martes, 25 de julio de 2023

LO CONSEGUIMOS: NO HANPASADO

 

La izquierda se rebela en las urnas contra el cambio de ciclo: nueva coalición o elecciones.

El ruido ambiental y las encuestas pronosticaban un desfile triunfal de Feijóo a La Moncloa, pero las derechas acabaron perdiendo su referéndum para ‘derogar el sanchismo’ y las políticas de izquierdas de los últimos cuatro años-

Un escrutinio de infarto, como no se recordaba en España en los últimos 30 años, deja a la izquierda al borde de reeditar la coalición y a Pedro Sánchez con opciones todavía de seguir cuatro años más en La Moncloa. Precisa los votos de la izquierda y de los partidos nacionalistas e independentistas, con un escollo a priori difícil de salvar: convencer al partido de Carles Puigdemont para que facilite un gobierno con su abstención. Durante las últimas semanas, Junts ha dicho que votará en contra de todas las opciones en la investidura. Las primeras palabras de su candidata, Miriam Nogueras, anoche, dan a entender que no piensan ponerlo fácil: “No haremos presidente a Pedro Sánchez a cambio de nada”.

Las conversaciones de las próximas semanas dirimirán si Junts se aviene a una abstención o el país se aboca al bloqueo y a unas nuevas elecciones en los próximos meses. Esa es la principal incógnita de una jornada, que a tenor del ruido ambiental, iba a enterrar a Sánchez y a lo que se ha bautizado como “Gobierno Frankenstein”.

        En el segundo titular de la noche, el PP gana las elecciones, si por eso se entiende ser la lista más votada, pero se queda muy lejos de todos sus objetivos. Su líder, Alberto Núñez Feijóo, insistió durante toda la campaña en que su modelo era el de Juan Manuel Moreno Bonilla en Andalucía e Isabel Díaz Ayuso en Madrid. En otras palabras: la mayoría absoluta. Le faltan 40 diputados. Tampoco podrá poner en marcha su plan B, el pacto con Vox que implicaría meter a dirigentes de la extrema derecha en el Gobierno, como admitió el líder popular que haría hace dos semanas. Juntos suman 169 escaños. Con el diputado de UPN y la de Coalición Canaria, las derechas podrían alcanzar como máximo 171. El bloque de la izquierda llega a 172. El paseo triunfal hacia La Moncloa que anticipaban los populares y algunas encuestas desde hace dos meses, cuando se tiñó de azul el mapa municipal y autonómico, no lo va a ser.

Pese a que las cuentas no salen, Feijóo compareció al balcón de Génova 13 flanqueado por la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, el alcalde, José Luis Martínez-Almeida y otros miembros de su partido, para anunciar su intención de intentar formar gobierno.

“Me hago cargo para iniciar el diálogo para formar Gobierno de acuerdo con la voluntad mayoritaria de los españoles, que nadie tenga la tentación de volver a bloquear España. Es una petición legítima, y la anomalía de que en España no pudiese gobernar el partido más votado solo como tiene alternativa el bloqueo que en nada beneficia a España, al prestigio internacional y a la seguridad de nuestras inversiones. Le pido, pues, al partido que ha perdido las elecciones, porque ha sido superado por el PP, expresamente, que no bloqueen el Gobierno de España una vez más. Es lo que ha pasado siempre. Todos los candidatos más votados han gobernado: Suárez, Felipe González, Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy e incluso Pedro Sánchez”.

       Lo que plantea Feijóo ni siquiera es una decisión que le competa, tiene que decidirlo el Rey tras una ronda de consultas y evaluar quién tiene más apoyos. También es lo contrario a lo que hizo el PP hace cuatro años con Sánchez, y choca también con la política de pactos recientes de su partido, tras las municipales y autonómicas, donde los populares desalojaron al PSOE en Canarias, Extremadura y algunas capitales como Toledo y Valladolid.

