jueves, 30 de septiembre de 2021

LA JUVENTUD MAS CREATIVA DE LA HISTORIA

             


En los últimos tiempos, todos los comentarios sobre la juventud que escucho son siempre negativos. Que son inconscientes y egoístas. Que pasan de todo y no les interesa la política. Que son una generación mimada. Que exponen impúdicamente su vida privada en las redes. Que viven pendientes del móvil. Que hacen botellón.

Por mucho que pienso no me viene a la cabeza ningún comentario general que se repita actualmente sobre la juventud que sea positivo. Que saben mucho de informática y mundo digital, sí, pero esto a menudo no se dice como alabanza, sino con una buena carga de nostalgia por los tiempos pasados: la juventud ya no lee, ya no disfruta de la vida fuera de las pantallas, está enganchada al móvil. Sí hay algunos comentarios no críticos, pero entonces son de lástima: que la juventud de ahora lo tiene crudo por la precarización de las condiciones laborales, la situación de la vivienda, la pérdida de derechos, la inminencia de la crisis climática, etc. Sin embargo, comentarios positivos, pocos.

Ahora se habla mucho del botellón. Pero vamos a ver, ¿cuál es la forma de ocio más extendida en nuestro país? Quedar con amistades a tomar unas cañas. Es así, eso es el ocio español por antonomasia, es el deporte nacional. Nuestras calles están atestadas de terrazas, que con la pandemia han colonizado aún más nuestras aceras e incluso calzadas. Si tienes ingresos y puedes pagar cada cerveza a 3 euros en una terraza, entonces sí está permitido beber en la calle. Pero si no puedes pagarlo y quieres practicar el ocio nacional que te han enseñado y demostrado desde la más tierna infancia las personas adultas que te rodeaban (tus padres, madres, tías, abuelos, etc.), entonces haces botellón. Pero el botellón está prohibido por la Ley Mordaza, que este gobierno progresista tanto criticó desde la oposición y que casi dos años después de llegar al poder, aún no ha derogado.

Dice la ley que es una infracción leve «el consumo de bebidas alcohólicas en lugares, vías, establecimientos o transportes públicos cuando perturbe gravemente la tranquilidad ciudadana»… EXCEPTO SI TIENES DINERO PARA PAGAR LOS PRECIOS DE LAS TERRAZAS, ¡DIGO YO! Eso es legal y nada reprochable, al revés, contribuyes a la marcha de la economía, ahí no importa que «perturbes la tranquilidad» de las vecinas y vecinos que intentan dormir, pero si no puedes pagarlo y te sientas diez metros más allá en la hierba con unas latas, entonces eres un delincuente. O consumes o te multo.

Sobre la acusación de pasotismo. Me parece asombroso que una sociedad apática, apoltronada en su sofá, que no se echa a la calle ante los atropellos constantes que sufrimos (el último de las eléctricas es solo uno más), tenga las narices de hacer esta crítica a la juventud. Todos los defectos de nuestra sociedad, se los achacamos exclusivamente a la juventud y así parece que nos quedamos más a gusto. Una parte de la juventud pasa de todo, por supuesto, pero no más que cualquier franja de edad; otra parte, en cambio, es muy activa.

Por citar algunos ejemplos, son miles las chicas jóvenes implicadas en el movimiento feminista, participando en pequeños o grandes grupos feministas locales; la juventud es el motor de multitud de movimientos de autogestión y centros sociales okupados, organizando iniciativas culturales, de reflexión o de ayuda mutua; y tenemos a las hordas juveniles que secundan las protestas ecologistas contra la inacción ante la crisis climática y que esperamos que, ahora que la pandemia nos da un respiro, puedan recobrar aliento.

Que están enganchadas y enganchados al móvil y exponen públicamente sus vidas privadas en las redes. No es que yo defienda esta actitud, pero por favor, ¡si esto lo hace la mitad de la población de todas las edades! El enganche a las redes es claramente un defecto de nuestra sociedad, pero no es exclusivo de la juventud. ¿Y qué pasa con todas las personas adultas enganchadas a la TV, a los programas de cotilleo, a las series turcas…?

¡Ya está bien de denostar constantemente a la juventud! Vamos a fijarnos por una vez en sus virtudes.

Voy a hablar del rap, pero no desde el punto de vista musical, sino como fenómeno. Personalmente, siempre me ha resultado bastante aburrido e incluso cargante el rap, pero gradualmente me he ido percatando de todo lo que implica, y en especial de lo que nos cuenta sobre la juventud actual.

Lo más obvio tras repasar los raps más escuchados es decir que sí, que la juventud actual sí se preocupa por la política. Las letras de las raperas y raperos más famosos expresan una crítica social sin pelos en la lengua; tocan todos los palos, sin dejar títere con cabeza: machismo, corrupción política, desahucios, precariedad, privatizaciones y pelotazos, racismo, monarquía corrupta, etc. Pero no son meras descripciones o críticas, sino que además establecen una fuerte implicación personal con lo que les rodea: cómo les indigna, les cabrea, les agobia lo que ocurre. Su desesperación ante la falta de salidas.

