lunes, 30 de noviembre de 2015

EL VIRUS ZOMBI DEL CONSUMISMO

Me preguntaba un amigo por WhatsApp que qué me pasa con el Black Friday. Intentaré explicárselo aquí: el virus zombi del consumismo se extiende entre nuestra población mientras las alarmas terroristas siguen ignorando este terrible fenómeno que afecta, según expertos a ojo de buen cubero, a más de 8 de cada 10 seres humanos del Mundo Libre. Nadie sabe a ciencia cierta cómo se originó ni por qué se ha hecho tan poco esfuerzo en combatir su voraz expansión.

Algunos expertos sitúan la fecha del descubrimiento de la primera cepa venérea en 1492, cuando se empezó a intercambiar esclavos por plata en las Américas, ya que en alguno de esos intercambios del “comercio triangular” se pudo colar o desarrollar por contacto no deseado.

Otros le otorgan más importancia a lo acontecido en 1776, cuando un tal Adam Smith publicaba La Riqueza de las Naciones, ayudando y promoviendo lo que por aquel entonces aún pudieron pensar era una infección benigna.

El tema es que ya desde el año de Nuestro Señor de 1989, momento en el que la escasa población que quedaba aislada detrás de un muro de contención en Berlín entró dentro de los cauces del comercio mundial, el virus zombi del consumismo no tiene problemas para expandirse por todo el Mundo Libre, ni límites de género, edad o raza.

Se contagia por el aire, por las palabras escritas, por las palabras habladas. Los periódicos, los programas políticos, las noticias en televisión, los cuchicheos de la vecina, no hay escapatoria. Uno puede contagiarse por sus cinco sentidos.

Y lo peor no es que no exista cura (hay pequeños colectivos de resistencia cooperativa luchando aquí y allá de forma internacionalista y solidaria con aquellos que han sobrevivido al contagio para ver si es posible desarrollar una vacuna efectiva), sino que, peor aún, la mayor parte de los afectados no quiere recibir tratamiento o, sencillamente, ignoran que también están infectados. Al fin y al cabo, la indiferencia hacia los que antes eran sus semejantes es una característica básica en los afectados por el virus zombi del consumismo (a partir de ahora, ViZCo).

Los síntomas son sencillos: todo empieza con una pequeña compra de artículos que no son de primera ni de segunda (ni de tercera) necesidad, lo cual desata los propulsores de serotonina al máximo, pero causando también que poco a poco se vean deteriorados a medida que la persona afectada va llenando su armario de objetos inservibles, muchos de los cuales jamás llega a desembalar.

La producción de adrenalina también desciende de forma inversamente proporcional al consumo, desarrollando el individuo una tolerancia a la sensación eufórica que en un principio le causaban los artículos que iba adquiriendo, de un modo similar a como se crea la tolerancia a ciertas drogas.

Y por último, la capacidad de raciocinio y el espíritu crítico van mermando a medida que el afectado compra, poseído por una sed insaciable de productos que le proporcionan cada vez menos y menos placer. 
   
Rayos catódicos y prensa amarilla empiezan a afectar a los neurotransmisores y el sujeto al poco se convierte en un pelele sin alma que vaga con ojos vidriosos sin objetivo vital aparente. El paciente deja de actuar como un ser humano libre y finalmente pasa al reino de los no-vivos, en apariencia igual que cualquier hijo de vecino, pero realmente vacío en el interior.

No obstante, las pulsiones vitales de los afectados por el ViZCo se dispararán ante la inminente llegada de fenómenos como el que  estamos viviendo estas semanas, por lo que debemos extremar las precauciones.  
    
Con la liberalización de los horarios de los establecimientos comerciales (lo cual destapa que quienes nos gobiernan tienen intereses muy importantes con respecto a la propagación del virus), llegó a nuestras fronteras el conocido como Black Friday, una pérfida técnica exportada desde uno de los focos de la infección, los EEUU, que emplea mecanismos que son altamente atractivos para los infectados, tales como luces de colores, escaparates tamaño fachada, maniquíes que incitan a perder el apetito y autolesionarse y números de dos cifras rotulados muy grandes junto con el símbolo %.

