La Asamblea de Madrid aprobó el pasado 27 de
diciembre ceder 6 hospitales y 27 centros de salud de la red sanitaria pública
Madrid a empresas privadas, para que los gestionen con cargo al presupuesto
público. La razón esgrimida para justificar semejante medida es que permitirá
un importante ahorro en el presupuesto sanitario pero, tras no poca resistencia
a cuantificarlo, el Gobierno de Madrid estimó finalmente que serían unos 200
millones de euros al año.
La cifra no es desdeñable en estos tiempos de
crisis y las razones del Gobierno podrían ser creíbles si no fuera porque en la
misma sesión parlamentaria, y sin que nadie pareciera ruborizarse, se aprobaron
reducciones fiscales al juego por valor de 1.800 millones de euros.
¿Hay que hacer semejante movida en la sanidad para
ahorrar 200 millones y se perdonan al mismo tiempo y de una tacada miles de
millones a un sector tan improductivo y socialmente corrosivo como es el juego?
¿Dónde está la racionalidad económica de esta política?
Porque el traje a medida que el gobierno regional
ha hecho al magnate del juego Sheldon Adelson para que instale Eurovegas en
Madrid incluye rebajar del 45% al 10% el tipo impositivo de las ganancias del
juego, que se calcularán sobre una base imponible también rebajada, además de
bonificaciones de hasta el 95% en los impuestos de bienes inmuebles, actividad
económica y transacciones patrimoniales. ¿Cómo es posible mantener que hay que
privatizar hospitales para conseguir un ahorro que se presenta como ineludible
y hacerle al mismo tiempo un regalo económico de esa magnitud al magnate del
juego?
Ambas medidas se han presentado como beneficiosas
para la sociedad, cuando en realidad esconden una escandalosa transferencia de
recursos públicos a grandes corporaciones privadas. Y ambas tienen
consecuencias irreversibles.
En el caso de la sanidad, la decisión implica un
cambio de modelo que introduce de forma generalizada la lógica del lucro
privado en la gestión de la sanidad pública. Esto supone la ruptura de un
sistema que ha demostrado poder ofrecer muy buenos resultados con un coste
moderado en comparación con los que se aplican en los países de nuestro
entorno.
La medida se ha aprobado sin aportar ningún estudio
concluyente que demuestre, no ya el ahorro estimado, sino la supuesta mejora en
la gestión que se atribuye a la iniciativa privada.
La lógica indica que a ese ahorro de 200 millones
habrá que añadir el margen de beneficio que las empresas adjudicatarias querrán
obtener por su actividad, de lo contrario no optarían al concurso. ¿En cuánto
podemos estimar ese margen: un 10%, un 15% del presupuesto que gestionen, tal
vez? ¿De dónde saldrán esos dividendos? Vista la experiencia británica tras las
grandes privatizaciones realizadas bajo el Gobierno de Margaret Thatcher, no
resulta difícil deducir de dónde saldrán: de la calidad asistencial.
En el caso de Eurovegas, lo que se ha perdido es la
dignidad de la política. Y eso también es irreparable. Es un precedente que
instaura un modelo de gestión de la cosa pública con grandes dosis de
arbitrariedad. El mensaje que se lanza es que cualquier normativa, ya sea
fiscal, laboral o urbanística, puede ser sacrificada en aras a unos supuestos
beneficios económicos. ¿Hasta dónde podemos llegar en la aplicación de esta
lógica perversa? ¿Qué otros sacrificios se podrán pedir mañana? ¿Ha calculado
la Comunidad de Madrid cuánto le va a costar al erario público cada uno de los
empleos prometidos en Eurovegas? ¿Ha calculado cuál va a ser el beneficio neto
de Adelson y cuánta riqueza se llevará a otra parte gracias a esos privilegios?
Lo ocurrido en esa sesión parlamentaria es un
excelente ejemplo de cómo se pueden aprobar medidas contrapuestas con el mismo
argumento y cómo se puede apelar a la racionalidad económica para justificar
decisiones que no la tienen en absoluto.
Se han emprendido recortes y reformas legales que
suponen un cambio de modelo en el Estado de Bienestar, y todas estas medidas se
han justificado en la necesidad de salir de la crisis. Todo vale con tal de
crear empleo, se dice. Pero ni se sale de la crisis ni se crea empleo. Y si
algún día cambia el ciclo y se crea empleo se dirá que ha sido gracias a estas
medidas, pero no se dirá que ha sido al precio de renunciar a un modelo cuyos
evidentes beneficios sociales la economía ultraliberal ignora por completo
porque solo ve lo que le interesa.
Todo lo que viene sucediendo en este país lo
pronosticamos hace mucho tiempo ciudadanos del montón, no por pesimistas sino
por haber casi doblado el ecuador de la vida...
Y es que, lamentablemente, quienes deciden el
destino de este pueblo de pueblos nunca son ni precavidos ni prudentes. Son
incompetentes de mediana edad. Por eso les desbordan los acontecimientos y nos
hacen a todos víctimas de su malicia, de su estulticia o, sencillamente, de su
vanidad.
El caso es que ahora, después de haber sido esos
sucesivos dirigentes incapaces de calcular que el Estado, las Autonomías, los
Bancos y la ciudadanía, el país entero, estaban gastando más que como ricos
repentinos como verdaderos locos -y ello a costa de contraer una deuda con
otros que sería imposible devolver-, proyectan establecer en un lugar
desgraciado de la topografía de Madrid una isla donde los placeres convirtieron
a Pinocho en asno: Eurovegas.
Los neoconservadores quieren actividad a cualquier
precio, aunque sea rastrera. Poco les importa que la mayoría de esos trajines
que ellos llaman empleo, habrán de ser sumergidos, estarán relacionados con el
vicio y con la delincuencia, y serán escuela de guardaespaldas, de matones, de
pistoleros y de proxenetas... sin nómina. Eurovegas será el ejemplo vivo de
hasta qué punto esta cuadrilla de fariseos es capaz de prostituirse por un voto
y vender su alma al diablo. Luego se confesarán con el siniestro cardenal que,
aunque condene en público el proyecto contribuye en privado poderosamente al
plan neoliberal, y en paz.
Para colmo de torpezas, el maldito proyecto ha de
contar con 4 mil millones aportados por un Estado virtualmente en bancarrota,
con numerosos competidores de juegos de casino por internet, y cuando se
negocian numerosos despidos con empleados del Casino de Madrid.
En suma, Eurovegas será, como ya lo son esos
aeropuertos fantasmales y tantas otras costosísimas, inútiles o superfluas
obras públicas repartidas por la geografía de este país, otro monumento más al
despilfarro, a la necedad y a la absoluta decadencia.
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