jueves, 11 de agosto de 2016

LA GRAN MENTIRA DE LA POLITICA ESPAÑOLA


Los grandes imperios mediáticos y económicos están construyendo la realidad de que España y sus ciudadanos necesitan un ejecutivo. Ocultan que hablan de un gobierno determinado favorable a sus intereses y con unas políticas muy concretas.
Han pasado 233 días desde que los españoles acudimos a las urnas el pasado 20 de diciembre. 33 semanas en las que los líderes de los partidos políticos han dicho una cosa y la contraria sin ruborizarse. 5.591 horas de hastío ciudadano que, incrementado con la canícula de agosto, favorecen que se instaure un pensamiento de parte. España necesita gobierno. Pero no un gobierno, sino uno determinado con unos intereses muy particulares.
En el nuevo ciclo político abierto tras el 26 de junio se ha instalado en la agenda pública la necesidad de formar Ejecutivo por encima de cualquier circunstancia antes de acudir a unas terceras elecciones. Para evitar la nueva coyuntura electoral se está presionando al PSOE para que se abstenga y permita gobernar al PP de Mariano Rajoy a pesar de que el partido de Pedro Sánchez tenía como línea principal de su campaña electoral el no frontal al Partido Popular.
La apelación a la responsabilidad institucional y los intereses de España se esgrimen para favorecer una determinada posición que esconde unos intereses concretos muy diferentes a los que tiene la ciudadanía, que a tenor de lo mostrado en las urnas el pasado mes de junio es muy diversa y heterodoxa.
La principal circunstancia que ha impedido que en España haya un gobierno, del color que sea, ha sido la decisión de los ciudadanos en las urnas. Los votantes han elegido un parlamento multicolor con abundancia de diferencias y vetos cruzados. Apelar a que la ciudadanía quiere un gobierno determinado por encima de cualquier otra consideración es hablar de espaldas a las urnas y atribuyendo una portavocía genérica que no es posible.
Si los ciudadanos hubieran querido que Mariano Rajoy gobernara hubieran votado esa opción de forma mayoritaria, sin embargo los datos arrojan una realidad diferente. De los 35 millones de ciudadanos llamados a las urnas 28 millones eligieron una opción distinta a la que ofrecía el PP.
El régimen parlamentario que rige en España dicta la posibilidad de que Rajoy gobierne con su 33% de los votos y sus casi 8 millones de apoyos, pero ésa no es ni mucho menos la opción elegida de forma mayoritaria por los españoles, ni la única posible, ni sobre todo la prioritaria por encima de unas terceras elecciones.
Ese alegato es una posición política, muy particular, pero no es la única aceptable ni la única que evitaría unas terceras elecciones, que parecen ser el mal a evitar según los editoriales cebrianinos. Lo cierto es que los vetos y bloqueos, y las necesidades de conseguir apoyos para gobernar, no tienen nada que ver con la responsabilidad de Estado e institucional, sino que se deben a simples intereses partidistas y un cuidado exquisito de los egos y bienes personales.
El Partido Popular empuja al PSOE con el mantra de la responsabilidad y la sensatez. Pide a Pedro Sánchez que se abstenga para facilitar el gobierno por el bien de España, que necesita un Ejecutivo para afrontar sus compromisos con Europa y no perjudicar más la economía.
Ignoramos dónde estaba la responsabilidad de Estado del PP cuando votó en contra de un acuerdo del PSOE y Ciudadanos para formar gobierno. Un acuerdo que ahora esgrime en 125 puntos coincidentes para acercar a Ferraz a sus postulados.
Parece ser que en marzo la economía no sufría y no había compromisos que cumplir con Europa. Y Rajoy no se toca, todos los partidos coinciden en que su presencia es el mayor obstáculo, pero por encima de España está la carrera profesional del señor Brey.
