"Superarán otros hombres
este momento gris y amargo … sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que
tarde de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre
para construir una sociedad mejor." Salvador Allende.
Este 11 de Septiembre se cumple
un año más del golpe de Estado en Chile en 1973 mediante el cual se derrocó al
presidente Salvador Allende.
En la república chilena el
pueblo recuerda al que fuera el primer Presidente marxista electo en el mundo
por el voto directo de los ciudadanos.
En la cúspide de la guerra fría
entre la URSS y EUA, Salvador Allende, después de 4 intentos, obtuvo la
victoria en las elecciones presidenciales de 1970 gracias a la "Unidad
Popular", organización vanguardista de masas que conjuntó a la mayoría de
organizaciones y partidos socialistas y comunistas de Chile.
El 24 de octubre de 1970, el
Congreso de Chile dio como ganador al candidato de la coalición de izquierda
(Unidad Popular), Salvador Allende.
El Congreso Chileno tenía la
atribución, establecida en la Constitución Nacional, de escoger al Presidente
de la República cuando en las elecciones presidenciales ninguno de los
candidatos alcanzara la mayoría absoluta. Allende, en una reñida contienda,
obtuvo 36% de los votos, alcanzando la primera mayoría relativa, que al no ser
suficiente tuvo que ser ratificada por el Congreso.
A pesar de que el Departamento
de Estado y el presidente Richard Nixon ordenaran evitar que Allende asumiera
la presidencia, el Congreso, dirigido por el presidente del Senado, Tomás Pablo
Elorza, inició la votación, donde sufragaron 195 parlamentarios: Allende obtuvo
153 votos, contra 35 de Jorge Alessandri (candidato de la derecha) y 7 en
blanco. En consecuencia, el Congreso proclamó a Salvador Allende como
Presidente.
El nuevo presidente asumió su
cargo en medio de tensiones. El 5 de noviembre de 1970, y en su discurso de ese
primer día de gobierno, lejos de caer en ingenuos triunfalismos, llamó a la
calma y el orden durante las manifestaciones de júbilo. Ello respondía a una
razón obvia: según la oposición, con Allende el pueblo, ahora hecho gobierno,
no tardaría en destruir todo a su paso. Ese pueblo, incluso antes de asumir el
poder, ya era tildado de bárbaro e incivilizado.
Desde el inicio, el gobierno de
Allende era visto con sospecha y desprecio por las clases pudientes. Sospecha
que partía de la evidente premisa de que sólo éstas podían gobernar de forma
“civilizada”. La conclusión de la oligarquía no tardó en hacerse evidente:
según ésta, lo que en esos años ocurría en Chile era una especie de aberración
de la historia.
Las campañas en contra de la
Unidad Popular llegaron más temprano que tarde. Una violenta matriz de opinión
mediática se puso en pie apoyada y alimentada por los principales medios de
comunicación. El mensaje proclamado era el mismo que el surgido en los primeros
movimientos obreros internacionales. Se hablaba del inminente atropello a los
derechos humanos por parte de los “comunistas”, de la dictadura de la plebe, de
la implantación de un castro-comunismo, etc.
El aspecto inedito y a la vez
precursor del triunfo de Allende estaba en el carácter pacífico de la
Revolución, que a partir de 1970 habría de forjar el pueblo chileno. El talante
pacífico y democrático de dicha Revolución habría de contradecir la constante
histórica según la cual toda voluntad política hecha gobierno en pro de una
Revolución tenía que pasar por la violencia. Allende lo expresa con estas
palabras: “Piensen compañeros, que en otras partes se levantaron los pueblos
para hacer su revolución y que la contrarrevolución los aplastó. Torrentes de
sangre, cárceles y muertes marcan la lucha de muchos pueblos, en muchos
continentes y, aún en aquellos países en donde la revolución triunfó, el costo
social ha sido alto, costo social en vidas que no tienen precio, camaradas.
Costo social en existencia humana de niños, hombres y mujeres que no podemos
medir por el dinero. Aún en aquellos países en donde la revolución triunfó,
hubo que superar el caos económico que crearon la lucha y el drama del combate
o de la guerra civil. Aquí podemos hacer la revolución por los cauces que Chile
ha buscado con el menor costo social, sin sacrificar vidas y sin desorganizar
la producción. Yo los llamo con pasión, los llamo con cariño, los llamo como un
hermano mayor a entender nuestra responsabilidad; les hablo como el compañero
presidente, para defender el futuro de Chile, que está en manos de ustedes
trabajadores de mi patria”.
