miércoles, 17 de diciembre de 2014

EL "PEQUEÑO NICOLÁS" Y LA CORRUPCIÓN GNERALIZADA

En el contexto de la operación Púnica -la trama de consecución de contratos públicos a cambio de comisiones, capitaneada por Francisco Granados-, Rosa Díez le espetó a Mariano Rajoy que la corrupción podría ser como el ébola de la democracia. Tiene su gracia que UPyD se erija en azote de esta lacra que todo lo ensucia, si tenemos en cuenta que dentro de la formación magenta han surgido todo tipo de críticas, relativas a su liderazgo narcisista y despótico, implacable con las voces disidentes. Hay que recordar, entre otras polémicas, que los orígenes de este partido progresista y no nacionalista están manchados igualmente por la sombra de la duda. Según informaciones publicadas en El País , el 31 de enero de 2013, la plataforma Basta Ya, germen de UPyD, pudo ser financiada con dinero proveniente de la contabilidad B del Partido Popular.

Nos podríamos entretener un buen rato en el ejercicio de desmontar la imagen impoluta que pretende vendernos pero en algo tendremos que darle la razón a la exdiputada socialista: tal y como sostienen buena parte de expertos en la cuestión, si no se toman las medidas adecuadas, la corrupción es altamente contagiosa.

La subcultura del soborno, la prevaricación, el nepotismo, el tráfico de influencias, el enriquecimiento ilícito y, en general, del abuso de autoridad, está fuertemente arraigada en España, un país de larga tradición caciquil, en el que las artimañas oscuras del poder se transmiten fluidamente de generación en generación.

Uno de los casos más espeluznantes, a la par que interesantes, de los conflictos internos que se fraguan en las altas esferas lo encontramos en la muerte a tiros de la presidenta de la diputación de León, Isabel Carrasco, el pasado mes de mayo, desaparecido, por cierto, como por arte de magia de los medios de comunicación. La frustración de las ansias de trepar y la condena al ostracismo, condujeron a una madre y a una hija a poner punto y final a la vida de su odiada contrincante, compañera de filas del mismo partido. En el puente donde fue asesinada se podía leer una reveladora inscripción sobre el contexto sociocultural en el que ocurrió el crimen: “Aquí murió un bicho” recomiendo la lectura del artículo del periodista Jesús María López de Uribe, Isabel Carrasco y el León maquiavélico, publicado en la revista Tinta Libre, en la edición de julio-agosto.

Es imposible dejar de mencionar a los hermanos Pujol Ferrusola, paradigmas de la relación de la delincuencia de cuello blanco con los lazos de sangre. Sería un auténtico reto encontrar un solo miembro de la famiglia que no fuera experto en gestión de turbias transacciones bancarias o en coacción de empresarios, entre otras turbias competencias.

Últimamente, hemos conocido otro caso de contagio intergeneracional cuando nos hemos enterado de las pintorescas aventuras del joven de veinte años Francisco Nicolás Gómez Iglesias, conocido con el apodo de pequeño Nicolás en la prensa, y como Marqués de Prosperidad en el humilde barrio de Madrid de donde procede. La mayoría de tertulianos de los mass media lo han presentado básicamente como un aprendiz de conseguidor que cameló a todo el mundo con su tremenda picardía. Dada la lógica interna de las tramas ilegales, sería toda una rareza que se subvirtieran las relaciones de vasallaje, clientelismo y protección, para permitir que alguien actuara de una forma tan anárquica y desenvuelta, al margen de las triquiñuelas de los veteranos.

Sin la protección de algún pez gordo de la élite política o financiera parece imposible concebir que semejante pardillo reuniese los ingresos, los contactos, la infraestructura y los privilegios de los que gozaba para llenarse los bolsillos.

Por mi parte, más bien apostaría por suponer que, finalmente, la falta de madurez le impidió cultivar la necesaria fría previsión que se requiere para robar el dinero de los demás. A través de una ridícula fabulación como supuesto miembro del CNI y una chulería tan poco elaborada no se puede llegar muy lejos. Para ser Eduardo Zaplana no hay que finalizar ninguna carrera, es cierto, pero se requiere una mínima racionalidad para que los negocios no se te escapen de las manos.

