Es
normal que Ciudadanos y Esperanza Aguirre se muestren partidarios de la
regulación de la prostitución. Angela Merkel también lo es y contribuyó a la
regulación de la misma en Alemania. Es normal, hablamos de una gran industria,
la segunda mayor industria del mundo, mueve millones de euros y es un gran
lobby con una enorme capacidad de presión social y política. Un lobby que paga
a medios de comunicación y a expertos de todo tipo para conseguir una opinión
pública favorable a sus intereses. Un lobby empresarial que, al igual que
cualquier otro gran lobby, trabaja no para dotar de derechos a las personas más
vulnerables, sino para aumentar sus propios beneficios.
En
los próximos años, quizá meses, vamos a ver cómo la derecha se preocupa cada
vez más de la prostitución. Su propuesta será regularla y su excusa serán los
derechos de las prostitutas. El Partido Popular ya la ha incluido en el PIB y
próximamente vamos a escuchar hablar mucho de estos derechos, como hace ya
Albert Rivera. No sé si engañarán a nadie, quizá sí, pero es llamativo que el
mismo partido que se opone a que los inmigrantes irregulares tengan derecho a
la sanidad quiera ahora dotar de derechos a las prostitutas, la inmensa mayoría
migrantes, muchas irregulares. No hace falta explicar que decir “derechos” y
“Esperanza Aguirre” en la misma frase hace que ésta explote, es una
contradicción en sus términos.
Los
liberales conservadores, minoritarios ahora, tienen sus propias razones para
oponerse a la prostitución, pero más bien a quién se oponen es a las
prostitutas (a las mujeres) y al sexo. Los moralistas religiosos conservadores
asocian el sexo a algún tipo de mal y culpan a las mujeres, prostitutas o no,
del comportamiento de los hombres.
Cuando
las políticas sobre la prostitución las dictan los conservadores, son las
prostitutas las que son perseguidas, como si ellas fueran las culpables de
dedicarse a una ocupación creada, mantenida y promocionada durante siglos por
el sistema patriarcal, que se ocupa, además, de crear las condiciones
materiales necesarias para que millones de mujeres vean en ella su mejor
opción.
Para
saber lo que piensan estos moralistas de la prostitución basta con ver lo que
ha opinado la Iglesia católica, todas las iglesias, desde siempre: la
prostitución es necesaria, dijo San Agustín, pero ellas son escoria; y de ahí
no se han movido. En la Edad Media las parroquias eran propietarias de muchos
burdeles. No se habrá escuchado a un jerarca de la iglesia opinar mal de la
prostitución, si de las prostitutas. En todo caso, esta opinión era la propia
del capitalismo y precapitalismo patriarcal que ha sido sustituido por la
globalización neoliberal y por otro tipo de prostitución.
La
batalla de ideas es muy importante para el neoliberalismo. Se trata de invadir
hasta el último reducto de las mentes con la idea de que el mercado es un buen
regulador social y que, cuanto más libre es el mercado, mayor bienestar social.
Se trata de que asumamos que todo es mercantilizable y que la justicia la
determina la ley de la oferta y la demanda; que cualquiera puede ser un
emprendedor y que la libertad consiste en poner precio a todo aquello por lo que
alguien esté dispuesto a pagar: los óvulos, la sangre, los cuerpos, los úteros,
los órganos, los niños y niñas (si se venden antes de ser concebidos)...
El
apoyo a la industria de la prostitución, a la de los vientres de alquiler o a
la de la privatización de la sangre entra dentro de lo que Esperanza Aguirre y
Albert Rivera consideran el debate de las ideas.
La
de la prostitución es una batalla central para el neoliberalismo por varias
razones. Por una parte porque es una industria global que a saber cuántas
campañas electorales no estará financiando en todo el mundo y porque está
conectada con poderosas industrias de todo tipo. En ese sentido estamos
hablando de una empresa tan poderosa social y políticamente como Bayer, por
poner un ejemplo. Pero con una ventaja añadida y es que además de producir
dinero produce, con su sola existencia, ideología patriarcal y no olvidemos que
el neoliberalismo tiene su propia política sexual; prefiere la desigualdad a la
igualdad de género.
La
desigualdad de género es funcional al neoliberalismo por razones conocidas
porque, como dice Marcela Lagarde cuando el género se mueve, todo se mueve. El
feminismo ha conseguido mover algunas de las certezas sociales respecto al
género y obviamente vivimos ahora una fuerte reacción patriarcal
.