Con esa visión pacifista de la
revolución desde el principio, después del triunfo, Allende se dispuso a
construir el socialismo en su país con el apoyo de los sectores mayoritarios
populares, organizados en sindicatos, centrales campesinas y organizaciones de
jóvenes estudiantes, Allende implementaría reformas encaminadas a conseguir
estos cambios, como la reforma agraria con la cual se desamortizaron las
tierras que hasta ese entonces eran acaparadas en un 70 por ciento por los
terratenientes que representaban el 7 por ciento de la población.
Otras reformas fueron el control
de los precios para evitar inflación, que apareció debido al boicot económico
de EE.UU.
Además nacionalizó empresas
estratégicas, entre ellas algunas mineras dedicadas a la explotación del zinc y
el cobre.
Durante el primer año de
gobierno, Allende tocó profundos intereses de la burguesía chilena, quien desde
el inicio mostró pruebas de una violencia y una intolerancia a toda prueba. La
nacionalización del Cobre, en manos de una empresa estadounidense, se
convertiría en uno de los paradigmas del camino de Chile hacia el socialismo.
Camino lleno de trabas, pues con el cobre el gobierno de Allende tocaba
intereses, no sólo de la burguesía chilena, sino también de capitales
foráneos.
No obstante, el peligro latente
que implicaba dicha nacionalización, Allende se mantuvo firme en su lucha y en
1971 expresaba tajantemente: “El cobre es el sueldo de Chile. Y deben
entenderlo también el gobierno y el pueblo norteamericano. Cuando nosotros
planteamos nacionalizar nuestras minas no lo hacemos para agredir a los
inversionistas de Estados Unidos. Si fueran japoneses, soviéticos, franceses o
españoles, igual haríamos”.
Esto provocó el descontento del
gran capital extranjero y la derecha chilena, pues estas medidas atentaban
contra los intereses económicos foráneos y los de la oligarquía autóctona que
los administraba.
Durante ese primer año, la
derecha observó y preparó lo que tres años más tarde se concretaría en el
fatídico Golpe de Estado de Pinochet. Con la visita de Fidel Castro el 10 de
noviembre de 1971 a Chile, la oposición aceleró su ofensiva. En la estrategia
que habría de aplicar la oposición chilena actuarían diversos personajes de esa
sociedad, como por ejemplo las “doñas” adineradas, quienes publicitadas por el
diario pro estadounidense El Mercurio, perpetuaban manifestaciones como la
tristemente célebre “marcha de las cazuelas vacías”, que mucho tienen que ver
con los cacerolazos de las adineradas urbanizaciones caraqueñas.
También la iglesia católica
participó en el golpe de Estado con grupos de extrema derecha, como la juventud
y la democracia católica que se organizaron en torno al Partido Nacional de
derecha, pues veían a Allende como un peligro por ser socialista.
Todos se unieron al ala más
reaccionaria del ejército chileno y de la policía nacional, organizados bajo el
mando del general Augusto Pinochet, que fue el segundo hombre en jerarquía
después del general Carlos Prats. El general Prats fue un hombre leal a
Allende, pero cayó por las presiones de la reacción, las mismas que propiciarían
el golpe.
Pinochet y la mayoría de los
altos mandos militares que perpetraron el golpe estaban ubicados en esas
posiciones por las presiones de la derecha para detener la crisis violenta, que
ellos mismos provocaron, por el descontento que generaron las políticas de
Allende, contrarias a los intereses de los grupos transnacionales y
oligárquicos que causaron la crisis económica alentada desde el exterior.
Estas crisis previas al golpe
fueron parte de la conspiración de los grupos reaccionarios, que con apoyo de
la CIA y los sistemas de seguridad de Estados Unidos planearon el golpe que se
consumaría el 11 de septiembre de 1973. Una prueba de la intervención de
Estados Unidos en el Golpe de Estado en Chile, son los documentos y archivos,
desclasificados hace algunos años del "Archivo Nacional de Seguridad"
de EE.UU que revelan, entre otras cosas, grabaciones de conversaciones de
Richard Nixon, presidente entonces de EE.UU,
con Henry Kissinger asesor de seguridad nacional, Jesse Helms director
de la CIA y el Secretario de Estado William Rogers.
Por ejemplo, en 1970, semanas
antes de iniciar el gobierno de Allende, Nixon ordenó a la CIA "que
evitara que Allende asumiera el poder, o lo derrocara", mientras Rogers
advertía que "era un peligro permitir el gobierno de un presidente
comunista en Chile".
La CIA y Henry Kissinger
comenzaron una intensa campaña para derrocar a Allende, "no podemos
permitir que Chile se vaya a las alcantarillas" le dijo Kissinger al
director de la CIA Jesse Helms.
