miércoles, 28 de octubre de 2015

20-D LA IZQUIERDA EN DISPERSION

Según todas las encuestas, el duopolio dinástico PP-PSOE, aunque mermado, volverá a repetir en puestos preferentes, y las formaciones políticas alternativas, hasta ahora cuatro en liza (Podemos, Unidad Popular, La Izquierda y Convergencia por la Izquierda), concurrirán al 20-D en perfecto orden de dispersión.

Iba a ser el gran momento para decir adiós a todo eso, pero todo indica que será la culminación del “síndrome de Estocolmo” electoral y de una partición de la izquierda como pocas veces se ha visto desde la transición.

De todo este guirigay solo se salvan los emergentes Podemos y Ciudadanos. Y no porque sean ejemplares, sino porque son nuevos en esta plaza y nadie puede buscarles antecedentes gubernamentales. Cuando entren en el circuito y se desmientan como cosacos, si sucede, su caché cambiara.

Pero hasta entonces están libres de lastre y componendas por “imperativo legal”. Que no es una virtud en sí misma, sino simplemente un atributo de la inexperiencia, nasciturus habemus. Los escarceos de la gente de Rivera y de Iglesias en sus respectivos acoplamientos con la Junta de Andalucía y la Comunidad Madrid (Ciudadanos) y los ayuntamientos de Barcelona y Madrid (Podemos), no tienen la categoría de primera división y merecen distinta tarifación.

No ocurre así con las variadas emulsiones de Izquierda Unida (IU), que sí ha estado implicada en los gobiernos subalternos de la crisis y el austericido. La formación de Cayo Lara acudió al quite de la Junta andaluza compartiendo vicepresidencia y consejerías en el ejecutivo de los EREs, y favoreciendo la estabilidad parlamentaria del partido popular en Extremadura y del socialista del caso Marea en Asturias. Tienen pues de qué arrepentirse, y sus propuestas electorales para la “gran fiesta de la democracia” adolecen de esos duelos y quebrantos. Aunque lo peor está en su capacidad para pregonar la derrota extramuros del PSOE.

Ambiciones personales, odios inconfesables y pleitos sin resolver han hecho de Izquierda Unida un tripartito mal avenido en el que compiten las siglas de Unidad Popular (facción Alberto Garzón), La Izquierda (facción Baltasar Garzón) y Convergencia por la Izquierda (facción expulsada de IU-Madrid), cuando es por todos sabido que la ley electoral castiga severamente la división del voto. Y si a eso le sumamos que en las principales autonomías las marcas IU y Podemos van subsumidas en las candidaturas de las alternativas anticentralistas, parece que la relevancia de la izquierda unida en el nuevo parlamento será limitada, difusa y centrífuga.

Pero donde se reparte el premio gordo es entre PP y PSOE, los “partidos más representativos” a decir de los sondeos.

Es realmente notable la cantidad de cosas buenas y necesarias que ofrecen hacer si los ciudadanos les otorgan de nuevo su confianza. Crearán hasta 600.000 puestos de trabajo antes de que finalice el año; cerrarán las centrales nucleares a corto plazo; prohibirán el fracking; revocarán los acuerdos con el Vaticano; sacarán las clases de religión del horario escolar; derogarán de la reforma laboral (solo la del PP y no la parte correspondiente a las indemnizaciones por despido); restablecerán el impuesto de sucesiones y de patrimonio para las grandes fortunas; gravarán las transacciones financieras; abolirán las amnistías fiscales; y un sinfín de golosinas más. Todo lo que durante sus muchos años de gobierno (casi el doble de tiempo el PSOE respecto al PP) no hicieron. Ni siquiera cuando disponían de holgadas mayorías para legislar.

        Ciertamente hay una razón, o mejor excusa, para dejar de hacer lo prometido. Lo verbalizaban diciendo que “las circunstancias han cambiado”. Lo que ocurre es que, mientras el mundo siga dando vueltas, las circunstancias cambiarán continuamente y nunca nos podremos bañar dos veces en la misma agua del río.

Por eso, no hay nada que indique que lo que ahora pronostican y ayer incumplieron no vaya a ser nuevamente ignorado. Científicamente, prueba y error, lo suyo sería dudar y por tanto, obrando en consecuencia, que los afectados depositaran el voto en otra dirección o simplemente se pasaran al partido de la abstención y el cabreo.
       
