Como
toda familia de dinero, la derecha española siempre supo resolver sus asuntos
internos de forma discreta. Cuentan que Carmen Polo, esposa del dictador,
atracaba joyerías de empresarios afines al régimen con exquisito saber estar.
Magnífico collar, alababa Doña Carmen el género del joyero que, encantado de
recibirla en su tienda, minutos después quedaba con cara de tonto al verla
salir por la puerta con el collar puesto y la cartera cerrada por la gracia de
Dios. El tipo, por supuesto, callaba ante el atraco y Carmencísima, si estaba
de buenas, recomendaba el establecimiento a sus amigas. Pura elegancia. Una
forma de funcionar, transmitida de generación en generación –de Franco a Fraga,
de Aznar a Casado–, que ha hecho posible el indiscutible logro de compatibilizar
corrupción sistemática con imagen de estabilidad. La apuesta de la derecha
española por la estrella del pop Díaz Ayuso ha acabado con esto.
El
PP estalla por los aires a estas horas y los peritos, salpicados de trocitos de
líderes, se centran en confirmar si, como todo indica, la explosión ha sido
provocada. Parece que no hay dudas. Según ha explicado la propia Ayuso en su
comparecencia, hace dos meses tuvo conocimiento de que su propio partido la
investigaba por un contrato dado a dedo. Un millón y medio de euros a la
empresa de un amigo que repercutieron en 283.000 euros para el bolsillo de su
hermano en concepto de comisiones por la venta de material sanitario en lo peor
de la pandemia.
Dos
meses después, en plena pugna por decidir qué será del partido –boda con la
ultraderecha o noviazgo sin compromiso–, el entorno de Díaz Ayuso ha decidido
hacer público lo que en cualquier otro espacio-tiempo hubieran tratado de
ocultar: un espionaje interno que conlleva reconocer la llegada de ese dinero público
al bolsillo de un familiar. Este movimiento significa una cosa clara. Que Ayuso
se sabe inmune a las consecuencias de una mala gestión que suena a corrupción
porque su éxito nada tiene que ver con la capacidad de gestión, sino con el
folclore. Si fue capaz de rozar la mayoría absoluta con los peores datos
europeos de gestión sanitaria, ¿por qué no moverle la silla a Pablo Casado
apoyándose en un contrato que enriqueció a su propio hermano?
El nivel de la escalada bélica dentro del PP deja en juego de niños lo de Rusia y la OTAN. Después de la rueda de prensa de Díaz Ayuso cargando contra su jefe y el expediente que desde Génova han abierto contra la presidenta de Madrid, no hay marcha atrás. Se abre un horizonte en el que solo puede quedar uno de los dos liderazgos del PP, y si alguien teme por su cuello no es precisamente Díaz Ayuso. Casado, que hace sólo unos días clamaba a gritos por la hispanidad que conquistaba América, podría ver su cabeza clavada en una pica en la plaza de Colón. Cosas de la vida. La historia dice que cuando uno juega con el fascismo suele ser el primero en ser devorado.
Según
pasan las horas, lo que empezó pareciendo una guerra va cogiendo forma de algo
aún peor para Pablo Casado: golpe de Estado. Y no llegan buenas noticias al
cuartel de Génova. A los apoyos incondicionales de Ayuso –la marquesa Cayetana
y Don Federico están a esta hora ya vestidos de militares– se une el ruido de
la ultraderecha –valga la redundancia– que lleva pidiendo la dimisión del líder
del PP desde que el pasado martes se mostró partidario de dejar a la extrema
derecha fuera del gobierno de Castilla y León. Hoy con más fuerza porque saben
que se juegan ser gobierno.
Después de años de discurso ultra alimentado por el propio Casado, la diferencia ideológica entre el militante de Vox que lo acusa de traicionar a España y el militante medio del PP que le pide que pacte con Vox o se largue es ya inapreciable. Telemadrid, la de todos los madrileños excepto Casado, convoca sutilmente a manifestarse frente a la sede nacional del PP en defensa de Ayuso. Por allí aparecen encapuchados. Son los mismos que, después de salvar España frente a la casa de Pablo Iglesias, tienen nueva misión. España es tan frágil que, como dejó dicho Isabel la Católica, hay que organizarse para que cada día haya unos cuantos encapuchados de guardia.
El
éxito de un golpe de Estado como este se mide en tuits y el terremoto es tal
que en las redes sociales a todo cargo público y orgánico pepero le toca saltar
a uno de los dos bloques en separación para no caerse por la grieta. Tuits de
apoyo a Casado, como el de la diputada vasca Bea Fanjul, que utiliza una imagen
de Miguel Ángel Blanco porque qué más da todo a estas alturas de degradación de
la política. El elefante blanco, José María Aznar, encantado de la vida de ver
un partido que él no preside patas arriba, echa leña al fuego con un
chascarrillo en plena crisis de quien fue su hijo predilecto: está mejor
Ucrania que el PP ahora mismo. Traducido al castellano, pulgar hacia abajo.
Una declaración preocupa especialmente en Génova tanto como la de Aznar. El gallego Núñez Feijoó, ala moderada del partido al que se podría esperar saltando al lado de la grieta del actual líder de la formación, condena la investigación contra Ayuso sin explicar por qué le parece condenable que se investigue internamente un contrato a dedo que acaba en el bolsillo de un pariente.
Tampoco
es importante que lo explique. En los golpes de Estado la excusa es lo de
menos. Todo esto nos remite a una imagen: la de Casado atrincherado en Génova
sin más armamento ni apoyos que el del fiel escudero Teodoro y su capacidad de
lanzar de modo letal huesos de aceituna con la boca.
En
el imaginario de la religión aznariana está por venir ese ser de luz que, como
hiciera el prohombre en los 90, consiga unir con pegamento lo que, por algún
motivo, siguen llamando centro-derecha español y que no es otra cosa que un PP
echado al monte sujetándole la escopeta a Vox. En los sectores mediáticos más
ultras nadie duda desde hace tiempo que la enviada para tan magna obra es
Isabel Díaz Ayuso. La mujer dispuesta a gobernar sin complejos y refundar de
una vez por todas el Bando Nacional.
Cualquiera
sabe mañana, pero el punto de partida oficial parece que es el siguiente:
investigar un contrato a dedo que acaba en el bolsillo de un familiar es mayor
escándalo que concederlo.