viernes, 2 de noviembre de 2012

LIBERTAD ¿Para quién?, ¿Para qué?



            El gobierno de Zapatero permitió las bodas entre personas del mismo sexo al tiempo que prohibió fumar en lugares públicos. No puede calificarse por tanto de prohibicionista ni tampoco de permisivo. Fue prohibicionista para ciertas cosas y permisivo para otras. Como todos los gobiernos. Gobernar significa prohibir y permitir y cuando alguien se autodenomina “liberal” habría que preguntarle: ¿en relación a qué? Porque ser “liberal”, sin más, es absurdo. A mí me encanta la libertad pero tengo muy claro que depende siempre de un contexto determinado y ante los desmanes de la mano invisible de la economía me parece muy necesaria la mano dura de la política.

            Los mercados desregulados funcionan, en cierto modo, como los mercados de la droga, en los cuales el consumidor acaba comprando cocaína o heroína o marihuana adulteradas. Guiados por el ánimo de lucro, los comisionistas que intervienen en los mercados de la droga adulteran la mercancía y distorsionan su precio en relación a su valor. Exactamente lo mismo pasa en los mercados financieros. Retirado el Estado de su función reguladora, los comisionistas terminan falsificando el verdadero valor de los activos con los que especulan. En cuanto a las reformas laborales calificadas de “liberales”, lo son para los empresarios, ¿pero lo son para los trabajadores? Lo mismo pasa con las reformas financieras. Son “liberales”, claro que sí, para los bancos y otras compañías de inversión, ¿pero lo son para los ciudadanos?

            Cuando los estados no limitan la libertad de las corporaciones, las uniones mercantiles transnacionales, como la Unión Europea, terminan siendo controladas por mafias financieras. De ahí que la única libertad social posible a nivel macroeconómico surja del equilibrio entre política y economía, o lo que es lo mismo, entre Estado y Mercado. Según el liberalismo económico, el Estado no debe de intervenir en la formación espontánea de los precios resultantes del cruce de las curvas de la oferta y la demanda, pero el interés del comerciante es maximizar su lucro e incluso en caso de ser un individuo honesto está obligado a ampliar su cuota de mercado y reducir el de la competencia. De este modo, el capitalismo desregulado se convierte en puro darwinismo social, con el pez gordo devorando al chico y un tejido industrial subyugado por monopolios u oligopolios que desvirtúan la democracia pues una vez adquirido cierto nivel de poder financiero, las grandes entidades capitalistas no tienen problemas para extender su dominio por toda la sociedad, comprando, si es necesario, favores políticos, judiciales o periodísticos.
 
            El liberalismo económico no solo degenera en distorsión de precios, adulteración de mercancías, competencia desleal, desprecio de los principios democráticos y burla a los Derechos Humanos. Es que además implica a la larga el caos y la disfunción del capitalismo. Ya no es ésta una idea minoritaria y contracultural. Todos sabemos a estas alturas que el neoliberalismo tiende a la catástrofe y que la Unión Europea ha fracasado. En realidad nació desequilibrada. Se suponía que entrar en la Zona Euro garantizaba a todos sus países miembros la posibilidad de converger en niveles nacionales de productividad, riqueza y consumo. Sin embargo existe demasiada asimetría de mercado para tan poca armonía política y fiscal y ante la ausencia de un Estado fuerte, los mercados de bonos soberanos se han convertido en un tramposo casino orquestado por las agencias de calificación del riesgo, agencias que deciden los precios de los productos financieros cuando sus accionistas son también los dueños de los hedge-funds y otras compañías especializadas en inversiones de alto riesgo.

            El libre comercio, por otra parte, antepone los intereses económicos a los  Derechos Humanos y, en consecuencia, la globalización neoliberal tiende a empobrecer a las clases trabajadoras de todo el mundo. Reducida la protección social y la capacidad de negociación laboral, los agentes más débiles de la economía acaban siendo explotados por parte de los agentes más poderosos. De modo que como explicó John Kenneth Galbraith, para que el capitalismo sea un sistema saludable, el poder del sector público debe compensar el poder del sector privado. Es la única manera de que la sociedad no termine siendo gobernada por los mercados.

