viernes, 27 de septiembre de 2013

ESPAÑA, UN PAIS SIN PROYECTO DE PAIS


           La estrategia de la austeridad la ha aplicado el gobierno del PP en los Presupuestos Generales del Estado de 2012 y 2013 y parece que también lo va a hacer en 2014. El alcance social del mismo es de una contundencia implacable: dejan a la ciudadanía sin confianza en el presente y sin esperanza en el futuro.         

          La supuesta estabilidad económica consuma una feroz inestabilidad social. En muy poco tiempo podemos pasar de la “indignación” a la “rebelión” social.  

Si en el período que va de los años setenta a los noventa del pasado siglo hablábamos de un “aburguesamiento” de la clase trabajadora y de la fragmentación de dicha clase y, en el colmo de la paradoja, de una sociedad de clases sin clases y de la viabilidad de una socialdemocracia sin sindicatos, a partir de la crisis económica del presente siglo comenzamos a visualizar la “proletarización” de las clases medias y la formación de un nuevo “lumpem” en las clases más desfavorecidas.  

Todo ello aderezado con un discurso en el que la derecha trata de aventar un conflicto ya no de clase contra clase (ricos frente a pobres) sino de empleados frente a parados (véase la película Las nieves del Kilimanjaro de Robert Guédiguian), trabajadores con puestos fijos frente al precariado, funcionarios frente al resto y así sucesivamente.

La derecha fomenta la envidia insana entre quienes pueden utilizar la protección del sistema de derechos del Estado de bienestar y quienes se sitúan en los márgenes del mismo, e inocula la creencia popular de que los verdaderos responsables de tal división son los sindicatos. Criminalizan a los sindicatos hasta el extremo de decir que sus dirigentes forman parte de una verdadera “aristocracia” laboral para, finalmente, cuestionar su papel social.
 
          Ante esta andanada el PSOE, si realmente desea recuperar su base social, tiene que responder con la misma contundencia a los ataques. ¿Cómo es posible que la clase empresarial española no haya sido cuestionada? ¿Cómo es posible que la banca, cuyos dirigentes propiciaron la burbuja inmobiliaria jugando con la población como verdaderos trileros, no haya recibido condena alguna? ¿Cómo es posible que se premie socialmente a un empresario que asevera que los trabajadores españoles tienen mucho que aprender del “esfuerzo de los chinos”? ¿Acaso queremos caminar hacia la “asiatización social”? ¿Es que estamos dispuestos a ganar productividad a costa de incrementar el desempleo y rebajar los salarios? 

          La disyuntiva no puede ser Brasil o China. Es urgente reorientar el programa de globalización proyectado por el neoliberalismo: un mercado mundial desregulado, unas instituciones democráticas con soberanías menguantes cuando no estériles y unas sociedades de mercado que atenazan las virtudes cívicas. 

          La identidad de un país se forja a través de sus proyectos. Un país sin proyecto es un país a remolque: enganchado a otro, es decir, sin una hoja de ruta propia. Si Hollande venció a Sarkozy en Francia no fue porque representara un tipo de liderazgo como el de Mitterand. Hollande llega al palacio de El Elíseo no por tener un liderazgo carismático sino porque el pueblo francés estaba harto de que Sarkozy fuese el “maletero” de Merkel, esto es, porque Francia había renunciado a jugar un papel crucial en la construcción de Europa. ¿Francia un país subsidiario de Alemania? Jamás. El pangermanismo siempre fue una catástrofe y ahora no podía ser menos. 

          ¿Quiere España jugar un papel en Europa? En la actualidad, España es un problema para Europa y Europa un problema para España. Se acabó el desiderátum de Ortega y Gasset: España es el problema, Europa la solución. Ya no podemos pensar la geopolítica con los cánones de los años treinta del siglo XX. El proyecto de la generación de Felipe González está finiquitado: democratizar a España e incorporarnos a Europa. Todo es mucho más complejo y pretender dar respuestas simples a problemas complejos es la raíz del populismo y la demagogia. 
 
          Hemos de repensar en poner a España en su sitio. Su sitio es Europa, pero ¿qué Europa? y ¿qué España? Primero necesitamos elaborar un proyecto de país que no tenemos. Y, al mismo tiempo, debemos afrontar con humildad pero sin complejos los desafíos provenientes de Europa. No hemos de olvidar que en la etapa de José María Aznar nos alineamos al proyecto de George Bush de la “nueva Europa” frente a la “vieja Europa” a costa de romper con nuestra tradición. Ahora que Sarkozy ya no ejercerá de subordinado de Merkel, quiere ocupar su papel Mariano Rajoy. Las afinidades electivas son muy importantes, pero concebir el destino de un país debe estar por encima del  programa de un partido. 

          Asimismo, hemos de tener bien claro que lo que marca la identidad de un país no es sólo su estructura económica sino algo mucho más relevante: su arquitectura política. En este sentido, es crucial que antepongamos la economía industrial a la economía de casino, un modelo de crecimiento sostenible económico, ambiental y socialmente, frente a un crecimiento desbocado y depredador, una sociedad del conocimiento inclusiva frente a una sociedad del privilegio excluyente pero todo este empeño necesariamente tiene que enmarcarse en un modelo de Estado que encaje con la realidad nacional de España. 

Es absolutamente inviable que este país cobre ánimos y coraje para afrontar su futuro si sus gentes, todas sus gentes, no se sienten medianamente a gusto en él y se sientan corresponsables del enorme desafío que supone reemprender un proyecto nacional.

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