lunes, 25 de diciembre de 2023

ESTA NAVIDAD JESÚS NACE EN GAZA

 



    En esta Navidad Jesús nace en Gaza. No en un pesebre, sino entre los escombros de lo que queda de las viviendas de sus habitantes.

No nace rodeado de animales, sino de bombas detonadas, balas de fusiles Tavor Tar disparadas contra la población civil (950 disparos por minuto), granadas y gases letales. Y de los vuelos asesinos de los cazas F-35.

Jesús nace e ignora que sus padres, que pretendían refugiarse en Egipto, fueron alcanzados por una lluvia mortal de bombas bunker buster lanzadas por las tropas israelíes.

Ahora no es el rey Herodes el que pasa por el filo de la espada a cientos de niños. Es el gobierno sionista de Netanyahu, en su ansia de venganza y de extermino de quienes considera “animales humanos”, según declarara el ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant.

Jesús y sus padres no encontraron albergue en Belén. Tuvieron que alojarse en un pesebre. Igual que ellos, las familias palestinas fueran sumariamente expulsadas de sus hogares para dejarles espacio a los colonos sionistas, que no reconocen el derecho de la nación palestina a crear un Estado legítimo. Desplazados, esos millares de familias se vieron confinados en los estrechos límites de Gaza y Cisjordania, controlados por tropas israelíes como si fueran subhumanas, sobreviviendo en condiciones de un campo de concentración a cielo abierto.

    Jesús nace hoy sin que los magos vengan a hacerle presentes de oro, incienso y mirra. Lo que le han regalado ahora son 12 mil toneladas de bombas desde el 7 de octubre (33 toneladas de explosivos por kilómetro cuadrado), lo que equivale a una bomba atómica.

No hay coro de ángeles ni cánticos de gloria a Dios, sino el sonido estridente de las sirenas de alarma y el silbido aterrorizador de los proyectiles disparados por los cañones mortíferos de los tanques Merkava.

Jesús nació bajo el sello de la discriminación por ser palestino, por ser un hijo bastardo de una pareja nazarena (tanto es así que José quiso abandonar a María cuando supo que estaba embarazada), por ser un sin techo, porque su familia ocupó la tierra de una finca en Belén, porque lo consideraron blasfemo y usurpador del título de Hijo de Dios.

Una vez más Jesús es rechazado en su propia tierra. Si a sus coterráneos les impiden crear su Estado, cualquier acción de autodefensa que emprendan será calificada de “terrorista”. Un calificativo que los grandes medios de comunicación nunca emplearon cuando Menachem Begin, el 22 de julio de 1946, voló por los aires el Hotel King David en Jerusalén y mató a 91 personas. Ni cuando más de 200 mil personas, todas inocentes, fueron cruelmente asesinadas en el mayor atentado terrorista de todos los tiempos: las bombas atómicas lanzadas por el gobierno de los Estados Unidos sobre las poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki.

Sí, Hamas transgredió las normas de la “guerra justa” al secuestrar a más de 200 personas, la mayoría civiles. Pero, ¿quién protesta ante las “detenciones administrativas” realizadas por el gobierno de Israel, que mantiene en prisión a cerca de 5 mil personas sin acusaciones formales?

Jesús nace en Gaza y ahora ya no pueden matarlo, porque resucitará en cada niño, en cada joven, en cada ciudadano palestino consciente de que la tierra de las viñas y los olivos guarda en su suelo las cenizas de sus más antiguos ancestros.

jueves, 2 de noviembre de 2023

PALESTINA: HITLER vs NETANYAHU

 

        La humanidad se enfrenta a una de sus noches más oscuras, donde las pesadillas iluminan con mortecinos relumbres la conciencia atormentada de los vivos. No de todos, pero sí me animo a decir que de la mayoría. Es que desde hace poco más de dos semanas hemos regresado a los horrores del genocidio y los espectros del Tercer Reich resurgen con fuerza.

Es cierto que, en un sistema imperialista como el que vivimos, aquél, el genocidio, es una práctica recurrente. Pero rarísima vez ocurre en la escala masiva que estamos viendo en estos días, bombardeando a mansalva a una ciudad, Gaza, que ostenta la mayor tasa de densidad de población por kilómetro cuadrado sólo superada por Singapur y Hong Kong.

Al momento de escribir estas líneas, al atardecer del domingo 29 de octubre, el número total de víctimas de estos ataques ya llega a más de 8.000, de los cuales 5.885 en Gaza a los que se deben sumar otros 84 ultimados en Cisjordania. Según lo anotan observadores calificados, de ese total unos 1.800 son niños, ancianos y mujeres. Pero esta cifra seguramente subestima el número de víctimas que aún hoy yacen bajo las ruinas de numerosos edificios de todo tipo: viviendas, escuelas, templos, refugios de la ONU y hospitales atacados por el régimen neonazi israelí.

Escombros imposibles de remover por falta de equipamientos adecuados y combustibles para mover bulldozers y retroexcavadoras. Cuando esta tragedia termine el número será muy superior a lo que se está calculando en estos días.

  En el Occidente hegemonizado por Washington la opinión predominante es que la brutal retaliación ordenada por el régimen de Netanyahu es la merecida respuesta a los asesinatos y secuestros de israelíes cometidos por Hamás cuando (¡inexplicadamente, debo decir!) penetró en el territorio de “Israel”. Pero esta narrativa soslaya que esta acción, por más condenable que sea, es respuesta a décadas de continuas atrocidades y violaciones a los derechos humanos perpetradas por los sucesivos gobiernos israelíes y por un Estado que, al violar las distintas resoluciones del Consejo de Seguridad, se ha convertido en lo que jurídicamente se denomina “un estado canalla”.

Un Estado cuyas políticas, como lo recordara el notable periodista israelí Gideon Levy, produjo el inhumano encarcelamiento de dos millones de personas durante casi veinte años, hacinados y privados de regulares abastecimientos de agua, alimentos, energía eléctrica, medicinas, combustibles y los insumos más elementales que requiere una vida civilizada. Nada bueno, concluye Levy, podía originarse como fruto de tamaña crueldad.

    La historia de esta verdadera limpieza étnica viene de muy lejos. Recordemos que desde la fundación misma del Estado de “Israel” su gobierno destruyó un mínimo de 500 aldeas palestinas, provocando el inicio de un interminable torrente de refugiados -800 mil en los primeros meses- que demolidas sus casas, destruidos sus sembradíos y robados sus campos se vieron forzados a abandonar la tierra de sus ancestros. A medida que pasaba el tiempo “Tel Aviv”, con el indisimulado respaldo de EEUU y la mayoría de los indignos gobiernos europeos, alimentaba sin pausa su política de conquista y robo territorial.

