Los
ciudadanos ya nos hemos acostumbrado a vivir sin gobernantes, incluso, sin el
resto de políticos cumpliendo con su función, diría yo. Para este sufrido
pueblo, la política se ha convertido en un espectáculo mediático por el que
desfilan unos y otros: políticos, tertulianos, presentadores de informativos,
etc. Ya da igual la publicidad, que los deportes, que ese bochornoso
espectáculo mediático al que hacemos referencia. Todo esto pone a prueba la
capacidad de aguante del más paciente, pero todo tiene un límite y, poco a
poco, nos hemos ido desligando de declaraciones, tertulias, informativos y
demás asuntos del mismo signo.
Poco
a poco nos vamos dando cuenta de que son absolutamente prescindibles: ellos
tienen la culpa. Cada vez nos preocupa menos eso de los pactos, de los
acuerdos. Nos vamos dando cuenta de que es este un negocio suyo. Que lo único
que les importa es nuestro voto para luego hacer de su capa –mejor dicho, de
nuestra capa- un sayo a su antojo.
Si
bien al pueblo llano la actual situación le importa un bledo, para el analista,
para quienes muestran un cierto interés por lo que está sucediendo ahora, cabe
la pregunta: ¿qué está ocurriendo que pasan días y meses, y no son capaces de
dar una solución? Son varios los motivos. Por un lado, lo novedoso del
resultado de las últimas elecciones, al que no se está acostumbrado. Por otro,
porque los partidos no tienen ninguna experiencia en esto de los acuerdos ya
que, como he señalado en otras ocasiones, la dinámica habitual en las
relaciones entre partidos es el recíproco ataque y la descalificación de los
otros, por lo que resulta altamente difícil pactar. Por si fuera poco, los de
arriba complotan para que el asunto se resuelva a su favor. Esta última, es una
condición sine qua non para que el asunto vea la solución antes o después.
La
consigna del poder real es marginar a los de Podemos porque, a sus componentes,
les parecen los más “revoltosos”. Por eso el pobre Pedro Sánchez las está
pasando canutas, porque sabe que su tabla de salvación es el apoyo, por acción
u omisión, de este nuevo grupo, cuyo peso político en el Parlamento es
significativo, pero le han dicho que se entienda con cualquiera menos con
Podemos. Sin embargo, se encuentra ante la cerrazón de este grupo que se ha
enrocado, negando su apoyo en forma de abstención en la investidura del
socialista.
Para
intentar fulminar desde arriba a los de Podemos, después de buscar todo tipo de
artimañas para acusarles sin pruebas, se pasa a la fase más agresiva: dinamitar
desde dentro a la coalición. ¿Lo conseguirán? De momento, se están produciendo
dimisiones a mansalva, y algún que otro cese de sus dirigentes. Por si fuera
poco, aunque lo niegan (al más puro estilo de lo que ellos mismos calificaban
como casta) hay enfrentamientos en lo más alto de la organización. ¿Diferencias
ideológicas o estratégicas insalvables entre ellos, torpeza o estupidez?
Tomándome
alguna licencia que quizás no merezca, y convirtiéndome en un consejero
improvisado, les diría a los de Podemos que, dadas las circunstancias, lo mejor
sería ahora abstenerse para que gobernara esa coalición forzada de PSOE y su
socio (C’s). De esta manera, y con el abultado número de diputados del que
disponen, podrían convertirse en una eficaz oposición, anulando, de paso, a la
formación conservadora situada a la derecha del posible Gobierno. Tal vez esta
posición les reportara muy buenos resultados de cara a futuros comicios.
Por
otra parte, les daría un corte de mangas a quienes les niegan el pan y la sal y
a oportunistas que esperan agazapadas(os) a que sus colegas fracasen (sea el
caso de la “lideresa” andaluza). Sería, sin duda, una actuación inteligente,
digna, merecida y natural, pero ¿son capaces de llevarla a cabo?
En
vista de todo este desatino, cabe preguntarse: ¿quiénes son nuestros políticos?
¿cuales son sus perfiles? ¿qué se requiere, en particular, de los que alcancen
el nivel de Presidente del Gobierno?
De
los actuales políticos de las formaciones ya consolidadas, poco cabe esperar.