Otra gala auspiciada por aquellos que guardan oscuros motivos para apoyar la expansión del ViZCo es la Barcelona Shopping Night, que se celebrará el 3 diciembre y que ya va por la sexta edición, escondiendo entre purpurina, dorado y palabras sin significado como “glamour” o “sofisticado”, la ignominiosa intención de hacer crecer el número de afectados por el virus.

Mientras que el Black Friday busca estimular la voracidad dormida de los infectados mediante falsas ofertas y tocomochos de lo más burdo por todas las tiendas del país, la estrategia de la BCN Shopping Night es, si cabe, más abstracta.

Consiste en llenar el Passeig de Gracia, una de las arterias principales de la ciudad condal con perfume pachulí y deep house del barato, emanado desde las tiendas, las cuales abrirán en horarios en los que, normalmente, la gente tiene cosas mucho mejores que hacer que irse de compras.  Esto es, de bien entrada la madrugada.

Vamos a ver, estaremos de acuerdo en que hay que tener muy poco que hacer como para irse a comprar ropa por la noche, y el abarrotamiento de la calle modernista por antonomasia sólo podría explicarse si estamos de acuerdo en que prácticamente todas las 60 mil personas que la organización se jactó de haber congregado el año pasado estaban afectadas de pies a cabeza por el ViZCo, porque la gente de noche normalmente o bien duerme o sale a bailar, a hacer maldades, a ligar o a olvidar la miserable existencia mundana a la que le han condenado.
      
Considerando que toda la parafernalia de la BCN Shopping Night no esconde ningún tipo de significado oculto y la gente que, amontonada en imposibles colas que vuelven el aire irrespirable, va allí única y exclusivamente a comprar, tenemos que deducir que están todas irremediablemente muertas. Guárdense de asistir a estas celebraciones del mundo de los muertos vivientes si no quieren verse peligrosamente expuestos al contagio.

Entre los efectos secundarios del virus también se han observado fenómenos que aún son objeto de estudio como el clasismo indisimulado, el sexismo mudo o el fetichismo empaquetado.

Pero el ViZCo es peligroso porque además, como zombis sedientos de sangre (no nos olvidemos de que al fin y al cabo se trata de un proceso de zombificación), no vemos como realmente devoramos al prójimo. Es un festejo gore donde las vísceras y la casquería se quedan en Dacca, en Sao Paulo, en Karachi, en Marruecos, en Ghana o en Nigeria.


Pero no por que no podamos ver las tripas de nuestras víctimas el virus resulta menos nocivo o mortal. De hecho, su gran virtud es que al cegar a aquellos afectados por la voracidad insaciable del consumo, les impide ver hasta qué punto y forma están devorando a sus prójimos.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

CANTEMOS TODOS LA MARSELLESA

Paris en estos días no es una fiesta, muchos desean que lo siga siendo como desafió a los terroristas. París no se rinde, es una ciudad que ha sabido resistir, por ejemplo resistió a los versalleses vendidos a los enemigos del país en tiempos de la gloriosa comuna. Ahora la resistencia se hace de otra manera, se sale a la calle, se ponen flores en los sitios castigados por los terroristas, las velitas iluminan la ciudad de la luz, “La ville Luniere”, las terrazas y los restaurantes se llenan de jóvenes que para mostrar que no tienen miedo beben, cantan y bailan, también se abrazan y lloran.

Los jóvenes han sido las victimas del terrorismo Parisino, iban a por ellos y 130 muertos no son pocos. Quedaran para siempre gravadas en nuestro recuerdo las imágenes terribles de la noche trágica que vivimos sobrecogidos de terror, no lo olvidaremos, esos jóvenes podían haber sido mis hijos o mis nietos, los hijos y nietos de todo el mundo.

Por las calles y plazas, en escuelas y  parvularios, en actos deportivos o culturales suena la Marsellesa. La gente entona este himno vibrante para así dominar su angustia y mostrar que juntos nada les da miedo.

La marsellesa es el himno francés. Durante la Revolución francesa la patria estaba en peligro, Francia debía proteger sus fronteras y los logros de una revolución que empezaba, la Europa de los monarcas tiránicos no lo podía consentir, fue la guerra de la libertad contra la tiranía.

Los voluntarios de Marsella que salieron hacia Paris para incorporarse al ejército, iban cantando la Marsellesa. Sus palabras son terribles, es una canción guerrera. Los niños la cantan con sus caras angelicales pidiendo que la sangre impura riegue los surcos, sus palabras son duras pero no hay que olvidar que es una canción de libertad. Durante el régimen franquista estuvo prohibida en España, como tantas otras cosas.

Muchos dicen que los atentados del 13 noviembre son los peores de la historia de Paris. Olvidan que en el año 1961, cuando la guerra de Argelia se acababa, los argelinos que residían en Paris salieron a la calle en manifestación pacífica para pedir la independencia de su patria, la policía cargo contra ellos.

Al parecer a los policías se les había proporcionado bebidas para animarlos a la violencia. El resultado fue más de 200 muertos, hombres, mujeres y niños, sin armas y sin defensa. Los cuerpos de los asesinados por las fuerzas del orden fueron encontrados colgados de los árboles y durante muchos días se vio los cadáveres flotando en el Sena.

Los periódicos nada dijeron de ello, nadie habló ni en radios ni televisiones y la gente no atrevía a evocar estos hechos, crímenes contra la humanidad, eso es lo que fueron y hasta hoy el silencio lo cubre todo. Deberían pensar los jóvenes que entonan la Marsellesa que el fanatismo y el crimen no es la exclusiva de los islamistas.

La Marsellesa es un himno de guerra. Acompaño las guerras de Napoleón que destrozaron Europa, también se cantaba en Marruecos, Argelia en el Vietnam y en Siria, que fue protectorado. Países donde se quería implantar un imperio francés, países de donde fue difícil desalojarlos y solo al precio de horribles matanzas por parte de los colonialistas que entonaban su himno nacional para animarse a la violencia. Un himno de libertad que se convirtió en cántico de opresión.
Me gustaría decir a los jóvenes que lloran los muertos que abran los ojos, que miren a su alrededor para no ignorar quien son los culpables de la tragedia, que se abracen, que se cojan de la mano y que cantando lo que en sus labios es un cántico fraternal se dirijan  hacia los políticos que nos gobiernan y que les pidan cuentas de lo sucedido.

Que les pregunten quien paga a los terroristas del Daesh, quien los arma, quien compra su petróleo y quien protege sus caravanas de crudo que atraviesan el desierto escoltadas por aviones y helicópteros norteamericanos.

Que se denuncie a Arabia Saudita como el principal sostén del terrorismo árab. Hace treinta años que arma a todos los asesinos, a todos los movimientos fanáticos que ensangrientan Oriente y Occidente, sin olvidar toda África.

Que se enteren del porque los países tales como Libia, Irak, Afganistán y ahora Siria han sido destrozados, sumidos en la miseria y entregados a los fanáticos.

Allí había gentes que querían vivir como nosotros, mostrar los cabellos las mujeres, estudiar, vivir sin ser degollados, decapitados en plazas públicas, asesinados a latigazos o quemados vivos. También se crucifica y se apedrea a las mujeres hasta la muerte, a veces por haber sido violadas.

Los jeques del petróleo los dueños de eso pueblos benditos de Ala y del petróleo van a Siria para comprar esclavas sexuales que los del Daesh venden baratas, les gustan sobre todo las niñas. Muchas mueren la primera vez que son violadas, otras sobreviven para cuando ya no las desean acabar vendidas como prostitutas, el tráfico de mujeres es una fuente de ingresos de esos fanáticos asesinos.

No hay que olvidar y tener siempre presente que los muertos no son víctimas de una guerra de religión, se trata de una guerra de petróleo.

La religión no sirve más que para fanatizar a los asesinos y ponerlos al servicio de los intereses de los poderosos. Para eso han servido siempre las religiones, todas, se mata en nombre de Ala para que los imperialistas puedan apoderarse de los países que les conviene.

Afgnanistan era necesario para poder conducir a través de su territorio el petróleo y el gas , también por esa razón se destrozó la antigua Yugoslavia, el pipe-line debía pasar por allí.

Después fue Irak, su presidente fue asesinado, era independiente y laico, se lo merecía, luego Libia, también Kadafi fue asesinado, así no podría contar como dio millones a el entonces candidato a la presidencia Sarkozy para su campaña electoral.

Norteamérica, Francia cada uno tenía su dirigente asesinado, Francia necesitaba otro. Fabius, el ministro de asuntos exteriores francés necesitaba la cabeza de Assad, así se la pedían sus amigos sionistas dispuestos a anexionarse parte de Siria: hay petróleo en los altos de Golán.

Los del Daesh esperaba los bombardeos para entrar en Damasco, así lo decían públicamente diciendo a Fabius que no les hiciera esperar tanto. No se hizo. Rusia se opuso, si no la bandera del grupo estado islámico flotaría en la capital de Siria y Assad ya no existiría.

Obama ha dicho estos últimos días que no daría más dinero a los terroristas, al estado islámico, poniendo así de manifiesto con qué dinero se compran las armas que nos asesinan.

Hay que saber, no hay que olvidar. No olvidemos a nuestros muertos, cantemos juntos, y cogidos de la mano vayamos hasta la Cámara de diputados donde los elegidos del pueblo entonan el viril cántico que en sus bocas es un canto de guerra, una guerra para poder de una vez repartirse Siria.


Cantemos nosotros también la Marsellesa como himno de unión, unión de todos para pedir que de una vez se deje de apoyar a los terroristas, se deje de engañarnos con las mentiras mediáticas para justificar guerras. Gritemos el nombre de las víctimas, de todas las victimas del terrorismo instaurado por el capitalismo y el sionismo asesino. Hagámonos oír porque si no nos oyen seguiremos muriendo sin remisión, adelante, cantemos todos la marsellesa.

lunes, 16 de noviembre de 2015

ATENTADO EN PARÍS: ¿POR QUÉ A NOSOTROS?

Otra vez Paris se convirtió en un campo de batalla. Decenas de muertos, cientos de heridos y las mismas consignas de respuesta del gobierno francés frente al ataque yihadista que ya se han escuchado en Estados Unidos y España cuando acciones similares generaron idénticas masacres.

Frente al horror se quiere responder con más horror, se habla en los titulares de los principales medios con total ligereza, de que “ahora sí empezó la guerra”, o se alimenta la idea (en forma directa o solapada) de que el mundo árabe y musulmán atenta contra la sacrosanta democracia francesa. A sabiendas de que la casi totalidad de esa colectividad repudia al ISIS y sus protectores.

Tiene muchísima razón el tiránico presidente sirio Bachar Al Assad cuando, después de condolerse por las víctimas de los atentados, recuerda que "Francia conoció ayer lo que vivimos en Siria desde hace cinco años”. Y lo dice precisamente quien en innumerables ocasiones ha intentado -como antes lo había hecho el líder libio Gadaffi- convencer a los gobernantes franceses que no armaran, equiparan logísticamente y costearan con millones de dólares a los ejércitos mercenarios que han sembrado el terror, la muerte y el desesperado destierro de cientos de miles de sirios e iraquíes.

En cada ocasión que este mensaje resonaba en los foros internacionales, la posición francesa siempre fue la misma: ratificar su creencia de que exportando la guerra, alineándose con la OTAN y subordinándose ante el mandato imperial monitoreado desde Washington, “el problema sirio”, es decir, el tan buscado derrocamiento de Al Assad, iba a ser resuelto.

La hipocresía de las lamentaciones ofende la memoria de todos los muertos, lo malo es justamente que haya muertos, musulmanes, católicos, negros o rubios, la tragedia es la muerte y sus razones.

Los cientos de miles de refugiados que hoy vemos transitar sin destino por Europa, dejando atrás países en llamas, vienen justamente de guerras donde Francia ha tenido un papel preponderante. Cuando alguien se pregunte, por qué París, deberá pensar en la guerra en Yemen, en el genocidio de Ruanda, en Republica Centroafricana, en Mali, en el Chad, solo por nombrar conflictos donde Francia ha sido organizadora y beneficiaria principal o mínimamente secundaria.

Está claro que como le ocurriera a los gobernantes derechistas españoles el 11M del 2004, el tiro les salió por la culata. En esa ocasión, el yihadismo, al que España y su alianza con la OTAN habían querido combatir mediante su presencia en Iraq y Afganistán, decidió responder con la misma medicina, y como en París ahora, los que pagan los errores de los poderosos siempre son los ciudadanos de a pie, cuya única culpabilidad, si es que la tuvieran, quizás sea votar y catapultar a la presidencia, a esos asesinos seriales que luego nos condenan a la muerte.

Ahora, como ocurriera en el mismo escenario con la masacre de Charlie Hebdo, vuelven a sentirse las tan repetidas consideraciones hipócritas. Todos a la vez, los mandamases europeos prometen más medidas represivas, más censura, más fabricación de armamento para alimentar intervenciones bélicas. Juran que “hoy somos Francia”, en vez de prometer ante las víctimas: “Nos iremos de la OTAN”.

Con esas y otras actitudes similares dejan al descubierto que junto con los asesinos de un yihadismo que no representa de ninguna manera al Islam, ellos -los Hollande, Sarkozy, Rajoy, Merkel y quienes los auspician desde el Pentágono, son los principales responsables de estas acciones bárbaras.

Las han alimentado persiguiendo hasta el cansancio a los musulmanes de la periferia de Paris y las diversas ciudades francesas, negándole el uso de recintos para hacer sus oraciones o generando allanamientos en las mezquitas donde era común practicar pacíficamente su derecho al rezo.

Allí están como ejemplo esas leyes que prohiben desde 2011 el uso del velo y también la burka en los espacios públicos, no obligando de la misma manera a ciudadanos franceses que comulgan con el judaísmo. Segregando al mundo islámico y exibiéndolo ante la sociedad francesa como “el enemigo”, de la misma manera que Israel hace con los palestinos desde hace más de seis décadas.

      No es misterio para nadie y menos para los devaluados Servicios de Inteligencia francesa, que muchos de los humillados, desempleados y perseguidos por leyes draconianas y racistas que habitaban en la “Banlieue” parisina, fueron captados primero por el Frente Al Nusra y luego directamente por el ISIS para que sean parte de la experiencia de sembrar el terror en Siria e Iraq. Y lo más paradójico es que salieron desde el territorio francés en numerosas ocasiones con el visto bueno de un gobierno que los sintió como sus “soldados de avanzada”.

En ese momento, las masacres que esos mercenarios producían en Mossul, Raqqa, Aleppo, Homs o en Palmira, no preocupaban a Sarkozy ni tampoco a Hollande. Eran “daños colaterales” lejos de la comodidad parisina que hasta ese momento parecía blindada, inviolable.

Tampoco dijeron nada importante del atentado sangriento cometido esta semana en El Líbano y seguramente muy festejado en Tel Aviv o en la Casa Blanca, ya que en esa ocasión la matanza ocurría en un barrio controlado por Hezbolah. En este caso, los muertos eran tan árabes como los palestinos asesinados en estos días en Cisjordania o en Gaza, cuyos nombres no cuentan para los grandes medios, como tampoco el dolor de sus familiares o las imágenes dantescas de sus viviendas arrasadas. Eso no tiene más que un nombre: doble rasero, praxis mentirosa, odio al diferente.

Lo que ahora a ocurrido en París tiene también otra explicación no menos importante. En los últimos meses en el escenario sirio ha ocurrido un hecho que cambió la relación de fuerzas. Rusia decidió intervenir, al rescate de un gobierno y un pueblo asediados por el terror, y lo hizo a su manera, logrando éxitos inmediatos en la lucha contra el ISIS y demostrando que todas las acciones anteriores, propagandizadas por la OTAN y Estados Unidos, habían sido una farsa gigantesca.

Golpeado en sus bases principales, destruidos muchos de sus almacenes de armamento y sintiéndose traicionados por quienes los arroparon desde Arabia Saudí, Turquia y los países occidentales, muchos de los mercenarios optaron por retornar a sus sitios de origen, entre ellos los europeos. Tanto es así, que ese “retorno” fue anticipado por algunos analistas franceses, quienes aseguraban que “ahora el peligro puede estallar a nuestros propios pies”.

De eso se trata precisamente esta repudiable venganza yihadista, que más allá del falso llanto de quienes los gobiernan, debería ser un llamamiento urgente para que la sociedad francesa, como otras del continente europeo, se decidan a interpelarlos, y exigirles que abandonen sus ideas expansionistas, injerencistas y autoritarias. Que cesen los comportamientos xenófobos, como los que a pocas horas de ocurrir estos atentados, ya han generado el incendio de un campo de inmigrantes refugiados en Calais. Que miren a quienes huyen de las guerras provocadas por la OTAN, como hermanos y no como enemigos.


Que se vuelquen a comportamientos humanitarios y no busquen excusas donde sólo hay hombres y mujeres que quieren ser tratados como tales y no como ciudadanos de segunda clase. Quizás, estas circunstancias marcadas por el dolor, puedan servir de punto de inflexión para buscar un punto de inicio diferente. Si esto no ocurriera, como parece probable visto lo visto, nadie, absolutamente nadie tendrá derecho a preguntarse, cuando el horror se repita: “¿Por qué a nosotros…?

miércoles, 4 de noviembre de 2015

NOS FALTAN ILUSIONES Y UNIDAD

Nada está perdido si se tiene el valor
de proclamar que todo está perdido
y hay que empezar de nuevo.

Julio Cortázar

Llevo dándole vueltas a este artículo dos semanas. No es fácil abordar la situación de la izquierda desde la honestidad de analizar crudamente la realidad, sin autoengaños de ningún tipo. No sé si la verdad es siempre revolucionaria, pero callar seguro que tampoco. Por ello, me siento en la obligación de expresar mi humilde opinión sobre lo que está sucediendo y los riegos que se corren el 20-D.

Hay varios datos de la realidad que no pintan bien para la izquierda de cara a las elecciones generales del 20 de diciembre: la desmovilización social, los resultados de las elecciones en Cataluña, las encuestas de opinión y la ruptura entre Podemos e Izquierda Unida. En mi opinión los más graves son el primero y el último punto. Las expectativas de cambio político generadas el último año han tenido como consecuencia un clima de pasividad social que beneficia directamente al gobierno del PP y a las fuerzas neoliberales. El desplome de la desmovilización no atrae más apoyos para la izquierda, sino todo lo contrario. El poder prefiere que las elecciones se planteen como un concurso entre productos de marketing electoral, en vez de como un debate ciudadano serio sobre programas y con protagonismo de la calle.

En cuanto a Cataluña, el resultado ha sido más que discreto, pero se cometería un error si se echa la culpa a la unidad y no a la estrategia. Es una pena que no aprendiéramos nada de Andalucía y de Madrid, donde la izquierda podía haberse convertido en determinante o directamente haber desalojado a la derecha del gobierno. 
       
Por otro lado, las encuestas no pintan bien con Podemos un tanto desinflado, con Izquierda Unida que no acaba de recuperarse y con nuevos desflecamientos. Es evidente que los poderes fácticos no iban a dar facilidades a una fuerza como Podemos, que suponía un revulsivo a favor del cambio. Pero también hay errores propios en cuanto a la unidad y al discurso que les corresponde a ellos constatar y corregir.

El elemento más inquietante es la desunión. La izquierda está perdida si acepta como algo genético la imposibilidad de ir juntos. La inercia del desencuentro y la consiguiente competencia electoral la condena al desastre -entendido como la llegada del recambio neoliberal preparado por el Ibex-35- y a la melancolía de interiorizar que se tiene merecido lo que le pase.

Todo esto no es nuevo. Los veteranos militantes se lamentaban de que se perdió la guerra por la desunión de la izquierda. Que no había sido capaz de mantenerse unida a pesar de tanto como estaba en juego y del convencimiento de que España se convertiría en una inmensa cárcel y cementerio si ganaba Franco. Socialistas, anarquistas, comunistas, republicanos, de Negrín, de Casado, de Besteiro… Las facciones sectarias enfrentaban a los que debían defender a la República.

Sin caer en dramatismos, la izquierda no tiene perdón si después del mayor ajuste social sufrido en tiempos de paz por los trabajadores de este país, el expolio de derechos y libertades y las luchas habidas (15-M, huelgas generales, mareas y movimientos sociales…) no hace todo lo posible para que haya cambio político. Se debería aprovechar la experiencia de las candidaturas municipales de unidad popular para impulsar políticas de alianzas y procesos de confluencia de cara al 20-D que permitieran recuperar la participación y el entusiasmo.

No hace falta ser un profeta de lo ya ocurrido para pronosticar que, si no hay un golpe de timón, el titular la noche del 20-D será: fracaso electoral de la izquierda. Y cuando la izquierda se lo pone tan difícil, no cabe el consuelo de decir que el electorado sigue votando al bipartidismo o a la nueva derecha neoliberal. Por ello, me siento abandonado por los que deberían dar cauce político-electoral al impulso social de cambio. Y temo por lo que pueda pasar con la LOMCE, la reforma laboral o la ley mordaza, etc.

Las responsabilidades históricas de unos y de otros en la ruptura del proceso de unidad no son las mismas, pero creo que a millones de personas de la izquierda nos da casi igual quién tiene más culpa en la desunión. Aceptar la división de la izquierda es asumir la derrota de antemano. Empezar a hablar ahora de qué hacer después del 20-D, cuando faltan aún dos meses, es resignarse a la catástrofe. No podemos olvidar que sobre la derrota se puede construir poco.

Con la división de la izquierda, hablar de proceso constituyente o proclamar el “Sí se puede” son músicas celestiales sin ninguna credibilidad si se falla en lo más obvio, desatendiendo a las matemáticas electorales y a las emociones. Por eso, el golpe más duro para la izquierda no serán los resultados electorales por malos que sean, sino la pérdida de la ilusión por la constatación de que sus dirigentes han sido incapaces de unirse cuando más se necesitaba.

       ¿Hay todavía tiempo para evitarlo? Es muy difícil, porque a la pequeña política se unen los sectarismos existentes en todas las partes. Pero me viene a la cabeza el conocido como incidente de Xi’an en la China de 1936. Ante la invasión japonesa del país, que se debatía en una dura guerra civil entre los nacionalistas de Chiang Kai-Shek y los comunistas de Mao Zedong, algunos generales obligaron a ambas partes a firmar una tregua que permitió unir fuerzas contra los japoneses hasta su expulsión.

¿Puede alguien intentarlo aquí? Si vivieran, quizá Marcelino Camacho, José Saramago o José Luis San Pedro. ¿Podrían jugar ese papel Julio Anguita, Boaventura de Sousa… y personas o entidades con autoridad dentro de la izquierda y los movimientos que sean capaces de sentar en una mesa a los que se deberían unir? No es fácil contestar a esta pregunta, pero aún es más difícil explicar por qué la izquierda va a dejar ganar a las derechas por su falta de unidad. A la peor derecha, la que no tiene proyecto de país, la que solo quiere enriquecerse y gobernar para el Opus Dei.

En cualquier caso, estamos obligados a seguir intentándolo. Votaremos y, pase lo que pase, siempre nos queda seguir trabajando en la base, que es lo que llevamos haciendo toda la vida. Ahí nos seguiremos encontrando con los que están en la lucha por la justicia social. Pero habrán perdido autoridad política y moral quienes no fueron capaces de construir lo que el pueblo necesitaba con urgencia.


Para vencer hace falta audacia, más audacia, siempre audacia, que decía Dantón. Desgraciadamente lo que tenemos es una audaz cobardía, impropia de la izquierda que necesitamos en el siglo XXI para luchar por el imperativo moral de la emancipación. Por ello, no puedo más que decir: hagan un último esfuerzo compañeros. Puede parecer utópico este ruego, pero es, simplemente, no resignarse a un futuro de derrota.