Hemos
llegado a la fase final de un proceso, el catalán, en el que nadie es capaz de
vaticinar como se saldrá. Aunque temo que cualquiera de las salidas va a ser
dolorosa. Pero lo que uno ha ido
escuchando y leyendo en los últimos tiempos tiene más de monólogo para
convencimiento propio que de un verdadero intento de buscar soluciones.
Me
molesta, me ha molestado siempre, el discurso independentista convencional. El
de presentar a Catalunya (o cualquier otro territorio) como un paraíso mancillado
por los de fuera y al proyecto de nación independiente como una especie de
utopía que se logrará con simplemente tener fronteras propias.
Un discurso que funda su legitimidad histórica
en una reinterpretación de una historia que seguramente ocurrió de otra forma
(la Guerra de Sucesión era sobre todo una guerra dinástica en la que cada cual
jugó en función de sus intereses y donde el vencedor aplicó la lógica de la
época: reprimir sin miramientos a sus adversarios e imponer un modelo de estado
absoluto en todas partes, más o menos lo que habían hecho sus mismos parientes
en su Francia original).
Me
molesta sobre todo cuando este discurso monocorde se utiliza para tapar las
vergüenzas propias (hace pocos días tuve una discusión sobre el caso Pujol en
que mi interlocutor me espetó que lo de esa corrupción era simplemente una
deriva del hecho de estar en España). Y me preocupa cuando alguien trata de
imponer al conjunto su visión de lo que es ser catalán (o español, o
francés...). Porque estoy seguro de que yo mismo y la mayoría de la gente a la
que quiero escapa a la mayoría de items que conforman el “código del buen
patriota”.
Pero hay algo que me
resulta igual o más molesto. Y son los argumentos de los opositores a la
demanda de consulta y sus argumentos. De hecho el más extendido es simplemente
formal: la consulta es ilegal, la democracia es el imperio de la ley y por
tanto la consulta es antidemocrática.
Lo
de la ley como patrón de medida universal es más que discutible. Un repaso a
las hemerotecas permite ver que es el mismo tipo de discurso que empleaba el
franquismo para legitimar sus desmanes y machacar a la oposición. Si algo tuvo
el viejo régimen, aparte de militares, curas y empresarios ligados al poder,
fue juristas (muchos de ellos relacionados con la Asociación Católica Nacional
de Propagandistas) que realizaron un ímprobo trabajo para dar una cobertura
formal a la dictadura. Las leyes dan seguridad en muchas acciones (de hecho
gran parte de las leyes actuales de propiedad lo que dan es seguridad a los
capitalistas y a los ricos a costa de desproteger al resto, como bien pone en
evidencia el movimiento contra los desahucios).
Pero las leyes son cambiables y, en muchos casos, están abiertas a interpretaciones diferentes. Decir que la consulta es ilegal es una forma de decir que no queremos negociar el tema, ni entenderlo, ni discutirlo, porque tenemos un arma con la que podemos machacar al oponente. Si los españoles nos hubiéramos atenido a la “legalidad” franquista jamás habríamos salido de la dictadura.
Pero las leyes son cambiables y, en muchos casos, están abiertas a interpretaciones diferentes. Decir que la consulta es ilegal es una forma de decir que no queremos negociar el tema, ni entenderlo, ni discutirlo, porque tenemos un arma con la que podemos machacar al oponente. Si los españoles nos hubiéramos atenido a la “legalidad” franquista jamás habríamos salido de la dictadura.
Un
segundo argumento que me parece poco sostenible es decir que la constitución
que nos hemos dado todos establece una especie de bien público que es ilícito
romper. Considerar que la constitución se estableció de esta forma es otra
falsificación grosera de la historia. De hecho, el debate constitucional entre
las élites políticas nació acotado por quienes detentaban el poder real (no
sólo en lo que respecta a la cuestión territorial, también en otros muchos
ámbitos, como la Monarquía, la bandera....).
Además,
gran parte del contenido social de la Constitución ha sido vaciado por las
posteriores reformas y su desguace culminado con la reforma exprés aprobada por
PP y PSOE para convertirnos en servidores perpetuos del capital financiero.