El acceso a la política institucional está totalmente restringido, acotado y
controlado. Los gobernantes, por lo general, se fraguan en los partidos
políticos, gentes, en su mayoría, con poca o ninguna experiencia laboral ajena
a la propia política, limitándose sus vivencias a la exclusiva relación dentro
del partido y de su dinámica, una dinámica basada en la promoción interna a
través del vasallaje, la conspiración, los enfrentamientos (que suelen negar),
de la suerte y del oportunismo; todo ello requiere la afiliación temprana, y a
esperar, aguantando el chaparrón hasta que llegue la oportunidad. En ocasiones,
los propios grupos oligárquicos colocan, directamente, a sus agentes, como es
el caso del actual Ministro de Defensa. Otros casos semejantes se dan, o se han
dado, en las filas de los conservadores.
Los
diputados(as), senadores(as), los ministros(as), los alcaldes(as), etc., todos
ellos surgen de esos “yacimientos”, es decir, de los partidos políticos. No hay
ninguna posibilidad de acceso al poder político si no es mediante esta vía. En
las nuevas formaciones las cosas son, prácticamente, iguales, salvo que el
recorrido de sus militantes, por la corta vida de estos grupos, es mucho menor,
pero sus listas para las elecciones son tan cerradas como en las viejas
organizaciones. La endogamia, el clientelismo y el amiguismo son los elementos
básicos para la propuesta de los candidatos. Sus líderes se contagian de los
que tienen experiencia, y se convierten en “estrellas” mediáticas, se alejan de
la plebe, y buscan el aplauso y la admiración. Como el resto de los políticos,
están afectados por esa pobreza humana, convertida en endémica en este tipo de
sociedades.
Cabe
aún otra pregunta: ¿Quién garantiza las capacidades, incluidas las
intelectuales, de estas gentes que nos gobiernan?
Por
lo que hemos vivido hasta ahora, el sistema sólo requiere de ellos fidelidad a
quienes tienen el poder real, utilizándoles como barrera de contención y fuerza
de choque para que frenen las protestas por todos los males que aquejan a este
atormentado planeta. Protestas que devienen tanto por lo que ocurre dentro como
fuera de nuestras fronteras. Toda esa servil función que indicamos, a cambio de
una posición cómoda y desahogada, con la puerta abierta a la corrupción.
Como
en el caso de otras ocupaciones, es posible que nuestros representantes en los
gobiernos, en las cámaras o en los ayuntamientos sean unos ineptos, unos
ignorantes o unos perturbados, nada sabemos porque no se aplican instrumentos,
mecanismos, ni normas, que permitan medir sus capacidades físicas, intelectuales
o mentales.
De
los que han sido ya presidentes de gobierno no es difícil inferir el perfil que
se demanda: dóciles, manipulables, ambiciosos, intelectualmente poco dotados,
poco instruidos, mentirosos, demagogos, en algunos casos impostores. En general,
al grupo de “poderosos”, y sus comparsas (políticos y agentes de los medios de
comunicación) habría que situarles, también, en esas capas de baja capacidad
intelectual y humana, que les inhabilita para vivir en armonía e igualdad con
sus congéneres, así como con el medio natural.
Del
otro lado, es necesario hablar con claridad del “cuerpo electoral”, de los
votantes, aunque esto sea delicado. No es fácil. Los políticos, haciendo el más
exagerado uso de la demagogia, dan, públicamente, una enorme importancia a la
decisión del “pueblo”: “los ciudadanos han querido que los políticos nos
entendamos y pactemos”. Nos dicen esto, ahora, sin hacer el mínimo análisis de
la complejidad del electorado. No se atreven a manifestar lo que piensan.
¡Hipócritas¡
La
masa electoral es víctima de la demagogia, de la mentira, de la manipulación,
de la infamia y de la intoxicación provocada por los medios de comunicación.
Esa intoxicación y esa mentira tienen sus mayores éxitos, como ya ocurriera en
otras etapas de nuestra reciente historia, en las zonas rurales y en las
personas de mayor edad.
Por
todo ello, en cualquiera de los diferentes ámbitos, el voto, a título personal,
responde, fundamentalmente, al miedo, al engaño, a la ingenuidad, a la
confusión o a la ignorancia. Los resultados electorales no se corresponden con
la estructura social, con los diferentes estratos, ni con los intereses de cada
uno de ellos.
Por
eso, el PP, por ejemplo, que defiende los intereses de los más ricos, obtiene
tan altos resultados, llegando a mayorías absolutas, como en la anterior
legislatura. En consecuencia, mientras no exista conciencia de lo que se vota,
y a quien se vota, los resultados electorales no responderán a los verdaderos
intereses de las diferentes clases sociales.
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