La
sobreexposición mediática de Podemos produce perplejidad y desconfianza, pues
casi nadie ignora que los grandes periódicos y las cadenas televisivas
pertenecen a poderosos grupos empresariales, sin otra inquietud que proteger
sus intereses.
Podemos
ha nacido bajo el signo del 15-M, que repudiaba a los partidos y reivindicaba
el modelo asambleario, y anunció que sería una plataforma concebida para
aglutinar a la izquierda, pero ha acabado constituyéndose como partido y ha
obtenido cinco inesperados escaños en las elecciones europeas.
Desde
entonces, se ha situado en el centro de la vida política española, levantando
las iras de neoliberales y socialdemócratas. Podemos intenta sumar fuerzas para
impulsar un cambio político, pero su tibieza y su miedo a perder votos le resta
credibilidad. Su discurso exhibe una insoportable levedad que siembra dudas y
suspicacias.
Para
construir una alternativa convincente, hay que arriesgarse y colocarse en
primera línea. No es suficiente soportar los ataques del bipartidismo, que no
escatima mentiras, argucias y malicias para sostener el régimen del 78. Es
necesario dar un paso más allá y mostrar un inequívoco compromiso con las
víctimas del gobierno del PP, cuyas medidas antisociales y antidemocráticas
evocan el clima represivo del bienio negro de la Segunda República española.
El
ascenso de Pablo Iglesias ha provocado un pequeño terremoto. La prensa del
régimen (ABC, El País, El Mundo, La Razón y La Vanguardia) ha olvidado sus
pequeñas diferencias para crear un frente común contra Podemos, “partido de
chavistas, castristas, comunistas reciclados, rojo-separatistas, perro-flautas
y filo-terroristas”.
Esperanza
Aguirre, ex presidenta de la Comunidad de Madrid, advierte en un artículo sobre
el peligro que representan “los chavistas de Podemos”. Con su agresividad
habitual, señala que las huestes de Pablo Iglesias quieren acabar con la
Constitución de 1978 para implantar una de esas “repúblicas tiranas, como las
de Corea del Norte y Cuba”, donde “meterían en la cárcel a los que se
manifiestan a favor de la Monarquía o a cualquier ciudadano que lleve, por
ejemplo, una camiseta con la imagen del Rey”. Aguirre pide al PSOE que conserve su lealtad a
la corona y no se sume a “la onda de comunistas y chavistas”.
No
es difícil adivinar que la audaz lideresa apila argumentos para justificar un
pacto entre el PP y el PSOE en las próximas elecciones generales. Esa alianza
revelaría definitivamente que el bipartidismo solo representa al mundo del
capital y su prioridad es contener o reprimir las protestas y reivindicaciones
de la clase obrera.
Las
invectivas de Esperanza Aguirre, una liberal que no esconde su pasión por las
leyes represivas –salvo cuando le afectan personalmente por una trastada
irrelevante, como intentar arrollar a un agente de movilidad en la Gran Vía de
Madrid-, conviven con la ofensiva lanzada por el diario El País, que exige
transparencia a Podemos y cuestiona su democracia interna, afirmando que los
conflictos entre sus líderes y los círculos constituyen “una bomba de
relojería”.
Las
tensiones se han agudizado cuando el comité de campaña de Pablo Iglesias ha
anunciado la celebración de unas elecciones internas para elegir un equipo de
25 personas, cuya función sería definir el próximo otoño las coordenadas principales
de Podemos. Los círculos han exteriorizado su malestar, pues se ha establecido
un plazo ridículo –seis días- para constituir equipos alternativos y la
votación se realizará por internet, con listas cerradas y sin posibilidad de
integración.
Pablo
Iglesias presenta una lista con 25 personas de su confianza, que
previsiblemente obtendrá los apoyos necesarios para constituir una cúpula
organizativa. Las elecciones internas se han convocado sin consultar a las
bases y representan el fin de los debates previstos para decidir el futuro de
Podemos.
El
País sostiene que Juan Carlos Monedero justificó la urgencia de convocar
elecciones internas con listas cerradas para frenar a fuerzas políticas
externas que pretenden apropiarse de Podemos. Cierto o no, este giro significa
la liquidación del poder asambleario y la emergencia de un pragmatismo donde
prima la eficacia sobre los principios. Una vez más, la “ética de la
responsabilidad” derrota a la “ética de las convicciones”.
La
izquierda radical hace mucho que le retiró su confianza a Pablo Iglesias. Es
una minoría, pero una minoría que desconfía de una iniciativa organizada desde
arriba, con una estrategia que recuerda al PSOE de 1982, cuyas promesas de
salir de la OTAN y favorecer a la clase trabajadora se convirtieron finalmente
en la plena integración militar en la alianza atlántica y en políticas de
ajuste dictadas por la UE.
En
un pasado reciente, Pablo Iglesias declaró antes las cámaras los objetivos
irrenunciables de un partido de izquierdas que ganara las elecciones generales
en un país del Sur de Europa: “salir del euro, devaluar la moneda para
favorecer las exportaciones, suspender el pago de la deuda, nacionalizar la
banca para garantizar la inversión y el crédito para las familias y las
pequeñas y medianas empresas, establecer sistemas de control para evitar la
fuga de capitales y para proteger las condiciones de trabajo dignas, ampliar la
titularidad pública a las áreas clave de la economía como la energía, el
transporte, los servicios públicos y todos los demás sectores estratégicos,
iniciar un proceso de reindustrialización mediante inversión pública, apostando
por formas de economía verde y alta tecnología, reformar la fiscalidad con un
criterio altamente progresivo para combatir fraude fiscal”.
En
un alarde de realismo, Pablo Iglesias reconocía que estas medidas podrían
incitar un golpe de estado y, además, resultarían inviables en un solo país,
por lo cual sería imprescindible que los países del Sur de Europa se unieran
para llevar a cabo una transformación tan profunda y radical.
Estoy
completamente de acuerdo con los objetivos enunciados por Pablo Iglesias, pero
me pregunto por qué el programa electoral de Podemos en las elecciones europeas
no menciona ni una sola vez la palabra euro ni plantea salir de la moneda
común. ¿Cuál es entonces el verdadero programa de Podemos? ¿Podemos nos miente
o hace populismo? ¿Es una alternativa real o una maniobra gatopardista del
régimen del 78, que se renueva como lo hizo en 1982 con promesas destinadas a ser
minuciosamente incumplidas? ¿Está traicionando a sus bases? ¿Se han convertido
los círculos en un problema para su estrategia de partido?
Invitar
a los que disienten a salir por la puerta, no me parece ético ni democrático.
Podemos ha rentabilizado el 15-M, pero ahora descubre que el modelo asambleario
es “radicalmente inoperativo”, según palabras de Monedero.
El
discurso de Podemos se ha vuelto blando, difuso, insoportablemente leve. Sin
transparencia ni coraje, despertará más pronto o más tarde un profundo
desencanto, que alimentará la ira, la rabia y el sentimiento de desamparo.
François
Hollande generó esperanza, pero continuó con los recortes y desengañó a sus
electores, abriendo la puerta a Marine Le Pen, populista, xenófoba y partidaria
de la pena de muerte. Que cada uno extraiga sus conclusiones. Me temo que una
vez más pierden los ciudadanos.
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