El alegato, para que el PSOE lo deje gobernar con 136 de 360 diputados y una amplia mayoría de la Cámara en contra, lo pronunció Feijóo tras su jornada electoral más amarga. El candidato que contaba sus campañas por mayorías absolutas gana y recupera tres millones de votos, si se compara con Casado en 2019, pero se queda a años luz del Gobierno e incluso ve cómo la distancia con el PSOE se recorta desde hace dos meses. Entonces el PP se hizo con todo el poder territorial y la distancia fue de 3,4 puntos, este 23J, cuando pedía el empujón definitivo para “desalojar el sanchismo”, la diferencia se reduce a 1,3 puntos y 300.000 papeletas.

Porque el PSOE de Pedro Sánchez, que convocó las elecciones al día siguiente del desastre electoral, no solo no se desploma sino que suma 800.000 votos al resultado de 2019 y dos escaños más. De ahí que su líder compareciese exultante, al borde de la medianoche subido a un pequeño andamio improvisado a las puertas de Ferraz. Entre gritos de “no pasarán” de los militantes, Sánchez se ha felicitado por la decisión de llamar a las urnas el pasado 29 de mayo: “Convoqué las elecciones porque creía como he creído siempre que teníamos que decidir qué rumbo tomar, uno de avance, o uno de retroceso como plantea el bloque involucionista de Partido Popular y Vox. España ha sido bien clara. Los ciudadanos han sido rotundamente claros, el bloque involucionista que planteaba la derogación total de todos los avances de estos últimos años ha fracasado. Somos más los que queremos que España avance y así seguirá siendo”.

       La única buena noticia para Feijóo, tras año y medio al frente del partido, es que continúa la reunificación de las derechas: no solo recibe los diez diputados de Ciudadanos en 2019, la última vez que se presentó, se queda además 19 de Vox, que se estrella en las urnas (pasa de los 52 de hace cuatro años a 33) aunque logra mantenerse como tercera fuerza. Más allá de oponerse a una hipotética sesión de investidura de Sánchez, su papel se antoja irrelevante en la legislatura que arranca.

Con cara de funeral, sobre la medianoche, su líder felicitó, irónicamente, a Feijóo “por ganar las elecciones y no depender de Vox”. El líder de la extrema derecha preguntó a Feijóo sí mantendrá la oferta de pacto al PSOE, y le acusó de “vender la piel del oso antes de cazarlo” y hasta de “blanquear a los socialistas”.

Sumar, la coalición de 15 partidos a la izquierda del PSOE, que debutaba en estos comicios, se apunta 31 escaños, siete menos de los que sacaron Unidas Podemos, Más Madrid y Compromís en 2019. La izquierda a la izquierda del PSOE salva los muebles porque su principal objetivo era evitar la coalición de Feijóo y Abascal. Con la voz quebrada por tantos actos de campaña, Yolanda Díaz, se felicitó: “La gente que estaba preocupada va a dormir más tranquila. La democracia hoy ha ganado, sale fortalecida, hemos ganado, hoy tenemos un país mejor. Les dijimos que empezaban la campaña con un relato que decía que iban a ganar las elecciones y el guion ha cambiado, hemos hecho posible mejorar la vida de la gente”.

       El 23J deja otra letra pequeña para el PP: en Madrid, Feijóo saca 160.000 votos menos que Isabel Díaz Ayuso hace dos meses. En Andalucía empata el resultado que dio la mayoría absoluta a Moreno Bonilla. Son datos que muchos puertas adentro van a mirar con lupa a partir de ahora. En el lado de las buenas noticias, el PP tiene mayoría absoluta en el Senado, para hacer de contrapeso a un hipotético Gobierno de izquierdas si Sánchez logra otra investidura.

Vistos por el retrovisor los números que dejan estas generales apuntan a un cambio de ciclo. 15 años después de la crisis financiera, la eclosión del 15M y la irrupción del multipartidismo, PP y PSOE suman 258 escaños, ambos por encima de los 115, algo que no sucedía desde 2008, en la segunda victoria de José Luis Rodríguez Zapatero, antes de la caída de Lehman Brothers.

