El
tirano Francisco Franco había instituido el 18 de julio -el día en que se
inició el “glorioso alzamiento”- como la fiesta nacional. En esa fecha se
realizaba el magnánimo “desfile de la victoria” donde las tropas
nazi-franquistas desfilaban altivas en honor al “generalísimo de los
ejércitos”.
Tras
la muerte del dictador el rey de España Juan Carlos I el 13 de mayo de 1977
dispuso que el 12 de octubre o el día de la Hispanidad fuera considerado como
la fiesta mayor del reino -suprimiendo el 18 de julio- a pesar de la presión de
sus consejeros franquistas.
En
1981 todos los partidos políticos refrendan el 12 de octubre como la fiesta
nacional. Y Juan Carlos I firma dicho decreto ley para que se comunique y se
cumpla. El descubrimiento de América ha sido máxima hazaña del imperio español
y debe ser enaltecida eternamente en la memoria de las futuras generaciones.
Dios
ha elegido a España en esta gloriosa misión civilizadora. “Debo cumplir con mi
misión histórica y la cumpliré porque la divina providencia me ha elegido para
ello” -Adolf Hitler.
La
madre patria celebra la gesta victoriosa del descubrimiento, conquista y
colonización de un Nuevo Mundo. Una epopeya inolvidable que es parte
indispensable de su idiosincrasia y folclore.
Entre
los sin iguales personajes del genocidio universal hay que necesariamente
nombrar al rey Felipe II. Este soberano avaricioso y megalómano -como fiel
heredero de su estirpe- se propuso hasta conquistar la China. El explotar sus
riquezas y evangelizar a los gentiles era su principal obsesión. Los dominios
de ese imperio donde jamás se ocultaba el sol tenían que extenderse hasta el
infinito. Pero la derrota de la Armada Invencible frustró sus maquiavélicos
planes. El imperio español -en el intento fallido de invadir Inglaterra- perdió
20.000 hombres, 100 navíos y 40.000.000 ducados. Felipe II deseaba poseer los
más inmensos tesoros; el oro, la plata, las piedras preciosas, marfil,
diamantes, perlas, sedas o esclavos y esos territorios ignotos misteriosos y
exóticos (Algo que sirvió de inspiración siglos más tarde al Führer Hitler).
A
principios del siglo XIX el imperio napoleónico invade la península ibérica y
captura al rey de Fernando VII. Al monarca lo envían al exilio a Bayona donde
permanece prisionero en el castillo de Valençay. El rey Felón abdica a favor de
Napoleón Bonaparte y ordena a sus súbditos que se sometan a su voluntad. A
pesar de que había condenado a la plebe a la ignorancia, la esclavitud y la
miseria esta lo adoraban hasta tal punto que una vez regresó a España lo
recibieron con el célebre grito de ¡Vivan las caenas!
La
“heroica” guerra de Independencia es uno de los hechos históricos que más
enorgullece el españolismo. Aunque hay algunos detalles insólitos que no
encajan. Paradójicamente los franceses traían las ideas de la ilustración y los
principios revolucionarios de la libertad, igualdad y fraternidad. La victoria
sobre Napoleón debería ser considerada la fiesta nacional pero tal vez por
vergüenza se ha desechado. Y es que cuando el rey Fernando VII regresa
triunfante a España –al retirarse las tropas napoleónicas- lo primero que hace
al llegar a su palacio en Madrid es derogar la Constitución de Cádiz (de
ideología liberal) reinstaurando el absolutismo. Fue algo escandaloso pues en
las universidades se prohibió estudiar ciencias privilegiando la cátedra de
tauromaquia.
España
necesita fabricar héroes y mártires, manipular la historia y levantar ídolos
que enaltezcan su glorioso pasado. Que otra cosa se espera que haga un imperio
abatido y humillado por las continuas derrotas: la pérdida de Gibraltar, la
independencia de las colonias americanas, después el desastre de Cuba, Puerto
Rico y Filipinas en la guerra de 1898 contra EE.UU. Ni siquiera el apóstol
Santiago empuñando la espada de plata a la grupa de su caballo blanco o el
brazo incorruptible de Santa Teresa pudieron salvar a España de la debacle. Esa
España que se creía protegida por Dios al construir los mayores templos y
catedrales, esa España de la oración y el recogimiento espiritual ahora se veía
abandonada y en la ruina.
Todo
este proceso de construcción imperial ha sido algo premeditado y sin
escrúpulos. El reino de España también participó en el reparto de África -ese
“lobby colonial” del que hacían parte las potencias europeas que se reunieron
en la conferencia de Berlín (1884-1885) con el fin de finiquitar el expolio de
ese inmenso continente-. Se firmaron las nuevas capitulaciones Santa Fe
(Colón-Reyes Católicos) mediante la cual se abría la veda para explotar sus
recursos naturales y raciales (esclavitud) A cada potencia le correspondía una
parte equitativa del gran botín. Aunque siempre existieron grandes
desavenencias que más tarde desencadenaron la Primera Guerra Mundial.
