En
todo el Planeta desde la aparición de la propiedad privada, la mujer ha sido
objeto de conquista y apropiación por el hombre. Da lo mismo la clase de
civilización, raza, creencias, religión, o lugar geográfico: donde hay grupos
humanos, la mujer vive sometida al varón desde la primera infancia hasta la
muerte, prematura a menudo por su causa.
Machismo,
patriarcado, explotación sexual, laboral y doméstica van íntimamente unidos a
una forma de ver el mundo donde la mujer tiene que ser dominada, explotada y
objeto de placer. Y para que tales cosas sean posibles, la sociedad
patriarcal del capitalismo utiliza la
educación escolar y mediática, la tradicional
familia machista, leyes, tradiciones culturales, religión y literatura romántica donde la mujer o es
idealizada, o es castigada si se rebela.
En el occidente supuestamente cristiano y supuestamente partidario de los
derechos humanos – oh, hipocresía- o es
musa que se aspira a conquistar, o musa conquistada para ser convertida en
Cenicienta, madre y trabajadora fuera de casa. O sea: se ha conseguido su
liberación triplemente explotada, dicen los voceros del Sistema dominante. No
cabe mayor cinismo.
Aquí
debemos destacar el nefasto papel de las religiones ¿Qué tienen en común la
religión musulmana, la católica,
luterana o judía con respecto a
la mujer? El desprecio real a la
condición femenina y la asignación de un papel de servidora del varón y de la
familia. Y eso es lo mismo en todas las
religiones y en toda la geografía mundial. El catolicismo, que durante siglos
fue dominante en Europa, afirmaba que la mujer carecía de alma, era un ser humano imperfecto, o un
instrumento del enemigo de Dios para
perdición de los inocentes hombres. Santos fueron nombrados por la Iglesia S.
Agustín o Sto. Tomás de Aquino que defendían esas ideas perversas.
Con
ellos a la cabeza, la Iglesia justificaba
moralmente toda clase de atropellos al sexo femenino satanizado desde
Eva y su cuento de la manzana tentadora.
Y esa ideología misógina es aun
la que subyace en el inconsciente colectivo de los varones adiestrados por todas las religiones desde hace milenios para
creerse el sexo superior.
El
catolicismo, con su obsesivo culto a la madre de Jesús, a la que llama nada
menos que Madre de Dios, pretende ocultar el desprecio real que siente hacia el
sexo femenino, impidiendo a las mujeres tener responsabilidades más allá de
servir a ensotanados que tan a menudo resultan pederastas. Una degeneración en
toda regla que se sigue manteniendo a lo largo de los siglos.
Expresiones
machistas del asesino celoso como la maté porque era mía, las numerosas
violaciones, asesinatos, maltratos domésticos, raptos y otras formas de
agresión o menosprecio hacia la mujer, como la separación de sexos en edad
escolar, la desigualdad racial y
salarial con respecto al varón, o la posición secundaria en las empresas y
hasta en el mundo de la política,- salvo excepciones decepcionantes – revela hasta qué punto ha calado en el alma
del varón la idea eclesiástica de que la mujer es inferior y debe estar a su
servicio indistintamente o todo a la
vez como secretaria, como criada o como prostituta.
La
superación de este estado de cosas se presenta como un verdadero reto para una
civilización que merezca tal nombre,
y no parece hallar una solución en
ningún modelo de sociedad en todo el mundo, y
hasta los propios jueces a la hora de juzgar la violencia machista son
más proclives a desconfiar de la
maltratada que del maltratador.
Y
es que también muchos de esos jueces
andan contaminados por el machismo, incluidas mujeres juezas, lo que
muestra el grado de degeneración a que se ha llegado, que hace posible que hasta las propias mujeres pueden llegar a
desconfiar entre ellas, contaminadas por el ambiente machista y patriarcal que
respiramos por todas partes, familia incluida.