El bipartidismo se recupera, en poco más de una legislatura se han evaporado los 4,1 millones de votos que Ciudadanos sumó en abril de 2019, cuando aspiraba a dar el sorpaso al PP. Y la izquierda a la izquierda del PSOE reinventada en Sumar parte con 3,3 millones de votos, todavía muy lejos de los cinco millones y los 76 escaños de Podemos en 2016.

La votación apunta algunas pistas para futuras citas electorales: en Euskadi, por ejemplo, EH Bildu se disputa el liderazgo del nacionalismo empatado con el PNV, cuando falta menos de un año para las elecciones vascas.

En Catalunya, el bloque independentista se ha desplomado. El PSC es primera fuerza, Sumar alcanza la segunda posición, por delante de ERC y Junts. El PP es cuarta fuerza con seis escaños y la CUP desaparece.

Y pese a ese hundimiento y al peor resultado electoral de su historia reciente, el 23J que supuestamente iba a enterrar el sanchismo deja en manos de Junts el futuro del país: coalición de izquierdas o repetición electoral.

jueves, 20 de julio de 2023

¿QUE ES EL "SANCHISMO"?

 


En 1993, Felipe González volvió a ganar —contra todo pronóstico— las elecciones generales; pero, por primera vez, necesitaba pactar con otros para armar la mayoría que lo aupase de nuevo a la presidencia. En 1989, el PSOE había obtenido 175 escaños, uno menos que la absoluta, pero la estrategia entonces vigente de Herri Batasuna de no asumir los suyos los había convertido en una absoluta de facto. Ahora, eran 159 los diputados socialistas, a los que si se añadían los 18 de la Izquierda Unida de Julio Anguita, sobrepasaban la barrera áurea de los 176. Y el sobrio califa rojo no se negaba a llegar a un acuerdo: simplemente pedía que lo fuese. Un acuerdo, una negociación, no una hermandad automática. Programa, programa, programa.

Pero había un plan B para Felipe: sostener su mayoría en la Convergència i Unió de Pujol. Y el presidente optó por esta segunda opción. Optó por ella hasta el punto de ofrecer a CiU entrar en el Ejecutivo, nombrar ministros, como en los tiempos de Cambó. Y optó por ella encontrando disensiones. Unas, esperadas: las del ala izquierda de su partido y UGT. Otras, inesperadas, al menos para Antonio García-Santesmases, portavoz de Izquierda Socialista, que auspició un manifiesto llamando al pacto PSOE-IU, y un día recibió una llamada sorprendente para él: la de Gregorio Peces-Barba. El jurista, no precisamente republicano y marxista, prefería entenderse con otra izquierda española que pagar peajes a los nacionalistas periféricos. No hubo manera: González, que deslizaba que sí le resultaría fácil entenderse con una IU dirigida por Nicolás Sartorius, con su «sí crítico» al Tratado de Maastricht, detestaba con toda el alma al exalcalde de Córdoba, que como el niño del cuento señalaba, en medio de la borrachera neoliberal de los noventa, la desnudez de su imperio. Sus socios naturales eran Pujol o Arzalluz en España, como lo era Helmut Kohl en Europa: González exhibía y explicitaba más sintonía con el canciller cristianodemócrata que con sus teóricos correligionarios del SPD.

          Aquello era, se dice hoy, el áureo contramodelo del sanchismo, criatura archinombrada y misteriosa, némesis del discurso de una derecha que abarca a los furiosos prebostes de aquel PSOE. Sánchez, braman, traiciona las esencias. Rescatar el buen y viejo PSOE de Felipe se presenta, lo presenta Alfonso Guerra, lo presenta Alberto Núñez-Feijóo —que afirma haber votado a Felipe en el ochenta y dos— como una cosa crucial y patriótica. Sánchez hace cosas que Felipe jamás hizo: ¿cuáles? Se convendrá en que no puede pretenderse en serio que una de esas novedades sea el hiperliderazgo, la carencia de escrúpulos que se le atribuye, con febril retórica de cardenal contrarrevolucionario de los años treinta, al apuesto baloncestista en contraste con el presunto señor X de los GAL, el «OTAN: de entrada no» y la navegación en el Azor. Tampoco, Virgen Santa, con el Aznar del 11-M. Aznar, como Felipe, fue también generoso con CiU y el PNV. El abominado pacto de Sánchez con quienes «quieren romper España» tampoco pueden considerarlo una novedad quienes cubrieron de dádivas al Pujol de quien hoy denuncian, y seguramente tengan razón, que siempre trabajó por la independencia de Cataluña; por acondicionar la huerta para su futura germinación.

