miércoles, 7 de octubre de 2015

¡QUE HORROR, QUE VERGÜENZA!

Permitidme lectoras y lectores una confesión: siento vergüenza. Como ciudadano de la Unión Europea, siento vergüenza.

Sentí vergüenza ante el comportamiento de las élites políticas europeas con Grecia. Los líderes de esta nuestra Europa se mostraron como lo que son: socios –o siervos– del gran capital financiero internacional, y no les temblaron las piernas para pasar como apisonadoras por encima de los derechos y las reivindicaciones de los ciudadanos griegos, aplastando su voluntad expresada claramente en las urnas.

A los jerarcas que están al mando les daba igual que la gente sufriera, que padeciera una situación injusta, que no fuera responsable, sino víctima, del latrocinio de las arcas públicas realizado impunemente durante años con la complicidad de los que ahora exigen cobrar hasta el último céntimo. A pagar, y basta de tonterías, dijeron los mandamases.

Y ahora siento vergüenza por la forma en que los jerifaltes están actuando ante la riada de fugitivos de las guerras, ante familias completas que se arrastran por los caminos entre la angustia y la desesperación, ante el aluvión de jóvenes que tratan de esquivar la muerte en conflictos que no han creado y en los que se les reserva el papel exclusivo de cuerpos para el cementerio.

Siento vergüenza, una vergüenza apenas atenuada por la emocionante actitud de tantos ciudadanos que intentan ayudar, a título personal y a espaldas de sus gobiernos, a seres humanos desvalidos, atrapados entre las bombas y las concertinas.

Y siento más vergüenza aún cuando recuerdo el grado de responsabilidad que Occidente en general, y la Unión Europea en particular, tienen en la gestación de este tsunami. Tiramos la piedra, y ahora escondemos la mano.

Porque, ¿cómo se inició esta guerra? ¿cuáles fueron sus orígenes? ¿quién y cómo la alentó?.

Remontémonos en el tiempo: primero fue Afganistán. Después la invasión de Iraq. El resultado: dos países en los que aún hay que mirar dónde se pisa para que una mina no se te lleve la pierna al paraíso. Un productivo caldo de cultivo de yihadistas y redentores varios.

Y llegamos a Siria. El régimen de Al Asad era autoritario, con características de estado policial, y no le hacía ascos a la represión cuando le convenía, pero simultáneamente era socializante, laico y tolerante con la diversidad religiosa del país. Desde el punto de vista occidental (singularmente desde el estadounidense) tenía dos aristas que lo convertían en enemigo objetivo: sus magníficas relaciones con Hez - Bolá y con Rusia. Y, aunque el tema de los Altos del Golán se mantenía en un stand-by poco amenazador, Israel estaba permanentemente con la mosca en la oreja.
Y eso sin contar con la alargada sombra de Irán, en unos tiempos en los que se vaticinaba un probable ataque sobre Teherán por parte de EEUU o de Israel (o de ambos).

De modo que estaba claro: había que desprenderse de Al Asad e instaurar un régimen “democrático” al estilo del iraquí. Increíblemente nadie parecía tener en cuenta que la única base militar rusa fuera de su territorio estaba, precisamente, en Siria.

La ocasión apareció con unas protestas iniciales en las que se reclamaba más democracia, rápidamente manipuladas por el exilio exterior y los servicios secretos occidentales. Surgieron distintas facciones rebeldes armadas que combatieron al ejército sirio, y las víctimas en la población civil comenzaron a proliferar.

Enquistado el conflicto, divididos los líderes de la rebelión, había que tomar iniciativas para lograr derrocar el régimen de Al Asad. Y las tomaron. Recojo aquí las palabras del coronel Pedro Baños –experto en geopolítica y buen conocedor de los entresijos de esa guerra–, publicadas recientemente en un periódico : según Baños, la idea era crear un ejército islámico sunita que fuera capaz de acabar con el gobierno alauita (chíita) de Al Asad. Y quien se puso manos a la obra fue el servicio secreto turco, con la ayuda de Arabia Saudí. Y no cabe en ninguna cabeza que los servicios de un país de la OTAN no obtuvieran el permiso de ésta para proceder. Extrañamente, mil presos sunitas desaparecieron del lugar de máxima seguridad en el que estaban encarcelados, y resucitaron en Siria, convenientemente entrenados y pertrechados
.
Y ese fue el origen del ISIS, Daesh, Estado Islámico, EI o como quiera que decidamos llamarlo.

Con una recaudación que según distintas fuentes oscila entre 500 y 2.000 millones de dólares, obtenidos por la venta de petróleo y objetos artísticos previamente expoliados, el Califato Islámico (por nombres que no quede) ha creado ya un ejército de 50.000 hombres, bastante bien armado, y que se oculta en las ciudades, con lo que la guerra alcanza de pleno a la población civil, bombardeada por el ejército sirio y degollada por los yihadistas. Un verdadero infierno.

Evidentemente, a todo esto no se habría llegado sin la complicidad, o al menos la displicencia, de EEUU y la Unión Europea. A nosotros, europeos, nos alcanza una buena cuota de responsabilidad en este asunto (porque, además de su origen, y entre otras cosas, ¿dónde vende el Daesh el petróleo y las piezas artísticas? ¿quién lo compra? ¿por qué mecanismos se paga? ¿por qué estamos ignorando lo que sucede en Yemen? ¿por qué le hacemos la pelota a Qatar concediéndoles la organización de mundiales deportivos y aceptando su patrocinio futbolero? ¿por qué no se proclama a las claras el papel de Turquía en esta historia? ¿por qué los bombardeos se hacen con la complacencia occidental sobre militantes kurdos que están combatiendo al Daesh? etc. etc.).

                Baños opina que un ejército de 50.000 hombres sin aviación y sin defensas antiaéreas es fácilmente destruible aunque, eso sí, llevándose por delante a muchos civiles en las ciudades.

Pero habría un método sencillo: cortando las vías de financiación que permiten retribuir a los miles de soldados sunitas de la yihad. ¿Por qué no se hace?.

Rusia, por su parte, ha dejado claro que va a apoyar hasta el final a Al Asad. Después de lo acontecido en Georgia y Ucrania, Rusia no va a ceder espacios en el mapa geopolítico. Ya hay sobre el terreno “consejeros militares” rusos en labores de asesoría, algunos tanques y aviones que entran en combate arrasando poblaciones y asesinando civiles con sus bombas.

Si unimos a eso que la propaganda yihadista –ampliamente difundida en Occidente– ha mostrado un salvajismo repugnante, el fin del Daesh se perfila en el horizonte, y el pacto de Occidente con Al Asad parece cada día más posible.

Eso sí, habrá quedado un país destruido, decenas de miles de muertos y centenares de miles de expatriados.

Vidas deshechas por doquier.
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¿Valió la pena? ¿Para quién?

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