lunes, 4 de diciembre de 2017

FALSAS DEMOCRACIAS


Hay quienes se sorprenden de la involución sufrida en el Estado español en los últimos tiempos, acrecentada por la represión del movimiento independentista catalán. Sin embargo, como la historia ha mostrado obstinadamente en numerosas ocasiones, cuando la oligarquía, el poder económico en la sombra, ve peligrar sus privilegios surgen las involuciones e incluso en casos extremos los golpes de Estado. No cabe duda de que cuando un régimen está en crisis muestra su verdadero rostro. Como a las personas se las conoce cuando las cosas van mal y no cuando van bien.
Las falsas democracias se declaran formalmente como democracias pero en la práctica son dictaduras de las clases oligárquicas. La democracia liberal es  la dictadura casi perfecta. No hay dictadura más eficaz que aquella que aparenta no serlo. En teoría cualquier idea es admitida (salvo algunas ideas extremas, como el nazismo en países que lo sufrieron en sus propias carnes, como es el caso de Alemania), pero en la práctica no. El truco consiste en permitir que en la teoría pueda defenderse cualquier idea pero lograr que no se lleve a la práctica.
Por ejemplo, en nuestra “democracia” española puede haber partidos legales que defiendan la independencia de algunas de sus naciones en sus programas, pero cuando intentan aplicar éstos se les imposibilita porque es ilegal. Ésta es una de las grandes contradicciones de las falsas democracias. Podemos desenmascarar a éstas a través de dichas contradicciones. Una de dos o se ilegalizan aquellas ideas que no pueden practicarse (lo cual pondría aún más en evidencia a las falsas democracias) o se impide que se lleven a la práctica de mil y una formas, incluso en nombre de la ley cuando dejan de ser minoritarias.
La misma ley que consiente que sean defendidas en teoría ciertas ideas, sin embargo, impide que sean llevadas a la práctica. Una ley, dicho sea de paso, como suele ocurrir tantas veces, ambigua, que permite múltiples e incluso contradictorias interpretaciones. El artículo 155 de la actual Constitución se ha aplicado de la manera más dura que podía hacerse, pues no concreta muchas de las acciones que se han tomado. En la cuestión catalana se ha visto claramente cómo funciona el “Estado de derecho” español del actual régimen. Una Justicia normalmente muy lenta que, de repente, salta a la velocidad de la luz.
Mientras corruptos no son encarcelados o lo son muy tarde o muy poco tiempo, activistas políticos lo son de manera preventiva aun no habiendo provocado ninguna violencia. Mientras éstos son encarcelados, los policías y guardias civiles que protagonizaron las violentas cargas contra pacíficos ciudadanos que intentaban votar el 1-0 siguen impunes. En España la violencia policial no es castigada, incluso es a veces recompensada. Mientras quienes incumplen sistemáticamente su programa electoral y se comportan como una mafia siguen campando a sus anchas, quienes intentan llevar a la práctica su programa electoral son encarcelados. En nuestra “democracia” cumplir el programa electoral puede ser causa de encarcelamiento. ¿Puede existir mayor prueba de que es una democracia falsa?
A estas falsas democracias les interesa que haya partidos de todas las ideologías para que su disfraz sea creíble. El problema surge cuando aquellas ideas que van en contra de los intereses del verdadero poder en la sombra se vuelven mayoritarias. Mientras sean marginales o minoritarias no hay problema. Pero cuando surge un 15-M y un Podemos (con posibilidades de ser mayoritarios) que amenacen los privilegios de las élites, éstas, que nunca se duermen en los laureles, ponen toda la carne en el asador para que dichos movimientos políticos no lleguen a gobernar, para que se queden en meras anécdotas.   
De aquí la enorme, insistente y sin precedentes campaña mediática contra Podemos desde su nacimiento. O se domestican las ideas rebeldes que atentan contra el orden establecido o se intenta devolverlas al lugar del que nunca deberían haber salido, a la marginalidad.
Al sistema no le asusta un partido comunista que nunca pueda llegar a ser mayoritario, incluso le viene muy bien para reforzar el disfraz de democracia, por esto se lo legalizó en su día al mismo tiempo que diseñando una ley electoral que le impidiera tener mucha presencia en las instituciones, hiriendo de muerte a la democracia representativa, incumpliendo el principio elemental de “una persona, un voto”. Sin embargo, esto tuvo como efecto secundario el tener unos nacionalismos periféricos crecientes y desbocados, dada su sobre representación en el parlamento estatal.
Y es que en las falsas democracias se usan mil y una artimañas para conseguir al mismo tiempo que cualquier idea pueda ser defendida en público (incluso las que atentan contra el statu quo del poder económico, aunque hasta cierto punto, sin darles demasiada promoción) y que nunca pueda llevarse a la práctica las que atenten contra los intereses oligárquicos. Ya sea incumpliendo en la práctica los principios básicos de la democracia, como la igualdad de oportunidades (las ideas peligrosas han de ser marginadas, permanecer minoritarias, por esto no tienen las mismas oportunidades de ser conocidas que las que fomentan el orden establecido, el capitalismo), como la separación de poderes (la Justicia debe estar al servicio de las élites)… Mediante un control riguroso al mismo tiempo que sutil de los grandes medios de comunicación se consigue modelar el pensamiento de las masas de tal forma que éstas voten a sus verdugos mayoritariamente.
Mediante el uso del nacionalismo se consigue desviar la atención e intensificar la involución con el objetivo fundamental de evitar cambios sociales, los que verdaderamente teme la oligarquía. ¿Es casualidad que el proceso independentista catalán se intentara llevar a cabo justo después del advenimiento del 15-M y Podemos? Por ahora, han conseguido que en vez de lo social, se hable de lo territorial. Cuando realmente tanto la burguesía catalana como la española, como cualquier otra élite económica, tienen una sola patria: los paraísos fiscales donde guardar a buen recaudo sus fortunas. A las élites les ha asustado mucho más ver en las calles a miles y miles de personas reclamando la democracia real que el secesionismo catalán.
Todo lo acontecido en los últimos meses ha beneficiado a las derechas, catalanas y españolas. En cuanto el trabajador sucumbe ante la cuestión nacional olvida la cuestión social, clasista. Su verdadero enemigo no es tal o cual nación o región, sino el empresario que le explota, esté donde esté. El nacionalismo sustituye a la lucha de clases, cuando la verdadera clave es esta última. La lucha de clases es el motor de la historia. Ésta es una verdad que nunca debe olvidarse.
Todo esto no impide reconocer el legítimo derecho de todo pueblo a decidir sobre su futuro. La democracia real implica, entre otras muchas cosas, el reconocimiento del derecho a la autodeterminación. No es ético obligar a ningún pueblo a convivir con ningún otro.
Sólo cuando el sistema entra en crisis (dadas sus profundas e irresolubles contradicciones está condenado a hacerlo recurrentemente, cada vez más frecuente e intensamente) es cuando se abre una ventana de oportunidad para intentar cambios reales. Y éstos sólo serán posibles en el marco de una democracia verdadera, donde todas las ideas (siempre que no atenten contra los principios más elementales de la propia democracia) tengan las mismas oportunidades de ser conocidas y de llevarse a la práctica. Esas ventanas de oportunidad deben ser aprovechadas por la izquierda real, la cual debe estar bien preparada para no fallar. La izquierda debe abanderar la causa democrática. Luchar por la democracia es luchar contra el capitalismo.
Uno de los pilares fundamentales de la democracia es la igualdad. En la vida en sociedad no hay libertad sin igualdad. No habrá  democracia real sin elegibilidad y revocabilidad de todos los cargos públicos (empezando por el jefe de Estado), sin referendos frecuentes y siempre vinculantes, sin efectiva separación de todos los poderes (incluidos la prensa y el poder económico), sin una prensa libre y plural, sin la obligación por parte de los partidos políticos de cumplir sus programas electorales (los cuales deben ser contratos sagrados con sus votantes), sin transparencia a todos los niveles, sin una ley electoral donde cada voto valga igual… Además, la democracia representativa (pero mucho más representativa y participativa) deberá ser complementada, allá donde sea posible, por la democracia directa. Además, la democracia deberá expandirse por todos los rincones de la sociedad, y muy especialmente a la economía, el motor de la sociedad.
La solución a la cuestión catalana, al problema nacional, pero también a la cuestión social (la que verdaderamente importa o debería importar a la mayoría de la gente) es la democracia, la verdadera, y no la falsa que tenemos ahora. Pero la democracia real sólo podrá alcanzarse con largas y duras luchas por parte de las clases populares. La lucha por la democracia es una labor colectiva pero también individual. Cada uno de nosotros debe poner su grano de arena. En nuestros ámbitos particulares debemos intentar convencer a quienes nos rodean, siempre con humildad y respeto, de que no tenemos una democracia real y de que ésta es la verdadera solución a los grandes problemas que padece nuestra sociedad.
Debemos también poner en evidencia a los falsos profetas, a la falsa izquierda. Y, como siempre, la única manera de desenmascararlos es analizando sus flagrantes contradicciones, entre lo que dicen unas veces y lo que dicen otras, y sobre todo entre lo que dicen y lo que hacen. No tendremos una sociedad realmente libre mientras no tengamos una democracia que merezca tal nombre. La democracia nos atañe a cada uno de nosotros, ciudadanos corrientes, trabajadores. No tendremos un futuro digno (tal vez ni siquiera un futuro) sin DEMOCRACIA, en mayúsculas.

