4) El 99% contra el 1%:
Alguien que afirmaba tener 28 años, ser universitario, vivir en Nueva York y
llamarse Chris, sin apellido que lo identificase porque, según él, trabajaba en
una empresa de comunicación y no deseaba sufrir represalias, hizo la propuesta
al movimiento Occupy Wall Street, desde su blog en Tumblr, de que se lanzase la
consigna de “somos el 99%”. La idea es que el lema fuese acompañado de carteles
con fotografías personales a las que se añadiese, además, un pequeño texto
escrito a mano. Finalmente se acompañaría de la dirección occupywallst.org.
La
cuestión fue planteada por Internet el 23 de Agosto del 2011 y el 8 de
Septiembre fue lanzado públicamente. Un mes después el movimiento Occupy Wall
Street, con toda su maquinaria ciberactivista, lo había convertido en un lema
de impacto viral y desde ahí se extendió, a través de todas las franquicias
indignadas del mundo como idea fuerza que unificaba al movimiento a nivel
global
.
Lo
de menos era que el lema del supuesto 99% de oprimidos frente al que se
encontraría el 1% de opresores, o más ricos del mundo, que le gusta decir a los
indignados, fuese cierto. Lo importante era la contundencia y casi unanimidad
de la cifra así como su capacidad de impacto, al referirse casi al 100% de la
población. Nadie iba a cuestionar una cifra u otra y menos cuando su éxito se
iba a ver ayudado por el impulso casi instantáneo que produce compartir y
difundir lemas sencillos que apelen a las emociones y no al cerebro. ¿Acaso ha
visto usted a algún ciberactivista de los que se limitan al copia y pega y al
compartir de las redes sociales que se cuestione lo que está difundiendo? No
les da el cerebro para hacer las dos cosas a la vez.
Como
en tantas cosas en las que el movimiento de los indignados creyó haber
inventado la pólvora, en un lema como éste tampoco fue original sino
simplemente ligeramente más exagerado.
Liev
Trotsky ya hace referencia a la cuestión de los 90 y tantos por ciento en un
texto que no es precisamente de 2011 sino de mediados de abril de 1931:
“El
fascista Strasser dice que el 95 por ciento del pueblo está interesado en la
revolución, que por lo tanto no es una revolución de clase sino una revolución
popular. Thaelmann repite a coro. En realidad, el obrero comunista debería
decirle al obrero fascista: por supuesto, el 95 por ciento de la población, si
es que no es el 98 por ciento, está explotada por el capital financiero. Pero
esta explotación está organizada de modo jerárquico: hay explotadores,
subexplotadores, subsubexplotadores, etc. Sólo gracias a esta jerarquía pueden
los superexplotadores mantener sujeta a la mayoría de la nación. Para que la
nación sea efectivamente capaz de reconstruirse a sí misma alrededor de un
nuevo núcleo de clase, deberá ser reconstruida ideológicamente, y esto sólo
podrá conseguirse si el proletariado no se disuelve a sí mismo en el “pueblo”,
en la “nación”, sino que, por el contrario, desarrolla un programa de su
revolución proletaria y fuerza a la pequeña burguesía a elegir entre dos
regímenes” (León Trotsky.“La lucha contra el fascismo en Alemania”)
Aclaro
que “la lucha contra el fascismo en Alemania” es una compilación de textos de
Trotsky escritos entre 1930 y 1933,
Creo
que lo que está diciendo Trotsky acerca de esas configuraciones internas de los
90 y tantos por ciento es diáfano, algo que muchos trotskistas, tan leídos
ellos, que se hacían eco del lema de Occupy Wall Street a nivel mundial,
parecen haber olvidado o, simplemente, en una muestra de oportunismo ramplón
prefieren hacer como que no conocen su significado.
Es
obvio que lo de menos es que haya un 1, un 0,5 o un 3% de magnates que
concentren en sus manos una elevada proporción de las riquezas nacionales o
mundiales porque el problema no es ese
sino el origen de esa riqueza privada y en ese caso, la proporción de
explotadores es mucho mayor que el cacareado 1%.
Una
de las contradicciones fundamentales del capitalismo es que mientras la
producción de bienes y riqueza es un acto colectivo (social) la apropiación del
producto del trabajo (el beneficio) es un acto privado. Sean megaricos, sólo
muy ricos, ricos sin más o muy acomodados, los
empresarios extraen el beneficio de la actividad de sus trabajadores del mismo
modo.
La
pequeña y mediana burguesías no están con una mano delante y otra detrás.
Forman parte del mismo engranaje capitalista y, si bien, la tendencia a la
concentración del capital tanto a niveles nacionales como mundiales tiende a
laminarlas, ello no supone ni que estén en el mismo campo de la clase
trabajadora ni que ésta deba considerarlas oprimidas ya que, en sus relaciones de producción con el
trabajador, son opresores, pues no de otra forma obtienen el beneficio.
Sólo
en una situación revolucionaria en la que la clase trabajadora tuviera la
iniciativa y un programa socialista, cabría situar a esas burguesías
subordinadas al gran capital, ante la disyuntiva de elegir campo: el de los
trabajadores o el de los capitalistas.
Hacerlo
en una situación en la que la iniciativa la lleva el capital equivale a sacar
las castañas del fuego a la pequeña y mediana burguesías mediante un programa y
un conjunto de demandas interclasistas
que pone los intereses de la clase trabajadora a la cola de los de las clases
medias. No otra cosa ha sido el movimiento indignado en USA o en España,
así como el resto de sus franquicias.
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