Por
el momento, la sensación es que los resultados de las elecciones municipales y
autonómicas del 24M en España marcaron el cenit de la nueva izquierda
representada principalmente por Podemos.
Según
distintas encuestas, las tendencias sostenidas a la baja del partido liderado
por Pablo Iglesias se han estancado en torno al 15 por ciento de los votos,
mientras que la formación artificial de Ciudadanos alcanza un porcentaje
similar.
Por
su parte, el bipartidismo resiste bien los embates de la crisis y de la
consecuente erosión de poder: entre PP y PSOE reúnen el 52 por ciento de los
sufragios, con cierta inclinación de mejora en sus expectativas a medio plazo.
En
cuanto a Izquierda Unida su cota parece estabilizarse alrededor del 5 por
ciento de votantes declarados. La abstención rondaría el 40 por ciento del
censo electoral.
Cabe
deducir que los resultados del 24M podrían evaluarse como un espejismo y no
como un punto de inflexión o ruptura de cara a los previsibles comicios
generales del mes de noviembre.
La
anodina paz social en que estamos inmersos no ayuda a clarificar el escenario
político a favor de la izquierda en su conjunto. Por esa causa, el discurso
preeminente de la recuperación lanzado por la derecha gana adeptos en la
ciudadanía. La estrategia de no tensión de Podemos diluye el conflicto social
en escaramuzas verbales de poco peso específico, lo que provoca un
agrandamiento de las tesis oficialistas de la elite dominante, convenientemente
aireadas por los medios de comunicación del sistema.
El
contexto europeo tampoco ayuda a un ascenso de la izquierda. Syriza se ha roto
en dos, desoyendo el mandato de su pueblo vía referéndum, lo que ha supuesto
una pérdida de credibilidad importante en su programa con probables
repercusiones directas en los presupuestos políticos que postula Podemos. Al
final, Syriza ha optado por aliarse con las rancias derechas helenas y el
PASOK, (el PSOE más o menos socialdemócrata de Grecia), apartando las voces
críticas izquierdistas que reclamaban mayor empuje y decisión en las
negociaciones con la troika.
El
sedimento o lección que quedaría del ejemplo griego es que los discursos
radicales de la nueva izquierda ceden ante los poderes clásicos pactando soluciones
similares a las patrocinadas por las viejas castas hegemónicas. Estamos ante un
límite tradicional de la socialdemocracia: no poner en cuestión el orden
capitalista bajo ningún concepto.
Se
ha visto en los últimos tiempos que la manida corrupción no era más que una
maniobra de distracción mediática para llevar a cabo las profundas reformas
regresivas del neoliberalismo. El foco de la corrupción no ha dejado ver en
toda su extensión el bosque del tremendo golpetazo al renqueante Estado del
Bienestar. Si los sondeos aciertan en sus análisis demoscópicos, el hartazgo
del elector medio ya ha amortizado tanto escándalo sucesivo de portada: ahora
lo que quiere es moderación, tranquilidad y nuevos créditos para consumir y
tirar para adelante.
La
escasa ideologización de la crisis está jugando poco a poco a favor del PP y el
bipartidismo en general. La timidez de la izquierda, la nueva e IU, no pone en
cuestión las bases del capitalismo, conformándose con declaraciones más o menos
subversivas en la forma para reclamar la atención de la gente común.
La
confluencia movilizadora de las diversas mareas ha tocado techo el 24M. Más
allá de esta fecha sería necesario saber qué quiere la izquierda plural y qué
novedades de verdad aporta al debate político. ¿Volver al alicaído Estado del
Bienestar? ¿Recuperar el consumo y el optimismo con medidas meramente
estéticas? ¿Iniciar una transformación más o menos socialista de España?
Lo
cierto es que las estructuras de poder están consolidándose día a día en
silencio, despacio, sin hacer ruido. Lo que las nuevas izquierdas trasladan
subrepticiamente es que resulta imposible enfrentarse al capitalismo con
convicciones ideológicas. Lo más que se puede sería adornar la severidad del
régimen con alguna medida puntual que no afectara a las instituciones de
siempre.