jueves, 9 de noviembre de 2017

YO SOY ESPAÑOL, ESPAÑOL, ESPAÑOL


Yo soy español, español, español, y por eso me preocupa mucho cuando me asomo a la ventana y veo multiplicarse las banderas en los balcones de mi barrio. Es la primera vez que ocurre algo así en cuarenta años de democracia sin que haya un Mundial o Europeo de fútbol. Repito: la primera vez en cuarenta años que veo banderas españolas, españolas, españolas en los balcones de mis vecinos sin pretexto deportivo, al tiempo que ciertos cánticos de exaltación escapan de los estadios.
Yo soy español, español, español, y como tal siempre pensé que uno de los mejores frutos de nuestra democracia era la sustitución del viejo nacionalismo español, español, español por una suerte de patriotismo blando e inofensivo, desentendido de esencias históricas y señas de identidad excluyentes.
Muchos españoles, españoles, españoles nos sentíamos como tales, incluso con orgullo, por motivos deportivos, culturales, paisajísticos, gastronómicos y afectivos. A veces también por motivos políticos (la ampliación de derechos sociales, el rechazo a la mentira gubernamental tras el 11M, o el despertar del 15M), aunque no llegamos a comprar el significante “Patria” que en su día intentó Podemos. El regionalismo, el localismo incluso, el orgullo de ser andaluz, mostoleño o de Carabanchel por encima de tu país, era una de las mejores cosas que nos había pasado como sociedad.
Yo soy español, español, español, y me asusta mucho el nacionalismo, ese que, como bien dijo Vargas Llosa, es una pasión “destructiva y feroz cuando la mueve el fanatismo”, y “ha llenado la historia de guerras, de sangre y de cadáveres”. Pero si hay un nacionalismo en esta península que haya sido destructivo, feroz, fanático y dejado más sangre y cadáveres, ese es el nacionalismo español, español, español, que en los últimos siglos defendió su hegemonía mediante dictaduras, guerras, exilios, cárcel y asesinatos. Un nacionalismo que tras la derrota de la idea de nación de 1812, se fue volviendo cada vez más reaccionario, antiilustrado y antidemocrático.
Yo soy español, español, español y como tal me inquieta el despertar del nacionalismo español, español, español. Nunca se fue, siguió existiendo en la derecha política y en parte de la izquierda, pero reciclado o disimulado en “patriotismo constitucional”. Seguía defendiendo con firmeza su dominio y sus intereses, y chocaba a menudo con los nacionalismos periféricos, pero al contar con todo un Estado propio a su servicio no necesitaba una conexión emocional con una masa social. Por eso éramos mayoría quienes nos sentíamos españoles, españoles, españoles sin tender banderas en los balcones.
Yo soy español, español, español, y tampoco me tomo a broma la normalidad con que estos días la ultraderecha se pasea por las calles, se suma a las manifestaciones, ondea aguiluchos y reparte palizas, emboscada en ese nacionalismo español, español, español que debe desvincularse cuanto antes de fascistas y denunciarlos cuando se cuelen en sus manifestaciones.
Yo soy español, español, español, y me preocupa mucho la crisis actual, la posibilidad de fractura social y enfrentamiento, y precisamente por eso creo que la mejor manera de defender España, España, España no es blindando e imponiendo un modelo de país que deja fuera a muchos catalanes pero también a muchos españoles, españoles, españoles.
Muchos deseamos que nuestros compatriotas de Catalunya sigan siéndolo porque ellos lo quieran, no por imposición y porrazo. Y por supuesto contando para cualquier solución con los catalanes que no quieren la independencia, que son muchos como se ha visto.
Yo soy español, español, español y por eso quiero un futuro para mis nietos en un país sin enfrentamientos territoriales, sin nacionalismos agresivos, y con respeto democrático a minorías y mayorías, pero también sin desahucios, sin paro estructural y precariedad de por vida, sin desigualdad, trabajadores pobres, fracaso escolar, corrupción, impunidad, fosas comunes, justicia politizada y emigración económica forzosa para los jóvenes.
El problema no es Catalunya, el problema es esta España, España, España fallida y necesitada de reseteo para que no se quieran ir tantos catalanes y podamos seguir viviendo con o sin orgullo tantos españoles, españoles, españoles.