La
historia de España, como la de cualquier otro estado, es el producto de
procesos históricos azarosos y las fronteras son siempre el resultado de
carambolas curiosas (por ejemplo en Catalunya está integrada la Valh d’Aran, un
territorio occitano situado al otro lado del Pirineo y cuya ciudad más cercana
es Toulouse; en cambio la Alta Cerdanya es francesa, con la excepción del
enclave de Llívia, y el poco poblado alto valle del Noguera Ribargoçana que se
reparte entre Catalunya y Aragón). Y siempre parecería deseable que los
procesos que dieran lugar a nuevas fronteras fueran producto de decisiones
democráticas y no de las tradicionales acciones bélicas del pasado.
Un
tercer argumento trata de presentar la consulta como una acción de salida
unilateral. Cuando redacto estas notas, el titular de el País “Respuesta al
desafío secesionista” la trata de presentar en estos términos. De entrada, todo
el mundo es consciente de que en el ordenamiento español no existe un derecho
de referéndum vinculante. Además, la celebración de la consulta en Catalunya no
excluye que después se pueda votar una propuesta de resolución de la cuestión a
nivel de todo el estado (que tampoco sería vinculante).
Trampear
con esto es otra forma de manipulación. Lo que no se quiere es que la ciudadanía
tenga derecho a opinar sobre el tema. Seguramente porque se teme que pudiera
salir el Si-Si y que la propuesta de independencia refrendada por la mayoría de
la población generara un proceso indeseado.
Siempre he pensado que la gente que
votaría por la independencia difícilmente ganaría (es curioso pero el resultado
del referendum escocés es parecido al que tuvimos aquí con la OTAN, quizás
porque el miedo al cambio siempre acaba por reunir a más personas), aunque
coincido con otras muchas personas en ver que las respuestas que vienen de los
“unionistas” han ayudado a ampliar las posiciones independentistas. O quizás es
que simplemente hay una enorme aversión en las élites de poder a que la gente
corriente pueda opinar sobre el meollo de las estructuras políticas, como puso
en evidencia la reforma de la Constitución con nocturnidad y alevosía.
Y
un cuarto argumento es que todo el giro independentista es el mero resultado de
una persistente campaña de adoctrinamiento nacional lanzada por CiU y ERC. Nadie
pone en duda que los nacionalistas son insistentes, en todas partes (no hace
falta hilar muy fino, basta con escuchar o ver los programas de deportes). Y
que se han basado en eslóganes simplistas para ganar audiencia. Pero esto no
permite explicar porque una gran parte de las capas medias urbanas que
tradicionalmente votaban al PSOE se han decantado cada vez más por el
independentismo. Ni tampoco por qué en Catalunya esta situación se vive con tan
poca tensión interior, (El PP ha obtenido más réditos electorales en algunas
ciudades obreras cuando ha explotado la vena racista que con el tema de
España).
El
viraje nacionalista se ha decantado fundamentalmente desde las campañas
anticatalanas del PP y la desastrosa gestión del Estatut (si alguna vez se
consiguiera la independencia se le debería dar algún tributo a la figura de
José María Aznar). El auge independentista es el resultado de un proceso
múltiple en el que hay que anotar tanto el acierto de sus promotores, como el
maltrato de sus oponentes, como el descrédito de las izquierdas como referencia
utópica, como el hartazgo con las políticas del PP.
Para
mucha gente, romper hoy con España es romper con Rajoy, con la gran banca, con
Florentino y sus colegas. Por ello, también una parte de la izquierda más
radical se apunta animosa al proyecto con la esperanza de que la ruptura
territorial pudiera alimentar otras dinámicas sociales. Se puede ser contrario
a la independencia, pero no se puede negar que democráticamente la ciudadanía
votó a favor de opciones políticas que aceptaban su realización y que ha sido
el PSC la fuerza más castigada electoralmente por su posicionamiento.
