Siento
mucha tristeza y rabia por la muerte de Cristina, Rocío, Katia y la última
menor fallecida. Ellas salían la noche de Halloween a celebrar una fiesta con
los amigos, seguramente disfrazadas. Para disfrutar en el recinto municipal que
se había alquilado para la celebración, pagaron una entrada nada barata. Pasada
la noche, conocida la tragedia, lo que ha salido barato es el número de
muertos, porque tal vez podíamos estar hablando de 20 o 30 jóvenes con
facilidad. Pero, si algo vamos aprendiendo, es que el árbol no puede impedirnos
ver el bosque.
Populista la primera declaración del
Ayuntamiento de Madrid, que dijo querer personarse como acusación particular en
el hipotético proceso judicial contra la empresa que había gestionado la
fiesta. Muy inteligentes: participar en el proceso judicial permite tener
acceso a toda la información disponible en el sumario, algo que, si lo permite
el Juez, no le vendrá mal a un Ayuntamiento que es corresponsable de lo
sucedido, porque estas chicas han muerto en un local municipal y, como mínimo,
cuando este alquila uno de los recintos que pagan y mantienen todos los
madrileños, debe de garantizar una supervisión sobre la legalidad de las
actuaciones que la empresa va a desarrollar.
Y parece ser que les dijeron que se
iba a celebrar una fiesta para unas 7.000 personas. Pero dentro algunos dicen
que había 20.000. Y parece ser que la empresa que alquiló el local tenía deudas
con la Seguridad Social, y al Ayuntamiento no le importó. Y parece ser, además,
que el Ayuntamiento solo mandó a 12 policías municipales a controlar los
exteriores del edificio para evitar aglomeraciones. Claro, las aglomeraciones
donde se produjeron fueron dentro. Con la prisa que se dan para desalojar
cualquier bar cuando se sobrepasa el límite de aforo, lo ocurrido es una
negligencia municipal tan evidente, que nos hace a todos los madrileños
partícipes de una gravísima dejación de funciones con resultado de muerte. Y
sabemos que solo había cinco miembros de seguridad dentro del recinto, según
publica la prensa. Y lo que seguiremos conociendo.
La respuesta de la alcaldesa de Madrid
no se ha hecho esperar. Usa una lógica aplastante, absurda. Como se nos cae la
cara de vergüenza (Tal vez ni eso) volvemos a utilizar el populismo y
anunciamos, a bombo y platillo, que se prohibirán todas las fiestas a partir de
ahora. Penalizamos a los jóvenes por nuestros errores, asumimos que no somos
capaces de organizar fiestas con seguridad. Yo, si fuera del Comité Olímpico
Internacional que debe de valorar si Madrid está preparada para albergar unos
Juegos Olímpicos, tomaría buena nota.
Porque cuando hay varios actores, y de
tanto peso, las responsabilidades se diluyen. En esto consiste. Hemos asistido
a una cadena de negligencias en requisitos, control y supervisión, organización
y seguridad por parte de la empresa que se lucraba y de la administración que
lo consentía, que ha tenido resultado trágico. Y, de nuevo, han muerto los
ciudadanos.
Y esto no es nuevo. Lo repito, en eso
consiste. Vivimos una grave estafa que repite, al milímetro, los mismos
componentes de esta tragedia. Tenemos que darnos cuenta de ello y actuar en
consecuencia. Unas empresas se han montado una macrofiesta social, unos banqueros
y políticos se han lucrado con ello y los excesos, trágicos, los padece la
ciudadanía. Porque nuestros políticos, tanto en la fiesta del Madrid Arena como
en la de la burbuja inmobiliaria, no solo no controlaron a los empresarios sin
escrúpulos, sino que obtuvieron beneficios dejándoles a los ciudadanos a su
merced. Los que han muerto aplastados son los mismos que se han tirado por la
ventana cuando iban a desahuciarles, los mismos que no tienen trabajo, los
mismos a los que ya no facilitan determinados tratamientos médicos y les cobran
por otros, los mismos a los que multan o aporrean cuando protestan. Somos
nosotros, cada uno en su dolor particular, con sus circunstancias personales,
con su insorportable sufrimiento. Pero nosotros, todos, la ciudadanía. Y este
juego macabro que han organizado seguirá vomitándonos hasta que les hagamos
frente de verdad.
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