El
penúltimo escándalo del rey emérito, por el cual su amante oficial durante
muchos años reconocía en una filtración de conversaciones, su papel de
intermediaria en las actividades comisionistas de aquel, añade otra gota al ya
colmado vaso de este país. Por mucha presunción de inocencia que podamos tener,
es evidente que las líneas de implicación de la familia real en los negocios
fraudulentos a gran escala no se cierran con la sentencia condenatoria del
yerno díscolo, Iñaki Urdangarin, otrora Duque de Palma por casamiento con la
infanta Cristina.
Está
claro que el nombre de la empresa, Nóos, objeto de la condena, en realidad se
tendría que leer como el plural mayestático Nos, usado por reyes y Papas para
vincular su figura a la institución que representan. Por otro lado, el intento
de colocar el cortafuego en el yerno, dejando a su esposa Cristina como una
mera ama de casa ignorante de la proveniencia del tren de vida familiar se
desmorona ante la confesión de Corinna, dejando de manifiesto la pinza acusatoria
sobre el penúltimo borbón y por extensión, a su hijo ahora rey.
Pero
esta forma campechana de convertir la piel de toro en una oficina de cobro de
comisiones, y a su familia en empleados a comisión, no era una novedad, ya que
tenía sus antecedentes, también se sabe ahora, conocidos a través de la carta
que le dirigió JC I al entonces Sha de Persia en 1978 para pedir apoyo
económico a la campaña electoral de Adolfo Suarez. De esta manera, el monarca
rompía ya al inicio de su reinado la figura de neutralidad y arbitrio político
que se suponía había de tener, y que sancionaba la bisoña constitución recién
salida de la imprenta, pero que se asociaba más al falsamente jocoso termino
coloquial de “borboneo” con el cual se han conocido las actividades y maniobras
del penúltimo borbón. Además de sus sospechosas relaciones “familiares” con
todas las monarquías sátrapas (Arabia Saudí, Marruecos, etc)
Ya
en este nuevo siglo el cambio de banquillo en el equipo de la flor de Lis no ha
dado los frutos que se hubiera esperado de este último borbón al que se supone
se le “preparó” a conciencia. El contundente discurso de Felipe VI con
posterioridad a los sucesos del 1 de octubre de 2017 en Cataluña, no dejaron ni
orgullo, ni satisfacción, más bien todo lo contrario, por ser una vez más el
reflejo de una opción partidista y no un llamamiento a la conciliación de las
partes en conflicto.
Son
ya casi 300 años de frustrante relación de la ciudadanía con esta dinastía
anacrónica, repletas de desencuentros, expolios y traiciones, y no han sido
suficientes para dar a esta por finalizada. Pronunciamientos, guerras civiles
fratricidas, golpes de estado, muertos y exiliados, dos repúblicas frustradas y
dos restauraciones no parecen ser bastante para formalizar definitivamente el
divorcio con los herederos de Felipe V.
En
este primer tramo del siglo XXI estamos viviendo sucesos que recuerdan las
corruptelas y maniobras políticas de la otra Cristina, de Borbón y dos
Sicilias, madre de Isabel II, que provocaron su primer exilio en 1840 y las
revueltas de 1854. Pero se la recuerda por sus negocios a costa del dinero
público, la fuga de capitales al extranjero y el entonces lucrativo comercio de
esclavos. Pero la corrupción no tuvo su
final con la expulsión de esta, sino que su hija le dio una continuidad hasta
la revolución de 1868, y que la restauración, tras la efímera I República,
tampoco frenó hasta el reinado de Alfonso XIII. No hay uno solo de los miembros
de la estirpe, ya desde Carlos IV, que no haya dado muestras suficientes para demostrar
que algo no funciona con la flor de Lis.
Estos
años, desde que empezara la crisis económica en 2011, han puesto de relieve la
fractura del régimen del 78. Los tres poderes puestos en duda por la ciudadanía
ante el diktat de Bruselas en pro de políticas austericidas, la desigual forma
de dictaminar sentencias y el peso de las mismas, la judicialización progresiva
de la política y en su forma de ejercerla, el abandono a su suerte de las
clases más desfavorecidas ante el acoso de bancos y eléctricas, el mismo
rescate de esa banca con dinero público a fondo perdido, y la corrupción que
contamina toda la estructura sobre la que se fundamenta el Estado desde
municipios, diputaciones, CCAA y gobierno central son factores que han
sobrepasado los límites de resistencia del estado fracturándola incluso en su
propia concepción, al no haberse dado solución al problema de encaje de los
territorios históricos y para el que el sistema autonómico fue solo una
solución sujeta a las olas centrifugas y centrípetas del contexto electoral.
Un
régimen que fundamentó su último acto de supuesta regeneración en la moción de
censura de junio pero que ha demostrado su carácter continuista al frenar
cualquier investigación sobre las últimas revelaciones sobre JCI. Y cuando aún no
nos habíamos recuperado de la impresión de la moción de censura exprés, el
ultimo Ministro de Justicia de Rajoy firmaba la sucesión al título de Duquesa
de Franco, concedida en su día por el emérito a tan insigne familia, a la ahora
sucesora, la “nietísima” del dictador quien su a vez le nombró heredero y
garante de los principios del Movimiento. Cerrando así el círculo de premios,
lealtades y fidelidades entre la dictadura y la estirpe borbónica restaurada.
Ante
esta situación de colapso no es posible pensar de otra forma que no sea la
ruptura que no se gestó en 1976 en beneficio de una reforma pactada. La presión
a la que se vio sujeta la población española por las fuerzas vivas del extinto
régimen dictatorial, el contexto internacional que no dejaría jamás que se
repitiera una revolución como la de abril del 74 en Portugal, unos medios de
comunicación totalmente escorados hacia la opción borbónica, y el pasado
presente de la confrontación civil fueron suficientes para que la propuesta
rupturista no se pudiera materializar.
Por
esa razón, las fuerzas sociales de espíritu republicano deben unirse en la
consecución de esa ruptura no solo con el régimen reformista del 78, sino con
el sistema que lo sustenta y con una estirpe anacrónica y tóxica hacia la ciudadanía
desde su implantación en 1700. Deben unirse para organizar un referéndum
vinculante que ponga punto final a esta situación insostenible y que permita
decidir la forma de gobierno que deseamos.
Hemos
de recuperar los valores y el espíritu de las dos repúblicas que nos
precedieron, haciéndolos nuestros y que a través de un proceso constituyente en
el cual participe la ciudadanía, se reflejen en la transformación de nuestra
sociedad. Una sociedad que habrá de ser igualitaria, fraternal y libre, y en la
que nadie se sienta excluido, marginado o perseguido. Una sociedad laica,
solidaria, pacifista y ecologista, libre de fronteras físicas o mentales y
donde se respete y proteja el derecho de asilo y acogida.
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