En
el seno familiar, los varones jóvenes suelen ser servidos por sus jóvenes
hermanas. El padre, pero también la madre, apoyan que esto sea así, cargando
sobre ellas las tareas domésticas que podrían hacer ellos. Hacerse la cama,
ordenar la habitación, barrer, quitar el polvo, fregar o lavar la ropa son
tareas que el varón considera ajenas a
su condición de ser superior, y el padre, ay,
es el modelo.
Esta
educación machista con la complicidad de la propia mujer a niveles domésticos
ha contribuido grandemente a perpetuar la explotación femenina más allá de las
paredes del hogar y a hacer creer a muchos hombres y a muchos empresarios que
realmente son superiores y pueden permitirse abusar de su situación. Y no hay
lugar donde esto no suceda: ejército,
empresas, instituciones religiosas, hospitales, negocios, y largo etc.
Ante
las dimensiones que ha adquirido el machismo, con tanta violación, tanta
explotación, tantos abusos y tanto asesinato, las mujeres están hartas y
comienzan a reaccionar como colectivo.
Recientemente ha dimitido una periodista de la BBC en señal de protesta por
recibir un salario inferior al de sus compañeros varones con la misma
responsabilidad. Y eso es algo nuevo que merece ser imitado, pues ¿cuántas, además de ella, se hallan en esta
situación de desventaja salarial? Prácticamente todas y en todas partes.
Estamos
asistiendo, partiendo de los abusos sexuales que parecen ser tradición en la
industria del cine y en centros deportivos a una reacción en cadena de mujeres
que ahora ponen nombre a sus abusadores empresarios, actores, médicos,
entrenadores o profesores, y les denuncian tras años de soportar en silencio la
vergüenza y un sentimiento de culpabilidad y miedo a hacer pública su
desgracia. En EEUU, muchas actrices han venido denunciando recientemente a productores y a otros actores por abusos
sexuales, dando pie a que el colectivo de actores y actrices se manifiesten contra
las prácticas repugnantes de encumbrados
personajes del viejo Hollywood sobradamente conocidos por su fama.
También
algunos gobiernos comienzan a reaccionar. En Islandia, a partir de este año
2018, una reforma laboral obliga a los
empresarios equipar los salarios de ambos sexos si hacen el mismo trabajo. En Alemania, más tímidamente de momento, la
mujer tiene legalmente derecho a conocer lo que gana su marido. Es de desear
que sea un primer paso.
Algo
está cambiando. Espero que sea incesante este cambio, que se generalice en
todos los sectores sociales, religiosos, económicos y políticos y en todas las
áreas donde se halla presente la mujer;
que haya reyes magos y reinas magas en las fiestas navideñas, y que
llegue un momento en que la igualdad entre sexos sea efectiva a todos los niveles
partiendo de la propia familia. Ahí se precisa urgentemente una verdadera
revolución.
La
liberación de la mujer no es que pueda trabajar fuera de casa y luego
Cenicienta y madre a la vuelta, o ser soldado o policía o jefa de gobierno como
un hombre en esta sociedad machista y
patriarcal, incorporándose a ella para perpetuarla. Es otra cosa, y esa otra
cosa debe decidirla la propia mujer sin interferencias. Aquí existe una
verdadera batalla espiritual del género humano, una batalla de la conciencia donde
la mujer ha de ser la vencedora para dejar de ser la esclava.
Y
esta es una tarea de todo hombre civilizado, de toda organización política y de
toda la sociedad. No esperen, sin embargo, que los poderes fácticos y las religiones acudan en ayuda de nuestras
hermanas cuando son los responsables principales de su condición. Por eso sería
hermoso poder leer esta llamada en los grandes diarios y medios de
comunicación:
“Mujer,
libérate. Abandona las iglesias, saca a tus hijas de escuelas supremacistas y segregacionistas por razones
de raza o sexo, y haz que tus hijos varones compartan el delantal con sus
hermanas. Libérate para que la sociedad sane de sus miserias ancestrales. No te
dejes dominar ni hagas caso de adulaciones ni cantos de sirenos. No formes parte
de organizaciones machistas. Denuncia a quien te maltrata. Tienes mucho poder:
ejércelo”.
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