Hay
quienes se sorprenden de la involución sufrida en el Estado español en los
últimos tiempos, acrecentada por la represión del movimiento independentista
catalán. Sin embargo, como la historia ha mostrado obstinadamente en numerosas
ocasiones, cuando la oligarquía, el poder económico en la sombra, ve peligrar
sus privilegios surgen las involuciones e incluso en casos extremos los golpes
de Estado. No cabe duda de que cuando un régimen está en crisis muestra su
verdadero rostro. Como a las personas se las conoce cuando las cosas van mal y
no cuando van bien.
Las
falsas democracias se declaran formalmente como democracias pero en la práctica
son dictaduras de las clases oligárquicas. La democracia liberal es la dictadura casi perfecta. No hay dictadura
más eficaz que aquella que aparenta no serlo. En teoría cualquier idea es
admitida (salvo algunas ideas extremas, como el nazismo en países que lo
sufrieron en sus propias carnes, como es el caso de Alemania), pero en la
práctica no. El truco consiste en permitir que en la teoría pueda defenderse
cualquier idea pero lograr que no se lleve a la práctica.
Por
ejemplo, en nuestra “democracia” española puede haber partidos legales que
defiendan la independencia de algunas de sus naciones en sus programas, pero
cuando intentan aplicar éstos se les imposibilita porque es ilegal. Ésta es una
de las grandes contradicciones de las falsas democracias. Podemos desenmascarar
a éstas a través de dichas contradicciones. Una de dos o se ilegalizan aquellas
ideas que no pueden practicarse (lo cual pondría aún más en evidencia a las
falsas democracias) o se impide que se lleven a la práctica de mil y una
formas, incluso en nombre de la ley cuando dejan de ser minoritarias.
La
misma ley que consiente que sean defendidas en teoría ciertas ideas, sin
embargo, impide que sean llevadas a la práctica. Una ley, dicho sea de paso,
como suele ocurrir tantas veces, ambigua, que permite múltiples e incluso
contradictorias interpretaciones. El artículo 155 de la actual Constitución se
ha aplicado de la manera más dura que podía hacerse, pues no concreta muchas de
las acciones que se han tomado. En la cuestión catalana se ha visto claramente
cómo funciona el “Estado de derecho” español del actual régimen. Una Justicia
normalmente muy lenta que, de repente, salta a la velocidad de la luz.
Mientras
corruptos no son encarcelados o lo son muy tarde o muy poco tiempo, activistas
políticos lo son de manera preventiva aun no habiendo provocado ninguna
violencia. Mientras éstos son encarcelados, los policías y guardias civiles que
protagonizaron las violentas cargas contra pacíficos ciudadanos que intentaban
votar el 1-0 siguen impunes. En España la violencia policial no es castigada,
incluso es a veces recompensada. Mientras quienes incumplen sistemáticamente su
programa electoral y se comportan como una mafia siguen campando a sus anchas,
quienes intentan llevar a la práctica su programa electoral son encarcelados.
En nuestra “democracia” cumplir el programa electoral puede ser causa de
encarcelamiento. ¿Puede existir mayor prueba de que es una democracia falsa?
A
estas falsas democracias les interesa que haya partidos de todas las ideologías
para que su disfraz sea creíble. El problema surge cuando aquellas ideas que
van en contra de los intereses del verdadero poder en la sombra se vuelven
mayoritarias. Mientras sean marginales o minoritarias no hay problema. Pero
cuando surge un 15-M y un Podemos (con posibilidades de ser mayoritarios) que
amenacen los privilegios de las élites, éstas, que nunca se duermen en los
laureles, ponen toda la carne en el asador para que dichos movimientos políticos
no lleguen a gobernar, para que se queden en meras anécdotas.
De
aquí la enorme, insistente y sin precedentes campaña mediática contra Podemos
desde su nacimiento. O se domestican las ideas rebeldes que atentan contra el
orden establecido o se intenta devolverlas al lugar del que nunca deberían
haber salido, a la marginalidad.
Al
sistema no le asusta un partido comunista que nunca pueda llegar a ser
mayoritario, incluso le viene muy bien para reforzar el disfraz de democracia,
por esto se lo legalizó en su día al mismo tiempo que diseñando una ley
electoral que le impidiera tener mucha presencia en las instituciones, hiriendo
de muerte a la democracia representativa, incumpliendo el principio elemental
de “una persona, un voto”. Sin embargo, esto tuvo como efecto secundario el
tener unos nacionalismos periféricos crecientes y desbocados, dada su sobre
representación en el parlamento estatal.