La
mayoría de la gente quiere vivir en la “libertad capitalista” porque nadie se
atreve a plantear alternativas diferentes. Ni Podemos ni Syriza escapan a lo
políticamente correcto pese a sus arengas creativas contra las castas
nacionales, europeas y mundiales. Al final, sus escasas ambiciones ideológicas
desencantan al electorado, incluso a la juventud activista más comprometida
socialmente, que ahora mismo se manifiesta en casi la mitad por no acercarse a
las urnas en las venideras elecciones generales.
El
tono de moderación adoptado por Podemos y su prepotencia unilateral contra
otras izquierdas en su misma órbita electoral y sociológica está causando
estragos en la tan cacareada unidad popular, que muy posiblemente se saldará
con nombres propios mediáticos que serán acogidos por la gracia de las
estructuras organizativas de Podemos en algunas de sus candidaturas como meros
añadidos personalistas sin capacidad para generar debates ideológicos y de
altura de miras en la presunta izquierda transformadora.
Ciudadanos
continúa confundiendo al electorado de manera muy preocupante, recogiendo
indecisos poco politizados y barriendo para las alforjas de la derecha allí
donde el PP está vetado en las conciencias interclasistas de España que no
apoyan al PSOE. Sin duda, que Albert Rivera y los suyos servirán de muleta de
apoyo a Rajoy si así lo precisa éste.
Por
lo que se refiere al PSOE, su mercadotecnia persigue que su líder no diga nada
interesante de aquí a los comicios, manteniendo una equidistancia calculada de
todos los demás partidos políticos. Esa estrategia vacía de contenido le
permitirá coaligarse “por responsabilidad y el bien de España” o con la derecha
o con Podemos en función de la aritmética parlamentaria futura.
Tanto
Podemos como Ciudadanos no pretenden chocar frontalmente con el poder
establecido. Su novedad reside en agregar savia nueva al sistema en vigor,
relanzando los esquemas clásicos de derecha de toda la vida con izquierda
nominal ilustrada adaptada a los mecanismos “liberadores” del mercado
capitalista. El margen de maniobra de Podemos quedará fijado como antes en
cuestiones sociales menores que no pongan en solfa el orden imperante: reformas
puntuales que jamás tocarán las estructuras financieras ni militares ni
laborales de España.
Los
efectos de la privatización neoliberal han venido para instalarse durante largo
tiempo. No son flor de un día. La embestida contra lo público viene de muy
lejos, de finales del siglo XX, y la izquierda no ha sabido criticarla ni
hacerla frente con propuestas ideológicas coherentes y audaces en su origen.
No
se sabe si España es de izquierdas o de derechas porque la izquierda navega en
la indefinición sustancial desde muchas décadas atrás. La gente varía su voto
con una veleidad preocupante. En ese sentido, todos somos de derechas porque la
conciencia a la defensiva nos dicta sutilmente que no hay escapatoria al
capitalismo, que habitamos el mejor de los mundos posibles porque somos
incapaces mentalmente de construir ideas o utopías que nos indiquen otra
perspectiva para ver y entender la realidad cotidiana.
Noviembre
está ahí, a la vuelta de la esquina, pero sería una quimera infantil creer que
España cambiará demasiado tras las elecciones generales. La calma chicha actual
presagia un territorio donde solo sucederá lo que tenga que suceder, sin que un
acontecimiento inaugural abra la posibilidad cada vez más remota de un tiempo
radicalmente nuevo y original.
El
horizonte parece copado, con ligeras pendientes hacia Podemos y Ciudadanos, por
la costumbre y la rutina que representan simbólicamente el PP y también el
PSOE. La seguridad de lo malo conocido dice mucho del miedo instalado en el
subconsciente colectivo y del conservadurismo latente que no se expresa por
vergüenza en el electorado español. No se tambalea el bipartidismo, solo sufre
un desgaste técnico que va superando poco a poco. En la no movilización, crecen
sus expectativas día a día.
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