El
19 de julio de 1936 debería estar señalado con letras rojas y de molde en el
calendario de la Historia del feminismo y de la lucha de las mujeres en España.
El 19 de julio debe ser el Día de la Mujer en nuestro estado español, de la
Mujer Luchadora, al margen de que el 8 de marzo se celebre su Día
Internacional. Porque nunca antes, y creo que ahora tampoco a pesar del auge y
profundidad del movimiento feminista actual, las mujeres dieron un paso tan
importante y verdadero para su total emancipación.
Podría
haber ilustrado este artículo con una fotografía de las innumerables milicianas
que todas hemos visto en las revistas y diarios, muchas de ellas jóvenes y
agraciadas, y en actitud guerrera a veces, pero ninguna como esta puede
servirme para la idea que quiero expresar. Además, estas milicianas de la
Juventud Socialista que custodiaba un edificio público de Valencia los primeros
días de la sublevación fascista, de las que no sabemos su nombre ni apellidos,
bien pudieran ser el prototipo de la mujer empoderada que nuevamente, como ya
dijera la gaditana Amalia Carvia 30 años antes, gritaba a los hombres de la
República: «¡Paso a la mujer!».
La
lucha de las mujeres en España ha sido muy dura y muy larga desde las primeras
feministas-librepensadoras-republicanas-espiritistas-masonas del siglo XIX. Se
consiguieron incuestionables logros sociales, el reconocimiento de líderesas
políticas e intelectuales, y en 1931 se pudieron presentar a las elecciones y
algunas entraron en el Parlamento: Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita
Nelken. Y a partir de la constitución de diciembre de dicho año pudieron ser
ciudadanas y protagonistas de la historia al poder votar en unas elecciones
generales como ocurrió en noviembre de 1933. Universidad, aborto, divorcio,
paternidad, etc…Todo eso estaba muy bien, pero no eran más que medidas que
muchos demócratas y republicanos de centro y de derecha aprobaron y podían
asumir. Mas eso no era el poder y la igualdad; la emancipación y el poder no
estaban en esos terrenos para las mujeres. La mayoría de ellas seguían ocupando
un papel secundario y subalterno, segregado a veces, en una sociedad republicana
que recién renacía con la victoria del Frente Popular. La verdadera revolución
feminista estaba por llegar y fueron los fascistas quienes la precipitaron.
Ocurrió un 19 de julio de 1936.
Ese
día, y sin pedir permiso, muchas mujeres cogieron las armas y defendieron a la
República. Algo nunca visto y que muchos hombres se negaron a ver, o no
quisieron verlo. Pero al hacer eso, al decir y hacer «aquí estamos nosotras.
¡nosotras!», en un mismo plano, dentro de la misma barricada, dejaron claro que
«con el fusil en el hombro venimos a reivindicar como mujeres nuestra igualdad,
a defenderla y a materializarla». No era casualidad que la República tenía
figura de mujer con gorro frigio. Solo con las armas en las avanzadillas del
frente las mujeres se sintieron iguales a los hombres y se sintieron fuertes.
Empoderadas se dice hoy…
Cuando
la batalla de las mujeres se jugó en el campo del sufragismo en los primeros
veinte años del siglo pasado, las mujeres españolas fueron a la zaga de
estadounidenses, inglesas o australianas, y a veces con un gran complejo de
inferioridad. Pero ahora que la Segunda República las había aupado al nivel de
las primeras, la llamada imperiosa a defenderla frente al fascismo las
convirtieron en las pioneras y ejemplo de las mujeres de todo el mundo. Mujer
maternal y educadora, mujer piadosa y pacifista, y ahora su imagen de mujer
antifascista recorría la prensa del mundo entero…«¡paso a la mujer!»,
nuevamente.
Las
fotografías de las milicianas de las grandes ciudades españolas causaron la
envidia y admiración de mujeres y hombres avanzados de medio mundo. Con razón.
Porque lo cierto es que no se había visto nada igual. No era una imagen
propagandística como algunos mojigatos han insinuado. Era la demostración
palpable de una realidad que suponía la culminación del movimiento feminista en
aquellas décadas. En la España del 19 de julio del 36 las heroínas se contaban
por centenares, y las milicianas por millares. Era la verdadera emancipación de
las mujeres tantos años suspirada por las feministas visionarias de finales del
siglo XIX.
En
el n.º 5 del mes de agosto de 1936 de la revista mexicana Frente a Frente,
órgano central de la «Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios» aparecía
la primera portada dedicada a España y con una foto de milicianas armadas. Este
pie de foto es sugerente: «La mujer española, callada víctima del dolor de
siglos, combate heroicamente en las filas».
