El
espejismo de la clase media es su creencia casi ciega, de que en la sociedad
capitalista actual se produce su desclasamiento y, por lo tanto, su alejamiento
de los estratos más bajos de la estructura social.
En
la media se está por encima del empobrecido, y de las empobrecidas, a quienes
se mira con cierta suficiencia e incluso cierto desprecio por su consideración
de inferior. Es posible que la razón principal de esta visión y actitud radique
en el temor a caer en ese inseguro y precario territorio social de la pobreza.
Por
el contrario, se mira hacia arriba con cierta envidia, pero desde el
convencimiento íntimo y profundo de que por mucho que el capitalismo diga que
es factible, es casi imposible el ascenso a la selecta clase de “los de
arriba”. Y ante esa inseguridad permanente, la clase media se pretende a sí
misma, se piensa fuera del sistema de clases, se desclasa en su espejismo.
Para
ello, con ese fin del desclasamiento, es importante acomodarse en el refugio
del crecimiento continuo, el desarrollo individual y el bienestar egocéntrico.
Y todo ello en la inmediatez del presente. Se obviará el pasado, al considerar
el mismo como vano, inútil; pero se ignorará igualmente el futuro, por la
incertidumbre a la que éste aboca. Y así, no se planifica para las generaciones
futuras, ni tan siquiera para los propios años venideros de cada uno, sino para
el momento; el famoso eslogan de vive el momento, sin mirar atrás ni al futuro
lejano, se hace consigna.
Por
supuesto, el sistema dominante hoy, especialmente en los términos económicos y
políticos, pero también sociales y culturales, opera y empuja hacia estas
creencias y actitudes ante la vida; persigue que se interioricen y se sientan
como algo natural. Porque además, el capitalismo nos dice por infinidad de
medios que ya no hay clases. Y la idea contraria se dibuja como algo viejo,
obsoleto, como una visión anclada en el siglo pasado y, por lo tanto, impropia
de las sociedades modernas a las que ya pertenecemos todos y todas en este
siglo veintiuno. De esta forma, éste conseguirá que esa amplia clase media se
constituya en conservadora desde su pretendido desclasamiento para mantener lo
que tiene, lo que considera ya su privilegio y, por lo tanto, se construya como
fuerza sustentadora del sistema dominante.
La
fase actual del capitalismo, la que se corresponde con los últimos 40 años, la
neoliberal, va ligada directamente al consumismo y al individualismo. Y estos
factores definidores se desarrollan especialmente en el seno de la clase media,
de una forma un tanto esquizofrénica. Evidentemente, las clases empobrecidas
difícilmente entran en esta situación, y para las clases altas es su modo de
vida natural.
Así,
la sociedad del bienestar se conjuga con consumo permanente y esta clase media
será quien mejor asuma e integre en sí misma este postulado. Por eso se
aferrará, conservadoramente, al concepto dominante de bienestar individual como
fin último de la vida, y no al buen vivir colectivo. Es su elemento, nuevamente
como espejo falso, de su hipotético proceso de desclasamiento.
Sin
embargo, también en estos últimos 40 años hemos podido comprobar que el
neoliberalismo es como Roma, “no paga a traidores”. Cuando ese neoliberalismo
económico pasa a someter plenamente al ámbito de lo político, imponiendo sus
programas de austeridad, ajustes estructurales, privatizaciones y recortes de
derechos, una gran parte de esta clase media conformista, plenamente
conservadora o levemente reformista, se verá zarandeada sin compasión y muchos
miles de sus miembros, aquellos que se pensaron fuera del sistema de clases y a
salvo en su individualismo, comprobarán que no solo no lo eran o estaban, sino
que pasan a engrosar la clase empobrecida, la clase trabajadora precarizada.
Durante
los años noventa del siglo pasado, en la que se conoció como década perdida,
América Latina sufrió la imposición sin miramientos de esas medidas de
austeridad. Resultados y consecuencias graves de éstas fueron muchas, pero para
lo que nos ocupa, subrayar como la delgada clase media que entonces existía en
ese continente, prácticamente se esqueletizó hasta casi desaparecer. En su
inmensa mayoría fue arrojada inmisericordemente al empobrecimiento.
No
sería hasta muy recientemente, precisamente como resultado del llamado periodo
progresista en ese continente cuando esta clase inicia su recuperación y,
gracias a las medidas posneoliberales y al mejor reparto de la riqueza en
muchos países, se ha engrosado con varios millones de personas (en algunos
países se registran tasas de disminución de la pobreza de hasta más de 20
puntos). Y, precisamente, poniendo por un momento la atención en este periodo
de transformación social actual en América Latina y en ese nuevo florecimiento
de la clase media, posiblemente uno de los mayores riesgos que hoy se dan, es
nuevamente que resurja ese espejismo del desclasamiento, de la aparente
despolitización de la clase y su reversión al conservadurismo ante la
incertidumbre de seguir profundizando los procesos de transformación.
Quizás
esto tenga que ver con el hecho de que este periodo de cambios ha trabajado
principalmente en las condiciones políticas y sociales, sin actuar tanto sobre
las económicas, culturales y de valores, en suma, sobre el sistema de ideas
(ideología), que no se alteran respecto a las introducidas o interiorizadas
anteriormente por el capitalismo neoliberal.
En
el mismo sentido, de alguna forma algunos de estos mismos procesos descritos
rápidamente para el continente americano, con sus características propias los
hemos podido ver en los últimos años en la llamada Europa del sur.
El
sistema neoliberal contó que todos y todas éramos (des)clase media, orientada
al bienestar mediante el consumo, el individualismo y la inmediatez. Pero con
la excusa de la crisis económica las medidas de austeridad nos “despertaron a
la pesadilla”. Miles y miles de personas perdieron el trabajo y con ello su
nivel de vida que pensaron perpetuo; hay además otros miles que con trabajos
precarios y mal pagados, hoy tampoco pueden llegar con dignidad a fin de mes.
Los
y las desclasadas, de repente, comprendimos que en la sociedad capitalista, se
pinte como se pinte, con unos u otros matices, hay clases, y el corazón de
dicho sistema es duro y frío para con quienes no están en su cúspide.
Evidentemente,
en este contexto, hoy resulta urgente que esas miles de personas, hombres y
mujeres que se pensaron fuera del sistema de clases y hoy descubren que fue un
espejismo creado por el mismo para su mantenimiento, recuperen la consciencia
de quién se es y qué lugar se ocupa en la sociedad y si eso es justo y/o
cambiable. Por esto último, también reconocerse en el hecho innegable de ser
sujetos políticos activos para la transformación, abriendo así la puerta a
verdaderos procesos que impidan seguir profundizando en la desigualdad social y
el empobrecimiento de las grandes mayorías.
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