Me preguntaba un amigo por WhatsApp que qué me pasa con el Black Friday. Intentaré explicárselo aquí: el
virus zombi del consumismo se extiende entre nuestra población mientras las
alarmas terroristas siguen ignorando este terrible fenómeno que afecta, según
expertos a ojo de buen cubero, a más de
8 de cada 10 seres humanos del Mundo Libre. Nadie sabe a ciencia cierta
cómo se originó ni por qué se ha hecho tan poco esfuerzo en combatir su voraz
expansión.
Algunos
expertos sitúan la fecha del descubrimiento de la primera cepa venérea en 1492,
cuando se empezó a intercambiar esclavos por plata en las Américas, ya que en
alguno de esos intercambios del “comercio triangular” se pudo colar o
desarrollar por contacto no deseado.
Otros
le otorgan más importancia a lo acontecido en 1776, cuando un tal Adam Smith
publicaba La Riqueza de las Naciones, ayudando y promoviendo lo que por aquel
entonces aún pudieron pensar era una infección benigna.
El
tema es que ya desde el año de Nuestro Señor de 1989, momento en el que la
escasa población que quedaba aislada detrás de un muro de contención en Berlín
entró dentro de los cauces del comercio mundial, el virus zombi del consumismo no tiene problemas para expandirse por
todo el Mundo Libre, ni límites de género, edad o raza.
Se
contagia por el aire, por las palabras escritas, por las palabras habladas. Los
periódicos, los programas políticos, las noticias en televisión, los cuchicheos
de la vecina, no hay escapatoria. Uno puede contagiarse por sus cinco sentidos.
Y
lo peor no es que no exista cura (hay pequeños colectivos de resistencia
cooperativa luchando aquí y allá de forma internacionalista y solidaria con
aquellos que han sobrevivido al contagio para ver si es posible desarrollar una
vacuna efectiva), sino que, peor aún, la
mayor parte de los afectados no quiere recibir tratamiento o,
sencillamente, ignoran que también están infectados. Al fin y al cabo, la
indiferencia hacia los que antes eran sus semejantes es una característica
básica en los afectados por el virus zombi del consumismo (a partir de ahora,
ViZCo).
Los
síntomas son sencillos: todo empieza con una pequeña compra de artículos que no
son de primera ni de segunda (ni de tercera) necesidad, lo cual desata los
propulsores de serotonina al máximo, pero causando también que poco a poco se
vean deteriorados a medida que la persona afectada va llenando su armario de
objetos inservibles, muchos de los cuales jamás llega a desembalar.
La producción de adrenalina
también desciende de forma inversamente proporcional al consumo,
desarrollando el individuo una tolerancia a la sensación eufórica que en un principio
le causaban los artículos que iba adquiriendo, de un modo similar a como se
crea la tolerancia a ciertas drogas.
Y
por último, la capacidad de raciocinio y el espíritu crítico van mermando a
medida que el afectado compra, poseído por una sed insaciable de productos que
le proporcionan cada vez menos y menos placer.
Rayos
catódicos y prensa amarilla empiezan a afectar a los neurotransmisores y el
sujeto al poco se convierte en un pelele sin alma que vaga con ojos vidriosos
sin objetivo vital aparente. El paciente
deja de actuar como un ser humano libre y finalmente pasa al reino de los
no-vivos, en apariencia igual que cualquier hijo de vecino, pero realmente
vacío en el interior.
No
obstante, las pulsiones vitales de los afectados por el ViZCo se dispararán
ante la inminente llegada de fenómenos como el que estamos viviendo estas semanas, por
lo que debemos extremar las precauciones.
Con
la liberalización de los horarios de los establecimientos comerciales (lo cual
destapa que quienes nos gobiernan tienen intereses muy importantes con respecto
a la propagación del virus), llegó a
nuestras fronteras el conocido como Black Friday, una pérfida técnica exportada
desde uno de los focos de la infección, los EEUU, que emplea mecanismos que
son altamente atractivos para los infectados, tales como luces de colores,
escaparates tamaño fachada, maniquíes que incitan a perder el apetito y
autolesionarse y números de dos cifras rotulados muy grandes junto con el
símbolo %.
Otra
gala auspiciada por aquellos que guardan oscuros motivos para apoyar la
expansión del ViZCo es la Barcelona Shopping Night, que se celebrará el 3
diciembre y que ya va por la sexta edición, escondiendo entre purpurina, dorado
y palabras sin significado como “glamour” o “sofisticado”, la ignominiosa
intención de hacer crecer el número de afectados por el virus.
Mientras que el Black Friday
busca estimular la voracidad dormida de los infectados
mediante falsas ofertas y tocomochos de lo más burdo por todas las tiendas del
país, la estrategia de la BCN Shopping Night es, si cabe, más abstracta.
Consiste
en llenar el Passeig de Gracia, una de las arterias principales de la ciudad
condal con perfume pachulí y deep house del barato, emanado desde las tiendas,
las cuales abrirán en horarios en los que, normalmente, la gente tiene cosas
mucho mejores que hacer que irse de compras.
Esto es, de bien entrada la madrugada.
Vamos
a ver, estaremos de acuerdo en que hay que tener muy poco que hacer como para
irse a comprar ropa por la noche, y el abarrotamiento de la calle modernista
por antonomasia sólo podría explicarse si estamos de acuerdo en que
prácticamente todas las 60 mil personas que la organización se jactó de haber
congregado el año pasado estaban afectadas de pies a cabeza por el ViZCo,
porque la gente de noche normalmente o bien duerme o sale a bailar, a hacer
maldades, a ligar o a olvidar la miserable existencia mundana a la que le han
condenado.
Considerando
que toda la parafernalia de la BCN Shopping Night no esconde ningún tipo de
significado oculto y la gente que, amontonada
en imposibles colas que vuelven el aire irrespirable, va allí única y
exclusivamente a comprar, tenemos que deducir que están todas irremediablemente
muertas. Guárdense de asistir a estas celebraciones del mundo de los muertos
vivientes si no quieren verse peligrosamente expuestos al contagio.
Entre
los efectos secundarios del virus también se han observado fenómenos que aún
son objeto de estudio como el clasismo indisimulado, el sexismo mudo o el
fetichismo empaquetado.
Pero
el ViZCo es peligroso porque además, como zombis sedientos de sangre (no nos
olvidemos de que al fin y al cabo se trata de un proceso de zombificación), no
vemos como realmente devoramos al prójimo. Es un festejo gore donde las
vísceras y la casquería se quedan en Dacca, en Sao Paulo, en Karachi, en
Marruecos, en Ghana o en Nigeria.
Pero
no por que no podamos ver las tripas de nuestras víctimas el virus resulta menos nocivo o mortal. De hecho, su gran virtud es
que al cegar a aquellos afectados por la voracidad insaciable del consumo, les
impide ver hasta qué punto y forma están devorando a sus prójimos.