Ciudadanos ha cambiado su negativa radical a Rajoy por una abstención “responsable”, pero no por los españoles, ni por esa supuesta visión de Estado, sino por el miedo a desaparecer cual CDS sepultados por el voto útil en favor del PP en unas hipotéticas terceras elecciones. Los medios de comunicación de forma mayoritaria, una vez más, alaban a Albert Rivera lo que llevan años criticando del resto de formaciones. Que digan una cosa en campaña y cuando consiguen los apoyos cambien de posición.
Al menos Ciudadanos miente a los electores de forma orgullosa. Fernando de Páramo, secretario de comunicación de Ciudadanos, lanzaba un aviso a navegantes, no les importa la hemeroteca y cambiarán su palabra las veces que haga falta por el bien de los españoles. Aunque no sabemos qué españoles son esos de los que habla a los que se miente por su bien.
El PSOE bastante tiene con soportarse. Lo único coherente que han hecho en la última década es mantener, por ahora, el no a Rajoy. Cualquier lector interesado en política tiene que asistir asombrado a cómo los periodistas más ilustres y los editoriales de los diarios antaño respetados exigen a Pedro Sánchez que rompa el compromiso electoral que firmó con los votantes.
Vivimos tiempos extraños. Años pidiendo desde páginas de periódicos, cadenas de televisión, tribunas académicas y consejos de administración a los políticos que no mientan en campaña y cuando por fin un partido se mantiene en su posición prometida se le presiona para que la cambie.
Víctima de la agenda mediática de esta nueva etapa, el PSOE es a pesar de todo el único responsable de su situación. Sus propios vetos a aceptar abstenciones de independentistas para intentar un gobierno de izquierdas le mantiene anquilosado. Otrora partido de izquierdas, hoy vive acomplejado por la repercusión que tendría acercarse a los independentistas para negociar una salida cordial con los nacionalistas en Cataluña.
Los antiguos compromisos del PSC para convocar un referéndum han sido borrados del ideario socialista, como una nebulosa, para no aceptar que su actual política con Cataluña es un complejo socialista con la posición de la derecha en lo que respecta a la organización territorial.
Pedro Sánchez tiene miedo de desatar la ira furibunda de los medios de masas por “romper España” y ha dejado que Susana Díaz imponga el veto a los nacionalistas para arrinconar al secretario general en una posición imposible y ocupar su lugar cuando fracase. Díaz sabe que imponiendo el veto a los nacionalistas impide un posible acuerdo con Podemos, sabe que sin esos votos no dan los números. Y, mientras, espera silente desde el sur verse despeñar a su compañero con su vara de mando y pajes a los flancos.
Aunque todo esto no sería posible sin Podemos. El verdadero stopper de la constitución de gobierno. Si no existe un Ejecutivo es por el partido de Pablo Iglesias, que tras el golpe sufrido en las pasadas elecciones asiste en cuarto plano a la constitución de una legislatura que impide con su simple existencia. Iglesias atusa sus barbas esperando un paso en falso del PSOE sabiendo que su mera abstención pone a Podemos en una situación privilegiada. La oposición ante el gobierno de la casta. Término que sería convenientemente recuperado. 
          La ocasión sería propicia: PP y Ciudadanos gobernando con la connivencia del PSOE. Casi el sueño húmedo de Pablo Iglesias, que preferiría una gran coalición que los dejara como única alternativa. Sin Podemos, sin Pablo Iglesias, el PSOE ya habría negociado una abstención técnica, si no la Große Koalition. Pero la amenaza por la izquierda los mantiene atemorizados y atenazados.