lunes, 23 de octubre de 2017

UN 15-M REACCIONARIO


Hace tiempo bromeaba acerca de la posibilidad de que se produjera un 15-M reaccionario en el que se corease “Lo llaman dictadura y no lo es”. Ahora tengo la impresión de que el chascarrillo se adelantó a los acontecimientos.
El estado de excepción que, con motivo del 1 de octubre, perpetró el Gobierno central ha sido el caldo de cultivo de un movimiento popular de derechas que, en gran medida, puede interpretarse recurriendo a las coordenadas del 15-M. Se trata de un movimiento masivo, transversal e impugnatorio, cuya potencia no radica en su capacidad para elaborar un cuerpo articulado de propuestas que permitan enfrentar una crisis­, sino en su habilidad para definir un enemigo común. Al final, sí que se ha producido un 15-M reaccionario.
Que el movimiento que ahora asoma la cabeza es masivo lo demuestran las manifestaciones y las cacerías que los radicales de derechas han estado ejecutando las últimas semanas en Zaragoza, Barcelona, Valencia, Madrid… Es verdad que, en comparación, los patriotas de pulserita y los fachas que lucen pollos en las banderas son muchos menos que las personas que hemos solicitado una solución a la crisis catalana mediada por las urnas, pero incluso concediendo este punto no podemos ignorar el efecto que el conflicto territorial está teniendo en las encuestas (que pueden ser sesgadas e imprecisas, pero señalan una tendencia).
La derecha que reclamaba la aplicación inmediata del artículo 155 mejora sus expectativas electorales. En la actualidad, apostar por recortar la autonomía catalana y ejercer la represión violenta sale rentable desde la perspectiva política del conjunto del Estado. Esto sucede porque se trata de estrategias con un amplio respaldo de la población, algo que, si pretendemos hacer prospectiva, más nos vale que tengamos muy presente.
El aspecto transversal del movimiento se percibe también en las propias manifestaciones. Miles de personas que pertenecen a las clases populares le han sacudido el polvo a las banderas de España que guardaban en los armarios (por alguna razón que no logro entender) y han salido a la calle a demostrar su patriotismo (no su nacionalismo, porque nacionalistas son los demás).
 Muchas han aprovechado la coyuntura para ser un poco más fascistas y violentas que de costumbre. Al fin y al cabo, no todos los días estás lo bastante arropado por una muchedumbre ebria de fanatismo como para cantar el “Cara el Sol” en Cibeles y hay que aprovechar las pequeñas oportunidades que te brinda la vida. Entre los unos y los otros, se encontraban los pijos de derechas que ganaron la Guerra, la Transición y que ahora están al frente del casino. Personajes de renombre como Esperanza Aguirre, Rafael Hernando o Inés Arrimadas se manifestaron con ciudadanos de muy diversa condición a favor de la unidad de España, la represión en Cataluña y las porras en las calles. Todos los estratos de la sociedad estaban representados en esas muchedumbres.
En cuanto al contenido discursivo de este 15-M reaccionario, cabe decir que no se caracteriza por lo que propone, sino por lo que impugna, algo en lo que se asemeja al 15-M original. Uno de los eslóganes más repetidos en el 15-M de 2011 fue “No nos representan”, clara alusión a los partidos tradicionales. El acuerdo en las plazas acerca de esta impugnación era unánime, pero, como se ha comprobado después, eso no implicaba que hubiera consenso acerca de cuál era la alternativa institucional en clave propositiva que debía defenderse.
Algo análogo sucede con el 15-M reaccionario, cuyo relato también se puede resumir con la frase “No a esto. Luego, ya veremos”. La manifestación del 8 de octubre que encabezaron diferentes fuerzas políticas lo dejó muy claro. Todos estaban de acuerdo en que no querían una Cataluña independiente, pero eso no significaba, ni mucho menos, que hubiera consenso acerca de la relación que Cataluña debe mantener con el Estado español. Dudo mucho que Josep Borrell y García Albiol compartan la misma opinión acerca de este punto.
El 15-M reaccionario está supliendo esta falta de contenido ideológico propositivo del mismo modo que el 15-M original: señalando un enemigo común que permita, por una parte, cohesionar a la masa aliada y, por otra, dirigirla en una dirección que permita salir de la crisis. En el año 2011, el enemigo eran los partidos tradicionales, la masa aliada eran los de abajo y la crisis la constituía el régimen del 78. Hoy, el enemigo es Cataluña, la masa aliada son los españoles de bien y la crisis es territorial.
Pues bien, del mismo modo que el 15-M original constituyó una oportunidad para las fuerzas políticas transformadoras que posteriormente accedieron a las instituciones, el 15-M reaccionario está brindando la ocasión a los partidos tradicionales de cobrarse su venganza y reponer el statu quo. El principal beneficiario es, sin ninguna duda, el Partido Popular. La gran perjudicada, la ciudadanía española.
En este momento, Mariano Rajoy tiene la oportunidad de vencer en Cataluña como a él le gusta: sin levantarse del sillón. Rajoy es un tipo tranquilo, como prueba el hecho de que no se moleste en dar declaraciones cuando puede evitarlo. Es fácil imaginárselo llamando a Soraya para decirle: “Oye, mejor comparece tú ante los periodistas, que a mí me parte la tarde”. ¿Por qué va a hacer el esfuerzo de mancharse las manos cuando el propio curso de los acontecimientos promete hacerle todo el trabajo sucio? Aplicará el artículo 155 y dejará que los tribunales y el tiempo le den la razón.
Cospedal ha dado pistas acerca de la aplicación de esta vía. En una intervención reciente ha asegurado que no habrá tanques en las calles, lo que, lejos de ofrecer aire a los partidarios del procés, subraya todavía más su derrota. No habrá tanques en las calles porque el Gobierno central no los necesita para aplastar la autonomía catalana. Le basta con esperar. Mientras que en Cataluña tienen que invertir tiempo y esfuerzo en levantar el edificio de la República Independiente sobre arenas movedizas, Rajoy puede acodarse en la valla de la obra, como un viejo cualquiera, y esperar a que todo se derrumbe. No se trata de una actitud responsable, pero él no vino a la política a ser responsable, sino a ganar. Y está ganando.
Ahora bien, la victoria no va a satisfacer al Partido Popular. Una Cataluña cautiva y desarmada política e institucionalmente le sabe a poco. Quiere humillarla. Quiere romperla. Y la va a romper, o bien a través de la incertidumbre (que ya está provocando fisuras políticas entre los partidarios del referendo y que ha abierto importantes brechas en la economía y en la sociedad catalanas) o bien a través de la represión. Luego, lo rentabilizará en el resto del país, ya que servirá como advertencia a todo lo que sea periférico con respecto a las instituciones del estado central, comenzando por los gobiernos autonómicos y continuando por la sociedad civil organizada. El mambo de Mariano Rajoy comienza ahora.
Es preciso que tengamos todo esto muy presente porque no se trata de una cuestión anecdótica y puntual. Al contrario. El 15-M reaccionario va a constituir el marco del debate de las próximas elecciones generales, autonómicas y municipales, del mismo modo que sucedió con el 15-M original en los comicios pasados. Esto supone una dificultad añadida para las fuerzas del cambio, que se verán obligadas a navegar con el viento en contra.