Y
es que en las falsas democracias se usan mil y una artimañas para conseguir al
mismo tiempo que cualquier idea pueda ser defendida en público (incluso las que
atentan contra el statu quo del poder económico, aunque hasta cierto punto, sin
darles demasiada promoción) y que nunca pueda llevarse a la práctica las que
atenten contra los intereses oligárquicos. Ya sea incumpliendo en la práctica
los principios básicos de la democracia, como la igualdad de oportunidades (las
ideas peligrosas han de ser marginadas, permanecer minoritarias, por esto no
tienen las mismas oportunidades de ser conocidas que las que fomentan el orden
establecido, el capitalismo), como la separación de poderes (la Justicia debe
estar al servicio de las élites)… Mediante un control riguroso al mismo tiempo
que sutil de los grandes medios de comunicación se consigue modelar el
pensamiento de las masas de tal forma que éstas voten a sus verdugos
mayoritariamente.
Mediante
el uso del nacionalismo se consigue desviar la atención e intensificar la
involución con el objetivo fundamental de evitar cambios sociales, los que
verdaderamente teme la oligarquía. ¿Es casualidad que el proceso
independentista catalán se intentara llevar a cabo justo después del
advenimiento del 15-M y Podemos? Por ahora, han conseguido que en vez de lo
social, se hable de lo territorial. Cuando realmente tanto la burguesía catalana
como la española, como cualquier otra élite económica, tienen una sola patria:
los paraísos fiscales donde guardar a buen recaudo sus fortunas. A las élites
les ha asustado mucho más ver en las calles a miles y miles de personas
reclamando la democracia real que el secesionismo catalán.
Todo
lo acontecido en los últimos meses ha beneficiado a las derechas, catalanas y
españolas. En cuanto el trabajador sucumbe ante la cuestión nacional olvida la
cuestión social, clasista. Su verdadero enemigo no es tal o cual nación o
región, sino el empresario que le explota, esté donde esté. El nacionalismo
sustituye a la lucha de clases, cuando la verdadera clave es esta última. La
lucha de clases es el motor de la historia. Ésta es una verdad que nunca debe
olvidarse.
Todo
esto no impide reconocer el legítimo derecho de todo pueblo a decidir sobre su
futuro. La democracia real implica, entre otras muchas cosas, el reconocimiento
del derecho a la autodeterminación. No es ético obligar a ningún pueblo a
convivir con ningún otro.
Sólo
cuando el sistema entra en crisis (dadas sus profundas e irresolubles
contradicciones está condenado a hacerlo recurrentemente, cada vez más
frecuente e intensamente) es cuando se abre una ventana de oportunidad para
intentar cambios reales. Y éstos sólo serán posibles en el marco de una
democracia verdadera, donde todas las ideas (siempre que no atenten contra los
principios más elementales de la propia democracia) tengan las mismas
oportunidades de ser conocidas y de llevarse a la práctica. Esas ventanas de
oportunidad deben ser aprovechadas por la izquierda real, la cual debe estar
bien preparada para no fallar. La izquierda debe abanderar la causa
democrática. Luchar por la democracia es luchar contra el capitalismo.
Uno
de los pilares fundamentales de la democracia es la igualdad. En la vida en
sociedad no hay libertad sin igualdad. No habrá
democracia real sin elegibilidad y revocabilidad de todos los cargos
públicos (empezando por el jefe de Estado), sin referendos frecuentes y siempre
vinculantes, sin efectiva separación de todos los poderes (incluidos la prensa
y el poder económico), sin una prensa libre y plural, sin la obligación por
parte de los partidos políticos de cumplir sus programas electorales (los
cuales deben ser contratos sagrados con sus votantes), sin transparencia a
todos los niveles, sin una ley electoral donde cada voto valga igual… Además,
la democracia representativa (pero mucho más representativa y participativa)
deberá ser complementada, allá donde sea posible, por la democracia directa.
Además, la democracia deberá expandirse por todos los rincones de la sociedad,
y muy especialmente a la economía, el motor de la sociedad.
La
solución a la cuestión catalana, al problema nacional, pero también a la
cuestión social (la que verdaderamente importa o debería importar a la mayoría
de la gente) es la democracia, la verdadera, y no la falsa que tenemos ahora.
Pero la democracia real sólo podrá alcanzarse con largas y duras luchas por
parte de las clases populares. La lucha por la democracia es una labor
colectiva pero también individual. Cada uno de nosotros debe poner su grano de
arena. En nuestros ámbitos particulares debemos intentar convencer a quienes
nos rodean, siempre con humildad y respeto, de que no tenemos una democracia
real y de que ésta es la verdadera solución a los grandes problemas que padece
nuestra sociedad.
Debemos
también poner en evidencia a los falsos profetas, a la falsa izquierda. Y, como
siempre, la única manera de desenmascararlos es analizando sus flagrantes
contradicciones, entre lo que dicen unas veces y lo que dicen otras, y sobre
todo entre lo que dicen y lo que hacen. No tendremos una sociedad realmente
libre mientras no tengamos una democracia que merezca tal nombre. La democracia
nos atañe a cada uno de nosotros, ciudadanos corrientes, trabajadores. No
tendremos un futuro digno (tal vez ni siquiera un futuro) sin DEMOCRACIA, en
mayúsculas.