Hubo
que inventar la palabra «miliciana» y se tuvieron que acostumbrar a verlas en
las trincheras y en los parapetos, hombro con hombro de los varones. Y hubo que
inventar la palabra «capitana» y que los milicianos vieran en mujeres como
Anita Carrillo, Luisa Paramont, Mika Feldman o Encarnación Hernández Luna a su
mando superior. ¿Cuándo se había visto esto antes? Y encima, las noticias de su
valor, arrojo y heroísmo no dejaban de llegar desde el frente. Los fotógrafos,
salvo algunos misóginos que se pusieron una venda en los ojos, no tuvieron más
remedio que disparar sus cámaras y enfocarlas con sus objetivos en los primeros
días de la revolución. Ellas eran la verdadera noticia, la verdadera
revolución. Gracias a profesionales como Díaz Casariego, Alfonso o Albero y
Segovia, su imagen ha permanecido en la historia para orgullo y ejemplo de las
mujeres.
No
se ha publicado el número de mujeres que murieron en los primeros momentos de
la sublevación fascista. Solamente en el diario de la noche L’Instant, de
Barcelona, se ofreció en la edición del 22 de julio del 36 una relación
incompleta de muertos y heridos que llegaron a la mayoría de los Hospitales de
Barcelona. Allí murieron en combate por la libertad las mujeres Lucía Padua
Jornet, Catalina Benedicto, Juliana Vara Cerezuela, Concepción Canet Alcaraz,
Eugenia Preimau, Teresa Querol Querol, Francisca Pallareś Alcón, Ángela Alemany
Marimón e Isabel López Giménez. Además de decenas de heridas de diversa
consideración como Antonia Anjora Redido, Carmen Alba, María Bosch Litros,
Engracia Carceller Giménez y muchas más. Sirva esta lista como homenaje a todas
ellas y a las de las demás ciudades donde se sucedieron combates con las tropas
fascistas sublevadas.
¿Y
estas muertes las acobardaron? En absoluto. Pasaron horas en las largas colas,
al fin cogieron su fusil o pistola, y se montaron en camiones y vehículos
improvisados para partir al frente. La mayoría eran jóvenes, pero otras no
tanto, y todas era hijas del 14 de Abril y del Octubre revolucionario y del 16
de Febrero unitario y victorioso. La mayoría eran anarquistas y libertarias,
muchas eran comunistas y socialistas, y republicanas las menos, pero todas eran
mujeres antifascistas dispuestas a dar la vida.
Esta
revolución de las mujeres, al principio silenciada y después denostada,
ridiculizada y combatida, se pudo escudriñar en alguna noticia de la prensa
diaria. Es el caso de Málaga, donde no apareció ninguna referencia a este
fenómeno histórico, pero sí se pudo leer en El Popular del 6 de agosto de 1936,
en la sección «Lo que escriben los marinos» una carta escrita por Jesús Vacas,
del Comité del barco cañonero «Laya». Se titulaba «Honor al alto espíritu
libertario de la mujer malagueña» y en ella cuenta que sus camaradas le
contaron los elementos más sobresalientes de la lucha de los primeros días en
Málaga contra los golpistas, y que sobre todo, y «que debe conocer el mundo
entero», es «el alto espíritu libertario que demostraron las Juventudes
Femeninas, echándose a la calle con las armas en la mano y uniéndose a las
Milicias». Pero nada de esto salió en la prensa de esos primeros días, ¿por
qué?…
En
Madrid no se pudo acallar esta realidad revolucionaria; en La Libertad del 22
de julio todavía no se hablaba de milicianas, pero sí de mujeres valerosas y
guerrilleras, «nuestras madrileñas combatientes son hoy un magnífico ejemplo de
valor y fortaleza que asombrará al mundo femenino». «Antes, en otros tiempo, se
enaltecía una figura de mujer heroica. Ahora no es posible…son todas las que
han de pasar a la historia y a las que habrá de levantar la República un
monumento que perpetúe estas sublimas jornadas con que nos están asombrando…».
No se ha erigido aún ese monumento a las mujeres milicianas de la revolución
del 19 de julio…
Lola
Iturbe, en su libro «La mujer en la lucha social» escribía: «Un equipo de
cineastas de la CNT instaló una cámara de cine en un camión y filmó la partida
de la Columna que luego formaría parte de la película El Movimiento
revolucionario en Barcelona dirigida por Mateo Santos. Una compañera, al ver
que iban tantas mujeres en la columna, intentó reunirlas y hacerlas desfilar en
grupo ante la cámara, pero no pudo ser…».
Como
tampoco pudo ser que triunfara esta revolución y los hombres pusieran por
encima de ella las excusas de la guerra, de la pretendida eficacia y
pragmatismo militar, o de burlas y mentiras sobre las mujeres. Una vez más, se
repitió el «mandato a la cocina» que denunciara Amalia Carvia en junio de 1933;
aunque esta vez se vistiera con el mandato más fino de «la mujer a la
retaguardia»: ¡Se acabó la revolución!