 

miércoles, 11 de octubre de 2017

NACIONALISMO ESPAÑOL


A mis amigas y amigos nacionalistas españoles, aunque no se reconozcan como tales:
Curioso, muy curioso eso del nacionalismo español. Aunque es sin duda el más fuerte, el más excluyente y el más irrespetuoso con los demás, se percibe a sí mismo como el agua: incoloro, inodoro e insípido.
Yo nací en Madrid. Hasta que no vine a vivir a la periferia estaba convencido de que los de Madrid no teníamos acento. El acento era propio de gallegos, murcianas, catalanes, vascas, asturianos, manchegas o canarios.
También éramos incoloros, aunque nuestra bandera fuera roja y gualda. E inodoros, aunque las cloacas del estado estuvieran en el mismo centro de nuestra ciudad. Insípidos, aunque infundiéramos miedo o desconfianza a grandes capas de la población.
Por eso te interpelo a ti, española o español nacionalista para que te preguntes si no te parece curioso que este nacionalismo no exprese nunca contradicciones contra ningún enemigo exterior, sino contra lo que él mismo define como los “malos españoles”. No es casualidad que el ejército español solo pueda presumir en los últimos siglos de victorias contra su propia gente. Por eso mete miedo el “a por ellos”, porque de manera consciente o difusa sabemos que vienen “a por nosotros”.
Sí, curioso nacionalismo este que se expresa contra la mitad de su pueblo. Ese que en sus entrañas aprendió bien con lo que Santiago Alba Rico llamó la “pedagogía del millón de muertos”, concepto tan preciso y simple como eficaz: cada treinta o cuarenta años se mata a casi todo el mundo y después se deja votar a los supervivientes.
Y, entonces, ni siquiera esos supervivientes votan libremente. Lo que se planteó en el 78 fue una “negociación constituyente” en la que los de un lado de la mesa tenían pistola y los del otro no. Por no hablar de que casi el 70% de la población actual no pudo votar entonces por razones de edad. Esto es lo que legitima a este rey al que se le llena la boca hablando del “Estado de derecho” y del “cumplimiento de la ley”. Este “jefe del estado” que, lejos de mediar como árbitro, apoya a una parte en el uso de la fuerza contra al menos la mitad de las gentes de Cataluña, a los que se asigna el papel de “malos españoles”. Esos enemigos de España que son los únicos a los que logra vencer a lo largo de la historia.
Curioso es, amigo y amiga nacionalista español, que muchos de tus razonamientos comiencen por “En ningún país de Europa…” sin reparar nunca en el hecho de que el fascismo fue derrotado en todos los países menos en el nuestro. O aceptándolo, pero como si fuese un matiz insignificante. Y es que lo lógico es que las víctimas, una vez reconocidas en su condición, perdonen si pueden a sus verdugos. Pero no hay lógica alguna en el hecho de que sean los verdugos quienes perdonen a sus víctimas cuando éstas demuestran “haber aprendido” a hacer buen uso de su voto. Y menos aún que eso ocurra una y otra vez. En esto, lo reconozco, el franquismo tenía razón: Spain is different.
A Rajoy parece que le importara un pimiento Cataluña, donde el PP es ahora residual. Pero sabe que gana prestigio entre su electorado del resto del Estado si exhibe fuerza contra los sempiternos “malos españoles”. Se sostiene además en ese partido sin cuyo concurso nada de este “sentido común” se hubiera consolidado: el PSOE. Ese partido que encaja a la perfección con este nacionalismo “como el agua”, que no se ve, no se huele, no sabe a nada, pero ahí está, ahogándonos.
Si uno se salta un semáforo en rojo comete una infracción. Si todo el pueblo se lo salta estamos ante un conflicto social que los Estados de derecho resuelven políticamente. Y hablo de las gentes del común que, con más o menos razón jurídica, se acercaron a depositar su voto, aun sabiendo que no tendría efectos, y se llevaron las agresiones que tú, amiga o amigo nacionalista español, justificas y aplaudes.
Es curioso, nacionalista española o español, que tú no te reconozcas como tal. Como mucho, te llamas “patriota”. Sin embargo espetas frases del tipo de “si se quieren ir que se vayan, pero que dejen el territorio” o “se manda al ejército, como ordena la Constitución, y punto”. O “para qué tantas lenguas, si ya tenemos una en común con la que entendernos todos”. Sí, es muy curioso. Oé, Oé, Oé. Como si no hubiera escarmiento en eso de Una, Grande y Libre.
Esta lógica de este “nacionalismo español” llega al paroxismo cuando muchas personas aplauden que con una reforma exprés se deslocalicen las empresas de forma casi inmediata, aunque eso provoque que se vayan a Portugal o a Francia. ¿O pensáis que solo se van a Madrid, y por tanto quedan “en casa”? Una muestra más de la “responsabilidad” de la que hace gala este nacionalismo invisible que vive de fabricar “independentistas” de forma desbocada.
Curioso, triste y desdichado país. Y es que empezamos por aceptar que más de 100.000 personas estén amontonadas en cunetas y que nunca sea el momento adecuado de tratar el tema, y acabamos aceptando el latrocinio, las agresiones policiales, el Estado social más escuálido de la Europa avanzada, la ley mordaza, la mentira… hasta llegar al contrato basura o a las maletas.
Curioso este nacionalismo español tan incoloro, tan inodoro y tan insípido, sí, pero tan coherente, tan sostenido en el tiempo. Tan recalcitrante, tan irresponsable y en el fondo tan rompepatrias, pues, es hora de hablar claro: esa España sin disputa que tenéis idealizada solo existe en vuestra imaginación y solo cabe en una dictadura.
Para todo lo demás queda la Política, donde el conflicto es inherente a toda sociedad y, a la vez, oportunidad de mejora. Creo que tenemos que escapar cuanto antes de esta humareda que esconde el debate fundamental: la creación entre todos y todas de una república española. Que separe de forma nítida el estado de la iglesia, que ponga las instituciones al servicio de las personas, que garantice el derecho de autodeterminación de los pueblos que la integran. Que dé un respiro a las jóvenes que tienen que salir fuera después de haberse formado aquí.
Una República donde derechos fundamentales, como el derecho a la vivienda, no sean “principios rectores” sino derechos que puedan exigirse de verdad. Donde el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial sean poderes realmente independientes. Donde se respete la Memoria, porque solo si sabemos quiénes fuimos podremos estar en condiciones de pensarnos y proyectarnos al futuro. Una verdadera casa donde se respete el conjunto y entre todas nos cuidemos y cuidemos del jardín, pero donde también se respeten las habitaciones, donde no se repartan unos pocos el país a dentelladas o se vendan a precio de saldo a las élites, sean éstas de Madrid o de Suiza. Quizá ya sea tarde, quizá se perdió la oportunidad, pero ahí si podríamos soñar un futuro. Y si no, entonces nos queda esta España, película de terror.