Sin embargo, todo parece indicar que habrá mucha gente renovando el crédito por el equipo de la palabrería. Y aquí es donde entra lo del “síndrome de Estocolmo”. Porque cómo sino calificar a aquellas personas que, lejos de repudiar a sus maltratadores políticos, vuelven a aceptarlos en cuanto dicen estar arrepentidos y proclaman la bondad de sus programas.

La violencia de género está llena de casos de “síndrome de Estocolmo” con sus funestas consecuencias. Pero la vida política también. De hecho es uno de los motivos que impiden la existencia de una democracia con demócratas, y que en su lugar haya una especie de panóptico donde el ciudadano, reducido a la mera condición de votante-productor-consumidor, vegete a merced de las clases cleptómanas dominantes.

Lo que tiene acostumbrarse a vivir en cautividad es que al final uno se adapta a la jaula como si fuera su hogar. Se trata de una colonización primordial cuyas metástasis son nefastas por necesidad, y que hacen que siempre la culpa la tengan los de abajo por haber vivido por encima de sus necesidades. Un juego siniestro con final amañado para que nunca quepa exigir responsabilidades a los verdaderos ejecutantes. Por eso la catástrofe del tren de Angrois queda en un delito del maquinista.    

        Lo lamentable es que trata de un virus contagioso del que muy pocos están inmunes. Ahora mismo, en la cascada de saldos y ofertas encaminadas a adornar el 20-D, nadie, ni el contingente del “síndrome de Estocolmo” ni el de la partenogénesis de una izquierda que se reproduce por sí misma, se ha acordado de incluir en sus propuestas acabar con los “cuatro golpes de Estado” de facto que el duopolio dinástico hegemónico perpetró durante la crisis. A saber:

-La reforma del artículo 135 de la Constitución que obliga a cumplir con el pago de la deuda por encima de cualquier otra necesidad social.

-La concesión al Pentágono estadounidense del territorio español como sede naval del despliegue de escudos antimisiles.

-La liquidación de las cajas de ahorro, el único sector financiero semipúblico que existía en competencia con la banca privada para atender necesidades de inversión social y desarrollo regional.


-Y descartar que el Tribunal Constitucional, formado en razón de las cuotas de los partidos dominantes, pueda tumbar una decisión aprobada por un Parlamento y ratificada en referéndum. Como ocurrió con el “cepillado” del nuevo Estatut catalán, que ha hecho decir al catedrático Javier Pérez Royo que a partir de ese momento en España dejó de haber constitución.

miércoles, 14 de octubre de 2015

OBJETIVO: GANAR LAS ELECCIONES GENERALES


Se acerca el día y todos se preparan. Tienen un reto por delante: ganar las elecciones generales que se celebrarán el 20 de diciembre. Algo más de dos meses para cerrar pactos, elaborar propuestas y convencer a la ciudadanía de cuál es la mejor alternativa de gobierno para los próximos cuatro años. Tiempo tendremos de desbrozar los diferentes programas electorales, pero de algo deberíamos estar ya convencidos: con Rajoy nunca más, y dar nuestro voto a las fuerzas de la izquierda ideológica.

La ruptura de conversaciones entre Podemos e Izquierda Unida es una mala noticia para la necesaria unidad de la izquierda. Sin voluntad política, difícilmente se llegará nunca a nada. IU no ha querido someterse a Podemos, ni al proceso de primarias, ni al método de elaboración de las listas, cuyos principales puestos, parece que ya estaban decididos.
  
Por su parte, Pablo Iglesias, no ha querido esperar a que Alberto Garzón convenciera a su partido de los términos de las negociaciones. La primera impresión es que no ha habido acuerdos por cuestiones de cierre de fechas en la elaboración de las candidaturas y de procedimiento de las primarias. Pero no es así. Son cuestiones de fondo, de programa y actitudes políticas.