No
es porque las feministas sean puritanas ni porque se trate de sexo por lo que
están contra la prostitución. De hecho, la prostitución no tiene nada que ver
con las relaciones sexuales ya que una relación sexual necesita de dos o más
personas y aquí sólo hay una parte, el hombre, teniendo sexo, mientras que la
mujer está, en el mejor de los casos, esperando que él acabe y en el peor,
sufriendo.
Tampoco
es una cuestión exclusivamente individual, como los neoliberales lo plantean.
Hablamos de una institución y, por tanto, es una cuestión también social. Se
trata de desigualdad de género, se trata de desigualdad económica y se trata de
ideología patriarcal. Se trata de una ideología que asume como natural unas
supuestas “necesidades” sexuales masculinas y un supuesto “derecho” a saciarlas
a costa de lo que sea, y que da por hecho que tiene que existir un contingente
de mujeres a disposición de esas supuestas necesidades masculinas y de esos
supuestos derechos. Este contingente se asegura creando las condiciones
materiales de desigualdad y las condiciones culturales para que muchas mujeres
tengan en la prostitución su mejor o única opción.
Con
el neoliberalismo global, la prostitución cambia y su demanda aumenta (a pesar
de las libertades sexuales de hombres y mujeres). Ha pasado de ser una salida
personal para mujeres empobrecidas a ser una inmensa industria que necesita,
como toda industria, aumentar constantemente la demanda. De ahí la necesidad de
la trata.
La
demanda aumenta incentivada por una industria y por un lobby que es capaz de
producir cambios en las mentalidades sociales y en los hábitos de consumo. Un
lobby que trabaja con los medios de comunicación, con supuestos expertos, en
las instituciones internacionales, en la publicidad, el cine…Tanto aumenta la
demanda que a pesar de las condiciones de pobreza y explotación a las que viven
sometidas millones de mujeres, no hay oferta suficiente; por eso, para mantener
esta industria viva y asegurar el aumento sin fin de la demanda, es necesaria
la trata.
La
prostitución es, de todas las instituciones patriarcales, la que mejor
normativiza las diferencias entre hombres y mujeres, las marca a fuego. La
prostitución sitúa a los hombres a un lado y a las mujeres al otro de manera no
intercambiable; y tiene consecuencias ideológicas, pedagógicas, culturales,
éticas, y también económicas. Si la prostitución aparece como una solución
aceptable para la pobreza femenina, para qué buscar otras, para qué formar a
las mujeres, para qué educar a los hombres en la igualdad si la igualdad es
incompatible con el uso de la prostitución.
La
prostitución enseña desigualdad; disciplina a los hombres en un modelo de
relación desigual, lo normaliza y naturaliza aún más. No importa la igualdad
que alcancemos en otros ámbitos, siempre quedará ese espacio para que aquellos
hombres para quienes experimentar subjetivamente la superioridad sobre las
mujeres es un factor importante en la construcción de su personalidad, puedan
hacerlo; para que puedan experimentar, sentir, gozar, aprender y reafirmarse en
la desigualdad.
Y
eso no tiene nada que ver con que las mujeres que se dedican a la prostitución
tengan sus derechos humanos y de ciudadanía intactos. Para ellas respeto,
apoyo, solidaridad, justicia y ayuda si la necesitan. La batalla es contra la
institución, contra los empresarios, contra los puteros y contra la ideología
prostitucional.
Obviamente,
los mismos que apoyan la institución de la prostitución son los que se oponen
al derecho al aborto. Porque el derecho al aborto sí es un derecho personal y
social que contribuye a mover el tablero del género, ya que otorga a las
mujeres la plena libertad reproductiva, algo que no ha ocurrido nunca antes en
la historia. Convierte a las mujeres en dueñas plenas de sus procesos
reproductivos, de sus cuerpos y de sus proyectos vitales, mientras que la
institución de la prostitución (aun cuando supusiera ventajas personales para
alguna de las mujeres que se dedican a ella) cimenta la desigualdad material y
simbólica de todas las mujeres.
El
aborto hace a las mujeres dueñas de sus cuerpos, mientras que la prostitución
los pone al servicio de una determinada ideología y de una industria.
Por
eso, en las próximas décadas vamos a ver como la prostitución es firmemente
apoyada desde los sectores puramente neoliberales, que lo van a hacer, además,
en nombre de los derechos de las mujeres, mientras que, al mismo tiempo, el
derecho al aborto o la lucha contra la violencia machista serán fuertemente
contestados desde esos mismos sectores. Es la política sexual del
neoliberalismo globalizado: mercantilización de los cuerpos de las mujeres y de
sus procesos reproductivos bajo la etiqueta de libertad y libre contratación,
combinado todo ello con ataques ideológicos y materiales al derecho al aborto.