miércoles, 4 de octubre de 2017

LA TRANSICION A MUERTO


No tengo ningún indicio que me haga pensar que Mariano Rajoy Brey sea conocedor de la obra de Max Weber, pero a tenor de lo sucedido el pasado domingo en Catalunya, sí me atrevería a tildar de weberiano el intento que nuestro presidente del gobierno ha llevado a cabo contra el procés, con la clara intención de deslegitimarlo.
Apoyado en la reglamentaridad que el mismo sistema judicial que confirmó la sentencia del caso Atxutxa le otorga, el gobierno de España en manos del Partido Popular ha pretendido dejar claro mediante el uso de la violencia, por ahora representada en las fuerzas y cuerpos de seguridad, que el único estado viable a día de hoy en el territorio español es el que representa la  realidad jurídica del Reino de España. Cualquier otra expresión de cultura nacional con visos de constituirse en un estado independiente, supone para el Partido Popular y sus acólitos una muestra clara de fuerza ilegítima y criminal que debe ser atajada con el uso legítimo del monopolio de la violencia que posee el gobierno español.
Una lógica perversa quizás aceptable en la realidad del Conde-Duque de Olivares o en los convulsos años de la República Federal Española, pero difícilmente asumible para la  Unión Europea contemporánea del Brexit o el referéndum de Escocia. 
         Sí la gestión de la corrupción nos había señalado a unos cuantos la inoperancia del Partido Popular y la escasa cintura del gobierno en su trato con los medios de comunicación, la jornada del 1 de octubre en Catalunya parece haberse encargado definitivamente de exponerle al mundo la triste ineficacia del ejecutivo español.
Por desgracia parece que al legislativo todo esto debió de pillarle en un cóctel o en el cine con sus "compi yogui", con la monarquía nunca se sabe. Medios internacionales como  Le Figaro o The Telegraph, o The New York Times con su editorial  calificando a Rajoy de “matón intransigente” parecen dejar tras el 1-O a un lado  el mito de la ejemplaridad de la transición española, para centrar sus objetivos en un estado incapaz de solventar sus crisis sin hacer aflorar de nuevo sus tintes autoritarios.
Apoyarse en la Constitución y en una transición que se realizó bajo el ruido de los sables y la inexperiencia democrática de un pueblo que llegaba a ese momento crucial de la historia de nuestro país ahogado por la falta de  libertad tras treinta y nueve años de dictadura fascista en España, supone a todas luces un argumento insuficiente para negarse rotundamente a entablar diálogo con quienes cuestionan la legitimidad de nuestras normas comunes de convivencia. Después de todo, nadie puede negar que el fascismo dejó su impronta en nuestra democracia.
Los cambios de chaqueta fueron numerosos en todos los ámbitos de la vida española, periodistas, políticos, militares e incluso asesinos pasaron rápidamente a incorporarse a las élites encargadas de tutelar al pueblo en su camino a la democracia. Nada cambio en realidad con el régimen del 78, nunca se llegó a remover el poder cimentado durante la dictadura franquista, sino que simplemente se buscó legitimar  al estado español ante el mundo bajo una fachada democrática ciertamente deficiente. Nuestra entrada en organismos internacionales como la ONU o la Unión Europea, siempre ha estado marcada por un trato distante de los demás miembros, limítrofe entre lo exótico y lo rentable. Una relación de fuerzas puede que ciertamente provechosa para el conjunto de España, pero que nunca ha estado exenta de cierto tipo de vasallaje asumido íntegramente por el pueblo.
Quién sabe si acostumbrado al habitual control del discurso imperante en nuestro país o quizás debido a una torpe gestión electoralista de la peculiaridad de poseer en su seno un importante voto extremista, el Partido Popular simplemente ha dado por hecho que la puesta en escena a los ojos del mundo de una Catalunya independiente era en esencia imposible. Claramente se equivocó el Gobierno español al considerar que el uso desproporcional de la fuerza contra una población que únicamente deseaba votar no iba a tener repercusiones excesivas. Una vez más, ha minusvalorado el poder de la imagen y sorprendido ante una prensa extranjera quizás más contestataria de lo esperado, ha otorgado definitivamente al Govern de Catalunya el poder que estaban esperando.
Resulta improbable que los grandes pesos de la arena internacional o la Unión Europea en su conjunto den excesivo crédito al proyecto unilateral de la República Catalana, pero no han sido pocos los representantes políticos que horrorizados ante las imágenes que llegaban desde Catalunya han pedido que se abra urgentemente un proceso de diálogo.  Una importante victoria para una vía independentista que hasta hace pocas semanas no contaba con apenas respaldo fuera de las propias fronteras de su proyecto.
Algo tiene que cambiar. Esa sin duda, podría ser considerada la sensación más habitual en la cabeza y en los corazones de la mayoría de catalanes y españoles. La represión sufrida por quienes en una clara actitud no violenta simplemente reclamaban un derecho tan básico como el de poder decidir su futuro, ha terminado de resquebrajar un pacto social que en España ya se encontraba demasiado debilitado por la rigidez política de un régimen heredero del franquismo y los recortes sociales fruto de un sistema económico que ha terminado ahogando en exceso al pueblo.