Podemos abrirá sus listas a otras formaciones o movimientos de izquierda, como con Equo para integrar a Juan López Uralde en alguna de sus candidaturas y con Convocatoria por Madrid, encabezada por Tania Sánchez. IU buscará una confluencia con plataformas progresistas y se presentará a las primarias de Ahora en Común, como un espacio «amplio y ciudadano» en que trabajar con un «programa rupturista y de transformación social». En fin, la confluencia de todas las fuerzas de la izquierda no se va a producir, y la imagen puede llegar a ser una sopa de letras, con siglas distintas según el territorio, difícil de entender para algunos.   

«Nosotros vamos a disputar claramente el espacio de la izquierda, mientras Podemos gira legítimamente al centro», dice Garzón. Mientras, Podemos, que ha mantenido «abiertos los puentes a la incorporación de Alberto Garzón a su candidatura», ha considerado inaceptable el «requisito irrenunciable» por parte de IU de formar una coalición electoral de ambos partidos a nivel estatal. Lo cierto es que la decisión beneficia al bipartidismo del PP y del PSOE y a la «casta», contra la que Podemos dice estar.

En la otra parte de la balanza, Ciudadanos, que según todas las encuestas está en alza, alcanzando las posiciones del Partido Popular. El partido de Albert Rivera, cree tener la llave del centro y enfoca su campaña en minar al PP, quitándole votos, sustituir a UPyD y frenar a Podemos. Centrarán su campaña en «propuestas y no en una guerra de banderas», entre la que destaca su propuesta de reforma constitucional, sin conocer todavía sus términos.
     
La discusión está en donde hay que ubicar a esta formación, si en el centro o en la derecha política. Ellos lo tienen claro, como claro lo tenemos algunos, que no nos dejamos engañar por la imagen. «Nuestro modelo es diferente, cogemos cosas del PP y del PSOE, pero de distinta forma», aseguran, «centrados en las reformas concretas que necesita el país y no en batallas entre partidos», pero son de derechas.

Si Ciudadanos se acerca a la cabeza, PP y PSOE se estancan de cara al 20-D. «En el centro está la clave», dice la editorial de El País, que apuesta decididamente por el partido naranja, como «árbitro ineludible en el próximo Congreso de los Diputados», aunque está por ver si el tirón que reflejan las encuestas se consolida.

Que no nos confundan, Ciudadanos no es el centro, sino que es la misma derecha ideológica que el PP, con visos de modernidad, en términos simbólicos, vinculando derechos a patria o nación. La economía primero y después la igualdad; y por encima de todo su identificación con espíritu del nacionalismo español, frente al de los periféricos «rompedores de España».

Y el bipartidismo campando a sus anchas, con unas expectativas que se estrechan, donde los líderes se juegan el liderazgo y los partidos la supremacía.

El PP haciendo precampaña, sin tiempo suficiente para tanta inauguración, aprobando medidas de gobierno, reformando sus propios presupuestos generales, que son auténticos actos electorales. Y miedo, mucho miedo. Mirando los resultados electorales de las autonómicas y municipales pasadas y el ascenso que las encuestas otorgan a Ciudadanos, que les quita votos por los cuatro costados. El programa para noviembre, y como mensaje la matraca de que si el PP no renueva su mayoría, llegará a España el apocalipsis. Pero ni con esas. Rajoy y los suyos, de esta se van.

El PSOE recupera el logo del puño y la rosa, reivindicando los valores tradicionales socialistas, que a estas alturas no sabemos bien cuales son, después de escuchar que «Somos la primera fuerza de la izquierda y representamos el centro izquierda, que es donde están los españoles». Difícil lo tienen, si quieren diferenciarse de los otros partidos, que pretenden ocupar el mismo espacio electoral, si presentan un programa moderado para no asustar a nadie: sin derogar la reforma laboral del PP, ni la ley de amnistía, que permita poder investigar los crímenes del franquismo, ni derogar todas y cada una de las leyes injustas que el rodillo del PP ha establecido.
        
Si alguien está en contra de algo, tiene que implicarse en eliminarlo; no valen las medias tintas, aunque Pedro Sánchez promete emprender reformas en materia educativa, impulsar un nuevo estatuto de los trabajadores, un nuevo Pacto de Toledo y la reforma constitucional, con el objetivo de garantizar la convivencia de los españoles. No creo que sea suficiente.