Unos 700 mil colonos se instalaron en tierras que pertenecían a familias palestinas con el total respaldo de las mal llamadas Fuerzas de Defensa Israelí, en realidad, un brutal ejército de agresión y ocupación de países vecinos.

Esos colonos nada tienen que ver con la bucólica imagen de un inocente farmer que difunde la corrupta prensa de Occidente y sus no menos corruptos políticos y gobernantes. Son grupos que disponen de permanente entrenamiento militar, tienen en su poder armas de guerra, y atacan, maltratan, torturan e inclusive matan a palestinos o palestinas que osan resistir a su despojo bajo la complaciente mirada de las autoridades y las fuerzas de seguridad de “Israel”.

       Tragedia que se desenvuelve en los Territorios Ocupados en donde habitan casi siete millones de palestinas y palestinos, a los que hay que sumar casi seis millones más de la diáspora dispersa por todo el mundo. Un pueblo expulsado de su tierra y convertido en un paria internacional. Dadas estas dramáticas circunstancias se comprende que es muy difícil para cualquier palestino ser amable con los causantes de esta tragedia

Días pasados tanto EEUU como Gran Bretaña y Francia vetaron una propuesta del Consejo de Seguridad de declarar un alto al fuego en Gaza. La misma había sido presentada por Rusia. Otro tanto ocurrió con otra postulada por Brasil. Ni EEUU ni las viejas potencias coloniales europeas tienen el menor interés en poner fin a la ocupación y la matanza en curso. Y el régimen israelí está embarcado en un derrotero que se asemeja bastante a la “solución final” propuesta por Hitler para resolver “el problema alemán”: exterminar a todos los judíos. Por un retruécano de la historia, ahora es el supuesto representante del pueblo judío, el Estado de “Israel”, quien ocupa el lugar del régimen nazi y adopta como propia su criminal política genocida.

    Hay un escandaloso paralelismo entre la valiente resistencia de los judíos asediados por las SS en el gueto de Varsovia y la de los palestinos en Gaza. Sólo cambia el nombre del señor de la muerte: Hitler antes, Netanyahu ahora.

Una nota final sobre la hipocresía de las “democracias occidentales”, que critican al “terrorismo” de Hamas pero cierran beatíficamente sus ojos ante el mucho más grave terrorismo de Estado israelí. Además se trata de gobiernos, comenzando por el de EEUU, que reclutaron a los terroristas jihadistas de Afganistán, los Talibán; a los de Al Qaeda y Daesh, y les ofrecieron dinero, armas y cobertura mediática y diplomática para desestabilizar o tumbar gobiernos que no eran de su agrado en diversas partes del mundo, fundamentalmente en Siria, Irak y Libia.

En otras palabras, cuando juegan para el imperio y sus secuaces, los “terroristas” se convierten en virtuosos “combatientes por la libertad.” Pero quienes tienen la osadía de oponerse a la prepotencia imperial son ipso facto anatemizados como “terroristas”, aunque su única arma sea la palabra. Este inmoral doble estándar habla con elocuencia de la descomposición moral de la tradición política de Occidente y de su deriva criminal.

jueves, 12 de octubre de 2023

ELLAS DICEN ¡BASTA!

             

            Nuestras hermanas ya están hartas de ser asesinadas y de ser humanas de segunda clase. Y han dicho Basta. Basta de andar por la calle acompañada por un vigilante, a esconder la cabeza y el rostro, a ocuparse en exclusiva de las labores domésticas, de los cuidados a enfermos y ancianos, de tener que educar preferentemente, de estar sujeta al capricho de la pareja y estar dispuesta al sexo cuando se le reclama. Basta de ser un objeto útil para el provecho del  varón y del patrón y de ser una trabajadora Beta en las empresas y con sueldos beta. Basta de tener miedo a ser violada, asesinada por la pareja despechada o por el criminal de esquina,  drogada en un descuido o manoseada en el metro. Basta de Rubiales de antes, de ahora y de Rubialitos de nueva generación de la universidad del porno.

Basta han dicho, y lo han dicho alto y claro. Porque todo eso o parte de eso es de total actualidad en todo el mundo de un modo escandaloso. Porque existe una agresión inadmisible  a la mujer en todos los pueblos de la Tierra con diferentes grados de violencia, utilización y desprecio, desde Oriente a Occidente, y eso cada vez es más virulento.. Por eso nuestras hermanas se rebelan, se manifiestan en todas partes y dicen basta.

España, a través del equipo del Ministerio de Igualdad con Irene Montero a la cabeza está siendo un referente global de la oposición al patriarcado machista con la ley del Solo Sí es sí, que tanto ha enfadado a todo macho ibérico genuino con o sin toga, con o sin banco parlamentario, con o sin partido en la sesión del copeo  del Parlamento popular llamado Bar, porque ¿qué invento es este de ser iguales? ¿No le iba bien a nuestras abuelas cuando tenían que pedir permiso al marido para tener una cuenta en el banco o un pasaporte? Por eso era tan fácil pegarles lo justo sin ser mal visto, exhibirlas como un trofeo de caza entre machos cazadores o matarlas porque eran suyas si querían “ ser de otro”, por aquello del derecho sagrado de propiedad.

       Es que el asunto es viejo, es que  el machismo viene arrastrándose por siglos, alimentado por dos poderosos padrinos: el patriarcado y la Iglesia, a cual más enemigo de la mujer. En esa corriente existe en España  una tradición de lo más rancio, y una desmemoria histórica desde la guerra civil para acá sobre los nombres de mujeres relevantes en diversos campos, especialmente las republicanas y feministas,  que se van conociendo a cuentagotas  y aún  muy lejos de ocupar una página en los libros de las aulas. ¿Quién se acuerda de mencionar el nombre de la republicana  María Moliner, autora de un diccionario de la Lengua que no tiene nada que envidiar al de la RAE? ¿ Que escolar podría decir algo sobre la pintora surrealista Maruja Mallo, la actriz María Casares, la escritora María Zambrano, la diputada Clara Campoamor, o quienes eran las “Trece rosas” fusiladas por Franco. Tantas, que harían muy largo este artículo. Muchas, sí. Pero no se encuentran en los libros de niños y jóvenes porque no son modelos de referencia. Lo serán, pero aún falta desbrozar mentes y corazones masculinos.

Es bueno recordar a los más jóvenes que fascistas parientes de los que hoy vociferan en nuestro Parlamento para vergüenza de la democracia,   fusilaban  mujeres, las violaban salvajemente por ser de izquierdas ellas o sus maridos, las pelaban al cero, les daban aceite de ricino, las encarcelaban en lugares siniestros y marcaban sus vidas para siempre, si es que no se las quitaban. Pero el caso español  no es un caso aislado en que se  muestra el esfuerzo del Sistema patriarcal fanático por hacer callar a las mujeres feministas, anticapitalistas, y hasta cristianas  de espíritu libre, como vimos en tantos casos.          