Otro aspecto destacable en la trayectoria de este muchacho es su afiliación a las Nuevas Generaciones del PP, así como a FAES. Detrás del escaparate de los valores excelsos promovidos en estas canteras de futuros dirigentes, se persiguen unos objetivos que, a juzgar por los casos que conocemos cada día, tienen muy poco que ver con lo que debería ser noble arte de gobernar
.
Así las cosas, podemos imaginar que el joven Francisco Nicolás escogió un entorno adecuado, que le permitió su escalada hacia el estilo de vida del típico corrupto chabacano, que tanto codiciaba, a través de un sencillo proceso de aprendizaje por observación.

Si tenemos en cuenta que la mayoría de saqueadores salen indemnes de su actividad delincuencial, entendió que el negocio podía salirle redondo. Pocos castigos y múltiples recompensas. ¿Quién querría alejarse del riesgo y abstenerse de escapadas en yate, coches de alta gama y hoteles de lujo? Si se siguen promoviendo medidas como la amnistía fiscal de Montoro y, al mismo tiempo, se cierra el grifo de los recursos para que la Justicia investigue las redes mafiosas, tendremos aseguradas camadas de Nicolases por decenios.

Los códigos éticos son bien decorativos pero en ausencia de medidas estructurales serias para atacar de raíz las prácticas deshonestas, nunca lograremos salir del lodazal de la corrupción. De momento, parece que todo el mundo tiene las recetas muy claras. El problema siempre radica en ponerlas en práctica con éxito. ¿Podremos o no podremos?

         Toma la pasta y corre dijo el personaje de míster Allen. Tomaron nota. No se salva (casi) nadie. Ni la Casa Real borbónica (¡hasta los cimientos si existieran!), ni los dos partidos que se han ido turnando en el poder (no hablo de todos sus militantes) con las organizaciones más próximas, ni ex presidentes de la Generalitat, ni ex presidentes y presidentes de grandes multinacionales del fútbol, ni ex presidentes de grandes corporaciones bancarias o de grandes organizaciones empresariales, ni numerosos alcaldes y regidores, ni destacados miembros del aparato judicial. Largo etcétera. La corrupción, la impiedad, el clasismo, el elitismo, el desprecio de los más desfavorecidos, la expropiación de los bienes comunes está generalizada.

         La trama, que diría Manolo Monereo, tiene tentáculos por doquier, por todos los rincones del país. ¡Que se vayan, que se vayan todos! ¡Fuera, fuera! No hay otra, no hay más, no podemos aguantar más.

         Por si faltara algo: Esperanza Aguirre, quien según parece volvió a mentir a la ciudadanía negando relaciones con alguno de los alcaldes implicados en esa nueva trama de corrupción, la presidenta que nombró a Francisco Granados como alto cargo (llegó a ser vicepresidente) de sus gobiernos, trabaja (¿trabaja?) como caza-talentos. ¡Como caza-talentos…! y en una empresa catalana.

       Es la España, incluida Cataluña, sin exclusiones, que hiela el corazón. Machado nos advirtió hace décadas de ella. ¡En qué manos estamos! ¿En qué manos deseamos? ¡En nuestras propias manos! ¡Que se vayan, echémosles!.

sábado, 6 de diciembre de 2014

PODEMOS; DERIVA ORGANIZATIVA E IDEOLÓGICA

Nadie lo imaginaba hace apenas diez meses. La Tuerka –una televisión local que emite por internet–, un envite de Pablo Iglesias tanteando los primeros 50.000 seguidores, la presentación de febrero en el cine Palafox, y a partir de ahí todo un proceso de fermentación política que, pasando por el éxito en las europeas de mayo (5 eurodiputados, 1.245.948 votos y el 7.97% del voto emitido), ha llevado a que PODEMOS sea el tercer partido en estimación de voto según la última encuesta del CIS de octubre de 2014.

Semejante éxito se debe no sólo al contexto de crisis, corrupción e indignación reinante en España, sino también al acierto en la estrategia de autopresentación mediática y comunicación política del partido, acierto en el que sin duda el carisma y la telegenia de su líder, Pablo Iglesias, han sido decisivos.