Descartadas estas opciones sobre la identidad singular del sanchismo, solamente queda la del pacto con la izquierda estatal que Sánchez sí hace y Felipe se negó a hacer: el pecado nefando de amagüestar con los comunistas. Felipe prefería, decía ya en los setenta, ser apuñalado en el metro de Nueva York que vivir en Moscú, y con ello renovaba una larga tradición anticomunista de su partido. Cuando, en julio de 2020, Sánchez dijo en el Congreso sentirse «más cerca de la España que soñaba Alberti, la Pasionaria y muchos otros comunistas que construyeron la democracia en este país», eso sí será un cierto sanchismo; la ruptura de un anatema de generaciones anteriores de cargos del PSOE, que se hubieran arrancado la lengua a mordiscos antes que dedicarle un elogio a Dolores Ibárruri. Pero debe entenderse que el anticomunismo de Felipe no era el republicano, hijo de las pendencias de la posguerra y sus cruces de inculpamientos por la derrota, de un Rodolfo Llopis.

         Como el propio PSOE post-Suresnes, aquel era nuevo pretendiendo ser viejo; la emanación novedosa de las condiciones de vida de una beautiful people socialista, la de las novelas de Chirbes, residente en mansiones como la Villa Meona de Miguel Boyer e Isabel Preysler; una casta para la cual no querer saber nada de Izquierda Unida era una pura y dura cuestión de clase. El socialismo liberal que hoy añora Alfonso Guerra era ciertamente liberal, pero no tenía nada de socialismo, salvo las siglas, la ropa de camuflaje de una memoria histórica en la que había revoluciones y huelgas generales, aunque no se las invocase. Y hoy abjura del entendimiento con ERC y Bildu, no por lo que ERC y Bildu tienen de nacionalistas, sino por lo que tienen de izquierdistas.

Jorge Dioni bromea en La España de las piscinas con que, cuando uno envía a sus hijos a un colegio privado, lo que quiere no es que no se droguen, sino que se droguen con la gente adecuada, que hagan buenos contactos mientras se drogan; y uno se acuerda de él —qué ganas de leer El malestar en las ciudades— cuando piensa que a los guardianes del régimen del setenta y ocho les da relativamente igual que se rompa España: lo que quieren es que la rompa, con seny capitalista y el Registro de la Propiedad blindado, la gente adecuada: el Partido del Negocio Vasco o el del tres per cent. España, antes rota que roja.

     Y no la rompe Sánchez, sino todo lo contrario. La moderación política es un cuento chino; una radicalidad defensora del orden existente, que ya decía Brecht que no es ningún orden, pero resultan desconcertantes los ataques «desde la moderación» a Sánchez, porque si ha habido un presidente moderador en los últimos cuarenta años (más que Suárez, más que Felipe), ha sido él. Si el conservadurismo de esos críticos fuera honesto y altruista, estarían, literalmente, besando el suelo que pisa Sánchez; le harían estatuas, bautizarían aeropuertos y polideportivos con su nombre. Bajo su mandato se ha apagado el Procés, la izquierda abertzale se expresa como un apacible partido socialdemócrata, la española como otro. Podrá perder las elecciones porque los teóricos moderados, ahora, son en realidad revolucionarios que, como explicaba Steve Bannon cuando se declaraba «leninista de derechas», quieren, no conservar, sino demoler el orden existente. Y porque los famosos relatos tienen su fuerza y son capaces de hacernos ver las cosas al revés de lo que son. Pero hasta la economía va bien, y hasta las relaciones con Estados Unidos son mejores que nunca. ¿Qué más quieren? Quieren que no pacte con los comunistas, siquiera reblandecidos hasta lo desasosegante para quienes siguen deseando romper el nudo gordiano del régimen del 78.