    Por eso, y a medida que van tomando conciencia de tanto desprecio, tanto desmán y tanto crimen, ellas se van rebelando desde Irán para acá, reivindicando estilo de vida y valores propios  y opuestos  al patriarcado. Y como este se fundamenta en privilegios de clase, la rebelión feminista se convierte en una verdadera revolución que promete alterar el orden capitalista, de ahí que tantos “señoros” y señoritos de capa y espada con derecho de pernada duerman intranquilos  en sus propias alcobas a medida que se extiende. Tienen pesadillas imaginando que planchan ropa, hacen camas o barren la casa. Tienen pesadillas imaginando que su mujer les abandona y  han de hacer la compra, lavar pañales y desgracias por el estilo. Así que se despiertan con un sudor frío: hay una amenaza en la cocina.

Sabemos cómo se actúa cuando se tiene  poder, riqueza, prestigio y hasta cultura si eso no va acompañado de principios éticos y morales. ¿Es necesario recordar cómo actúan los patronos y jefes ante trabajadores  y subordinados, líderes  políticos con  militantes de base  de sus propios partidos, jefes militares o policiales con soldados de menor rango especialmente cuando son mujeres?..

Son muchos los Rubiales de este mundo. Desde futbolistas a empresarios de todo tipo, desde actores a productores, desde políticos a cantantes de ópera; desde monitores deportivos a profesores, desde jueces a médicos o policías, y ¿cómo no? desde curas a obispos.

        Son muchos los Rubiales en todas partes y todos tenemos en nuestra  memoria de hemeroteca nombres de alguno de esos  que acabo de citar. Parece que estos tipos deberían ser un ejemplo de buena gente, de ciudadanos en los que la juventud debería mirar para seguir su ejemplo. Y claro que son un ejemplo, pero de lo peor: el machismo inunda discotecas, puticlubs, colegios, institutos, y trabajos de todo tipo, hasta tal punto que si un hombre  malvive como un esclavo, si convive con mujer  ella será su propia esclava. No es por incultura, sino  porque se asimiló la cultura del cacique o la del predicador religioso en su desprecio a Eva, y a eso unió su ego de macho dominador por la fuerza física y la costumbre largamente instaurada en su medio. No es por incultura que un hombre que se autodefine de izquierdas sea machista, o que lo sea un catedrático de derecho penal. Demasiados casos en que la mujer del prócer es solo eso: la mujer de, sin otra identidad destacable. Así que tampoco la cultura revolucionaria clásica salva del machismo. Más que ante un asunto cultural, nos encontramos ante un asunto de conciencia, de justicia elemental, de primero de ética de la más simple, que nos muestra la verdad con rotundidad solar: la igualdad entre hombres y mujeres es algo vital en nuestro tiempo y para siempre, caiga quien caiga, aunque quien caiga sea el señorito de su caballo milenario y de la almena de su castillo.

domingo, 10 de septiembre de 2023

CHILE, 11 DE SEPTEIMBRE: LA ÚLTIMA LECCIÓN

 


         Hay fechas y fechas, y esta del 11 de septiembre de 1973 en Chile es una de las que es difícil olvidarse, sobre todo si uno vivía en ese momento y creía, como tantos millones de gentes del pueblo, que la Unidad Popular con Salvador Allende iba a demostrar al mundo que era posible acceder al socialismo desde las urnas.

Muchos españoles estábamos deseando el triunfo del socialismo en Chile, vomitivamente hartos del fascismo de aquí,  aunque pensáramos entonces como ahora  que el socialismo de todas partes  siempre es tímido tal como su  historia nos demuestra siglo a siglo,  y considero al MIR como la opción más revolucionaria. Pero, ay, apareció de golpe (de Estado) el fascismo de allí,  y ni siquiera el socialismo  iba a triunfar. (Aquí conviene un recuerdo fraternal  a Salvador Allende, ejemplo para  políticos honestos y valientes  ahora que tanto escasean)

Hace mucho que sabemos que  cada vez que una opción es deseada decididamente  por el pueblo, se convierte en indeseable para los enemigos del pueblo y estos no lo pueden soportar.  Aunque no sea la opción más radical, la más parecida a conseguir lo más básico como pan, libertad, trabajo, educación, sanidad  y justicia social y judicial pudo mover a los ciudadanos como hizo la U.P. hasta el punto de organizar a  tantos  para llevarla a cabo pacíficamente y urnas por medio. Y los enemigos del pueblo entonces  eligieron verdugo y Judas, todo a la vez en la figura de Pinochet.

        Si algo aprendimos dolorosamente tras el asalto a la democracia y a las urnas por el genocida Pinochet, y al consiguiente fracaso de todas y cada una de las opciones de redención social chilena, es que los que no pertenecen al pueblo tienen mucho dinero. Y no solo: sofisticadas armas, muchos fanáticos y miedosos seguidores  y muchos chulos violentos sedientos de medallas y sillones que  cuentan con el apoyo fraternal de los idem en los EEUU y en el resto donde tampoco manda el pueblo. O sea: en todas partes.

Todos ellos están tan dispuestos como lo estuvo el Gobierno yanqui para subvencionar golpes de Estado contra la voluntad popular si se ven en peligro mínimamente. ¿Tienen motivos para sentirse en peligro? Hoy pocos, desde luego. Se  recurre a la propaganda, a las noticias falsas, al ahogamiento económico, al descrédito internacional si hace falta. Se controla a la prensa y a la tv. todo por la patria y tanques a la calle si hace falta.  Enfrente, el pueblo sin nada de eso, porque  el pueblo de todas partes  solo tiene pobres, trabajadores que pugnan por llegar a fin de mes, y tirachinas. Ni un tanque.

Aquellos  ricos con sus  paraísos de oro desconfían de los pueblos  porque tienen mala conciencia- si es que alguna- y  no necesitan las democracias ni las urnas a no ser que les sirvan de tapadera y  los votos les den la razón, que es su  modo de entender la democracia, porque si las urnas les fallan, ya saben cómo las gastan, y el pueblo ya saben: solo tiene tirachinas.