No hay que pasar por alto que
Kissinger era el estratega de las operaciones de contrainsurgencia para acabar
con los grupos comunistas y movimientos de izquierda en el mundo.
Entre estas operaciones se
encuentran la Operación Gladio en Europa occidental, la OAS de Francia, el
RENAMO de Mozambique y otras dictaduras genocidas de África, así como las
operaciones contrainsurgentes del sudeste de Asia y la Operación Cóndor en
Suramérica en lo que sería la guerra por el mundo entre EE.UU y la URSS.
En Chile, Kissinger y la CIA
operaron el golpe de Estado contra Allende en contubernio con el ejército, la
oligarquía, la iglesia católica, las transnacionales y los medios de
comunicación.
Chile fue el laboratorio para
ensayar lo que en 1975 se llamó "Operación Cóndor", que fue un plan
de contrainsurgencia elaborado por Henry Kissinger para la región Suramericana;
funcionaba en coordinación con los sistemas de inteligencia de las dictaduras
de esta parte del continente, para reprimir movimientos y asesinar líderes
populares en la década de los 70.
Fue una operación continental
que promovía el terrorismo de Estado y el control político de los gobiernos por
Estados Unidos, que derivó en el establecimiento del Comando Sur del Pentágono.
Tres años después de asumir el
poder y tras meses de conspiración, el 11 de septiembre 1973, el fatídico Golpe
de Estado, orquestado por la CIA, utilizando a las elitistas Fuerzas Armadas
chilenas, dan al traste con el proyecto de la vía chilena al socialismo y
acaban con la vida del compañero presidente.
Gabriel García Márquez,
recibiendo en Estocolmo el Premio Nobel de Literatura, evocaría ese último día
de la vida del Presidente Allende, como digno del Realismo Mágico: “Un
presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo
contra todo un ejército”.
El golpe de Estado se consumó
con la sublevación militar, con el general Augusto Pinochet al mando en el
bombardeo y la toma a sangre y fuego del palacio de "La Moneda" donde
se encontraba Salvador Allende, que se negó a renunciar defendiendo
estoicamente su presidencia hasta que se consumó la traición y su muerte.
Fue precisamente en medio de
ese clima de muerte que Allende tuvo la lucidez de dejar marcado en la historia
su testamento bajo la semblanza de su último discurso: “Sigan ustedes sabiendo
que más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde
pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.
Los años siguientes al golpe de
estado en Chile, Suramérica vivió una época de sangrientas dictaduras. En
Chile, el golpista Pinochet hizo de un país libre una dictadura, en donde el
secuestro, detención y represión de los que no estuvieran de acuerdo con el
gobierno era parte de la política de terror de la Junta Militar hasta su fin en
1990. La Junta suspendió la constitución, y abolió algunos derechos civiles de
los chilenos.
Hoy día, hay grupos de madres y
abuelas chilenas que siguen reclamando que les regresen a sus hijos que
desaparecieron en la dictadura.
Como la mayoría de los
dictadores, Pinochet fue sostenido por la CIA y apoyado fervientemente por la
iglesia católica, lo que ha sido un común denominador de todos los dictadores
fascistas, recordemos a Mussolini, Videla, Franco.
Allende sigue presente en las
luchas latinoamericanas, y hoy su presencia es real, acompañando a los pueblos
alzados que hoy buscan sus vías al socialismo. Los procesos que hoy se viven en
Latinoamérica reivindican al compañero Allende y a todos aquellos que cayeron
en la lucha por abrir las grandes alamedas de la historia.
Salvador Allende murió
empuñando el fusil que Fidel Castro le obsequió años antes con el mensaje de
que armara al pueblo. Mucho se ha cuestionado el por qué Salvador Allende no le
entregó las armas a su pueblo, más aun cuando algunas organizaciones y partidos
de la Unidad Popular se las pedían para defender su presidencia y hacer
respetar la Constitución.
Armar a los obreros,
estudiantes y campesinos era la otra vía que Allende no quiso transitar; tal vez
porque Allende fue como lo escribió el poeta Mario Benedetti:
"Para matar al hombre de la paz tuvieron
que congregar todos los odios, los aviones y los tanques…
…tuvieron
que imaginar que era una tropa, una armada, una hueste, una brigada…
…pero
el hombre de la paz era tan sólo un pueblo…
…para
vencer al hombre de la paz tuvieron que matar y matar más para seguir matando…
…para
matar al hombre que era un pueblo tuvieron que quedarse sin el pueblo.”
Allende el idealista, fue eso,
un hombre de paz…
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