Lo tendrían claro si asumieran las cuatro aspiraciones del partido socialista en su fundación: 1. La posesión del poder político por la clase trabajadora. 2. La transformación de la propiedad individual o corporativa de los instrumentos de trabajo en propiedad colectiva, social o común. 3. La organización de la sociedad sobre la base de la federación económica, el usufructo de los instrumentos de trabajo por las colectividades obreras, garantizando a todos sus miembros el producto total de su trabajo, y la enseñanza general científica y especial de cada profesión a los individuos de uno u otro sexo. Y 4. La satisfacción por la sociedad de las necesidades de los impedidos por edad o por padecimiento.

Habría que completar hoy esta declaración programática, con la pretensión de unos servicios públicos de calidad, un empleo digno, eliminar la precariedad y evitar el paro y establecimiento de una renta básica. Sanidad pública, educación sin religión y derecho a la vivienda. Libertades democráticas, contra la represión y contra la corrupción económica y política. Conseguir una sociedad de hombres y mujeres libres, contra los gobiernos que agreden la dignidad de las personas; contra el terrorismo machista que mata y por la justicia social, la igualdad real y efectiva y la solidaridad.

Con la toma de posiciones que están haciendo y las propuestas que se dejan ver, no parece que ninguna formación vaya a plantear innovaciones, que superen la crisis total que padecemos y avanzar por el cambio del modelo social.


 Algunos me considerarán, en el mejor de los casos, de utópico, otros de viejo caduco; pero entiendo que, hoy como ayer, ser de izquierdas o representar a la izquierda ideológica, pasa por la completa emancipación de la clase trabajadora, es decir: abolir las clases sociales dominantes y su conversión en una sola de trabajadores, dueños del fruto de su trabajo, libres, iguales, honrados e inteligentes.

miércoles, 7 de octubre de 2015

¡QUE HORROR, QUE VERGÜENZA!

Permitidme lectoras y lectores una confesión: siento vergüenza. Como ciudadano de la Unión Europea, siento vergüenza.

Sentí vergüenza ante el comportamiento de las élites políticas europeas con Grecia. Los líderes de esta nuestra Europa se mostraron como lo que son: socios –o siervos– del gran capital financiero internacional, y no les temblaron las piernas para pasar como apisonadoras por encima de los derechos y las reivindicaciones de los ciudadanos griegos, aplastando su voluntad expresada claramente en las urnas.

A los jerarcas que están al mando les daba igual que la gente sufriera, que padeciera una situación injusta, que no fuera responsable, sino víctima, del latrocinio de las arcas públicas realizado impunemente durante años con la complicidad de los que ahora exigen cobrar hasta el último céntimo. A pagar, y basta de tonterías, dijeron los mandamases.

Y ahora siento vergüenza por la forma en que los jerifaltes están actuando ante la riada de fugitivos de las guerras, ante familias completas que se arrastran por los caminos entre la angustia y la desesperación, ante el aluvión de jóvenes que tratan de esquivar la muerte en conflictos que no han creado y en los que se les reserva el papel exclusivo de cuerpos para el cementerio.

Siento vergüenza, una vergüenza apenas atenuada por la emocionante actitud de tantos ciudadanos que intentan ayudar, a título personal y a espaldas de sus gobiernos, a seres humanos desvalidos, atrapados entre las bombas y las concertinas.

Y siento más vergüenza aún cuando recuerdo el grado de responsabilidad que Occidente en general, y la Unión Europea en particular, tienen en la gestación de este tsunami. Tiramos la piedra, y ahora escondemos la mano.

Porque, ¿cómo se inició esta guerra? ¿cuáles fueron sus orígenes? ¿quién y cómo la alentó?.

Remontémonos en el tiempo: primero fue Afganistán. Después la invasión de Iraq. El resultado: dos países en los que aún hay que mirar dónde se pisa para que una mina no se te lleve la pierna al paraíso. Un productivo caldo de cultivo de yihadistas y redentores varios.

Y llegamos a Siria. El régimen de Al Asad era autoritario, con características de estado policial, y no le hacía ascos a la represión cuando le convenía, pero simultáneamente era socializante, laico y tolerante con la diversidad religiosa del país. Desde el punto de vista occidental (singularmente desde el estadounidense) tenía dos aristas que lo convertían en enemigo objetivo: sus magníficas relaciones con Hez - Bolá y con Rusia. Y, aunque el tema de los Altos del Golán se mantenía en un stand-by poco amenazador, Israel estaba permanentemente con la mosca en la oreja.
Y eso sin contar con la alargada sombra de Irán, en unos tiempos en los que se vaticinaba un probable ataque sobre Teherán por parte de EEUU o de Israel (o de ambos).