            El liberalismo económico solo se preocupa de la libertad de las clases dominantes y el libre comercio siempre se ha aplicado de forma ventajista, o sea después de establecidos ciertos intereses de clase. Si echamos un vistazo a la Historia comprobamos que todas las grandes naciones fueron proteccionistas con sus industrias. Una vez que lograron prevalecer en los mercados internacionales, entonces fue cuando las grandes naciones instaron a las pequeñas a convertirse a los principios del libre mercado. Por eso cuando el Fondo Monetario Internacional recomienda a países con problemas económicos eliminar cualquier restricción a la movilidad internacional de bienes y capitales, así como privatizar sus servicios públicos y desregular los mercados laborales en nombre de la libertad económica, quienes siempre salen beneficiados no son los países afectados sino las multinacionales. Cada día que pasa es más evidente la necesidad imperiosa de un cambio drástico en el manejo de la macroeconomía a nivel global porque como dice Michael Lind: “El capitalismo social de mercado civilizado y el libre comercio global sin restricciones son inherentemente incompatibles.”
 
 

            Philippe Van Parijs cree que una vez que todos los ciudadanos tengamos un mínimo económico garantizado, conoceremos la “libertad verdadera”. Estoy completamente de acuerdo con Van Parijs en el fondo de la idea pero no me gusta el término “libertad verdadera” porque creo que la libertad verdaderamente universal y absoluta no existe. Como la pereza, es una prerrogativa que solo funciona en función a una variable dada. “La libertad del lobo es la muerte del cordero”, escribió Isiah Berlin, y hay en la actualidad demasiadas libertades que representan un grave daño para la sociedad, como la libertad para apropiarse de los bienes públicos o para monopolizar mercados o para sobornar gobiernos corruptos o para ocultar inversiones fraudulentas o para lavar dinero negro o para desalojar a los habitantes originarios en nombre del derecho de propiedad o para especular con productos financieros tóxicos o para contaminar la capa de ozono y los mares o los ríos. No hay otra solución posible a esta larga y terrible crisis que derribar los falsos dioses del liberalismo económico y tomar el camino del “proteccionismo” y el “prohibicionismo”, palabras que deberíamos escribir siempre con comillas, al igual que “libertad”, “liberal”, “libertario” y “libertino”.

            De la misma forma que los dictadores a veces son juzgados en tribunales internacionales, también han de ser juzgados en tribunales internacionales los empresarios que explotan a los trabajadores en países que no respetan los Derechos Humanos o los especuladores que adulteran el verdadero valor de los activos financieros. Además, todo aquel que no tribute a la sociedad lo que por ley le corresponde debería ser castigado con la pérdida de su ciudadanía. Yo para muchas cosas soy un “liberticida” y exijo por ejemplo mano dura para prohibir los paraísos fiscales y la especulación financiera y para limpiar los mercados de productos facturados por camellos y comisionistas fraudulentos o por explotadores de la Humanidad y del Medio Ambiente.

            Ante la ausencia de líderes políticos capaces de cambiar el rumbo errático y erróneo del capitalismo, nuevas revoluciones están por llegar, porque la gente se ha empezado a dar cuenta del engaño que hay alrededor de la libertad de mercado. Hasta lo reconoce Percy Barnevik, director ejecutivo de la compañía de ingeniería eléctrica ABB (Asea Brown Boveri), multinacional que opera en más de cien países:

“Yo definiría la mundialización como la libertad para mi grupo de invertir donde quiere, en el momento que quiere, para producir lo que quiere, aprovisionándose y vendiendo donde quiere, teniendo que soportar el mínimo de obligaciones en materia de derecho laboral y de convenios sociales.”

            Esas revoluciones llegarán más temprano que tarde. Y yo espero verlo… aunque sólo sea su inicio.



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