      Este sueño de muchos de izquierdas de que por medio de los votos es posible  torcer el brazo al capitalismo hasta que derrame la bolsa del tesoro para repartirla porque no es suya, es uno de esos despertares que se aprenden con dolor. Tengo que darle la razón a ese impresentable millonario yanqui que dice- cito textual- “ La lucha de clases existe y la estamos ganando”. (¡Serán desgraciados!…)

Y si el socialismo auténtico  es imposible con estas democracias de teatrillo, la segunda es igual o más dolorosa que la primera, como hemos visto con Boric en el Chile de hoy: el fascismo deja un rastro de miseria mental, una especie de síndrome de Estocolmo que dura generaciones. Las víctimas llegan a recordar los tiempos del dictador como épocas estupendas y seguras, con ley y orden, como se les contaba que era eso. Por eso no ha cuajado el cambio de Constitución en el Chile de Boric, y nuestro amigo, visto lo visto, se vuelve modosito, no como Allende, pero intentó cambiar la Constitución, algo que en España es impensable hoy. 

Y esto debe ser una enfermedad muy extendida como el coronavirus, porque aquí la mayoría  de los españoles también  siguen siendo de derechas y el socialismo tiene, como en el Chile de hoy, ese toque de modestia a la hora de exigir cambios, y algunos hay como el auge del feminismo y algunos derechos sociales positivos que no hubieran sido posible sin  el empuje de Podemos, tan denostado hoy como lo estuvo el MIR en tiempos de Allende. Claro que Podemos no es el MIR ni el socialismo español se parece mucho al chileno de entonces.

       Los tiempos han cambiado y no para mejor, porque el fascismo no solo da golpes de estado con tanques: ha encontrado otros medios como leyes mordaza, cloacas policiales, jueces corruptos  y medios de comunicación en manos multimillonarias que dicen lo mismo, ocultan lo mismo, mienten sobre lo mismo y adoctrinan al pueblo, lo atontan, los entretienen y le inoculan pensar fascista sin que se dé cuenta. Este es su método para controlar la mente colectiva y evitar que se ponga a soñar cosas que no debe, pero que son justamente el tipo de cosas que debe soñar si quiere vivir con dignidad.

La última lección de la experiencia chilena es que necesitamos una ética colectiva y personal (Allende es un buen ejemplo), una izquierda sin dogmas y  sin egos para conseguir la unidad, y  empeño de todos para conseguir medios de prensa alternativa a la basura mediática y contrarrestar su influencia entre los jóvenes, que apuntan hacia el conservadurismo y el machismo por culpa de ese veneno mediático. Esto  es muy grave y debemos combatirlo con todos los medios posibles. Ya está bien.

martes, 25 de julio de 2023

LO CONSEGUIMOS: NO HANPASADO

 

La izquierda se rebela en las urnas contra el cambio de ciclo: nueva coalición o elecciones.

El ruido ambiental y las encuestas pronosticaban un desfile triunfal de Feijóo a La Moncloa, pero las derechas acabaron perdiendo su referéndum para ‘derogar el sanchismo’ y las políticas de izquierdas de los últimos cuatro años-

Un escrutinio de infarto, como no se recordaba en España en los últimos 30 años, deja a la izquierda al borde de reeditar la coalición y a Pedro Sánchez con opciones todavía de seguir cuatro años más en La Moncloa. Precisa los votos de la izquierda y de los partidos nacionalistas e independentistas, con un escollo a priori difícil de salvar: convencer al partido de Carles Puigdemont para que facilite un gobierno con su abstención. Durante las últimas semanas, Junts ha dicho que votará en contra de todas las opciones en la investidura. Las primeras palabras de su candidata, Miriam Nogueras, anoche, dan a entender que no piensan ponerlo fácil: “No haremos presidente a Pedro Sánchez a cambio de nada”.

Las conversaciones de las próximas semanas dirimirán si Junts se aviene a una abstención o el país se aboca al bloqueo y a unas nuevas elecciones en los próximos meses. Esa es la principal incógnita de una jornada, que a tenor del ruido ambiental, iba a enterrar a Sánchez y a lo que se ha bautizado como “Gobierno Frankenstein”.

        En el segundo titular de la noche, el PP gana las elecciones, si por eso se entiende ser la lista más votada, pero se queda muy lejos de todos sus objetivos. Su líder, Alberto Núñez Feijóo, insistió durante toda la campaña en que su modelo era el de Juan Manuel Moreno Bonilla en Andalucía e Isabel Díaz Ayuso en Madrid. En otras palabras: la mayoría absoluta. Le faltan 40 diputados. Tampoco podrá poner en marcha su plan B, el pacto con Vox que implicaría meter a dirigentes de la extrema derecha en el Gobierno, como admitió el líder popular que haría hace dos semanas. Juntos suman 169 escaños. Con el diputado de UPN y la de Coalición Canaria, las derechas podrían alcanzar como máximo 171. El bloque de la izquierda llega a 172. El paseo triunfal hacia La Moncloa que anticipaban los populares y algunas encuestas desde hace dos meses, cuando se tiñó de azul el mapa municipal y autonómico, no lo va a ser.

Pese a que las cuentas no salen, Feijóo compareció al balcón de Génova 13 flanqueado por la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, el alcalde, José Luis Martínez-Almeida y otros miembros de su partido, para anunciar su intención de intentar formar gobierno.

“Me hago cargo para iniciar el diálogo para formar Gobierno de acuerdo con la voluntad mayoritaria de los españoles, que nadie tenga la tentación de volver a bloquear España. Es una petición legítima, y la anomalía de que en España no pudiese gobernar el partido más votado solo como tiene alternativa el bloqueo que en nada beneficia a España, al prestigio internacional y a la seguridad de nuestras inversiones. Le pido, pues, al partido que ha perdido las elecciones, porque ha sido superado por el PP, expresamente, que no bloqueen el Gobierno de España una vez más. Es lo que ha pasado siempre. Todos los candidatos más votados han gobernado: Suárez, Felipe González, Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy e incluso Pedro Sánchez”.

       Lo que plantea Feijóo ni siquiera es una decisión que le competa, tiene que decidirlo el Rey tras una ronda de consultas y evaluar quién tiene más apoyos. También es lo contrario a lo que hizo el PP hace cuatro años con Sánchez, y choca también con la política de pactos recientes de su partido, tras las municipales y autonómicas, donde los populares desalojaron al PSOE en Canarias, Extremadura y algunas capitales como Toledo y Valladolid.

El alegato, para que el PSOE lo deje gobernar con 136 de 360 diputados y una amplia mayoría de la Cámara en contra, lo pronunció Feijóo tras su jornada electoral más amarga. El candidato que contaba sus campañas por mayorías absolutas gana y recupera tres millones de votos, si se compara con Casado en 2019, pero se queda a años luz del Gobierno e incluso ve cómo la distancia con el PSOE se recorta desde hace dos meses. Entonces el PP se hizo con todo el poder territorial y la distancia fue de 3,4 puntos, este 23J, cuando pedía el empujón definitivo para “desalojar el sanchismo”, la diferencia se reduce a 1,3 puntos y 300.000 papeletas.

