martes, 20 de noviembre de 2012

LA ENCRUCIJADA CATALANA


La exitosa manifestación del 11 de septiembre en Barcelona ha desatado una euforia sin precedentes en el seno del independentismo catalán, cuyas filas, a consecuencia de la crisis, se engrosan cada día más.

           ¿Cómo es posible que el independentismo haya aumentado desde el 8% de hace unos pocos años a –si hemos de creer en las encuestas que publica la Generalitat– más de la mitad de la población? Se debe a múltiples causas, desde luego, pero hay tres fundamentales:

           La primera, y probablemente menos importante, es la actitud vociferante de eso que se ha venido en llamar la caverna mediática, acompañada por una estúpida verborrea de algunos políticos que, sistemáticamente y tomando la parte por el todo, han arremetido contra el pueblo catalán en su conjunto.

          La segunda es el cumplimento riguroso  de la hoja de ruta que se trazó CiU hace años, realizada sin prisas (hasta ahora) pero sin pausas, cuyos principales sostenes han sido la educación (sesgada en muchos centros educativos hasta extremos inverosímiles, con una falsificación de la historia que le deja a uno verdaderamente atónito) y los medios de comunicación.

          A cambio de cuantiosísimas subvenciones y otras formas de proporcionar ingresos, el independentismo se ha adueñado de la prensa y la radio, tanto públicas como privadas, de forma cada vez menos encubierta. Por supuesto los distintos canales de las televisiones autonómicas (y frecuentemente los espacios dedicados a temas locales en las televisiones nacionales) llevan muchísimo tiempo deslizando más o menos sibilinamente la necesidad de tener un estado propio (por que ya se sabe que Madrid nos roba), incluidos los boletines meteorológicos. No es ocioso subrayar aquí el papel de tonto-útil que tuvieron los gobiernos de Maragall y Montilla a este respecto.


           La tercera, y más importante, diría yo que la verdaderamente responsable del salto cualitativo del independentismo, es el enraizamiento en amplísimas capas de la sociedad catalana del eslogan formulado de distintas maneras desde las instituciones catalanas y los medios de comunicación, pero que puede resumirse en esta frase: La independencia es la solución a la crisis. Una fórmula que ha permitido desviar la atención sobre los recortes y sus protagonistas.

           Aunque parezca mentira, buena parte de la izquierda catalana, especialmente la adscrita a las clases medias y el neo-progresismo urbano ha picado en ese anzuelo, o ha cerrado los ojos para no señalarse demasiado creyendo que los votos en las próximas elecciones podrían ir por ahí. Puro tacticismo desideologizado. Después de haber criticado a la Lega Norte reiteradamente, nuestras izquierdas –una parte de ellas, establecida en forma transversal en todos los partidos– parecen haber asumido los postulados de la formación italiana.

           Sea como sea, tengo la impresión de que el independentismo ha crecido sin advertir que sus pies son de barro, y que este éxito llegado probablemente antes de tiempo, antes de las condiciones adecuadas para su planteamiento hayan madurado, puede acabar por hacerle morir a causa de su prematuro éxito.

           Efectivamente, el escenario que ahora se abre en Cataluña se halla repleto de incertidumbres. Para empezar, está el asunto de las elecciones anticipadas, que obligará a todos los partidos a pronunciarse en torno a la independencia, exigencia que afectará también probablemente a patronal, sindicatos y otras instituciones, con el consiguiente aumento de la tensión social (como si no hubiera ya suficiente).

           Hay, además, sectores de CiU (y no digamos de Unió) que no ven con buenos ojos la apuesta que parece haber decidido llevar a término Artur Mas. Además, según las últimas encuestas, la formación política más beneficiada del guirigay sería Esquerra Republicana, cuyo aumento de votos podría ir en detrimento de CiU.

           En el PSC, la convivencia entre las dos almas que siempre ha propugnado, se resquebraja. La oligarquía catalana no quiere oír hablar de separación, mientras las CUP (las candidaturas de Unidad Popular, independentistas, que no se han presentado todavía a unas elecciones autonómicas, pero que están bien representadas en los ayuntamientos) quemaban en la manifestación la bandera europea; ICV-EUiA comparte grupo parlamentario con IU y defiende el Pacto Fiscal de Mas, prácticamente un concierto a la vasca, lo cual es de suponer que no ha de ser del agrado de IU...

