El
inminente bombardeo de Siria tiene demasiados puntos en común con la guerra de
Irak: un tirano inaceptable y una insurgencia que da aún más miedo; la coartada
de las armas químicas, que vuelve a oler a chamusquina, porque si en este caso
sí está claro que las hay y se han usado, no hay consenso sobre quién lo ha
hecho; unos inspectores de la ONU utilizados como figurantes de Hollywood;
Bruselas y Naciones Unidas siguiendo el partido por televisión; unas potencias
y unos intereses geoestratégicos que son los de siempre, y una población civil,
con una cultura milenaria, que está a punto de ser masacrada.
El
cinismo del Premio Nobel de la Paz, Barack Obama y de sus secuaces
incondicionales: el primer ministro británico, David Cameron y su homólogo
francés, Francois Hollande, al acusar al gobierno de Siria de “usar armas
químicas contra la población civil” sin presentar ninguna prueba concreta, ya
superó con creces la desfachatez del ex presidente George W. Bush cuando en 2003
desató una guerra contra Irak a base de pruebas falsas sobre la existencia de
armas de destrucción masiva.
Al
menos en aquel entonces el ex secretario de Estado Colin Powell presentó fotos,
videos, grabaciones telefónicas, inclusive un frasco con contenido desconocido,
aunque todo había sido fraguado por los servicios especiales como se descubrió
después.
No
es la primera vez que se habla del uso de armas químicas en Siria. Tales
incidentes tuvieron lugar en marzo y mayo pasados y en ambos casos fueron
presentadas pruebas de que las usaron tanto al-Qaeda como su brazo derecho en
Siria, al-Nusra (Frente Nusra) cuyos mujahidines han ido recibiendo
entrenamiento en Turquía en los últimos dos años y se le considera uno de los
más vociferantes enemigos del régimen dictatorial de Assad.
Hace
poco la policía turca les decomisó a sus militantes contenedores de gas sarín.
A la vez Qatar y Arabia Saudita están financiando estas organizaciones
terroristas. Todo esto significa que Estados Unidos, Reino Unido, Francia e
Israel están en una estrecha y abierta alianza tanto con al-Qaeda como con
al-Nusra en Siria, a pesar de llamarlos oficialmente terroristas y enemigos del
occidente.
En
relación a Siria, el ex líder de los Demócratas Liberales británicos, Lord
Ashdown declaró que la CIA con el dinero de Arabia Saudita y Qatar (unos tres
mil millones de dólares) transfirió a los grupos jihadistas en Siria 3.500
toneladas de armamento procedente de Bosnia. “Lo que quiere Estados Unidos es
fomentar grupos de jihadistas suníes para que hagan la guerra contra shiitas en
Siria e Irán”. Actualmente existen en el país 1.200 unidades de este tipo. En
la guerra de Irak los norteamericanos hicieron al revés, fomentaron la guerra
de los shiitas contra los suníes para debilitar ambos lados y enfrascarlos en
la enemistad que perdura hasta ahora. La organización al-Qaeda, creación de los
Estados Unidos (lo que fue admitido públicamente por Hilary Clinton), ha sido
el instrumento principal de los norteamericanos para no permitir la unidad y la
integración en el Medio Oriente.
La
palabra final pertenece ahora al Premio Nobel de la Paz, Barack Obama que
inesperadamente perdió un fuerte aliado en su iniciativa bélica, Gran Bretaña
quedándose con Francia, la Liga de los Países Árabes, Israel, Turquía y sus
nuevos seguidores lituanos, estonianos y letuanos - pobres pero belicosos para
el gusto de su amo.
El
60 por ciento del pueblo norteamericano está contra el plan de Obama de
efectuar un “ataque militar limitado” contra Siria. ¿Escuchará esta vez Barack
Obama la voluntad de su pueblo o se guiará como ha hecho el y todos sus
predecesores, siempre por los intereses de las grandes corporaciones
armamentísticas, petroleras y financieras y ofreciendo como de costumbre burdas
mentiras a sus ciudadanos para justificar una nueva aventura bélica
injustificable y rechazada por la mayoría de la población mundial?. Solamente
el tiempo dará la respuesta.
Pero
hay al menos tres razones que explican por qué la reacción de Occidente, y
sobre todo de la sociedad civil europea, no se parecerá en nada a la que se
produjo hace diez años: En primer lugar, porque en la Casa Blanca manda ahora
el Premio Nobel de la Paz. Y aunque los intereses, las estrategias y las
políticas exteriores sean casi los mismos, a Obama le consentimos cosas que de
ser obra de los Bush provocarían protestas multitudinarias en todo el mundo.
Quizás
también protestamos menos porque estamos a otras cosas. Hace diez años, cuando
EE.UU. bombardeó Irak, vivíamos plácidamente recostados en una burbuja de
abundancia. En España apenas había millón y medio de parados, y la sociedad
civil occidental, atacada en el 11-S y atacada después por las sucesivas
respuestas de la Administración Bush, decidió convertir aquella guerra en algo
propio, en una causa por la que luchar.
Ahora
quizás nos hemos rendido. En la utopía de la burbuja, mucha gente pensó que
saliendo a la calle lograría parar la guerra. Diez años después, la guerra está
en casa y la estamos perdiendo.
Asistimos
a una voladura controlada de instituciones sagradas como la sanidad o la
educación. Como ciudadanos, casi hemos perdido la potestad de cambiar gobiernos
que no hacen lo que queremos o que son pillados con la mano en el cajón. Si no
logramos evitar que nos quiten el pediatra del ambulatorio, qué pintamos
opinando sobre Siria, parece decirnos nuestro resignado subconsciente
colectivo.
La
tercera razón, la que nos lleva a estar más pendientes del fichaje de Bale que
del inminente ataque a Siria, es mucho más dramática. En estos últimos diez
años hemos experimentado los mayores cambios tecnológicos de la historia de la
humanidad. Llevamos en el bolsillo un aparato conectado al resto del planeta,
una suerte de gotero que nos suministra la pócima mágica del conocimiento,
toneladas de textos, datos e imágenes sin digerir. Y estamos tan ebrios de
información, que creemos que ya lo hemos visto todo. Y que Siria merece poco
más que un tuit.
Muy acertado todo pero un solo apunte para ser corregido: los habitantes de Letonia son letones, radicales antirusos muy violentos que harán cualquier cosa por acercarse a USA.
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