Porque el PSOE de Pedro Sánchez, que convocó las elecciones al día siguiente del desastre electoral, no solo no se desploma sino que suma 800.000 votos al resultado de 2019 y dos escaños más. De ahí que su líder compareciese exultante, al borde de la medianoche subido a un pequeño andamio improvisado a las puertas de Ferraz. Entre gritos de “no pasarán” de los militantes, Sánchez se ha felicitado por la decisión de llamar a las urnas el pasado 29 de mayo: “Convoqué las elecciones porque creía como he creído siempre que teníamos que decidir qué rumbo tomar, uno de avance, o uno de retroceso como plantea el bloque involucionista de Partido Popular y Vox. España ha sido bien clara. Los ciudadanos han sido rotundamente claros, el bloque involucionista que planteaba la derogación total de todos los avances de estos últimos años ha fracasado. Somos más los que queremos que España avance y así seguirá siendo”.

       La única buena noticia para Feijóo, tras año y medio al frente del partido, es que continúa la reunificación de las derechas: no solo recibe los diez diputados de Ciudadanos en 2019, la última vez que se presentó, se queda además 19 de Vox, que se estrella en las urnas (pasa de los 52 de hace cuatro años a 33) aunque logra mantenerse como tercera fuerza. Más allá de oponerse a una hipotética sesión de investidura de Sánchez, su papel se antoja irrelevante en la legislatura que arranca.

Con cara de funeral, sobre la medianoche, su líder felicitó, irónicamente, a Feijóo “por ganar las elecciones y no depender de Vox”. El líder de la extrema derecha preguntó a Feijóo sí mantendrá la oferta de pacto al PSOE, y le acusó de “vender la piel del oso antes de cazarlo” y hasta de “blanquear a los socialistas”.

Sumar, la coalición de 15 partidos a la izquierda del PSOE, que debutaba en estos comicios, se apunta 31 escaños, siete menos de los que sacaron Unidas Podemos, Más Madrid y Compromís en 2019. La izquierda a la izquierda del PSOE salva los muebles porque su principal objetivo era evitar la coalición de Feijóo y Abascal. Con la voz quebrada por tantos actos de campaña, Yolanda Díaz, se felicitó: “La gente que estaba preocupada va a dormir más tranquila. La democracia hoy ha ganado, sale fortalecida, hemos ganado, hoy tenemos un país mejor. Les dijimos que empezaban la campaña con un relato que decía que iban a ganar las elecciones y el guion ha cambiado, hemos hecho posible mejorar la vida de la gente”.

       El 23J deja otra letra pequeña para el PP: en Madrid, Feijóo saca 160.000 votos menos que Isabel Díaz Ayuso hace dos meses. En Andalucía empata el resultado que dio la mayoría absoluta a Moreno Bonilla. Son datos que muchos puertas adentro van a mirar con lupa a partir de ahora. En el lado de las buenas noticias, el PP tiene mayoría absoluta en el Senado, para hacer de contrapeso a un hipotético Gobierno de izquierdas si Sánchez logra otra investidura.

Vistos por el retrovisor los números que dejan estas generales apuntan a un cambio de ciclo. 15 años después de la crisis financiera, la eclosión del 15M y la irrupción del multipartidismo, PP y PSOE suman 258 escaños, ambos por encima de los 115, algo que no sucedía desde 2008, en la segunda victoria de José Luis Rodríguez Zapatero, antes de la caída de Lehman Brothers.

El bipartidismo se recupera, en poco más de una legislatura se han evaporado los 4,1 millones de votos que Ciudadanos sumó en abril de 2019, cuando aspiraba a dar el sorpaso al PP. Y la izquierda a la izquierda del PSOE reinventada en Sumar parte con 3,3 millones de votos, todavía muy lejos de los cinco millones y los 76 escaños de Podemos en 2016.

La votación apunta algunas pistas para futuras citas electorales: en Euskadi, por ejemplo, EH Bildu se disputa el liderazgo del nacionalismo empatado con el PNV, cuando falta menos de un año para las elecciones vascas.

En Catalunya, el bloque independentista se ha desplomado. El PSC es primera fuerza, Sumar alcanza la segunda posición, por delante de ERC y Junts. El PP es cuarta fuerza con seis escaños y la CUP desaparece.

Y pese a ese hundimiento y al peor resultado electoral de su historia reciente, el 23J que supuestamente iba a enterrar el sanchismo deja en manos de Junts el futuro del país: coalición de izquierdas o repetición electoral.

jueves, 20 de julio de 2023

¿QUE ES EL "SANCHISMO"?

 


En 1993, Felipe González volvió a ganar —contra todo pronóstico— las elecciones generales; pero, por primera vez, necesitaba pactar con otros para armar la mayoría que lo aupase de nuevo a la presidencia. En 1989, el PSOE había obtenido 175 escaños, uno menos que la absoluta, pero la estrategia entonces vigente de Herri Batasuna de no asumir los suyos los había convertido en una absoluta de facto. Ahora, eran 159 los diputados socialistas, a los que si se añadían los 18 de la Izquierda Unida de Julio Anguita, sobrepasaban la barrera áurea de los 176. Y el sobrio califa rojo no se negaba a llegar a un acuerdo: simplemente pedía que lo fuese. Un acuerdo, una negociación, no una hermandad automática. Programa, programa, programa.

Pero había un plan B para Felipe: sostener su mayoría en la Convergència i Unió de Pujol. Y el presidente optó por esta segunda opción. Optó por ella hasta el punto de ofrecer a CiU entrar en el Ejecutivo, nombrar ministros, como en los tiempos de Cambó. Y optó por ella encontrando disensiones. Unas, esperadas: las del ala izquierda de su partido y UGT. Otras, inesperadas, al menos para Antonio García-Santesmases, portavoz de Izquierda Socialista, que auspició un manifiesto llamando al pacto PSOE-IU, y un día recibió una llamada sorprendente para él: la de Gregorio Peces-Barba. El jurista, no precisamente republicano y marxista, prefería entenderse con otra izquierda española que pagar peajes a los nacionalistas periféricos. No hubo manera: González, que deslizaba que sí le resultaría fácil entenderse con una IU dirigida por Nicolás Sartorius, con su «sí crítico» al Tratado de Maastricht, detestaba con toda el alma al exalcalde de Córdoba, que como el niño del cuento señalaba, en medio de la borrachera neoliberal de los noventa, la desnudez de su imperio. Sus socios naturales eran Pujol o Arzalluz en España, como lo era Helmut Kohl en Europa: González exhibía y explicitaba más sintonía con el canciller cristianodemócrata que con sus teóricos correligionarios del SPD.