Eso es fácil de ver simplemente escuchando los raps más difundidos, pero me gustaría ir un punto más allá. Los chavales y chavalas, desde digamos los 14 años, empiezan a escuchar esos raps y se hacen fans de las raperas y raperos famosos. Pero aquí viene lo mejor. Musicalmente, el rap es muy sencillo, muy básico. Para hacer un rap, no hace falta en lo musical contar con una banda ni un gran compositor: cualquier persona con una buena letra y una base rítmica cogida de internet puede grabarse en su casa un vídeo y difundirlo. Es una de las críticas que se le puede hacer desde el punto de vista musical, pero ¡ah!, vamos a fijarnos en lo que he dicho: “cualquier persona con una buena letra”.

¿Qué es una buena letra de rap? Ahora me voy a poner en contra a todos los puretas de la poesía. Pues sí. Las letras de los rap son poesía, pero poesía popular: son las jarchas de la actualidad.

Y resulta que tenemos a miles —no, a decenas de miles— de jóvenes que se encierran en su cuarto a componer poemas (letras de rap), que luego se reúnen a tomar unas cervezas en un parque y se recitan mutuamente los poemas que han escrito. Cada cual quiere fardar ante sus amistades y traer la letra (poema) más mordaz, más cañero o más emotivo. Entre tragos de cerveza se sugieren retoques a los versos, se da vueltas a qué palabra queda mejor en tal o cual sitio. Se escuchan en compañía las composiciones más famosas y se pulen las propias.

Por si alguien no lo ha notado, lo que estoy describiendo no es otra cosa que una velada poética del siglo XXI, solo que no de poesía culta, sino de poesía popular.

Porque obviamente las letras de rap no siguen el canon poético actual, sino que entroncan con la poesía popular más ancestral y primigenia: la rima asonante y la métrica sencilla de las jarchas, los cantares, los versolaris, y con una versión actualizada de su ironía mordaz y jocosa. Hay quien dice que como composiciones poéticas son tan burdas, que no pueden considerarse poesía. Un momento: no estoy hablando de si es poesía buena o mala, pero desde luego, es poesía. Tal vez solo uno de cada cien raps se pueda considerar buena poesía, exactamente igual que uno de cada cien poemas cultos actuales —y de cualquier época, de hecho— se puede considerar bueno. No toda la poesía del romanticismo decimonónico era buena, es que solo leemos lo bueno, que es lo que ha perdurado. No entro aquí en más profundidades sobre qué significa «bueno», pero nos entendemos.

Desde luego, en mis tiempos la juventud se reunía básicamente para beber, reírse y bailar, o para subirse a una montaña y beber allí también, pero no para poner en común su creatividad, por el simple motivo de que casi nadie creaba (quien escribía, lo hacía en la soledad de su casa y en general no lo ponía en común). Había quien formaba pequeños grupitos musicales, y eso se sigue haciendo igual, pero ahora está además el rap. La diferencia es que lo que importa es la letra, algo que puede crear una persona en solitario, y que por tanto son miles quienes escriben y rapean sin necesidad de saber música o formar una banda.

Por otra parte, los smartphone y las herramientas digitales facilitan todo un despliegue de creatividad en otros ámbitos, desde la fotografía y las artes plásticas (en instagram y otras plataformas difunden magníficas ilustraciones, diseños, creaciones gráficas), al vídeo (videoarte, documental, cortos de ficción), la poesía culta o la prosa. Mucha creatividad basada en nuevas herramientas y estéticas, pero también en las clásicas. No confundamos el soporte con el contenido: hay quienes escriben auténticos libros en sus muros de redes sociales o en blogs, hay quienes dibujan en tabletas a la manera más tradicional.

Todo esto me ha llevado a percatarme de que, en realidad, estamos ante la generación más creativa que he visto. A finales de los setenta y principios de los ochenta también hubo una explosión de creatividad juvenil, pero desde entonces no la ha habido hasta ahora.

La generación actual de jóvenes tiene muchas virtudes y grandes anhelos. Están expresándose de muchas maneras, a través de los raps, las redes sociales, podcast, documentales, distintas formas artísticas. Se expresan por esos medios porque esos son los medios propios de su época, ¿o es que esperamos que cojan una pluma de ganso y escriban con tinta china? Desde que tienen uso de razón han vivido en un país en crisis perpetua, se encuentran por añadidura con el cambio climático que se nos viene encima ya, con los trabajos precarios que les ofrecen, con las dificultades para independizarse ante la locura de precios de la vivienda y de los suministros, con unas expectativas francamente negras. Todas las generaciones anteriores soñaban un futuro mejor, ahora el sueño es no empeorar. Además se han topado, despertando a la vida, con esta pandemia que nos ha asolado y que en los últimos meses se ha cebado en ellos porque no estaban vacunados y porque las medidas se relajaron para atraer turistas. Y encima, resulta que la mitad de la sociedad y de los medios de comunicación los menosprecian y les echan la culpa de todo.

Vamos a dejarles respirar, por favor. Y vamos a apoyarles. Criticando a la juventud solo conseguimos lastrarla, lo que debemos hacer es impulsarla, compartir, avanzar, estar, sentir a su lado.

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