De modo que estaba claro: había que desprenderse de Al Asad e instaurar un régimen “democrático” al estilo del iraquí. Increíblemente nadie parecía tener en cuenta que la única base militar rusa fuera de su territorio estaba, precisamente, en Siria.

La ocasión apareció con unas protestas iniciales en las que se reclamaba más democracia, rápidamente manipuladas por el exilio exterior y los servicios secretos occidentales. Surgieron distintas facciones rebeldes armadas que combatieron al ejército sirio, y las víctimas en la población civil comenzaron a proliferar.

Enquistado el conflicto, divididos los líderes de la rebelión, había que tomar iniciativas para lograr derrocar el régimen de Al Asad. Y las tomaron. Recojo aquí las palabras del coronel Pedro Baños –experto en geopolítica y buen conocedor de los entresijos de esa guerra–, publicadas recientemente en un periódico : según Baños, la idea era crear un ejército islámico sunita que fuera capaz de acabar con el gobierno alauita (chíita) de Al Asad. Y quien se puso manos a la obra fue el servicio secreto turco, con la ayuda de Arabia Saudí. Y no cabe en ninguna cabeza que los servicios de un país de la OTAN no obtuvieran el permiso de ésta para proceder. Extrañamente, mil presos sunitas desaparecieron del lugar de máxima seguridad en el que estaban encarcelados, y resucitaron en Siria, convenientemente entrenados y pertrechados
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Y ese fue el origen del ISIS, Daesh, Estado Islámico, EI o como quiera que decidamos llamarlo.

Con una recaudación que según distintas fuentes oscila entre 500 y 2.000 millones de dólares, obtenidos por la venta de petróleo y objetos artísticos previamente expoliados, el Califato Islámico (por nombres que no quede) ha creado ya un ejército de 50.000 hombres, bastante bien armado, y que se oculta en las ciudades, con lo que la guerra alcanza de pleno a la población civil, bombardeada por el ejército sirio y degollada por los yihadistas. Un verdadero infierno.

Evidentemente, a todo esto no se habría llegado sin la complicidad, o al menos la displicencia, de EEUU y la Unión Europea. A nosotros, europeos, nos alcanza una buena cuota de responsabilidad en este asunto (porque, además de su origen, y entre otras cosas, ¿dónde vende el Daesh el petróleo y las piezas artísticas? ¿quién lo compra? ¿por qué mecanismos se paga? ¿por qué estamos ignorando lo que sucede en Yemen? ¿por qué le hacemos la pelota a Qatar concediéndoles la organización de mundiales deportivos y aceptando su patrocinio futbolero? ¿por qué no se proclama a las claras el papel de Turquía en esta historia? ¿por qué los bombardeos se hacen con la complacencia occidental sobre militantes kurdos que están combatiendo al Daesh? etc. etc.).

                Baños opina que un ejército de 50.000 hombres sin aviación y sin defensas antiaéreas es fácilmente destruible aunque, eso sí, llevándose por delante a muchos civiles en las ciudades.

Pero habría un método sencillo: cortando las vías de financiación que permiten retribuir a los miles de soldados sunitas de la yihad. ¿Por qué no se hace?.

Rusia, por su parte, ha dejado claro que va a apoyar hasta el final a Al Asad. Después de lo acontecido en Georgia y Ucrania, Rusia no va a ceder espacios en el mapa geopolítico. Ya hay sobre el terreno “consejeros militares” rusos en labores de asesoría, algunos tanques y aviones que entran en combate arrasando poblaciones y asesinando civiles con sus bombas.

Si unimos a eso que la propaganda yihadista –ampliamente difundida en Occidente– ha mostrado un salvajismo repugnante, el fin del Daesh se perfila en el horizonte, y el pacto de Occidente con Al Asad parece cada día más posible.

Eso sí, habrá quedado un país destruido, decenas de miles de muertos y centenares de miles de expatriados.

Vidas deshechas por doquier.
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¿Valió la pena? ¿Para quién?