Ahora bien, PODEMOS no es una realidad hecha y acabada sino un joven partido que se está haciendo, sometido además, a un proceso acelerado de ampliación de sus propias expectativas electorales. La adaptación a ese cambio, su repentina conversión en un partido con posibilidades de gobernar es, a mi entender, el principal reto al que PODEMOS se enfrenta ahora: transformarse en una fuerza política de masas sin perder su identidad o, mejor dicho, el alma con la que nació. Tal como van la cosas –debo decirlo–, asoman algunas dudas.

Me centraré en dos cuestiones: el modelo organizativo que sale del I Congreso de octubre (I Asamblea Ciudadana) y la deriva ideológica observable en el discurso más reciente. Veamos:

Tras este I Congreso, PODEMOS ya tiene un modelo de organización interna. Pero no sólo tiene eso. Tiene además un sistema de distribución y control del poder dentro de la organización. No podía ser de otra forma: toda organización es a la vez y necesariamente un sistema de poder interno, por la sencilla razón de que tiene que ser dirigida. Sin estructura organizativa no hay partido político; sin dirección no hay estructura organizativa. Tras un dilatado proceso de votación y con una abrumadora mayoría del 80%, los electores de PODEMOS eligieron uno de los dos modelos presentados. Y tuvieron que elegir porque no se logró sintetizar una propuesta unitaria.

Estos dos modelos se diferenciaban tanto por su contenido como por su procedimiento de elaboración. Sus contextos fueron bien distintos. El que encabezaba Pablo Echenique (Sumando Podemos) no sólo era el modelo más democrático – y, por tanto, el más coherente con el espíritu fundacional de PODEMOS, que a su vez se inspiraba en el espíritu democrático-radical del 15-M–; era también el que más democráticamente se había gestado. Si alguien se tomó en serio los principios de deliberación y participación en ese proceso “transaccional” fue el llamado sector “crítico” encabezado por Echenique, quien supo integrar a más de cuarenta propuestas previas a base de discutirlas abiertamente entre los distintos círculos.

En la teoría política se sabe que el consenso es el principio regulativo de la deliberación. Sin aspiración al consenso, carece de sentido entrar en la plaza pública a debatir, es decir, a utilizar la palabra como portadora de razones y convencer (no vencer) al otro. Creo que Echenique ha dado una lección de democracia deliberativa en este I Congreso.

Todo apunta a que, por el contrario, la propuesta organizativa encabezada por Pablo Iglesias (Claro que Podemos) fue desde el principio una propuesta elaborada a puerta cerrada y poco o nada abierta a la “transacción” deliberativa con la propuesta alternativa y con los círculos que pensaban de otro modo. No es de extrañar que saliera a relucir la metáfora del asalto frente al consenso.

El poder, en efecto –no el cielo–, demasiado a menudo se toma por asalto. Y cuando algo se toma por asalto, claro es, no se quiere compartir. Coherentemente, Pablo Iglesias avisó de que quien perdiera tenía que “hacerse a un lado”. A todas luces, en la cabeza de la “promotora”, se trataba de un congreso de ganadores, al que ni artimañas de última hora le habrían de faltar.

PODEMOS quería ser innovador, hacer política de otra forma, crear un espacio público para el encuentro de voces plurales, donde el poder estuviera lo más difusamente distribuido, donde la transparencia sustituyera a la opacidad, sin las hipocresías, las dobleces, los subterfugios –y, desde luego, sin los asaltos– de la vieja política. Ilusos o no, lo cierto es que, desde el principio, hubo en PODEMOS una decidida apuesta por la fraternidad democrática.

Desde mi punto de vista, la actuación de la promotora en este Congreso (con todo su éxito) se distancia de ese espíritu fundacional. Lo que ha resultado (porque así lo ha querido la gente de PODEMOS, aun con un sorprendente 40% de abstención) es un modelo de partido bastante convencional: personalista, vertical, con unos círculos poco menos que desactivados, con mecanismos más débiles de control y revocación de los líderes y, por supuesto, sin rastro alguno del sorteo que, como se sabe, ha sido históricamente uno de los mecanismos de selección de líderes y magistrados preferidos por la tradición democrática.

Es posible que una dirección unipersonal con una ejecutiva a la medida del secretario general sea un instrumento electoralmente más eficaz; pero pone los cimientos para una relación jerárquica y asimétrica con las bases. En efecto, en un modelo así, el éxito del partido pasa a depender sobremanera del liderazgo carismático del “jefe”.