          Aquello era, se dice hoy, el áureo contramodelo del sanchismo, criatura archinombrada y misteriosa, némesis del discurso de una derecha que abarca a los furiosos prebostes de aquel PSOE. Sánchez, braman, traiciona las esencias. Rescatar el buen y viejo PSOE de Felipe se presenta, lo presenta Alfonso Guerra, lo presenta Alberto Núñez-Feijóo —que afirma haber votado a Felipe en el ochenta y dos— como una cosa crucial y patriótica. Sánchez hace cosas que Felipe jamás hizo: ¿cuáles? Se convendrá en que no puede pretenderse en serio que una de esas novedades sea el hiperliderazgo, la carencia de escrúpulos que se le atribuye, con febril retórica de cardenal contrarrevolucionario de los años treinta, al apuesto baloncestista en contraste con el presunto señor X de los GAL, el «OTAN: de entrada no» y la navegación en el Azor. Tampoco, Virgen Santa, con el Aznar del 11-M. Aznar, como Felipe, fue también generoso con CiU y el PNV. El abominado pacto de Sánchez con quienes «quieren romper España» tampoco pueden considerarlo una novedad quienes cubrieron de dádivas al Pujol de quien hoy denuncian, y seguramente tengan razón, que siempre trabajó por la independencia de Cataluña; por acondicionar la huerta para su futura germinación.

Descartadas estas opciones sobre la identidad singular del sanchismo, solamente queda la del pacto con la izquierda estatal que Sánchez sí hace y Felipe se negó a hacer: el pecado nefando de amagüestar con los comunistas. Felipe prefería, decía ya en los setenta, ser apuñalado en el metro de Nueva York que vivir en Moscú, y con ello renovaba una larga tradición anticomunista de su partido. Cuando, en julio de 2020, Sánchez dijo en el Congreso sentirse «más cerca de la España que soñaba Alberti, la Pasionaria y muchos otros comunistas que construyeron la democracia en este país», eso sí será un cierto sanchismo; la ruptura de un anatema de generaciones anteriores de cargos del PSOE, que se hubieran arrancado la lengua a mordiscos antes que dedicarle un elogio a Dolores Ibárruri. Pero debe entenderse que el anticomunismo de Felipe no era el republicano, hijo de las pendencias de la posguerra y sus cruces de inculpamientos por la derrota, de un Rodolfo Llopis.

         Como el propio PSOE post-Suresnes, aquel era nuevo pretendiendo ser viejo; la emanación novedosa de las condiciones de vida de una beautiful people socialista, la de las novelas de Chirbes, residente en mansiones como la Villa Meona de Miguel Boyer e Isabel Preysler; una casta para la cual no querer saber nada de Izquierda Unida era una pura y dura cuestión de clase. El socialismo liberal que hoy añora Alfonso Guerra era ciertamente liberal, pero no tenía nada de socialismo, salvo las siglas, la ropa de camuflaje de una memoria histórica en la que había revoluciones y huelgas generales, aunque no se las invocase. Y hoy abjura del entendimiento con ERC y Bildu, no por lo que ERC y Bildu tienen de nacionalistas, sino por lo que tienen de izquierdistas.

Jorge Dioni bromea en La España de las piscinas con que, cuando uno envía a sus hijos a un colegio privado, lo que quiere no es que no se droguen, sino que se droguen con la gente adecuada, que hagan buenos contactos mientras se drogan; y uno se acuerda de él —qué ganas de leer El malestar en las ciudades— cuando piensa que a los guardianes del régimen del setenta y ocho les da relativamente igual que se rompa España: lo que quieren es que la rompa, con seny capitalista y el Registro de la Propiedad blindado, la gente adecuada: el Partido del Negocio Vasco o el del tres per cent. España, antes rota que roja.

     Y no la rompe Sánchez, sino todo lo contrario. La moderación política es un cuento chino; una radicalidad defensora del orden existente, que ya decía Brecht que no es ningún orden, pero resultan desconcertantes los ataques «desde la moderación» a Sánchez, porque si ha habido un presidente moderador en los últimos cuarenta años (más que Suárez, más que Felipe), ha sido él. Si el conservadurismo de esos críticos fuera honesto y altruista, estarían, literalmente, besando el suelo que pisa Sánchez; le harían estatuas, bautizarían aeropuertos y polideportivos con su nombre. Bajo su mandato se ha apagado el Procés, la izquierda abertzale se expresa como un apacible partido socialdemócrata, la española como otro. Podrá perder las elecciones porque los teóricos moderados, ahora, son en realidad revolucionarios que, como explicaba Steve Bannon cuando se declaraba «leninista de derechas», quieren, no conservar, sino demoler el orden existente. Y porque los famosos relatos tienen su fuerza y son capaces de hacernos ver las cosas al revés de lo que son. Pero hasta la economía va bien, y hasta las relaciones con Estados Unidos son mejores que nunca. ¿Qué más quieren? Quieren que no pacte con los comunistas, siquiera reblandecidos hasta lo desasosegante para quienes siguen deseando romper el nudo gordiano del régimen del 78.

Así pues, ¿qué es el sanchismo? Lo único que sabemos a ciencia cierta es que a Pedro Sánchez Pérez-Katejón un huevo le cuelga, y el otro lo mismo.

 

 

lunes, 3 de julio de 2023

LA TELEVISION GNERALISTA AL SERVICIO DE LA DERECHA

 

     Cuatro días antes de las elecciones generales de 2011 que llevaron a Rajoy a La Moncloa con mayoría absoluta, Bertín Osborne, con poca tarea por aquel entonces, aprovechaba una entrevista en prensa para llevarle la contraria a Franco y dejarse ver un poco metiéndose en política. A su forma: “El 15M es una gilipollez y una soplapollez”. Tras leer al cantante de rancheras venido a menos despachar con esa finura el movimiento social que iba a cambiar la configuración política española, alguien predijo en Twitter a mitad de camino entre la coña y el terror: Bertín está pidiendo a gritos un programa en la tele y puede que se lo den”.

Igual ya no lo recuerdan, pero antiguamente la política televisada era un asunto de los informativos y no de los programas de entretenimiento. Es decir, para acercarse a la política, Mahoma tenía que subir a la montaña, ajustar la antena para ver el informativo y poner a trabajar las neuronas para entender qué cojones es una prima de riesgo, cómo se actualizan las pensiones o quién es el ministro de x cosa. Eso era antes de que Mahoma quedase sepultado por la montaña que decidió ir hasta él. El viaje ha sido progresivo.  