El miedo ganó en las pasadas elecciones. Unos comicios polarizados favorecieron la pervivencia del statu quo y que los intereses del establishment permanecieran a salvo. Al miedo se le está sumando el hartazgo, y los creadores de la agenda son conscientes de los réditos que otorga manejar estos sentimientos en su propio interés.
No es cierto que España necesite gobierno, este gobierno. Existen muchas alternativas que los que no están interesados en ellas se encargan de que parezcan imposibles o perjudiciales. Nos están engañando. España no necesita un gobierno. Su España necesita este gobierno.

lunes, 1 de agosto de 2016

¿EXISTE REALMENTE LA CLASE MEDIA?


El espejismo de la clase media es su creencia casi ciega, de que en la sociedad capitalista actual se produce su desclasamiento y, por lo tanto, su alejamiento de los estratos más bajos de la estructura social.
En la media se está por encima del empobrecido, y de las empobrecidas, a quienes se mira con cierta suficiencia e incluso cierto desprecio por su consideración de inferior. Es posible que la razón principal de esta visión y actitud radique en el temor a caer en ese inseguro y precario territorio social de la pobreza.
Por el contrario, se mira hacia arriba con cierta envidia, pero desde el convencimiento íntimo y profundo de que por mucho que el capitalismo diga que es factible, es casi imposible el ascenso a la selecta clase de “los de arriba”. Y ante esa inseguridad permanente, la clase media se pretende a sí misma, se piensa fuera del sistema de clases, se desclasa en su espejismo.
Para ello, con ese fin del desclasamiento, es importante acomodarse en el refugio del crecimiento continuo, el desarrollo individual y el bienestar egocéntrico. Y todo ello en la inmediatez del presente. Se obviará el pasado, al considerar el mismo como vano, inútil; pero se ignorará igualmente el futuro, por la incertidumbre a la que éste aboca. Y así, no se planifica para las generaciones futuras, ni tan siquiera para los propios años venideros de cada uno, sino para el momento; el famoso eslogan de vive el momento, sin mirar atrás ni al futuro lejano, se hace consigna.
Por supuesto, el sistema dominante hoy, especialmente en los términos económicos y políticos, pero también sociales y culturales, opera y empuja hacia estas creencias y actitudes ante la vida; persigue que se interioricen y se sientan como algo natural. Porque además, el capitalismo nos dice por infinidad de medios que ya no hay clases. Y la idea contraria se dibuja como algo viejo, obsoleto, como una visión anclada en el siglo pasado y, por lo tanto, impropia de las sociedades modernas a las que ya pertenecemos todos y todas en este siglo veintiuno. De esta forma, éste conseguirá que esa amplia clase media se constituya en conservadora desde su pretendido desclasamiento para mantener lo que tiene, lo que considera ya su privilegio y, por lo tanto, se construya como fuerza sustentadora del sistema dominante.
La fase actual del capitalismo, la que se corresponde con los últimos 40 años, la neoliberal, va ligada directamente al consumismo y al individualismo. Y estos factores definidores se desarrollan especialmente en el seno de la clase media, de una forma un tanto esquizofrénica. Evidentemente, las clases empobrecidas difícilmente entran en esta situación, y para las clases altas es su modo de vida natural.
Así, la sociedad del bienestar se conjuga con consumo permanente y esta clase media será quien mejor asuma e integre en sí misma este postulado. Por eso se aferrará, conservadoramente, al concepto dominante de bienestar individual como fin último de la vida, y no al buen vivir colectivo. Es su elemento, nuevamente como espejo falso, de su hipotético proceso de desclasamiento.
Sin embargo, también en estos últimos 40 años hemos podido comprobar que el neoliberalismo es como Roma, “no paga a traidores”. Cuando ese neoliberalismo económico pasa a someter plenamente al ámbito de lo político, imponiendo sus programas de austeridad, ajustes estructurales, privatizaciones y recortes de derechos, una gran parte de esta clase media conformista, plenamente conservadora o levemente reformista, se verá zarandeada sin compasión y muchos miles de sus miembros, aquellos que se pensaron fuera del sistema de clases y a salvo en su individualismo, comprobarán que no solo no lo eran o estaban, sino que pasan a engrosar la clase empobrecida, la clase trabajadora precarizada.
Durante los años noventa del siglo pasado, en la que se conoció como década perdida, América Latina sufrió la imposición sin miramientos de esas medidas de austeridad. Resultados y consecuencias graves de éstas fueron muchas, pero para lo que nos ocupa, subrayar como la delgada clase media que entonces existía en ese continente, prácticamente se esqueletizó hasta casi desaparecer. En su inmensa mayoría fue arrojada inmisericordemente al empobrecimiento.
No sería hasta muy recientemente, precisamente como resultado del llamado periodo progresista en ese continente cuando esta clase inicia su recuperación y, gracias a las medidas posneoliberales y al mejor reparto de la riqueza en muchos países, se ha engrosado con varios millones de personas (en algunos países se registran tasas de disminución de la pobreza de hasta más de 20 puntos). Y, precisamente, poniendo por un momento la atención en este periodo de transformación social actual en América Latina y en ese nuevo florecimiento de la clase media, posiblemente uno de los mayores riesgos que hoy se dan, es nuevamente que resurja ese espejismo del desclasamiento, de la aparente despolitización de la clase y su reversión al conservadurismo ante la incertidumbre de seguir profundizando los procesos de transformación.
Quizás esto tenga que ver con el hecho de que este periodo de cambios ha trabajado principalmente en las condiciones políticas y sociales, sin actuar tanto sobre las económicas, culturales y de valores, en suma, sobre el sistema de ideas (ideología), que no se alteran respecto a las introducidas o interiorizadas anteriormente por el capitalismo neoliberal.
En el mismo sentido, de alguna forma algunos de estos mismos procesos descritos rápidamente para el continente americano, con sus características propias los hemos podido ver en los últimos años en la llamada Europa del sur.
El sistema neoliberal contó que todos y todas éramos (des)clase media, orientada al bienestar mediante el consumo, el individualismo y la inmediatez. Pero con la excusa de la crisis económica las medidas de austeridad nos “despertaron a la pesadilla”. Miles y miles de personas perdieron el trabajo y con ello su nivel de vida que pensaron perpetuo; hay además otros miles que con trabajos precarios y mal pagados, hoy tampoco pueden llegar con dignidad a fin de mes.
Los y las desclasadas, de repente, comprendimos que en la sociedad capitalista, se pinte como se pinte, con unos u otros matices, hay clases, y el corazón de dicho sistema es duro y frío para con quienes no están en su cúspide.
Evidentemente, en este contexto, hoy resulta urgente que esas miles de personas, hombres y mujeres que se pensaron fuera del sistema de clases y hoy descubren que fue un espejismo creado por el mismo para su mantenimiento, recuperen la consciencia de quién se es y qué lugar se ocupa en la sociedad y si eso es justo y/o cambiable. Por esto último, también reconocerse en el hecho innegable de ser sujetos políticos activos para la transformación, abriendo así la puerta a verdaderos procesos que impidan seguir profundizando en la desigualdad social y el empobrecimiento de las grandes mayorías.