Lo normal entonces es que ese líder carismático se concentre en sus tareas de comunicación con la sociedad, para afianzar su capital mediático y acrecentar su potencial electoral. Pero para ello habrá de tener un partido lo más controlado posible, con una voz unificada en sintonía con el discurso oficial. Así ha ocurrido históricamente en los partidos convencionales con fuertes liderazgos. Y entonces aparecerán las conocidas estructuras clientelares de patronazgo interno que, apuntaladas por el culto a la personalidad del líder, garantizarán la interesada obediencia de los cuadros intermedios, así como la concentración de poder en una cúpula directiva que tenderá a la autoperpetuación o la sucesión “dinástica”. Se trata de un proceso típico, aunque nada ideal, de oligarquización interna. El tiempo dirá si PODEMOS termina oligarquizándose, pero el modelo organizativo del que se ha dotado no parece la mejor herramienta para evitarlo.

Pero, si este diagnóstico es acertado, ¿cómo se entiende con el incuestionable hecho de que en este I Congreso ha habido una amplísima participación directa y abierta de una militancia nada despreciable de decenas y decenas de miles de militantes? ¿Por qué temer la oligarquización interna si la “última” palabra siempre la va a tener la gente, que siempre va a ser consultada en las grandes decisiones y podrá emitir su voto? Creo que la síntesis de ambas cosas (elitismo y democracia participativa interna) es una gran novedad de este partido. ¿Cómo se consigue dicha síntesis?

Es posible si se entiende lo siguiente: en PODEMOS hay una vanguardia democrática que desconfía de sus propias bases organizadas en los círculos. Por vanguardia democrática entiendo un pequeño grupo dirigente cuyo objetivo último sería hacer políticas democráticas, en plural, pero no tanto política democrática.

Una vanguardia democrática interpreta las necesidades de la ciudadanía (los de abajo, el pueblo, la gente, la “voluntad colectiva”), y cree tener una estrategia política y un modelo de democratización social, una vez tenga en sus manos los resortes de poder para hacerlo. Puede incluso tener bien claras las ideas (no digo que ésta de PODEMOS las tenga), y por ello mismo la democracia interna puede ser un estorbo para una vanguardia democrática: puede dejar decisiones importantes (doctrinales, tácticas y estratégicas) en manos de grupos desinformados o, peor aún, de grupos sobreinformados de militantes superactivos. Una vanguardia democrática puede preferir dirigirse a una masa abierta de militantes para ser plebiscitada por ella, antes que discutir las grandes cuestiones con unas bases activas y organizadas.

En realidad, PODEMOS tiene desde el principio esa dualidad organizativa: los círculos y la inscripción directa. Pero además, uno puede militar en PODEMOS sin integrarse en un círculo: novedad radical de este joven partido.

Todos los demás partidos tienen una estructura organizativa territorial cuya unidad es la agrupación local. Y cada militante se inscribe en una agrupación y actúa –discute, critica, conspira, vota– desde esa agrupación. En PODEMOS no: uno puede votar directamente en asambleas abiertas de máxima participación apretando un botón en el ordenador de casa.

Pues bien, dado que el crecimiento de la vanguardia de PODEMOS se ha debido a su acumulación de capital mediático, esa vanguardia bien puede explotar dicho capital para “puentear” a los incómodos círculos controlados muchos de ellos por “aristocracias supermilitantes”. Hay un demos virtual en PODEMOS al que la vanguardia llega directamente a través de la televisión y las redes, y que puede manifestar su voluntad desde su móvil en votaciones directas y abiertas. Creo que esta ha sido una ventaja comparativa de la “plataforma” dirigente que explica en gran medida el resultado del Congreso.

Ahora bien, después de este I Congreso, es posible que: a) los círculos se desactiven y sólo quede una vanguardia frente a una militancia virtual y atomizada; o b) que unos círculos debilitados sean penetrados por los cuadros leales a la vanguardia. En el primer caso, PODEMOS sería un partido autocrático poco estructurado pero muy activo mediáticamente, que apelaría directamente a la gente de la que obtendría su legitimidad “democrática”.
Sin embargo, en los sistemas de gobierno representativo modernos, el éxito electoral obliga a ocupar muchos puestos en el amplio y complejo aparato institucional, lo que exige una fuerte estructura organizativa capaz de generar un nutrido caudal de recursos humanos y cuadros. Un gran éxito electoral exige un gran partido con una fuerte organización. Por lo tanto, el resultado más probable es b), esto es, la oligarquización.

