Entre las desgracias
que dejó el imperio español en los países latinoamericanos la peor fue
entregarlos a las fauces del estadounidense.
En
1977, Venezuela era un hermoso país convertido en el patio trasero de Estados
Unidos. Tenía la fortuna de poseer un tesoro en petróleo, la quinta reserva
mundial, y ese es el único objetivo del Departamento de Estado de EEUU.
Venezuela,
que disfrutaba de la renta petrolera más alta de Latinoamérica y que aquel año
solo tenía 12 millones de habitantes, mantenía al 70% de sus habitantes en la
pobreza. Unas escuálida clase media y pequeña burguesía, reaccionarias,
ignorantes y bobaliconamente admiradoras del imperio del norte, que se
beneficiaban de las migajas que dejaban en el país las grandes petroleras,
estaban egoístamente contentas con poder comprarse enormes carros
norteamericanos que consumían petróleo como si fuese aire, enormes frigoríficos
y enormes chalets en las urbanizaciones que rodeaban Caracas. Enviaban a sus
hijos a estudiar a Estados Unidos, se operaban allí de cualquier enfermedad y
se cambiaban la cara periódicamente, deslumbradas por la técnica, el avance y
la riqueza de su imperio. Y votaban
alternativamente a uno de los dos grandes partidos que se repartían el exiguo
poder que les dejaba el Departamento de Estado de EEUU: Copei y Adeco.
Mientras,
los trabajadores vivían en la pobreza, en la miseria y en la extrema miseria.
Alrededor de Caracas, trepando en los cerros del Monte Ávila, se hacinaban
inmundas chabolas que llamaban ranchitos, sin agua ni letrinas, que enchufaban
la corriente directamente de los postes de alta tensión de la carretera.
En
los “ranchitos de cartón” que cantaba Soledad Bravo, con techos de palmas,
anidaban insectos que transmitían el mal de Chagas, no tenían más equipamiento
que unos chinchorros para dormir y un hornillo de queroseno. Los niños estaban
descalzos y desnudos, con los vientres abultados, y tenía uno de los índices
más altos de mortalidad infantil de Latinoamérica.
La
primera causa de mortalidad femenina era el parto en el campo y el aborto
provocado en las ciudades. Enormes extensiones en poblaciones rurales y
pequeñas ciudades no tenían médicos ni ambulatorios, la mitad de la población
era analfabeta, mientras las antenas de televisión eran un bosque en los
tejados de los ranchitos. El alcoholismo y el juego sustituían en los hombres a
la escuela, la cultura y el deporte.
Una
izquierda esforzada y valiente, sistemáticamente perseguida por los gobiernos
de turno que detenía a sus militantes, los torturaba, los encarcelaba en
infames prisiones y los hacía desaparecer cuando convenía, denunciaba
continuamente este horrible reparto de la riqueza e intentaba revertirlo con
programas de mínima justicia social. Una parte de ella, el Partido Comunista
entre otros, mantenía una actividad legal y se presentaba a elecciones que era imposible que ganara según la ley
electoral y los recursos de que disponía. Otro sector, desesperado e impotente
ante aquella situación, decidió embarcarse en la guerrilla. Durante veinte años
penó en las peores condiciones, sin gente, sin recursos, sin armas, en la
selva, intentando enrolar en la revolución a campesinos que no sabían más que
sobrevivir.
Venezuela
sufría uno de los peores gobiernos que ha padecido, el de Carlos Andrés Pérez.
Ministro del Interior con el dictador Pérez Jiménez, había perseguido a los
guerrilleros como a alimañas, los había hecho detener, torturar y desaparecer,
sistemáticamente. Concluida la dictadura se había adscrito a los adecos, que
fingían ser socialdemócratas, y habían firmado el Pacto de Punto fijo con los
de Copei, democristianos, para evitar que en ningún caso el Partido Comunista
llegase al poder, y así se distribuían los gobiernos, alternativamente.
Carlos
Andrés Pérez persiguió a comunistas y guerrilleros con ferocidad. Se les
asesinó en las calles y en las comisarías, y nunca se encontraron los cadáveres
ni se celebraron juicios contra los responsables. En miles se calculan las
víctimas, más que bajo la dictadura de Pérez Jiménez.
Eran
los tiempos en que los presidentes de Estados Unidos, y los de España, estaban
tan contentos con los mandatarios venezolanos. Las relaciones políticas y
económicas no podían ser mejores. Las visitas de unos y otros se menudeaban
para felicitarse mutuamente. Felipe González tenía como mentor a Carlos Andrés
Pérez, de quien aprendió a organizar los GAL. Y Nixon consideraba su amigo al
presidente venezolano.
