La exitosa manifestación del 11 de
septiembre en Barcelona ha desatado una euforia sin precedentes en el seno del
independentismo catalán, cuyas filas, a consecuencia de la crisis, se engrosan
cada día más.
¿Cómo
es posible que el independentismo haya aumentado desde el 8% de hace unos pocos
años a –si hemos de creer en las encuestas que publica la Generalitat– más de
la mitad de la población? Se debe a múltiples causas, desde luego, pero hay
tres fundamentales:
La
primera, y probablemente menos importante, es la actitud vociferante de eso que
se ha venido en llamar la caverna mediática, acompañada por una estúpida
verborrea de algunos políticos que, sistemáticamente y tomando la parte por el
todo, han arremetido contra el pueblo catalán en su conjunto.
La
segunda es el cumplimento riguroso de la
hoja de ruta que se trazó CiU hace años, realizada sin prisas (hasta ahora)
pero sin pausas, cuyos principales sostenes han sido la educación (sesgada en
muchos centros educativos hasta extremos inverosímiles, con una falsificación
de la historia que le deja a uno verdaderamente atónito) y los medios de
comunicación.
A
cambio de cuantiosísimas subvenciones y otras formas de proporcionar ingresos,
el independentismo se ha adueñado de la prensa y la radio, tanto públicas como
privadas, de forma cada vez menos encubierta. Por supuesto los distintos
canales de las televisiones autonómicas (y frecuentemente los espacios
dedicados a temas locales en las televisiones nacionales) llevan muchísimo tiempo
deslizando más o menos sibilinamente la necesidad de tener un estado propio
(por que ya se sabe que Madrid nos roba), incluidos los boletines
meteorológicos. No es ocioso subrayar aquí el papel de tonto-útil que tuvieron
los gobiernos de Maragall y Montilla a este respecto.
La
tercera, y más importante, diría yo que la verdaderamente responsable del salto
cualitativo del independentismo, es el enraizamiento en amplísimas capas de la
sociedad catalana del eslogan formulado de distintas maneras desde las
instituciones catalanas y los medios de comunicación, pero que puede resumirse
en esta frase: La independencia es la solución a la crisis. Una fórmula
que ha permitido desviar la atención sobre los recortes y sus protagonistas.
Aunque
parezca mentira, buena parte de la izquierda catalana, especialmente la
adscrita a las clases medias y el neo-progresismo urbano ha picado en ese
anzuelo, o ha cerrado los ojos para no señalarse demasiado creyendo que los
votos en las próximas elecciones podrían ir por ahí. Puro tacticismo
desideologizado. Después de haber criticado a la Lega Norte reiteradamente,
nuestras izquierdas –una parte de ellas, establecida en forma transversal en
todos los partidos– parecen haber asumido los postulados de la formación
italiana.
Sea
como sea, tengo la impresión de que el independentismo ha crecido sin advertir
que sus pies son de barro, y que este éxito llegado probablemente antes de
tiempo, antes de las condiciones adecuadas para su planteamiento hayan
madurado, puede acabar por hacerle morir a causa de su prematuro éxito.
Efectivamente,
el escenario que ahora se abre en Cataluña se halla repleto de incertidumbres.
Para empezar, está el asunto de las elecciones anticipadas, que obligará a
todos los partidos a pronunciarse en torno a la independencia, exigencia que
afectará también probablemente a patronal, sindicatos y otras instituciones,
con el consiguiente aumento de la tensión social (como si no hubiera ya
suficiente).
Hay,
además, sectores de CiU (y no digamos de Unió) que no ven con buenos ojos la
apuesta que parece haber decidido llevar a término Artur Mas. Además, según las
últimas encuestas, la formación política más beneficiada del guirigay sería
Esquerra Republicana, cuyo aumento de votos podría ir en detrimento de CiU.
En
el PSC, la convivencia entre las dos almas que siempre ha propugnado, se
resquebraja. La oligarquía catalana no quiere oír hablar de separación,
mientras las CUP (las candidaturas de Unidad Popular, independentistas, que no
se han presentado todavía a unas elecciones autonómicas, pero que están bien
representadas en los ayuntamientos) quemaban en la manifestación la bandera
europea; ICV-EUiA comparte grupo parlamentario con IU y defiende el Pacto
Fiscal de Mas, prácticamente un concierto a la vasca, lo cual es de suponer que
no ha de ser del agrado de IU...
