Tras
las elecciones generales del 20D, la situación de bloqueo político en España
resulta más que evidente para formar una mayoría estable y coherente de
Gobierno que empiece su andadura con ciertas garantías de éxito.
La
soluciones pasan por celebrar nuevos comicios en primavera, que el PSOE deje
gobernar al PP mediante su abstención favorable a los intereses de Rajoy, la
gran coalición de PP y PSOE o una alianza de izquierdas entre los de Pedro
Sánchez, Podemos e IU como base fundamental del posible pacto parlamentario.
Ninguna
de las soluciones esgrimidas es plenamente satisfactoria para nadie y todas,
caso de producirse, nos llevarían a una legislatura breve antes de volver a las
urnas a medio plazo.
El
PSOE tendría muy difícil explicar a la opinión pública su apoyo táctico al PP y
con respecto a Podemos ya sus principales dirigentes regionales se han
posicionado meridianamente en contra. También cabría decir que la amalgama de
sensibilidades particulares en el movimiento liderado por Pablo Iglesias podría
hacer aflorar sus matices distintivos ante un acercamiento a las posturas del
PSOE.
Sin
embargo, puede haber otra solución de compromiso inédita en España, de
recorrido corto, que permita salvar los muebles al bipartidismo sin afectar
negativamente a la imagen de PP y de PSOE: un ejecutivo tecnocrático, con
personajes presuntamente de ideología neutral e independientes de los aparatos
oficiales partidarios.
Los
fundamentos de ese hipotético gobierno tecnocrático serían la unidad de España
contra el secesionismo catalán y otros a la espera, la defensa a ultranza de la
Constitución, el control del déficit a toda costa, la participación en la lucha
internacional contra el terrorismo yihadista, medidas cosméticas y generalistas
contra la corrupción, la profundización de las reformas neoliberales y la
ampliación de los recortes sociales solicitados por Bruselas y el FMI.
Todo
muy técnico y reformista: lo que se debe hacer sin trabas ideológicas de ningún
tipo, liderado por personajes públicos de prestigio sin pasado en el PP o el
PSOE. Ciudadanos tampoco estaría en contra de esta vía política de coyuntura.
Esta
insólita situación facilitaría ganar tiempo al PP y al PSOE. El primero lo
aprovecharía para celebrar un congreso de reagrupación de las derechas, incluso
tentando a Albert Rivera hacia su logo renovado, dando a la vez el finiquito a
Mariano Rajoy.
Por
su parte, el PSOE convocaría a buen seguro otro cónclave interno donde poder
despedir a Pedro Sánchez con todos los honores mientras se entronizaba a un
líder de recambio al gusto de Susana Díaz y los pesos pesados en la sombra de
la organización de Ferraz. Díaz, además, podría erigirse en la lideresa que
aglutinara a las diferentes facciones ahora enfrentadas.
A
la izquierda del PSOE, Podemos e IU llegarían a acuerdos de coalición de cara a
los más que previsibles comicios en abril o mayo.
El
nuevo escenario quedaría reducido a una recomposición sintética de la derecha
en torno al PP-Ciudadanos, el PSOE en solitario y Podemos-IU juntos con los
nacionalistas de Cataluña y Euskadi en los lugares de costumbre. Todo muy
parecido a lo parido en la transición de 1978 con el interrogante de si Podemos
sobrepasaría al PSOE en la confianza de los electores de izquierda, esto es, la
cuestión clásica de la izquierda.
No
debe caber la menor duda de que los mercados y los poderes fácticos estarán
barajando esta posibilidad de un gobierno tecnocrático o de salvación nacional
de urgencia con la meta puesta en que a medio plazo todo vuelva a los cauces de
un bipartidismo tradicional.
Poco
a poco se pueden ir creando las condiciones indispensables para que la solución
reseñada vaya calando en la sociedad y sea susceptible de aceptarse sin mayores
riesgos o contestación en la calle. Con ella, PP y PSOE saldrían indemnes y
también Ciudadanos, quedando Podemos e IU como oposición minoritaria en la
esfera parlamentaria.
El
problema acuciante es ahora hallar un “Elefante Blanco” de compromiso, un icono
limpio de polvo y paja para presidir ese gobierno de salvación tecnocrático que
se presente como equidistante de la derecha y la izquierda: un hombre bueno,
quizá una mujer, que no tuviera flancos de rechazo demasiado expuestos a las
críticas políticas, al menos en primera instancia.
Esa
coalición invisible de PP, PSOE y Ciudadanos dejaría a Podemos en un territorio
incómodo, que sería tachado de irresponsable por los principales medios de
comunicación españoles sustentadores del sistema posfranquista urdido en el 78.
El
enroque, a todas luces arriesgado, podría ser una jugada magistral. Hasta
Felipe VI reforzaría su imagen posmoderna de árbitro neutral de la España del
siglo XXI.
El
23F de 1981, todos nos quedamos con las ganas de saber, aunque muchos indicios
apuntaban a Juan Carlos de Borbón, quién era el misterioso personaje golpista
que se escondía bajo el mote de “Elefante Blanco”? ¿Habrá fumata blanca esta
vez y el paquidermo dará la cara con luz y taquígrafos? La incógnita se
despejará en casi nada.
Desde
algunas esferas se pensará que un gobierno tecnocrático sería tanto como dar un
golpe blando a la democracia parlamentaria, al ser un ejecutivo no salido
expresamente del voto ciudadano. Suena a eso, pero con los mass media
predicando las bonanzas de la unidad de España y la salvación nacional, todo es
posible.
Veremos
qué pasa, cosas de mayor escarnio se ha tragado España sin inmutarse un ápice
la masa social: corrupción, desahucios, pobreza, desigualdad creciente, trabajo
sin derechos, educación, sanidad y pensiones atacadas por la gestión privada,
monarquía sin plebiscito, estado aconfesional bajo el yugo católico… Y el PP
sigue siendo el partido más votado, no lo olvidemos.
Un
golpe de timón con tintes éticos y barnices morales que no pareciese tal golpe
ajeno a la voluntad popular, con formalidades y cobertura democrática en el
Congreso de los Diputados, sería una forma sutil y práctica de desbloquear el
ambiente político actual. No lo descartemos. Lo que ayer y hoy parece quimera,
utopía o mera especulación mañana podría ser plena realidad.
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