En la última década, a medida que el brazo político de la derecha iba perdiendo capacidad –derrotado en lo económico tras el colapso financiero de 2008 y en lo emocional con ETA desaparecida–, su brazo televisivo iba ganando músculo hasta llegar a la actual vigorexia. Bertín, sentado en el sofá de casa haciendo desfilar en prime time regado con vinitos a políticos y artistas de su cuerda, no era más que el pistoletazo de salida de lo que sería el gran despelote: poner el entretenimiento de canales generalistas al servicio de una ideología de derechas incapaz de ganar una discusión en el terreno político desde la consolidación de internet y, por tanto, la sencilla comprobación de datos.

El otro día escuchaba a alguien explicar por qué la izquierda estaba destrozando el país. Los argumentos, aunque falsos, eran sólidos: “están gobernando con ETA, han llenado las calles de violadores, se gastan el dinero público en putas y cocaína y, si te despistas, te meten a un okupa en tu casa, por no hablar de Sánchez y su avión Falcon que le hemos comprado entre todos”. Cuando los datos medibles no le importan a una parte importante de la población, es absurdo confrontar esto poniendo sobre la mesa datos reales como el del mejor momento de empleo histórico, la mayor subida del salario mínimo conocida, los numerosos derechos adquiridos o la bajada de la inflación.

También es absurdo rebatir los argumentos sólidos elegidos a la carta poniéndose a recordar que ETA no existe, que a los violadores los liberan –o no– los jueces o que la okupación no es un problema real en España por mucha pasta que suelte Securitas Direct. Cuando lo que importa es el ambiente, la realidad y la política sobran. Hablemos de la tele.

     La capacidad de generación de ambiente que tiene el brazo televisivo de la derecha es directamente proporcional a la incapacidad del brazo político para mantener un discurso sostenido en datos. El resultado es bestial. Lo que eran programas de entretenimiento genérico se han convertido en rescate del brazo político, en mítines a gran escala mediática protagonizados por quienes hasta hace poco eran personajes de la tele y ahora son los líderes de la nueva derecha española de aroma trumpista. Frank de la Jungla, el tipo con gorra y zapatillas Crocs que paseaba por las selvas de Tailandia, es hoy un analista político de Antena 3 que, de la mano de la ultraderechista y fundadora de Vox Cristina Seguí, hace entretenimiento a la vez que informa a la millonaria audiencia de El Hormiguero: “La gente tiene miedo, nos obligan a ser veganos, nos obligan a ser feministas, no se puede hablar de nada por culpa de la izquierda. Hay una panda de imbéciles metiéndose con todo lo que significa España. Yo soy español y me gusta mi bandera”.

Ana Rosa Quintana, desde las mañanas de Telecinco que ahora también serán tardes tras el cese de Jorge Javier Vázquez por hablar de política en un programa que era de entretenimiento, daba la pasada semana un speech editorial explicando los peligros de Sánchez, al que calificaba de irresponsable, antes de dar paso a Feijóo y coincidir con él en que este país no puede seguir así y que necesita un cambio urgente. Miguel Lago, humorista y colaborador de Pablo Motos, se mofaba durante la campaña electoral de una candidata sorda y lesbiana de Podemos en Valencia. Lo que de haber sido una candidata de PP o Vox le hubiese costado el despido fulminante de la cadena, se convirtió para Lago en un trampolín de promoción interna. Así funciona.

    Tras las críticas recibidas, Lago dejó de hacer humor en El Hormiguero para ser ascendido a crítico político en hora de máxima audiencia y señalar que la izquierda que lo criticaba por la mofa a la candidata morada –“lesbiana y bollera, qué será lo siguiente, ¿qué presuman de tener de candidato a un cojo?”– lleva cuatro años intentando cancelar a gente tan libre como él.

Una de las claves del trumpismo televisivo es llamar censura a la crítica recibida y advertir de las graves políticas de cancelación desde las sillas de las cadenas más poderosas del país en la que algunos están vetados por motivos ideológicos. Otro sello de la casa trumpista es conjurar la denuncia de “ya no se puede hablar” al tiempo que se ignoran graves condenas judiciales que atacan la libertad de expresión.

Miguel Lago aspira desde ya a una revisión de contrato para pasar a formar parte de la mesa de debate del programa de entretenimiento presentado por Pablo Motos. Si la negociación llega a buen puerto, en ella podría encontrarse con Tamara Falcó, tertuliana habitual que, en los últimos tiempos, ha mostrado la cara más amable del despelote ideológico: Digo yo que si los ricos pagan más impuestos, también deberán tener más ayudas, ¿no?”. Aplauso del público mientras trancas y barrancas asienten porque negar una verdad de ese tamaño sería de necios y las hormigas son animales de lo más inteligente. Un minuto de silencio para la redistribución de la riqueza y volvemos. A la vuelta, Juan del Val, tipo de formas amables que representa a un amigo de la familia de toda la vida, califica en el programa de entretenimiento como “fraude” la convocatoria de elecciones de Pedro Sánchez y como “fascistas” a sus socios de gobierno de Podemos.

     Si uno hace zapping, en Cuatro se encontrará con Iker Jiménez. Que el encargado de que nos echásemos unas risas los domingos por la noche con apariciones y espíritus haya tomado el control de la línea política de la cadena propiedad de Berlusconi no es un hecho paranormal. Responde de nuevo a un patrón. El trumpismo no pueden liderarlo derechistas con recorrido intelectual, sino Iker Jiménez. Se trata de que el mensaje se entienda y con Iker se entiende: el Gobierno ha convocado elecciones en julio para manipularlas, coinciden en la mesa miembros ultraderechistas habituales en un programa convertido en espacio de debate político cuyos temas estrella van desde el problema de la okupación hasta la negación del cambio climático. Iker, al que hicieron líder de opinión política sin pasarle el psicotécnico, reconocía semanas atrás  estar preocupado porque, en julio, muchos grandes periodistas podrían estar de vacaciones, destapando antes la existencia de la derecha televisiva que la del Bigfoot.

