El gobierno de Zapatero permitió las
bodas entre personas del mismo sexo al tiempo que prohibió fumar en lugares
públicos. No puede calificarse por tanto de prohibicionista ni tampoco de
permisivo. Fue prohibicionista para ciertas cosas y permisivo para otras. Como
todos los gobiernos. Gobernar significa prohibir y permitir y cuando alguien se autodenomina “liberal” habría que
preguntarle: ¿en relación a qué? Porque ser “liberal”, sin más, es absurdo. A
mí me encanta la libertad pero tengo muy claro que depende siempre de un
contexto determinado y ante los desmanes de la mano invisible de la economía me
parece muy necesaria la mano dura de la política.
Los mercados desregulados funcionan,
en cierto modo, como los mercados de la droga, en los cuales el consumidor
acaba comprando cocaína o heroína o marihuana adulteradas. Guiados por el ánimo de lucro, los comisionistas que
intervienen en los mercados de la droga adulteran la mercancía y distorsionan
su precio en relación a su valor. Exactamente lo mismo pasa en los
mercados financieros. Retirado el Estado de su función reguladora, los
comisionistas terminan falsificando el verdadero valor de los activos con los
que especulan. En cuanto a las reformas laborales calificadas de “liberales”,
lo son para los empresarios, ¿pero lo son para los trabajadores? Lo mismo pasa
con las reformas financieras. Son “liberales”, claro que sí, para los bancos y
otras compañías de inversión, ¿pero lo son para los ciudadanos?
Cuando los estados no limitan la
libertad de las corporaciones, las uniones mercantiles transnacionales, como la
Unión Europea, terminan siendo controladas por mafias financieras. De ahí que
la única libertad social posible a nivel macroeconómico surja del equilibrio entre
política y economía, o lo que es lo mismo, entre Estado y Mercado. Según el
liberalismo económico, el Estado no debe de intervenir en la formación
espontánea de los precios resultantes del cruce de las curvas de la oferta y la
demanda, pero el interés del comerciante es maximizar
su lucro e incluso en caso de ser un individuo honesto está obligado a ampliar
su cuota de mercado y reducir el de la competencia. De este modo, el
capitalismo desregulado se convierte en puro darwinismo social, con el pez
gordo devorando al chico y un tejido industrial subyugado por monopolios u
oligopolios que desvirtúan la democracia pues una vez adquirido cierto nivel de
poder financiero, las grandes entidades capitalistas no tienen problemas para
extender su dominio por toda la sociedad, comprando, si es necesario, favores
políticos, judiciales o periodísticos.
El libre comercio, por otra parte, antepone
los intereses económicos a los Derechos
Humanos y, en consecuencia, la globalización neoliberal tiende a empobrecer a
las clases trabajadoras de todo el mundo. Reducida la
protección social y la capacidad de negociación laboral, los agentes más
débiles de la economía acaban siendo explotados por parte de los agentes más poderosos.
De modo que como explicó John Kenneth Galbraith, para que el capitalismo sea un
sistema saludable, el poder del sector público debe compensar el poder del
sector privado. Es la única manera de que la sociedad no termine siendo
gobernada por los mercados.
El liberalismo económico solo se
preocupa de la libertad de las clases dominantes y el libre comercio siempre se
ha aplicado de forma ventajista, o sea después de establecidos ciertos
intereses de clase. Si echamos un vistazo a la Historia comprobamos que todas
las grandes naciones fueron proteccionistas con sus industrias. Una vez que
lograron prevalecer en los mercados internacionales, entonces fue cuando las
grandes naciones instaron a las pequeñas a convertirse a los principios del
libre mercado. Por eso cuando el Fondo Monetario
Internacional recomienda a países con problemas económicos eliminar cualquier
restricción a la movilidad internacional de bienes y capitales, así como
privatizar sus servicios públicos y desregular los mercados laborales en nombre
de la libertad económica, quienes siempre salen beneficiados no son los países
afectados sino las multinacionales. Cada día que pasa es más evidente la
necesidad imperiosa de un cambio drástico en el manejo de la macroeconomía a
nivel global porque como dice Michael Lind: “El
capitalismo social de mercado civilizado y el libre comercio global sin
restricciones son inherentemente incompatibles.”
Philippe Van Parijs cree que una vez
que todos los ciudadanos tengamos un mínimo económico garantizado, conoceremos
la “libertad verdadera”. Estoy completamente de acuerdo con Van Parijs en el
fondo de la idea pero no me gusta el término “libertad verdadera” porque creo
que la libertad verdaderamente universal y absoluta
no existe. Como la pereza, es una prerrogativa que solo funciona en función a
una variable dada. “La libertad del lobo es la muerte del cordero”,
escribió Isiah Berlin, y hay en la actualidad demasiadas libertades que
representan un grave daño para la sociedad, como la libertad para apropiarse de
los bienes públicos o para monopolizar mercados o para sobornar gobiernos
corruptos o para ocultar inversiones fraudulentas o para lavar dinero negro o
para desalojar a los habitantes originarios en nombre del derecho de propiedad
o para especular con productos financieros tóxicos o para contaminar la capa de
ozono y los mares o los ríos. No hay otra solución
posible a esta larga y terrible crisis que derribar los falsos dioses del
liberalismo económico y tomar el camino del “proteccionismo” y el “prohibicionismo”,
palabras que deberíamos escribir siempre con comillas, al igual que “libertad”,
“liberal”, “libertario” y “libertino”.
De la misma forma que los dictadores
a veces son juzgados en tribunales internacionales, también han de ser juzgados
en tribunales internacionales los empresarios que explotan a los trabajadores
en países que no respetan los Derechos Humanos o los especuladores que
adulteran el verdadero valor de los activos financieros. Además, todo aquel que
no tribute a la sociedad lo que por ley le corresponde debería ser castigado
con la pérdida de su ciudadanía. Yo para muchas cosas
soy un “liberticida” y exijo por ejemplo mano dura para prohibir los paraísos
fiscales y la especulación financiera y para limpiar los mercados de productos
facturados por camellos y comisionistas fraudulentos o por explotadores de la
Humanidad y del Medio Ambiente.
Ante la ausencia de líderes
políticos capaces de cambiar el rumbo errático y erróneo del capitalismo,
nuevas revoluciones están por llegar, porque la gente se ha empezado a dar
cuenta del engaño que hay alrededor de la libertad de mercado. Hasta lo
reconoce Percy Barnevik, director ejecutivo de la compañía de ingeniería
eléctrica ABB (Asea Brown Boveri), multinacional que opera en más de cien países:
“Yo definiría la mundialización como la libertad para mi grupo de invertir
donde quiere, en el momento que quiere, para producir lo que quiere,
aprovisionándose y vendiendo donde quiere, teniendo que soportar el mínimo de
obligaciones en materia de derecho laboral y de convenios sociales.”
Esas revoluciones llegarán más temprano que tarde. Y yo
espero verlo… aunque sólo sea su inicio.
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