Así pues, ¿qué es el sanchismo? Lo único que sabemos a ciencia cierta es que a Pedro Sánchez Pérez-Katejón un huevo le cuelga, y el otro lo mismo.

 

 

lunes, 3 de julio de 2023

LA TELEVISION GNERALISTA AL SERVICIO DE LA DERECHA

 

     Cuatro días antes de las elecciones generales de 2011 que llevaron a Rajoy a La Moncloa con mayoría absoluta, Bertín Osborne, con poca tarea por aquel entonces, aprovechaba una entrevista en prensa para llevarle la contraria a Franco y dejarse ver un poco metiéndose en política. A su forma: “El 15M es una gilipollez y una soplapollez”. Tras leer al cantante de rancheras venido a menos despachar con esa finura el movimiento social que iba a cambiar la configuración política española, alguien predijo en Twitter a mitad de camino entre la coña y el terror: Bertín está pidiendo a gritos un programa en la tele y puede que se lo den”.

Igual ya no lo recuerdan, pero antiguamente la política televisada era un asunto de los informativos y no de los programas de entretenimiento. Es decir, para acercarse a la política, Mahoma tenía que subir a la montaña, ajustar la antena para ver el informativo y poner a trabajar las neuronas para entender qué cojones es una prima de riesgo, cómo se actualizan las pensiones o quién es el ministro de x cosa. Eso era antes de que Mahoma quedase sepultado por la montaña que decidió ir hasta él. El viaje ha sido progresivo.  

En la última década, a medida que el brazo político de la derecha iba perdiendo capacidad –derrotado en lo económico tras el colapso financiero de 2008 y en lo emocional con ETA desaparecida–, su brazo televisivo iba ganando músculo hasta llegar a la actual vigorexia. Bertín, sentado en el sofá de casa haciendo desfilar en prime time regado con vinitos a políticos y artistas de su cuerda, no era más que el pistoletazo de salida de lo que sería el gran despelote: poner el entretenimiento de canales generalistas al servicio de una ideología de derechas incapaz de ganar una discusión en el terreno político desde la consolidación de internet y, por tanto, la sencilla comprobación de datos.

El otro día escuchaba a alguien explicar por qué la izquierda estaba destrozando el país. Los argumentos, aunque falsos, eran sólidos: “están gobernando con ETA, han llenado las calles de violadores, se gastan el dinero público en putas y cocaína y, si te despistas, te meten a un okupa en tu casa, por no hablar de Sánchez y su avión Falcon que le hemos comprado entre todos”. Cuando los datos medibles no le importan a una parte importante de la población, es absurdo confrontar esto poniendo sobre la mesa datos reales como el del mejor momento de empleo histórico, la mayor subida del salario mínimo conocida, los numerosos derechos adquiridos o la bajada de la inflación.

También es absurdo rebatir los argumentos sólidos elegidos a la carta poniéndose a recordar que ETA no existe, que a los violadores los liberan –o no– los jueces o que la okupación no es un problema real en España por mucha pasta que suelte Securitas Direct. Cuando lo que importa es el ambiente, la realidad y la política sobran. Hablemos de la tele.

     La capacidad de generación de ambiente que tiene el brazo televisivo de la derecha es directamente proporcional a la incapacidad del brazo político para mantener un discurso sostenido en datos. El resultado es bestial. Lo que eran programas de entretenimiento genérico se han convertido en rescate del brazo político, en mítines a gran escala mediática protagonizados por quienes hasta hace poco eran personajes de la tele y ahora son los líderes de la nueva derecha española de aroma trumpista. Frank de la Jungla, el tipo con gorra y zapatillas Crocs que paseaba por las selvas de Tailandia, es hoy un analista político de Antena 3 que, de la mano de la ultraderechista y fundadora de Vox Cristina Seguí, hace entretenimiento a la vez que informa a la millonaria audiencia de El Hormiguero: “La gente tiene miedo, nos obligan a ser veganos, nos obligan a ser feministas, no se puede hablar de nada por culpa de la izquierda. Hay una panda de imbéciles metiéndose con todo lo que significa España. Yo soy español y me gusta mi bandera”.

