Recientemente,
la Secretaria General del PP, María Dolores De Cospedal, hacía unas
declaraciones sobre las acciones de protesta del movimiento contra los
desahucios en las cercanías de los domicilios de determinados políticos, los
llamado escraches, que no iban a pasar desapercibidas para nadie: “tratar de
violentar el voto es nazismo puro”, y continuaba diciendo: "Vivimos en una
democracia, la libertad de expresión tiene que ser libertad de expresión. ¿Qué
es esto de tratar de violentar el voto? Es nazismo puro". Lejos de arrepentirse
o de matizar lo dicho, días después seguía diciendo: “(…) ir a casa de alguien
y decir 'sé donde vives', violentar a su familia, a sus hijos, se puede
comparar a lo que se produjo en los años 30 en un país europeo y en otros
sitios también”, en esa misma línea aseguraba que “a nadie le gustaría que le
pasara en su propia casa, ni con sus hijos, ni en su negocio, ni con su marido,
mujer, padre o madre”.
No
se si María Dolores De Cospedal conoce la curiosa historia del matrimonio
compuesto por Beate y Serge Klarsfeld, en todo caso, puede venir bien
recordarla. Beate Künzel era una joven alemana, hija de un soldado de la
Wehrmacht que se trasladó, a principios de los años 60 del siglo pasado, a
trabajar a Francia. En París, conoció a Serge Klarsfeld, un joven francés,
judío, nacido en Rumanía, cuya familia huyó de aquel país para sobrevivir al
terror del régimen fascista del General Ion Antonescu, fiel aliado de los nazis
y de los fascistas italianos.
El
padre de Serge fue arrestado en 1943 en una razzia de la SS en Niza y enviado
al campo de concentración de Auschwitz, donde moriría. Serge, su hermana y su
madre pudieron escapar.
En
1963, Beate y Serge contraerían matrimonio, desde entonces, los Klarsfeld
desarrollarían una intensa labor de investigación de los crímenes del nazismo y
de búsqueda de los criminales nazis.
Se
puede decir que cada miembro de la pareja tuvo su papel: Beate, fue la
activista y la cara pública, mediática y polémica: en 1968, Beate llamó la
atención de la opinión pública internacional al abofetear al Canciller alemán
Kurt Georg Kiesinger, un antiguo nazi reconvertido en político democristiano
(CDU, el partido de la actual Canciller Angela Merkel), algo bastante frecuente
en la República Federal Alemana (RFA). Por su parte, Serge, licenciado en
Derecho por la Soborna, se encargaba de la investigación y de llevar a juicio a
esos criminales nazis. En 1979, Beate sobrevivió a un intento de atentado por
parte de la red de antiguos soldados nazis ODESSA.
Mucho
se ha dicho y escrito sobre el matrimonio Klarsfeld, aunque Beate fue acusada
de izquierdista por sus duras críticas al SPD por la pasividad del partido ante
la penetración de antiguos nazis en las instituciones de la RFA, también se
sospechaba de las relaciones del matrimonio con los servicios secretos
israelíes, el MOSSAD, debido fundamentalmente a la colaboración que mantuvieron
con el también conocido cazador de nazis Simon Wiesenthal. Incluso, se llegó a
insinuar que los Klarsfeld colaboraron con la CIA, ¿quién sabe?
El
caso es que Beate Klarsfeld tenía por costumbre presentarse ante los domicilios
de esos antiguos nazis y denunciarlos públicamente, es decir, lo que hoy en el Estado español se está
conociendo como escrache. En uno de esos actos, un antiguo nazi,
abochornado y, por qué no decirlo, agobiado por la situación le dijo a Beate:
“¡Déjeme en paz, yo solo quiero vivir tranquilo!”, a lo que Beate le contestó
con una acertada pregunta: “¿Quiere
Usted vivir tranquilo después de lo que ha hecho?”.
Quizá
sea improcedente trasladar este hecho a lo que está ocurriendo en el Estado
español con los actos del movimiento contra los desahucios, pero es inevitable
hacerlo cuando la gente, los
trabajadores, aquellos que no son culpables de la crisis pero que están siendo
los primeros en pagarla, están viendo día tras día que se les está usurpando lo
más básico: el trabajo, la educación, la sanidad, la vivienda, y por qué no, hasta el derecho a vivir tranquilos, como
quería aquel nazi.
Políticos,
banqueros y grandes hombres de negocios quieren
vivir tranquilos a costa de la intranquilidad del pueblo trabajador, como
esos nazis a los que Beate Klarsfeld acosaba querían vivir tranquilos a pesar
del sufrimiento y la muerte que dejaron tras de sí. Quieren la impunidad total
y absoluta y se puede decir que al menos en el Estado español en lo político y
en lo judicial casi la tienen asegurada, pero no entienden que no pueden conseguir la impunidad social. No se
están dando cuenta que están forzando la máquina del consenso social hacia sus
políticas e incluso hacia su ideología y que la legitimación de su poder
económico, político, social y cultural está haciendo aguas por todas partes.
La
actividad del matrimonio Klarsfeld, con todos sus claroscuros, y entre ellas
las acciones de denuncia pública de Beate, crearon
un estado de opinión antinazi en la RFA que forzó a una depuración
institucional que de ninguna de las maneras las instituciones federales
alemanas querían llevar a cabo.
Debemos
tener presente que si de verdad queremos que ninguna familia trabajadora más se
vea en la calle, la denuncia pública de los responsables es una de nuestras
armas legítimas más certeras y efectivas a la que no podemos renunciar.
Pero
debemos ir más allá, si de verdad queremos una legalidad que realmente respalde
a las familias trabajadoras y sus derechos hace
falta una alternativa política que acompañe a la movilización popular,
porque ya los parches como los que prepara el Gobierno español del PP y el no
menos parche que es el Decreto-Ley sobre la función social de la vivienda del
Gobierno andaluz, un decreto que a apenas afecta al 2% de los desahucios en
Andalucía, son pan para hoy y hambre para mañana.