           Todo está por hacer, y todo es posible, dijo el poeta. Pero cuando se abren tantas expectativas, si estas no se realizan puede caerse en la depresión. Y, a modo de boomerang, pueden volverse contra quien las propició.

           Pero si algo ha tenido de bueno la alocada carrera hacia ninguna parte que ha emprendido Artur Mas, con la complicidad activa o pasiva de importantes fuerzas políticas y sociales catalanas, es que ha conseguido  que se vea al rey tal como está: desnudo. Y no me refiero en este caso al rey Borbón, por más que esté siendo desnudado por una cascada de torpezas que le ha llevado a las horas más bajas de su reinado. No, me refiero, claro está, al rey de la fábula, al rey que es un rey: no el de España.
 
 
           Efectivamente, tras la embestida de Mas, es imposible no advertir que España está hecha unos zorros. La sensación de que todo se derrumba, de que no hay salida, de que estamos sobreviviendo enfangados en terrenos pantanosos en lo económico, lo social y lo político, se ha generalizado.

           En definitiva, lo que se comprueba cada vez con mayor nitidez es que España carece de proyecto. De cualquier proyecto. (Tampoco la Cataluña que preconiza Mas parece aspirar a tenerlo: si todo se reduce a ser Estado de Europa, bajo el poder dictatorial de la Troika, apañados estamos).

          Al parecer, nuestros representantes políticos y sociales, en su inmensa mayoría estaban deslumbrados por el proceso de integración (económica) europeo. Valía la pena renunciar a dosis importantes de soberanía, desdibujar el Estado-nación, subsumirse en una nueva potencia imperial... Pero mire usted por dónde, a la hora de la verdad los Estados-nación europeos más sólidos han demostrado tener la sartén por el mango, y freír los huevos a su gusto. Y aquí nos quedamos sin proyecto propio, ni en lo cultural, ni en lo político, ni en lo económico. Donde sí hay proyecto, siguiendo las directrices del poder real, es en lo social: el proyecto se denomina “desmantelamiento progresivo”. Un panorama que suscribe entusiásticamente el nuevo profeta catalán, dispuesto a quemarse en el altar de los sacrificios patrióticos para conseguir crear un nuevo Estado, bien obediente, eso sí, a los designios neoliberales que impulsan la plutocracia europea y estadounidense.

           Para salir del pozo, habría que tomar algunas decisiones –obvias– que incluso un gobierno de derechas podría considerar. Por ejemplo, en vez de invocar a la diosa Constitución como algo intocable –salvo cuando le conviene al poder financiero–, sería dar una muestra de sensatez plantearse un nuevo pacto constitucional (un proceso constituyente), a la vista de que la actual ley de leyes está más agotada que un gordinflón corriendo una maratón. Por ejemplo, nuestros atareados representantes, ocupados en descalificarse los unos a los otros (nada extraño, hay material suficiente para todo tipo de descalificaciones), podrían convocar a la comunidad educativa y discutir en serio una política de estado al respecto que permita no sólo atajar el fracaso escolar, sino crear un sustrato cultural y científico que invite a soñar en un futuro mejor. Por ejemplo, nuestros ínclitos representantes podrían dar el imprescindible paso de proceder a una reforma de la ley electoral. Por ejemplo, podrían dejar de mirar para otro lado ante la avalancha de casos de corrupción, y empezar por limpiar sus propias casas antes de que se produzcan imputaciones judiciales (y que dejen de esconderse en lo de la presunción de inocencia; lo menos que pueden hacer cuando el río suena es investigar sus aguas). Por ejemplo, podrían convocar a expertos y plantear la redacción de un plan de empleo con elementos concretos, y que no lo fiaran todo a los resultados futuros de unas reformas que parecen haber sido diseñadas para obtener los resultados contrarios de los que proclaman. Por ejemplo, podrían tomar medidas urgentes para resolver la cuestión de los desahucios, de las preferentes, de las duplicidades administrativas... Por ejemplo...

           Y no sé por qué me da a mí que no. Que va a seguir todo igual. Que ni el gobierno de Rajoy, ni el de Mas, ni otro hipotético con Rubalcaba, ni ningún otro, va a hacer otra cosa que ir tirando, capeando temporales, disimulando y mirando al tendido si la cosa aprieta.

           Y, la verdad, ¡ya está bien!. La paciencia tiene un límite. Y el que avisa no es traidor.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario