martes, 13 de noviembre de 2012

LA AGONIZANTE DEMOCRACIA ESPAÑOLA



             Decir que son tiempos de excepción se está convirtiendo en una obviedad pero es cierto que vivimos situaciones excepcionalmente negativas. El techo social construido gracias a las luchas populares y al marco de la Guerra Fría va siendo desmantelado.

             De repente, nos despiertan a palos del sueño del fin de la historia. Sin el archienemigo soviético ya no hace falta el Estado Social ni la contención socialdemócrata. Ya no necesitan ciudadanos, prefieren poblaciones vasallas que sirvan sin rechistar en el nuevo feudalismo financiero.

             Va todo a peor, pero poco a poco. Es una demolición controlada, lenta, por sectores. Para que no sepas lo que le pasa al vecino. Para que la trabajadora no sienta al desempleado. Para que el que tiene casa no vea al desahuciado. Segmentados, aislados y sin la conciencia de que somos la misma clase nos convertimos en borregos camino al matadero.

             Pero todo acaba visualizándose, como empieza a ser perceptible. Infancia que come una vez al día, viejos que no pueden costearse medicamentos, hogares sin calefacción, descenso de la esperanza de vida, suicidios, depresión colectiva... y enfado, cada vez más enfado.

            Hasta ahora hemos asistido a tímidos intentos de protesta social y no me refiero con lo tímido a poco numerosos, sino a su trascendencia en el tiempo. Hemos salido a la calle masivamente y hasta continuamente, pero sin metas claras ni organización todo se va marginalizando. Vamos de estallido en estallido, grandes explosiones callejeras continuadas de reflujos minoritarios.

             Es verdad que aún no hemos dado con el proyecto que pueda hacer converger la calle con las fuerzas sindicales, sociales y políticas de la izquierda y que plantee seriamente un verdadero cambio, pero tan pronto emerja una fuerza poderosa real, habrá fractura. Y en eso andan, preparándose para la fractura.

             No nos hagamos ilusiones. No van a mejorar el reparto de la riqueza, ni pretenden recuperar la soberanía entregada al poder financiero, ni piensan echar marcha atrás en los recortes en Educación o Sanidad, no es en eso en lo que andan. Llevan tiempo construyendo un marco jurídico de excepción que criminalice la protesta y dé amplios poderes a las fuerzas especiales encargadas de disolver las manifestaciones.
 
 

            No es algo nuevo. Venimos viviéndolo de manera generalizada desde que surgieron las movilizaciones del 15-M. Sí, gobernaba el PSOE, la extensión progre del régimen de alternancia, y sí, se empleó a fondo. Por eso es tan importante la memoria: porque pone a muchos en su sitio.

             Durante el gobierno social-liberal sufrimos cargas indiscriminadas, bofetadas a menores, agresiones y entorpecimiento a la labor periodística; provocaciones calculadas para desacreditar como la desarrollada por Delegación de Gobierno contra la marcha laica durante la visita del Papa o la aplicación de una especie de Estado de Excepción no declarado con la restricción de la libre circulación por la Puerta del Sol durante varios días.

             Con el triunfo del PP y la extensión de la protesta, se empezó pronto a marcar posiciones de mayor dureza. La primera en la boca, cuando en febrero de 2012 el Gobierno indultó a cinco Mossos de Escuadra que habían sido condenados en firme por tortura, medida que afortunadamente la Justicia limitó al considerar que era un indulto parcial; pero el recado estaba dado: defendernos como sea, os protegemos.

            Se continuó con alegría; brutalidad de shock contra las movilizaciones de los estudiantes valencianos, refrendada por el Ministerio de Interior y por el lenguaje de guerra contrainsurgente del jefe del dispositivo policial. Esa sería la forma de tratar los problemas a partir de ahora.

             En Madrid, cuya condición de capital la convierte en crisol de manifestaciones ciudadanas de cualquier tipo, se nombró a una Delegada del Gobierno, Cristina Cifuentes, que nos fue vendida como se vendía al pprogre Gallardón: actual, desenfadada y hasta republicana, una suerte de “Gallardona” al estilo capitalino. Pronto descubrimos las mismas hechuras que el Ministro de Justicia, la carcunda disfrazada de moderna.

             Cifuentes ha resultado tan chulesca que ha opacado mediáticamente al propio Ministro de Interior, otro elemento que junto al Director General de la Policía entienden la gestión de la protesta ciudadana como una guerra en la cual los ciudadanos son enemigos y hay que vencerlos.

             Solo así se explica su afán por tratar de judicializar los avances en el disenso ciudadano: control de la redes sociales, amenazas a quien convoque o difunda vía Twitter o Facebook, convertir en delito la desobediencia civil no violenta, amenazar con impedir la grabación o fotografía y posterior difusión de las actuaciones de los antidisturbios o el uso de identificaciones indiscriminadas para la aplicación de sanciones económicas masivas.
 
 

             En lo que atañe a las propias unidades policiales, el Gobierno sigue protegiendo las desmedidas actuaciones que ordenan los responsables políticos y ejecutan los mandos operativos sobre el terreno. Continúa la ausencia de identificación visible en uniformes o cascos, absolutamente necesaria para ejercer el derecho ciudadano a denunciar los excesos; se convierten en norma los patrones deslegitimadores hacia los detenidos, la desgastada “resistencia a la Autoridad”; no se investigan de oficio los excesos o malos tratos denunciados a no ser que haya ruido informativo, con la consiguiente ausencia de sanciones hasta en los casos más escandalosos, … El mensaje es claro: cierre de filas total. Cualquier crítica será entendida como un ataque.

            Atendida la moral de la tropa con el respaldo inquebrantable, queda cuidar los medios y aquí no se ahorra. En 2013 el gasto en material antidisturbios y protección aumentará un 1.780% (no es una errata: un mil por ciento más) y eso en un ministerio como el de Interior cuyo presupuesto se reducirá un 6,3%. Aunque en el total policial se recorta en medios y personal, en Madrid se crea una nueva sección, la Unidad de Prevención y Reacción, que apoyará con 378 agentes a las Unidades de Intervención Policial destinadas en la capital.

             Resumiendo: a pesar de la hasta ahora pacífica protesta, nuestros gobiernos se preparan para la batalla. Se han entrenado con las buenas intenciones de una ciudadanía respetuosa. Pero si hay fractura, si no nos resignamos, si no aceptamos servir a la dictadura financiera, irán la guerra.

             Por eso, nos quieren meter miedo. Miedo a perder el trabajo y a no encontrarlo. Miedo a que no te atiendan en la Seguridad Social por no tener papeles. Miedo a no poder abortar porque la ley cada vez es más restrictiva. Miedo a manifestarte por tus derechos porque te pueden pegar o detener y torturarte. Miedo a expresar una opinión disidente porque pueden entrar en tu casa y acusarte de romper leyes legales sí, pero cada vez menos legítimas. Miedo a que te saquen de tu casa después de llevar años pagándola. Miedo al saber que por mucho que te esfuerces sólo te queda un futuro en el exilio o condenado a la precariedad. Un miedo cotidiano, que es lo que quieren conseguir, para producir el inmovilismo y la paralización.
 
 

             Pero todo lo que producen es asco. Asco al ver cómo mientras la pobreza aumenta en términos exponenciales se utiliza dinero público para salvar chiringuitos financieros y las grandes fortunas crecen hasta límites inusitados. Asco al constatar cómo la apuesta de futuro de una comunidad autónoma se basa en la ludopatía, la prostitución, el narcotráfico y el crimen organizado. Asco al comprobar como el adoctrinamiento nacionalcatólico vuelve a las aulas vestido de “eficacia y racionalización” y al tener que aguantar que se trate a padres y a estudiantes casi como terroristas. Asco al escuchar, o mejor dicho, al no escuchar, ya las pocas voces 'molestas' que quedaban en la radio pública. Asco al asistir a la creación de falsos conflictos identitarios entre pueblos, para ocultar lo que realmente pasa: el mayor recorte de derechos sociales de nuestra joven aunque nacida con defectos congénitos, agonizante democracia. Asco al ver cómo la corrupción sigue siendo el pan nuestro de cada día. Asco al descubrir que las autoridades premian al que nos pega y al que nos detiene.

            Y tras el asco la rabia, la rabia en forma de lucha, que aumentará en su intensidad y muy probablemente en su contundencia, porque vivimos un punto de inflexión de la lucha de clases. Es el momento de levantarnos para jamás volvernos a someter o de aceptar la esclavitud contemporánea. El momento de recuperar la dignidad como pueblo y como clase. Y el momento de aceptar que sólo existen dos clases, los que oprimen y los oprimidos, porque no hace falta trabajar en una fábrica inglesa de finales del siglo XIX para saber que estamos oprimidos, por mucho que la televisión y las agencias de publicidad se empeñen en lo contrario.

             Está claro que no estaba muerta por la posmodernidad. La guerra de clases existe. Ahora es económica pero si hace falta será total. Se están preparando para ello, Y por esta razón es nuestro momento. Es la cita de los pueblos con la historia, una cita a la que más nos vale no llegar tarde: nos va la vida en ello.


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