Nada está perdido si se tiene el valor
de proclamar que todo está perdido
y hay que empezar de nuevo.
Julio Cortázar
Llevo
dándole vueltas a este artículo dos semanas. No es fácil abordar la situación
de la izquierda desde la honestidad de analizar crudamente la realidad, sin
autoengaños de ningún tipo. No sé si la verdad es siempre revolucionaria, pero
callar seguro que tampoco. Por ello, me siento en la obligación de expresar mi
humilde opinión sobre lo que está sucediendo y los riegos que se corren el
20-D.
Hay
varios datos de la realidad que no pintan bien para la izquierda de cara a las
elecciones generales del 20 de diciembre: la desmovilización social, los
resultados de las elecciones en Cataluña, las encuestas de opinión y la ruptura
entre Podemos e Izquierda Unida. En mi opinión los más graves son el primero y
el último punto. Las expectativas de cambio político generadas el último año
han tenido como consecuencia un clima de pasividad social que beneficia
directamente al gobierno del PP y a las fuerzas neoliberales. El desplome de la
desmovilización no atrae más apoyos para la izquierda, sino todo lo contrario.
El poder prefiere que las elecciones se planteen como un concurso entre
productos de marketing electoral, en vez de como un debate ciudadano serio
sobre programas y con protagonismo de la calle.
En
cuanto a Cataluña, el resultado ha sido más que discreto, pero se cometería un
error si se echa la culpa a la unidad y no a la estrategia. Es una pena que no
aprendiéramos nada de Andalucía y de Madrid, donde la izquierda podía haberse
convertido en determinante o directamente haber desalojado a la derecha del
gobierno.
Por
otro lado, las encuestas no pintan bien con Podemos un tanto desinflado, con
Izquierda Unida que no acaba de recuperarse y con nuevos desflecamientos. Es
evidente que los poderes fácticos no iban a dar facilidades a una fuerza como
Podemos, que suponía un revulsivo a favor del cambio. Pero también hay errores
propios en cuanto a la unidad y al discurso que les corresponde a ellos
constatar y corregir.
El
elemento más inquietante es la desunión. La izquierda está perdida si acepta
como algo genético la imposibilidad de ir juntos. La inercia del desencuentro y
la consiguiente competencia electoral la condena al desastre -entendido como la
llegada del recambio neoliberal preparado por el Ibex-35- y a la melancolía de
interiorizar que se tiene merecido lo que le pase.
Todo
esto no es nuevo. Los veteranos militantes se lamentaban de que se perdió la
guerra por la desunión de la izquierda. Que no había sido capaz de mantenerse
unida a pesar de tanto como estaba en juego y del convencimiento de que España
se convertiría en una inmensa cárcel y cementerio si ganaba Franco.
Socialistas, anarquistas, comunistas, republicanos, de Negrín, de Casado, de
Besteiro… Las facciones sectarias enfrentaban a los que debían defender a la
República.
Sin
caer en dramatismos, la izquierda no tiene perdón si después del mayor ajuste
social sufrido en tiempos de paz por los trabajadores de este país, el expolio
de derechos y libertades y las luchas habidas (15-M, huelgas generales, mareas
y movimientos sociales…) no hace todo lo posible para que haya cambio político.
Se debería aprovechar la experiencia de las candidaturas municipales de unidad
popular para impulsar políticas de alianzas y procesos de confluencia de cara
al 20-D que permitieran recuperar la participación y el entusiasmo.
No
hace falta ser un profeta de lo ya ocurrido para pronosticar que, si no hay un
golpe de timón, el titular la noche del 20-D será: fracaso electoral de la
izquierda. Y cuando la izquierda se lo pone tan difícil, no cabe el consuelo de
decir que el electorado sigue votando al bipartidismo o a la nueva derecha
neoliberal. Por ello, me siento abandonado por los que deberían dar cauce
político-electoral al impulso social de cambio. Y temo por lo que pueda pasar
con la LOMCE, la reforma laboral o la ley mordaza, etc.
Las
responsabilidades históricas de unos y de otros en la ruptura del proceso de
unidad no son las mismas, pero creo que a millones de personas de la izquierda
nos da casi igual quién tiene más culpa en la desunión. Aceptar la división de
la izquierda es asumir la derrota de antemano. Empezar a hablar ahora de qué
hacer después del 20-D, cuando faltan aún dos meses, es resignarse a la
catástrofe. No podemos olvidar que sobre la derrota se puede construir poco.
Con
la división de la izquierda, hablar de proceso constituyente o proclamar el “Sí
se puede” son músicas celestiales sin ninguna credibilidad si se falla en lo
más obvio, desatendiendo a las matemáticas electorales y a las emociones. Por
eso, el golpe más duro para la izquierda no serán los resultados electorales
por malos que sean, sino la pérdida de la ilusión por la constatación de que
sus dirigentes han sido incapaces de unirse cuando más se necesitaba.
¿Hay todavía tiempo
para evitarlo? Es muy difícil, porque a la pequeña política se unen los
sectarismos existentes en todas las partes. Pero me viene a la cabeza el
conocido como incidente de Xi’an en la China de 1936. Ante la invasión japonesa
del país, que se debatía en una dura guerra civil entre los nacionalistas de
Chiang Kai-Shek y los comunistas de Mao Zedong, algunos generales obligaron a
ambas partes a firmar una tregua que permitió unir fuerzas contra los japoneses
hasta su expulsión.
¿Puede
alguien intentarlo aquí? Si vivieran, quizá Marcelino Camacho, José Saramago o
José Luis San Pedro. ¿Podrían jugar ese papel Julio Anguita, Boaventura de
Sousa… y personas o entidades con autoridad dentro de la izquierda y los
movimientos que sean capaces de sentar en una mesa a los que se deberían unir?
No es fácil contestar a esta pregunta, pero aún es más difícil explicar por qué
la izquierda va a dejar ganar a las derechas por su falta de unidad. A la peor
derecha, la que no tiene proyecto de país, la que solo quiere enriquecerse y
gobernar para el Opus Dei.
En
cualquier caso, estamos obligados a seguir intentándolo. Votaremos y, pase lo
que pase, siempre nos queda seguir trabajando en la base, que es lo que
llevamos haciendo toda la vida. Ahí nos seguiremos encontrando con los que
están en la lucha por la justicia social. Pero habrán perdido autoridad
política y moral quienes no fueron capaces de construir lo que el pueblo
necesitaba con urgencia.
Para
vencer hace falta audacia, más audacia, siempre audacia, que decía Dantón.
Desgraciadamente lo que tenemos es una audaz cobardía, impropia de la izquierda
que necesitamos en el siglo XXI para luchar por el imperativo moral de la
emancipación. Por ello, no puedo más que decir: hagan un último esfuerzo
compañeros. Puede parecer utópico este ruego, pero es, simplemente, no
resignarse a un futuro de derrota.
No hay comentarios:
Publicar un comentario