Una
de las derrotas más grandes jamás conocida del ejército español se produjo en
la Batalla de Annual en el Rif. Duelo que se saldó con más de 8.000 soldados
españoles muertos y otros tantos miles de heridos. Luego vengarían la derrota
el general Sanjurjo y el comandante Franco en una criminal ofensiva en la que
utilizaron gas mostaza y armas químicas como fosgeno, difosgeno, cloropicrina.
Su intención no era otra que exterminar a los rebeldes indígenas y cabileños y
anular cualquier resistencia que pusiera en peligro la soberanía española. Un
demencial genocidio que nos recuerda a los cometidos en América por Pizarro,
Cortés, Jiménez de Quesada, Orellana, Lope de Aguirre, Nuño de Guzmán, Pedro de
Alvarado, Diego de Almagro, Pedro de Valdivia…
De
esta forma tan clara y categórica se demuestra como ya sean indígenas
americanos o negros ecuatoguineanos (Bantú y Fang), Saharauis, Cabileños,
rifeños, o tribus de las Filipinas como los Bontoc, Ibaloi, Ifugao, Isneg,
Kalinga, Kankanaey, Tinguian, Palawanes, indígenas de Guam, las Marianas o las
Carolinas todos han sufrido las consecuencias de ese “genocidio universal” del
imperio español. Los castellanos se acostumbraron de vivir del botín, de robar
a otros pueblos y amasar fortuna patrocinando la corrupción y el pillaje.
Tras
la victoria en la guerra civil el caudillo Francisco Franco tenía planeado
reconstruir el imperio español en el norte de África. De ahí que una de las
principales exigencias para unirse a las fuerzas del eje -en su célebre
encuentro en Hendaya el 23 de octubre de 1940 con Hitler- era que a cambió le
cediera el Roussillon francés, la región de Orán en Argelia, Gibraltar y el
Marruecos francés para de esta manera unirlo con el Sahara Occidental y así
continuar la escalada expansionista hasta Senegal y Gambia. En sus delirios de
grandeza el Caudillo intentaba resucitar ese imperio hacia Dios. Algo que el
führer rechazó de plano puesto que nadie podía hacerle sombra en sus
aspiraciones de convertirse en el monarca universal (el maldito síndrome de los
reyes católicos y Felipe II).
En
la fiesta nacional (no confundir con las corridas de toros que son igual de
sangrientas) no sólo se celebra el “descubrimiento” de ese Nuevo Mundo sino
también las conquistas en otros continentes como Asia, Oceanía o en África.
España
desde tiempos pretéritos ha tenido una vocación guerrera, expoliadora y
evangelizadora. En un acto de “inmensa generosidad” que ha redimido a los
indígenas presas del paganismo y la barbarie. Por algo su símbolo supremo es la
espada y la cruz.
Las
fuerzas vivas de la sociedad españolista y monárquica se reunirán una vez más
este el 12 de octubre a celebrar la fiesta nacional. Es necesario rendirle un
sentido homenaje a Cristóbal Colón, el héroe por antonomasia del reino y máxima
figura del panteón patrio. El almirante con su gran gesta del descubrimiento
condujo a España a la más alta cumbre.
España
debe recuperar su vocación imperial aprovechando esta nueva fase del
capitalismo globalizador. Los banqueros y multinacionales se preparan a la
reconquista material y espiritual y así concluir la gran obra encomendada por
Dios padre todopoderoso.
Todos
los pueblos precisan de personajes legendarios que forjen la identidad y la
conciencia colectiva. Una fecha exacta en la que canten todos al unísono las
grandezas del pasado. Quizás también se celebre dentro de 500 años el
advenimiento del III Reich o el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima
y Nagasaki.
Hacer
fiesta de un holocausto sólo puede caber en la mente enfermiza de un psicópata
o un asesino en serie. ¿Acaso la destrucción, la muerte, el expolio, la
imposición, la violación y la tortura de millones de aborígenes, de pueblos y
naciones, de culturas y civilizaciones es un motivo de júbilo? Los nostálgicos
y soñadores de la gesta del descubrimiento, conquista y colonización olvidan el
patíbulo, la picota, el hacha, el garrote vil, la daga, la hoguera, los perros
rabiosos, la horca y todas las artes de la tortura inquisitorial. El reino de
España sin ningún escrúpulo bebe, brinda y danza sobre los millones de
cadáveres de su glorioso genocidio universal.
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