Todo
está por hacer, y todo es posible, dijo el poeta. Pero cuando se abren tantas
expectativas, si estas no se realizan puede caerse en la depresión. Y, a modo
de boomerang, pueden volverse contra quien las propició.
Pero
si algo ha tenido de bueno la alocada carrera hacia ninguna parte que ha
emprendido Artur Mas, con la complicidad activa o pasiva de importantes fuerzas
políticas y sociales catalanas, es que ha conseguido que se vea al rey tal como está: desnudo. Y
no me refiero en este caso al rey Borbón, por más que esté siendo desnudado por
una cascada de torpezas que le ha llevado a las horas más bajas de su reinado.
No, me refiero, claro está, al rey de la fábula, al rey que es un rey: no el de
España.
Efectivamente,
tras la embestida de Mas, es imposible no advertir que España está hecha unos
zorros. La sensación de que todo se derrumba, de que no hay salida, de que
estamos sobreviviendo enfangados en terrenos pantanosos en lo económico, lo
social y lo político, se ha generalizado.
En
definitiva, lo que se comprueba cada vez con mayor nitidez es que España carece
de proyecto. De cualquier proyecto. (Tampoco la Cataluña que preconiza Mas
parece aspirar a tenerlo: si todo se reduce a ser Estado de Europa, bajo el
poder dictatorial de la Troika, apañados estamos).
Al
parecer, nuestros representantes políticos y sociales, en su inmensa mayoría
estaban deslumbrados por el proceso de integración (económica) europeo. Valía
la pena renunciar a dosis importantes de soberanía, desdibujar el
Estado-nación, subsumirse en una nueva potencia imperial... Pero mire usted por
dónde, a la hora de la verdad los Estados-nación europeos más sólidos han
demostrado tener la sartén por el mango, y freír los huevos a su gusto. Y aquí
nos quedamos sin proyecto propio, ni en lo cultural, ni en lo político, ni en
lo económico. Donde sí hay proyecto, siguiendo las directrices del poder real,
es en lo social: el proyecto se denomina “desmantelamiento progresivo”. Un panorama
que suscribe entusiásticamente el nuevo profeta catalán, dispuesto a quemarse
en el altar de los sacrificios patrióticos para conseguir crear un nuevo
Estado, bien obediente, eso sí, a los designios neoliberales que impulsan la
plutocracia europea y estadounidense.
Para
salir del pozo, habría que tomar algunas decisiones –obvias– que incluso un
gobierno de derechas podría considerar. Por ejemplo, en vez de invocar a la
diosa Constitución como algo intocable –salvo cuando le conviene al poder
financiero–, sería dar una muestra de sensatez plantearse un nuevo pacto
constitucional (un proceso constituyente), a la vista de que la actual ley de
leyes está más agotada que un gordinflón corriendo una maratón. Por ejemplo,
nuestros atareados representantes, ocupados en descalificarse los unos a los
otros (nada extraño, hay material suficiente para todo tipo de
descalificaciones), podrían convocar a la comunidad educativa y discutir en
serio una política de estado al respecto que permita no sólo atajar el fracaso
escolar, sino crear un sustrato cultural y científico que invite a soñar en un
futuro mejor. Por ejemplo, nuestros ínclitos representantes podrían dar el
imprescindible paso de proceder a una reforma de la ley electoral. Por ejemplo,
podrían dejar de mirar para otro lado ante la avalancha de casos de corrupción,
y empezar por limpiar sus propias casas antes de que se produzcan imputaciones
judiciales (y que dejen de esconderse en lo de la presunción de inocencia; lo
menos que pueden hacer cuando el río suena es investigar sus aguas). Por
ejemplo, podrían convocar a expertos y plantear la redacción de un plan de
empleo con elementos concretos, y que no lo fiaran todo a los resultados
futuros de unas reformas que parecen haber sido diseñadas para obtener los
resultados contrarios de los que proclaman. Por ejemplo, podrían tomar medidas
urgentes para resolver la cuestión de los desahucios, de las preferentes, de
las duplicidades administrativas... Por ejemplo...
Y
no sé por qué me da a mí que no. Que va a seguir todo igual. Que ni el gobierno
de Rajoy, ni el de Mas, ni otro hipotético con Rubalcaba, ni ningún otro, va a
hacer otra cosa que ir tirando, capeando temporales, disimulando y mirando al
tendido si la cosa aprieta.
Y,
la verdad, ¡ya está bien!. La paciencia tiene un límite. Y el que avisa no es
traidor.
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