Además de constituir una reivindicación histórica y social, la independencia en Catalunya ha supuesto para muchos ciudadanos una vía  de escape para demasiada frustración contenida. Al contrario que el arco parlamentario en Madrid, los políticos catalanes han logrado apartar sus obvias diferencias para juntos encauzar la pulsión ciudadana cara a un nuevo proyecto que siendo ciertamente arriesgado, ha tenido las cosas claras desde el principio.
Tras el fracaso anunciado de las armas en Euskadi, el desafío independentista se trasladó a Catalunya con el tacticismo político y la presión social como principales argumentos frente al estado. Pero en una España en donde el "sin violencia todo se puede negociar" se había utilizado como firme premisa frente al terrorismo, la respuesta ante las reivindicaciones catalanas siguió consistiendo en una firme escalada represiva por parte del gobierno central. El recurso del PP contra el Estatut de autonomía y la guerra abierta desde aquel momento contra el Govern dejaron claro a gran parte de la ciudadanía catalana que la desobediencia civil era el único camino posible.
Tampoco nos llamemos a engaño, tan solo los más abducidos por el procés podrían esperar que el 1 de octubre se saldase con unos resultados fiables y legítimos en las urnas. Ese no parece el objetivo real de una consulta que con toda certeza sufriría una presión logística y represiva de la que difícilmente podría salir indemne. Todo parece apuntar a que el movimiento soberanista catalán ha buscado simplemente sentar a España en la mesa de negociación, para lograr una consulta legal y consensuada a la que en Moncloa nunca han dado opción alguna.
Desde el Govern de Catalunya siempre se apuntó a Europa como un interlocutor más pese a la rotunda negativa inicial a inmiscuirse en asuntos internos de un estado miembro y a las amenazas de exclusión de la Unión. Pese a ello en todo momento Puigdemont  pareció tener clara la existencia de una rendija invisible en la impenetrabilidad de las relaciones entre estados, que en su momento abriría una oportunidad al procés para legitimarse. Finalmente la torpeza del Gobierno del Partido Popular parece haberle dado la razón.
Con la pérdida del uso de la violencia fruto del peso que más de ochocientos heridos (alguno de ellos graves) tienen en la comunidad internacional, la única salida viable para el gobierno del Partido Popular es la de sentarse a negociar, la principal duda que nos asalta, se basa en saber sí un partido salpicado por la desproporcionalidad en el uso de la fuerza y claramente inoperante en la negociación política será capaz de liderar un proceso que se antoja necesario no solo para la propia España, sino también en sus relaciones con Catalunya y el resto de territorios con reinvindicaciones soberanistas.
Puede que sin remedio, el 1-O hayamos perdido definitivamente a Catalunya como una comunidad autónoma más de España, pero gran parte de las esperanzas que nacen de este desafío al estado español apuntan a la capacidad de la izquierda estatal para tomar la alternativa en un proceso que suceda lo que suceda, va a tener que pactarse en Catalunya y en el seno del Estado español.
No existen ya reductos para las imprecisiones y el electoralismo, hoy cada actor político debe situarse como parte activa de una nueva concepción del estado o como pilar fundamental del régimen del 77. No puede la izquierda española renunciar a la resistencia pacífica por los derechos de los ciudadanos.  El 1 de octubre la transición ha muerto en Catalunya y ahora es la calle e incluso la desobediencia civil en algunos casos la encargada de traer una nueva libertad plena a la ciudadanía.
El pueblo catalán ha perdido de forma definitiva el hace tiempo infundado miedo a la transición y a los ruidos de sable. Deberían entender por su propio bien en Madrid, que la pérdida del miedo en una sociedad donde impera la precariedad y los recortes sociales son la norma, puede suponer una peligrosa cuestión si no se sabe ceder a tiempo lo que ya se ha perdido.
Gamonal, Murcia, la represión a la minería, las marchas de la dignidad, los desahucios... Cientos de actuaciones represivas que dejan claro que Catalunya no es el problema, no puede volver a saldarse sin  responsabilidades penales y dimisiones la actuación policial desmedida tan común para unas fuerzas y cuerpos de seguridad del estado con ciertos tintes represivos que han mostrado al mundo una clara necesidad de depuración.

Por si fuera poco, la Zarzuela se ha unido a La Moncloa y Génova en la apuesta total y sin ambages por la mano dura contra la Generalitat en su aventura por la independencia. En una intervención sin precedentes en una monarquía parlamentaria en la que el rey no tiene poderes políticos –ni puede tenerlos en Europa en el siglo XXI–, Felipe VI ha pronunciado un discurso durísimo sin espacio para dar ninguna opción al diálogo con los nacionalistas catalanes en lo que es en la práctica una declaración de guerra a la Generalitat que preside Carles Puigdemont.
Lo único que le faltó al monarca fue ordenar la aplicación del artículo 155, la detención de los dirigentes de la Generalitat y la convocatoria de nuevas elecciones en Cataluña. O algo peor. Quizá Rajoy se haya comprometido ya a hacer eso. Si no es así, el presidente del Gobierno ya sabe por dónde respira la monarquía. Tan nefasta intervención política de S.M. puede significar el principio del fin, no solo del gobierno de Rajoy, sino también de la monarquía.
        Hoy no es solo Catalunya, sino la concepción de España lo que está en juego, la historia será la encargada de medir la altura política y moral de quienes ahora deben dar un paso al frente.