Hemos
llegado a la fase de definición y todo apunta a que tendremos un final sin
desenlace. El PP simplemente confía en que su demostración de poderío (la que
le permitió controlar el Tribunal Constitucional y otros muchos organismos
estatales) deshinchará la tensión y derrotará a CiU (el giro independentista de
CDC se produjo precisamente cuando vió rebasada su línea política tradicional).
Pero es jugar con fuego, puesto que lo que va a conseguir es reforzar el
sentimiento de que no hay nada que hacer con las élites centralistas.
Posiblemente el tema nacional quedará tan enconado que solapará otros muchos
debates necesarios para Catalunya y para el resto.
El
PSOE espera recuperar protagonismo con su propuesta federal, pero para ser
creíble debería ser una verdadera apuesta de poder. Y hoy por hoy, en Catalunya
es casi imposible que recupere los votos que ha perdido por sus políticas sociales
y nacionales. Su federalismo suena más a truco de tahúr que a un verdadero giro
en su concepción del estado. Entre otras cosas porque un giro verdaderamente
federalista exigiría un trabajo cultural ante sus propias bases que le
obligaría incluso a cambiar de modelo de partido. Y sin un gran partido
“nacional” dispuesto a ofrecer un cambio en la estructura de estado el debate
nacional quedará bloqueado para mucho tiempo.
Los
nacionalistas tampoco lo tienen fácil. Es dudoso que provoquen una escalada que
conduzca a un enfrentamiento abierto, del tipo de suspensión de la autonomía (o
incluso detención de sus líderes). Entre otras cosas porque la ausencia de un
mínimo respaldo internacional a sus posiciones la convierte en opción muy
arriesgada. Han tenido la osadía de hacer un juego contundente pero todo apunta
a que nadie tiene claro cómo continuarlo (excepto los más dogmáticos, que
siempre tienen respuestas simples para cuestiones complejas y son incapaces de
valorar los efectos de las mismas).
La
izquierda real es como siempre la más compleja. En todas las organizaciones de
izquierdas la cuestión nacional es transversal, hay gente independentista
convencida (cada cual es hijo de lo que es), hay independentistas
circunstanciales (los que piensan que es sobre todo una oportunidad para otra
ruptura), hay laicos para los que la cuestión nacional es un tema secundario,
hay quienes piensan que es simplemente una forma de desviar el conflicto
social, y hay antiindependentistas convencidos (por parecidos motivos sentimentales
y personales que los que están en el otro bando).
En
general esto no genera ningún problema grave porque es gente que coincide en
otras muchas cosas. Y en muchos casos es la gente que sabe distinguir entre qué
es la demanda de un derecho a votar y qué una posición concreta de voto. En
esta ambigüedad se ha mantenido ICV-EUiA y gran parte de los movimientos
sociales alternativos. El peligro está en que el cierre a las bravas del
proceso puede dar lugar a una radicalización del debate que ponga en cuestión
esta compleja, y necesaria, alianza social.
Van
a ser tiempos complicados. Pero, tal como están las cosas, a mi entender no
queda otra opción que la de seguir exigiendo un sistema participativo,
discursivo, democrático, para resolver la participación. Si alguien tiene una
propuesta federal tiene que ser consciente de que sólo será aceptable si lo es
realmente (o sea, si se explica, se defiende y se practica igual en Catalunya
que en el resto, si genera una nueva visión del marco estatal donde se entienda
que el Estado es al final un encaje entre gente en algunos aspectos diversa). Y
se debe proponer un procedimiento de consulta con opciones claras, reglas de
juego justas y compromiso de aceptar los resultados. Lo contrario es seguir
apostando por mantener enconada la situación, por perpetuar un ambiente de
rencor que cuando estalla es catastrófico.
Ahora
estamos en un cul de sac. Tal vez el saco se rompa, o tal vez nos quedamos sin
salir de él por mucho tiempo. Pensar que la cuestión catalana es el mero
resultado de una manipulación nacionalista por arriba es engañarse. Se ha
generado una situación enconada y solo se podrá salir con otro tipo de
respuestas. Y esto es, también, una necesidad para la izquierda no
nacionalista.
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