Ana Rosa Quintana, desde las mañanas de Telecinco que ahora también serán tardes tras el cese de Jorge Javier Vázquez por hablar de política en un programa que era de entretenimiento, daba la pasada semana un speech editorial explicando los peligros de Sánchez, al que calificaba de irresponsable, antes de dar paso a Feijóo y coincidir con él en que este país no puede seguir así y que necesita un cambio urgente. Miguel Lago, humorista y colaborador de Pablo Motos, se mofaba durante la campaña electoral de una candidata sorda y lesbiana de Podemos en Valencia. Lo que de haber sido una candidata de PP o Vox le hubiese costado el despido fulminante de la cadena, se convirtió para Lago en un trampolín de promoción interna. Así funciona.

    Tras las críticas recibidas, Lago dejó de hacer humor en El Hormiguero para ser ascendido a crítico político en hora de máxima audiencia y señalar que la izquierda que lo criticaba por la mofa a la candidata morada –“lesbiana y bollera, qué será lo siguiente, ¿qué presuman de tener de candidato a un cojo?”– lleva cuatro años intentando cancelar a gente tan libre como él.

Una de las claves del trumpismo televisivo es llamar censura a la crítica recibida y advertir de las graves políticas de cancelación desde las sillas de las cadenas más poderosas del país en la que algunos están vetados por motivos ideológicos. Otro sello de la casa trumpista es conjurar la denuncia de “ya no se puede hablar” al tiempo que se ignoran graves condenas judiciales que atacan la libertad de expresión.

Miguel Lago aspira desde ya a una revisión de contrato para pasar a formar parte de la mesa de debate del programa de entretenimiento presentado por Pablo Motos. Si la negociación llega a buen puerto, en ella podría encontrarse con Tamara Falcó, tertuliana habitual que, en los últimos tiempos, ha mostrado la cara más amable del despelote ideológico: Digo yo que si los ricos pagan más impuestos, también deberán tener más ayudas, ¿no?”. Aplauso del público mientras trancas y barrancas asienten porque negar una verdad de ese tamaño sería de necios y las hormigas son animales de lo más inteligente. Un minuto de silencio para la redistribución de la riqueza y volvemos. A la vuelta, Juan del Val, tipo de formas amables que representa a un amigo de la familia de toda la vida, califica en el programa de entretenimiento como “fraude” la convocatoria de elecciones de Pedro Sánchez y como “fascistas” a sus socios de gobierno de Podemos.

     Si uno hace zapping, en Cuatro se encontrará con Iker Jiménez. Que el encargado de que nos echásemos unas risas los domingos por la noche con apariciones y espíritus haya tomado el control de la línea política de la cadena propiedad de Berlusconi no es un hecho paranormal. Responde de nuevo a un patrón. El trumpismo no pueden liderarlo derechistas con recorrido intelectual, sino Iker Jiménez. Se trata de que el mensaje se entienda y con Iker se entiende: el Gobierno ha convocado elecciones en julio para manipularlas, coinciden en la mesa miembros ultraderechistas habituales en un programa convertido en espacio de debate político cuyos temas estrella van desde el problema de la okupación hasta la negación del cambio climático. Iker, al que hicieron líder de opinión política sin pasarle el psicotécnico, reconocía semanas atrás  estar preocupado porque, en julio, muchos grandes periodistas podrían estar de vacaciones, destapando antes la existencia de la derecha televisiva que la del Bigfoot.

De un tiempo a esta parte la lista de diputados de la derecha televisiva es eterna y el disimulo en los programas “para toda la familia” es nulo. Las grandes cadenas han tocado la corneta y han hecho lo nunca antes visto, usar espacios genéricos de entretenimiento para condicionar el voto en favor de la derecha. Quienes sean capaces de generar ese ambiente que tape al dato serán premiados internamente. El tradicional disimulo del brazo televisivo, como le sucede a la argumentación en el brazo político, ha muerto. Se llama trumpismo y viene fuerte. Que pasen trancas y barrancas.