domingo, 30 de julio de 2017

TOROS “A LA BALEAR”


"Consideramos salvajes a los leones y los lobos porque matan, pero tienen que matar o morirse de hambre. Los humanos matan a otros animales por deporte, para satisfacer su curiosidad, para embellecer sus cuerpos y para dar gusto a sus paladares. Los seres humanos matan también a los miembros de su propia especie por codicia o por poder. Además, los humanos no se contentan simplemente con matar. A través de la historia han mostrado una tendencia a atormentar y torturar, antes de darles muerte, tanto a sus iguales los humanos como a sus iguales los no-humanos. Ningún otro animal muestra demasiado interés por hacer esto"

(Peter Singer)

          La Tauromaquia justifica y argumenta falazmente desde sus inicios históricos que, para que toro y torero estén "en igualdad de oportunidades" ante el combate, el toro se vea sometido a una serie de ataques en secuencia, que van mermando sus fuerzas, a base de ir provocándole una serie de heridas mediante los rejones, las puyas, las banderillas, etc. Todo ello contribuye a un sangriento y bárbaro espectáculo, que finaliza, como sabemos, con la muerte del toro mediante la espada y, en su caso, el descabello. Pero hasta que llega ese momento, el animal va sufriendo continuas y progresivas heridas en su lomo y cuello, por las que se va desangrando lentamente, provocándole un terrible sufrimiento.
La lucha de los animalistas ha conseguido, en el Parlamento balear, que el toro deje de sufrir en la arena, mediante la prohibición de toda suerte de ataques al animal durante la faena, que tampoco podrá acabar con la muerte del astado. Por tanto, los toreros sólo podrán emplear el capote y la muleta en sus faenas, que además se verán recortadas en su duración hasta un máximo de 10 minutos, y a 3 toros en vez de los 6 actuales. La votación de esta ley de toros "a la balear", como ya es popularmente conocida, fue bien previsible. Los grupos de la izquierda parlamentaria han votado a favor (PSOE-PSIB, MÉS y Podemos), mientras que el PP y Ciudadanos lo han hecho en contra. Sabemos cuál es el sitio de cada uno.
Esta iniciativa legislativa contempla muchos aspectos interesantes, más allá de los relativos a la prohibición del maltrato. Tanto toros como toreros se verán sometidos a controles antidopaje antes de que comiencen las corridas, y los toros al finalizar las faenas volverán a los corrales y después a sus ganaderías de origen, no sin antes ser sometidos a un reconocimiento veterinario para comprobar su estado sanitario. La Ley balear también regulará las características de las enfermerías que serán obligatorias en las plazas, así como las condiciones que tendrán que cumplir las ganaderías en lo que se refiere al transporte de los animales, por lo cual cubre varios aspectos necesarios que garantizan el bienestar de los toros en todo lo que incumbe a la celebración de las corridas.
La nueva normativa también prohíbe la entrada de menores de 18 años a los espectáculos taurinos (actualmente era de 16), así como la venta y el consumo de alcohol en el recinto. Por tanto, configura una iniciativa legislativa ciertamente completa e interesante, que puede constituirse en referente, y marcar un antes y un después en la regulación autonómica de la tauromaquia en nuestro país. Fuera ya de los aspectos reguladores de lo taurino, la ley balear también prohíbe el tiro al pichón y a la codorniz, aspectos ante los cuales la Federación Balear de Caza ha mostrado su total desacuerdo.
Al día siguiente de su aprobación, el Partido Popular y sus organizaciones afines (en este caso la Fundación del Toro de Lidia) han presentado recurso ante el Tribunal Constitucional, alegando que dicha Ley vulnera las competencias del Estado, ya que sólo éste puede regular los aspectos relacionados con la tauromaquia. Por su parte, las Comunidades Autónomas tienen entre sus competencias la de regular todos los festejos (incluidos los taurinos), así que no sabemos en qué quedará todo esto. De momento, lo más previsible es que el Alto Tribunal ordene la suspensión cautelar de la entrada en vigor de dicha Ley, tal y como ya han solicitado los instigadores del recurso.
Pero en cualquier caso, se trata de toda una victoria de los grupos y partidos animalistas, de las organizaciones que luchan por la liberación animal, y contra el maltrato a los animales en todo tipo de "festejos populares". En el caso concreto de la Tauromaquia, resulta además que estamos ante una actividad reconocida oficialmente como “Bien de Interés Cultural”, y por tanto, perteneciente al patrimonio cultural de todos los españoles, por lo cual el asunto se complica enormemente. Las subvenciones públicas y al apoyo a nivel institucional están aún muy arraigados para la tauromaquia, lo cual dificulta enormemente su desmontaje dentro de nuestro país. De ahí el intento del Parlamento balear de regular las corridas, de tal manera que, aunque la prohibición expresa no pueda aún llevarse a cabo legalmente, se proteja a los toros para que no sufran durante las faenas.
No se consigue por tanto el objetivo último y final, pero hay que valorar los pasos hacia adelante que se están dando, en la lucha por erradicar todos los festejos populares donde se produzca muerte o tortura de cualquier tipo de animales.
Los taurinos en cambio argumentan otras razones rocambolescas, tales como que es "un intento nacionalista de rechazar lo español", según aparece en el artículo de Ricardo F. Colmenero para el diario El Mundo, o bien que es una clara desvirtuación de la tauromaquia, ya que, según ellos, el toro bravo es una especie criada para tal fin, y ha de morir en el ruedo.
Argumentan que el sentido último de su existencia es la muerte digna en la arena, porque de todos modos habrá muerte en la soledad del corral, pero no se dan cuenta de la abismal diferencia que hay entre una muerte y otra dentro del contexto de una sociedad avanzada, ya que la muerte en el corral no está sirviendo de cruel espectáculo de tortura para nadie. Esa es la diferencia que no ven. Pero existe. Sólo hay que poseer un poco de sensibilidad para apreciar la diferencia entre una muerte y otra. El propósito de nuestra sociedad debe ser erradicar la crueldad y minimizar el sufrimiento, y no excusar el apoyo a este tipo de "espectáculos" bajo cualquier pretexto cultural, tradicional o económico.
Hoy día, la decadencia y el declive social de estos espectáculos es más que evidente. La actividad de la tauromaquia dejó de ser rentable hace muchos años, y se constata desde el año 2007 la tendencia negativa en cuanto al número de espectadores que acuden a las corridas de toros. Pero los grandes empresarios de la tauromaquia no se dan por vencidos. Por ello el lobby taurino pretende que esta actividad se considere y se mantenga como un producto cultural oficialmente reconocido, para poder beneficiarse de las cuantiosas subvenciones públicas y privilegios fiscales asociados, y lo reclaman asegurando que las corridas de toros son el segundo espectáculo de masas en España, aunque según datos del propio Ministerio de Cultura, dista mucho de ser considerado como tal.
De ahí la especial inquina que se levanta cuando cualquier iniciativa legislativa, como ahora la del Parlamento balear, intenta restar fuerza al mundo taurino, en base a limitar o transformar la propia estructura del "espectáculo" del toreo. Pero afortunadamente el ejemplo está cundiendo, y ya son muchas las iniciativas legislativas y consultas ciudadanas que se están poniendo en marcha en la misma línea, en diversas Comunidades y Ayuntamientos, por lo cual parece ser una cuestión de tiempo que veamos la total abolición de la tauromaquia en nuestro país.
Pero aún nos costará mucho despojarnos de las crueles prácticas y costumbres atávicas, que tan arraigadas se encuentran en el suelo patrio. Amparados en la historia, la tradición, la cultura y el arte, los defensores de estos festejos justifican la celebración de estos crueles eventos con los animales (en este caso con el toro bravo), sin darse cuenta de que la Humanidad está evolucionando en el sentido contrario, es decir, en el de proteger la vida y los derechos de todos los animales, y de no considerar ocio, tradición, cultura, deporte, festejo, espectáculo, arte o diversión toda aquélla actividad que se base en el maltrato, la tortura o la muerte de animales.
Parece no obstante que aún estamos muy lejos de conseguirlo, pero leyes como la que estamos comentando del Parlamento Balear nos acercan más a dicho objetivo. Animamos desde aquí a los grupos y asociaciones animalistas, e instamos a las fuerzas políticas con sensibilidad ecologista y animalista a que continúen por esta senda. Deseamos también que cunda el ejemplo para el resto de Comunidades Autónomas del Estado Español, y que sigan el ejemplo balear para impedir de este modo que los toros sufran tortura y muerte en los ruedos de toda la geografía nacional.
Es posible que dentro de no mucho tiempo podamos conseguir un escenario legal de absoluta protección y respeto hacia el mundo animal. Habremos dado un gran paso como Humanidad.

