. Ante ese supuesto, Miquel Iceta y Pérez Tapias por Izquierda Socialista, coincidieron en que en ése caso Pedro Sánchez debe pasar a defender una candidatura alternativa. Lo de excluir la gran coalición y no obstaculizar un Gobierno en minoría del PP, como propuso Felipe González, ha quedado, de momento, aparcado. Lo cierto es que no hay nada peor, que Rajoy y el PP continúe en el Gobierno, cuya actuación se ha caracterizado por su política represiva, regresiva, antisocial y corrupta. Si no hay otra opción y no es posible la formación de un gobierno por la izquierda, terceras elecciones.
Demasiados retos tenemos por delante y hay que tener respuestas suficientes sobre el desempleo y el empleo precario, el sistema de pensiones, el sistema educativo, la regeneración democrática y la eliminación de la corrupción política y económica, la cuestión territorial y los nacionalismos, la política europea, incluidas las respuestas al Brexit, a los errores del austericidio y sobre los refugiados.
Hoy no milito en el Partido (ni en ningún otro), pero mi función, autoimpuesta, como socialista, sigue siendo luchar y difundir valores y principios que identifican la justicia social, la igualdad y la solidaridad. Hoy, como ayer, sigue siendo algo por lo que merece la pena luchar.