De un tiempo a esta parte la lista de diputados de la derecha televisiva es eterna y el disimulo en los programas “para toda la familia” es nulo. Las grandes cadenas han tocado la corneta y han hecho lo nunca antes visto, usar espacios genéricos de entretenimiento para condicionar el voto en favor de la derecha. Quienes sean capaces de generar ese ambiente que tape al dato serán premiados internamente. El tradicional disimulo del brazo televisivo, como le sucede a la argumentación en el brazo político, ha muerto. Se llama trumpismo y viene fuerte. Que pasen trancas y barrancas.

lunes, 26 de junio de 2023

GANAR LAS ELECCIONES

             

            Parece que la izquierda sigue encasillada en estas falsas dicotomías que le impiden tener una visión de conjunto y construir un discurso crítico sobre la realidad. A las diatribas entre lo material y lo cultural, entre la clase y la identidad, se suma ahora otro binomio contradictorio. La alerta antifascista no movilizaría. Si acaso, solo interpela a un grupo reducido, que responde de manera alarmista. Por tanto, hay que poner en valor los planes de futuro propios, junto con las victorias acumuladas estos últimos años de gobierno: subida del salario mínimo, aumento de los contratos indefinidos, control de los beneficios de las eléctricas para frenar la inflación, o la reforma progresista del sistema de pensiones. Aunque quedan tareas pendientes relacionadas con el control del precio de los alimentos o la vivienda, y conquistas como la Ley Trans no son tan aireadas por su carácter divisorio, los actores con pretensión de revalidar el gobierno tienen material para la campaña.

Por difícil que sea sortear el presentismo en el que vivimos, o que lo internacional siempre quede demasiado lejos, merece la pena establecer un paralelismo entre el escenario español actual y el de las elecciones de 2012 en Francia, las que dieron la victoria al líder socialista François Hollande. Reflexionando sobre el auge de la extrema derecha francesa, el historiador judío Pierre Birnbaum recuerda la campaña de Hollande como una llamada al sosiego. Frente a la crisis económica, el desmantelamiento del Estado y el declive de los referentes ideológicos, Hollande ofreció eficacia, gestión y “normalidad”. Este retraimiento del debate político, dice Birnbaum, liberó un espacio en el que ciertos conflictos sociales se desarrollaron y la extrema derecha terminó por capitalizar.

       Por lo general, la estrategia de Hollande ha sido la de Pedro Sánchez con respecto a Vox. Salvo en aquellos momentos en los que ha recrudecido su discurso, llegando a tachar a los de Abascal de “sucesores de Blas Piñar”, Sánchez ha recurrido a ignorarlos, a burlarse de ellos, fundamentalmente de su conspiracionismo, o a dedicarles calificativos ambiguos como el de “glutamato de la derecha”. El marco no es del todo desacertado. Vox sí que es una versión radicalizada de la derecha española, del PP. En lugares como Madrid, donde Isabel Díaz Ayuso muestra la cara más desacomplejada del liberal-conservadurismo español, los resultados de Vox merman. Al leer las Cartas a un joven español de 2007 de un José María Aznar que hoy se deshace en halagos por Ayuso, uno se da cuenta de que el voxismo lleva presente en la derecha española desde antes que Vox.

Esta dificultad para detectar dónde acaba el PP y empieza Vox genera un efecto perverso. La cercanía de la extrema derecha a la derecha canónica en España dificulta la percepción de los primeros como el gran Otro de la política. De vuelta en el país vecino, en Francia, la República acaba donde empieza la extrema derecha. No es casualidad que el cordón sanitario que se forma cada vez que hay que votar contra el Reagrupamiento Nacional se denomine “frente republicano”. Por más que se encuentre cada vez más debilitado, este voto ha funcionado relativamente bien en las últimas décadas, siendo uno de los ejemplos más válidos de voto anti-adhesión.

    Dado este acercamiento PP-Vox y la cierta familiaridad con la que se percibe a los segundos, algunos afirman que la extrema derecha española habría dejado de dar miedo. La desdiabolización que al RN francés le ha costado casi 50 años de existencia, Vox la habría conseguido en menos de una década. Puesto que la normalización de la extrema derecha no depende de ella misma, sino que bebe de la legitimación del mainstream político, mediático y académico, ya sea presentando su cara más amable o no combatiéndola como es debido, los discursos que afirman que no hay que confrontar con Vox porque ya no asusta contribuyen a esta lógica.

Uno puede darse el lujo necio de sacar pecho cuando afirma no tener miedo a Vox. Por lo demás, que la extrema derecha no asuste responde a una peligrosa lógica doble. Primeramente, significa que se tiene poco que perder si Vox llega a formar parte del gobierno. Castilla y León, comunidad en la que gobiernan, funciona de escaparate. Aquí despliegan recortes en la financiación a sindicatos, ataques a los derechos reproductivos de las mujeres, negacionismo climático o degradación de la vida democrática. ¿Nada de esto interpela a los que no temen a Vox? Son los mismos que confían en un PP cada vez más radicalizado que actúe como muro de contención. Afirman que el “que viene el lobo” ya no da resultado, asociando el lobo a la extrema derecha. Como si este PP trumpizado no fuera bastante peligroso por sí mismo.

        En segundo lugar, si Vox no asusta es por la importante reticencia que hay a asociarlo con el periodo más oscuro de la historia reciente de España, así como a la larga tradición del pensamiento ultranacionalista español. Está por determinar si esto se debe a un reflejo de disonancia cognitiva. A un esfuerzo por cerrar los ojos ante las nuevas formas que adopta un españolismo centralista y reaccionario que se pensaba enterrado. Pero las ínfulas neoimperalistas de la “Iberosfera”, al anti-autonomismo, la mitología nacionalista o el anti-progresismo, forman parte de un ideario histórico que conecta a Vox con la generación del 98 de Maeztu y Azorín, la Falange y el Franquismo. Ciertamente, la extrema derecha española está atravesada por coyunturas diferentes, propias de la actualidad. Pero cortar los hilos que la unen a un pasado no tan remoto es problemático, tanto para el análisis como a la hora de combatirla.

El discurso guerracivilista de los de Abascal hace regularmente referencia al 36. Baste recordar el “ya hemos pasado” tras las elecciones municipales de 2019, las veces que ha llamado al gobierno de coalición “Nuevo Frente Popular” o sus posicionamientos más que ambiguos sobre la dictadura franquista. La situación actual es bien diferente y, sin embargo, en Vox tienen muy presente la historia. Recordar que entonces las fuerzas progresistas españolas, en un momento de importante división, se unieron para defender un ideal de sociedad y, sobre todo, en torno a la lucha antifascista, parece más que adecuado para el momento en el que vivimos.

           Después del batacazo de las últimas municipales y autonómicas que ha puesto fin a tantos gobiernos progresistas por toda España, se ha evocado en repetidas ocasiones que el voto de derecha estaba motivado por “cuestiones ideológicas” y que la eficacia de la gestión del gobierno de Pedro Sánchez no ha seducido. La defensa de un proyecto de sociedad progresista debería incorporar la lucha contra la extrema derecha y la derecha radicalizada. Esto no solo se consigue defendiendo las virtudes de un modelo de gestión en particular y es una trampa pensar que allí donde todo funciona correctamente no hay espacio para que la extrema derecha se desarrolle. Este combate se da en el espacio político del que el progresismo se ha retraído y que debe volver a ocupar