Las vanguardias democráticas siempre han querido controlar la democracia de base, cuando no han podido prescindir de ella. Lo paradójico es que esas élites siempre han pedido de esas mismas bases el máximo de confianza. Ahora en PODEMOS se ha completado la conformación del Consejo Ciudadano. La vanguardia democrática dominante ya había dado un paso nada menor: evitar que se le cuele un 20% de militantes al azar. Para esa vanguardia es importante tener ese Consejo bien controlado.

El equipo de Echenique retiró su candidatura al Consejo por considerar que el proceso no garantizaba la pluralidad, e Izquierda Anticapitalista no ha podido optar por la prohibición de la doble militancia. Es muy esclarecedor e interesante observar su composición. El Consejo será un instrumento de la ejecutiva más que un órgano independiente de control de la misma. Pero nadie podrá dudar de su “legitimidad democrática”. Decenas, si no cientos, de miles de militantes lo han votado en bloque.

Y así PODEMOS habrá obrado el milagro de la síntesis entre oligarquía y democracia internas. Será un instrumento doblemente eficaz: tendrá una dirección cohesionada en torno a un líder carismático con gran libertad de acción y a la gente del partido (que les renovará su confianza si hacen las cosas medianamente bien) como fuente permanente de legitimación democrática. Creo que pronto PODEMOS habrá depurado toda disidencia interna, y se presentará ante la sociedad como un partido sin fisuras. Todo un ejemplo de eficacia política. Admirable.

Durante el Congreso referido, se habló y mucho de la tensión entre eficacia y democracia: “no tiene por qué haber contradicción” se le oía explicar a Echenique que era consciente de la tensión y quería hacer compatible la máxima democracia interna con la eficacia política. Pablo Iglesias y su equipo lo plantearon más bien al contrario: buscaron hacer compatible la máxima eficacia con la democracia interna. Son estrategias bien distintas, y ambas legítimas. Pero nuevamente, lo que no me parece legítimo es zanjar el problema con una falsa solución conceptual. Esto es justamente lo que creo pretende Pablo Iglesias cuando corta por lo sano y “resuelve” el problema con una supuesta identificación semántica: eficacia –dice– es igual a democracia.

No. No son conceptos identificables. Un asesino puede ser eficaz, como lo puede ser un terrorista, una estrategia militar, un método de trabajo, una campaña publicitaria o un servicio de espionaje. Nada de eso tiene que ver con la democracia. Al revés, no todo lo que sale de un procedimiento democrático de decisión tiene por qué ser eficaz: el pueblo, sencillamente, puede equivocarse; mucho más si se deja seducir por demagogos desaprensivos. Identificar ambas cosas es un error de bulto, pues la eficacia remite a una relación estrictamente formal entre medios y fines, independiente del juicio moral que nos merezcan esos medios y estos fines.

Es verdad que no hay buena democracia sin servicios públicos de calidad, que funcionen eficazmente, pero para decir eso no es necesario confundir democracia con eficacia. El buen funcionamiento de las instituciones pasa por garantizar la selección meritocrática de los empleados públicos, reglas procedimentales claras y explícitas, una buena dosis de virtud cívica y una prudente racionalización de recursos.

La ampliación súbita de las expectativas electorales de PODEMOS explica, a mi entender, la preferencia por el modelo de partido elegido en el Congreso de octubre y su justificación en términos de eficacia competitiva de cara a las próximas elecciones generales. Pero explica también la deriva ideológica en la que parece haber entrado este joven partido a juzgar por el cambiante discurso de su dirección.

En efecto, en apenas ocho meses PODEMOS ha pasado de ser una emergente fuerza de izquierda, que aspiraba a disputar o arrebatar el espacio político de IU, a proclamar que la dicotomía izquierda-derecha está superada, que ya no vale para explicar la concreta realidad social y política de hoy. Sorprendente cambio de discurso, en verdad. En un momento en el que la globalización (y la crisis sistémica del capitalismo en la que seguimos instalados) ha polarizado la riqueza hasta extremos propios de la Europa de 1910 y ha generado una masa invertebrada pero identificable de grupos de alta vulnerabilidad a nivel global (el precariado), nos enteramos de que eso de la izquierda y la derecha es un esquema obsoleto y de que el foco político al que hay que apuntar es la “centralidad”.