No
era para menos. Las grandes compañías petroleras estadounidenses disponían del
oro negro venezolano a su antojo. La ficción de que se nacionalizó, de la que
tanto presumía Pérez, no significó beneficio alguno para la población
trabajadora. El petróleo bajo la tierra no tiene utilidad alguna, como lo
demuestran los millones de años que tardamos en saber cómo utilizarlo. El
petróleo ha de extraerse, refinarse y transportarse, y todos esos procesos de
producción los llevaban a cabo Caribbean Petroleum, British Controlled
Oilfields, Colon Development Co., Venezuelan Oil Concesions, Standard Oil
(Creole) y Gulf Oil Comporation (Mene
Grande) Era cuando el bolívar se cambiaba a 6 dólares por unidad.
Mientras
tanto, los trabajadores que entregaban su plus valía a los consorcios
internacionales, vivían y morían en los ranchitos. Las mujeres también, presas
de una política natalicia prehistórica, con diez y quince y veinte, y hasta
treinta hijos por mujer adulta.
El
pueblo estaba hambriento y desorientado, pero no muerto. Se producían huelgas y
rebeliones periódicas, que eran reprimidas salvajemente por las fuerzas del
orden, pero que seguían incubando la rabia y el deseo de justicia.
Carlos
Andrés Pérez, que en 1988 había ganado las elecciones por el 52’9 % de los
votos, prometiendo justicia social y reparto de la riqueza, se entregó sin
condiciones a los propósitos del Fondo Monetario Internacional, al que se le
llamó “Paquete Económico”, concebido para mantener la economía del país dentro
del modelo neoliberal. La liberación de precios y la eliminación del control de
cambio generaron inmediatamente más hambre y desempleo.
Entre
otras medidas liberales, el gobierno decretó la liberación de los precios de
todos los productos a excepción de 18 renglones de la cesta básica. Incrementó
las tarifas de servicios públicos como teléfono, agua potable, electricidad y
gas doméstico y de los precios de productos derivados del petróleo, con un
primer aumento promedio del 100% en el precio de la gasolina y las tarifas del
transporte público en un 30%.
Y
el pueblo salió a la calle a protestar. El Caracazo o Sacudón comenzó el 27 de
febrero y terminó el 8 de marzo de 1989 en la ciudad de Caracas. La masacre
ocurrió el día 28 de febrero cuando fuerzas de seguridad de la Policía
Metropolitana, Fuerzas Armadas del Ejército y de la Guardia Nacional salieron a
las calles a controlar la situación.
Aunque
las cifras oficiales reportan 276 muertos y numerosos heridos, algunos reportes
extraoficiales hablan de más de 300 personas fallecidas y 2.000 desaparecidas.
Otros informadores han dicho que serían más de 2.000 los muertos e incontables
los desaparecidos.
Entre
el 27 de febrero y el 6 de marzo de 1989, el ejecutivo envió 4.000 tanquetas para acabar con la rebelión. El
Ejército y la policía usaron unos 4 millones de balas para reprimir al pueblo.
En el Cementerio General del Sur, al oeste de Caracas, hay un sector conocido
como “La Peste”, porque durante “El Caracazo” allí eran llevados y amontonados
por días los cuerpos de los civiles asesinados en los barrios. Luego eran
enterrados en fosas comunes. En “La Peste” recientemente las autoridades
encontraron una fosa común con 70 cuerpos no identificados. No estaban
incluidos en la lista oficial del Gobierno de Carlos Andrés Pérez.
Mientras
tanto, los dirigentes políticos, Pérez, Herrera Campins, Caldera, Lusinchi,
estaba inmersos en la más descarada corrupción. Los capitales salían del país
sin control alguno, ninguna obra se realizaba sin pagar la coima
correspondiente a los gobiernos, a las alcaldías, a los diputados, a los
senadores. Tal era la evidencia de comisiones y prevaricaciones que al final Carlos Andrés Pérez fue procesado y
encarcelado.
Mientras
tanto, al contrario que en otros países latinoamericanos, el ejército
venezolano al que se utilizaba por el poder civil para reprimir al pueblo, no
era elitista. Estaba compuesto mayoritariamente por clases trabajadoras y se
sentía cada vez más incómodo por su papel genocida. De ahí surge el
comandante Hugo Chávez Frías y sus
camaradas de promoción, que provenían de
clases trabajadoras pobres. Y por ello su intento de golpe de Estado en 1992.
Nada
de todo esto se lo cuentan a los lectores los caritativos defensores de
derechos humanos, Felipe González, Alberto Rivera, y sus medios de
comunicación, que trabajan para que el régimen político y económico de Pérez y
sus secuaces se implante otra vez en Venezuela.
En
un mínimo resumen, de estos acontecimientos arranca el gobierno bolivariano Pero esa es otra
historia que merece otro artículo.
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