lunes, 17 de julio de 2017

RECORDAR A MIGUEL ANGEL BLANCO, O LA INDECENTE EXHIBICIÓN DE LA HIPOCRESÍA


Quienes están moralmente huecos nos obligan a sufrir eternamente por los que consideran suyos, mientras humillan a las vÍctimas de las que son responsables.
Nos han impuesto la solidaridad con Miguel Ángel Blanco, todo el país, de izquierdas y de derechas, unido por su asesinato de nuevo tras 20 años. Forzados por la opinión pública a asistir a los actos en su nombre… porque solo en su nombre se hacía el acto.
no eran actos en memoria de cualquier asesinado por el franquismo, ni de cualquier asesinado por los GAL, ni de cualquier asesinado por los diferentes grupos terroristas fascistas ya en democracia, ni de cualquier asesinado por los cuerpos y fuerzas del Estado en la transición… y si nos salimos de ahí ni en memoria de cualquier mujer asesinada por su pareja, ni homosexual asesinado por neonazis…. no de nadie más que los que comulgaban con sus ideas.
Solo él, Miguel Ángel Blanco, este hombre ¿hizo algo más que el resto de asesinados? Morir. No, el resto lo hizo la sociedad, la sociedad se solidarizó con él, toda la sociedad salió a la calle a llorar en su nombre, a pedir por él, sin cuestiones políticas de por medio, sin críticas a la acción del gobierno que siempre ayudó a mantener la violencia por no querer afrontar ETA como un problema político, pero a pesar de todo lo que se puede hurgar en la herida la gente se unió contra la muerte de una persona inocente.
Pero ¿y ellos?, y los que si gozaron de la solidaridad de la sociedad, que la utilizaron como apoyo a su ideología… Esta gente que hace concentraciones propias y partidistas en memoria de un asesinado, como tantos otros, pero de uno en concreto, su amigo, su “martir”, obligan al resto a ser quienes de nuevo les demos nuestros mejores sentimientos, “porque han pasado 20 años” dicen… y ¿qué?, más han pasado de los asesinados por el franquismo y no les dejan ni existir, tampoco a los de los Gal, a los de la transición, a los desaparecidos por la represión del Estado… No, con esos no hay solidaridad que valga, a esos ellos no les lloran, a esos traidores a “su patria” no se les permite, ni tan siquiera, un mínimo de respeto, les insultan, humillan, bejan y patalean todo lo posible para mantenerlos escondidos en las cunetas, sin reconocerles el más mínimo derecho, ni a sus familias.
Presionan a la Sra. Carmena a que asista a su acto en memoria de Miguel Ángel, quieren que de nuevo les llore a sus muertos, los de su ideología, y que ahora se haga uno por uno, que si no nos despistamos con la corrupción, y así aprovechar la situación para despreciarla, silbarla, insultarla… otra vez, todo de nuevo.
Pero cuando es su responsabilidad, cuando ellos, el partido regenerado tras la dictadura, muestran su vileza, su odio, su falta de la más mínima empatía con quien ya está sometido y excluido, y estas personas sin moral se permiten el juego hipócrita de obligarnos a llorar a Miguel Ángel Blanco mientras ellos le exigen a la familia del fusilado Timoteo Mendieta que se paguen ellos la exhumación de su muerto, pues es solo suyo, de su familia y quien quiera pagarlo.
Son tan ruines que para humillar a la victimas que ellos han causado les piden hasta los 2000 cochinos euros de su exhumación, no se les ocurre mayor humillación, algo que jamás harían con Marta del Castillo y su interminable búsqueda, o con la repatriación de los ayudantes que mandaron a los nazis en la II Guerra Mundial.
Pero ellos lo saben, han conseguido algo muy grande, pues Miguel Ángel es de todos, pero Timoteo no es de nadie. “El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”.