Y eso lo dicen afirmando a la vez estas otras dos cosas: que a) PODEMOS es una nueva versión de la socialdemocracia y b) el bipartidismo está finiquitado. Esto no es una contradicción: para una contradicción basta una tesis y su contraria. Esto es directamente un lío.

Uno puede ser socialdemócrata, hasta ahí podíamos llegar. Bien, pero entonces es de izquierdas. Y un partido tiene todo el derecho a ser un partido omnívoro que intenta “centrarse” para sacar el máximo de votos, pero entonces está asumiendo una distribución del voto propia de los sistemas bipartidistas. Si el mapa político está verdaderamente fragmentado, lo mejor que puede hacer cada partido es apuntar a su fragmento más afín. Si por el contrario, el centro del espectro ideológico acumula el grueso del voto potencial, entonces el bipartidismo tarde o temprano se recompondrá.

A mi entender, PODEMOS corre el riesgo de diluir su identidad ideológica si se empeña en seguir una estrategia transversal de maximización del voto. PODEMOS no va a vivir eternamente de la crítica a la corrupción y las puertas giratorias: tarde o temprano tendrá que concretar su oferta programática y para ello tendrá que definir una identidad ideológica. Incluso una estrategia oportunista de convergencia hacia el centro se hace desde algún polo ideológico, desde la izquierda o desde la derecha.

Es de suponer (aunque se empeñan cada día en oscurecer esta cuestión) que si PODEMOS emprende ese viaje hacia la “centralidad” lo hará desde el polo de la izquierda. Pues bien, conviene entonces recordar que la izquierda europea moderna tiene dos grandes raíces.

La primera raíz es el proyecto democrático igualitarista que arranca de la Constitución del Año I (1793) de la Revolución francesa con su programa universalista de derechos sociales para todo el cuerpo de ciudadanos. La segunda raíz arranca de la Ilustración con su programa de educación laica de la inteligencia y su tenaz lucha contra el oscurantismo y la ignorancia.

Ambos programas, lejos de ser independientes entre sí, apuntan en la misma dirección: la lucha contra los privilegios de casta del antiguo régimen. Y apuntan en la misma dirección porque la ignorancia del pueblo (apoyada durante siglos en la teología cristiana de la dominación) era una de las condiciones para la perpetuación de los privilegios de las élites.

Es verdad que la globalización, entre sus múltiples perversiones, también ha dado de sí una “izquierda” posmoderna, es decir, anti-ilustrada y anti-racionalista, pero la gran tradición de la izquierda (con el marxismo a la cabeza) jamás abdicó de la racionalidad científica, del pensamiento crítico y del conocimiento objetivo y bien fundado empíricamente. El sapere aude de Kant encerraba algo más que un programa de educación de la inteligencia; encerraba una promesa de emancipación a través del conocimiento y la crítica.

Cambiar la dicotomía izquierda-derecha por la de casta-ciudadanos o poder-pueblo, no hace sino ocultar el hecho de que ese pueblo, esa ciudadanía, no es algo homogéneo. La sociedad moderna (por capitalista) está dividida en clases y, en su complejidad pluralista, comprende multitud de grupos y colectivos con intereses materiales y simbólicos contrapuestos.

Aparte de la élite y la superélite, hay viejas y nuevas clases medias, asalariado y precariado, “profitécnicos” y clase obrera tradicional. Y multitud de intereses que pueden entrar en conflicto (crecimiento económico y equilibrio ecológico, laicismo y religión, soberanismo y no soberanismo, etc.): la corrupción de la casta puede focalizar la indignación popular, pero gobernar implica atacar esa complejidad conflictual de la sociedad moderna con buenas herramientas y con robustos materiales de construcción de ciudadanía. Y para ello, el esquema tradicional izquierda-derecha sigue siendo fundamental.


El camino del éxito político está empedrado de traiciones a uno mismo. Si PODEMOS crece y prospera como partido, espero que no se deje el alma por el camino, su original alma de izquierdas. Es una de las asignaturas pendientes en este país: recomponer las fuerzas de una izquierda laica, republicana y democrática.