Un militante es alguien que ha encontrado
una verdad que lo trasciende. No es una verdad revelada. No es una verdad
divina. No es, ni siquiera, una verdad permanente, segura, como un anclaje
firme que otorga cimientos y sosiego a una vida entera.
No corren buenos tiempos para
los militantes. No corren buenos tiempos para nadie. Pero el militante no
utiliza la " mala temporalidad " para " matar el tiempo".
No se entrega. No es heroico, pero es quizás obstinado. Es frecuente que repita
lo que machaconamente le dicen. "Todo esto es un desastre, no tiene
arreglo, marchamos hacia un nuevo fracaso, la historia nos juega en contra.
" Pero todo este tremendismo no tiene el poder de apabullarlo. Repito: no
es un héroe. Simplemente quiere vivir. Simplemente no se conforma con aceptar
que otros han decidido ya su vida, su futuro, sus módicas ambiciones y su
muerte. Pero sabe - lúcidamente lo sabe- que si acepta lo que quieren que
acepte, ni morir se necesitará. Porque ya estará muerto. Alguien dijo alguna
vez: "Vivamos de tal modo que nuestra muerte sea una injusticia.".
Una muerte - no dramaticemos por favor- es solamente un hecho más de nuestra
vida, un hecho (esto sí) final, que patéticamente revela nuestros límites. Pero
el militante sabe que tiene su vida. Y quizás, porque conoce los tiempos que
corren, no se ha propuesto nada tan grandioso como la toma del Palacio de
Invierno.
Quizás, sencillamente, no
busca la inmortalidad. Ha aceptado con calma, ha atravesado su correspondiente
y dolorosa crisis cuando esa verdad se le reveló ("no sólo mueren los
demás, también voy a morir yo, sobre todo yo, cosa increíble, y en ese momento,
como todos, voy a estar solo") pero tampoco esta revelación lo ha
destruido. Al hacerlo, conscientemente o no, ha tirado por la borda
íntegramente a Dostoyevsky. Todo ese tremendismo eslavo le es ajeno.
La militancia en España tuvo
en el pasado una relación con la muerte hermanada con el existencialismo
trágico, no sólo con Dostoyevsky sino especialmente con Nietzsche. Pero eso
pasó y no estoy hablando de aquellos militantes, de los setenta, tan
fervientes, tan desmesurados, tan seguros de tener la historia como
inclaudicable aliada, no. Hablo de los de hoy. Y éstos de hoy saben que tienen
que vivir. Y que aunque no vivirán una vida grandiosa (los tiempos no dan para
tanto) harán lo necesario por estorbar un poco. Y si es posible - porque la
política y la historia son, afortunadamente, improbables- harán también algo
más. La desnacionalización de la economía, o más exactamente el reemplazo del
circuito productivo por el circuito financiero, no produce sólo un resultado,
digamos estructural, materialmente verificable en la organización económica de
la sociedad, produce también un resultado humano. Se destruye al hombre. Se lo
destruye como ser social, solidario. Se lo transforma en un individualista
hosco, temeroso y agresivo. Se lo transforma en un marginado. Y donde aparece
el marginado muere el militante.
En España, entonces, la
activación del aparato productivo no es sólo necesaria por razones económicas,
sino por razones humanas y políticas. Para que la solidaridad, el compañerismo
y la militancia vuelvan a surgir entre nosotros, hay que crearles un lugar.
Este lugar es el trabajo. Militancia y trascendencia. Un militante, por el
contrario, cree en la solidaridad social. No es un "individuo" en el
pobre sentido que del individuo tiene el liberalismo burgués. Nada tiene que
ver con Hobbes. Lo ha superado. Sabe que su individualidad se realiza en el
grupo. Su incorporación al trabajo, a la producción, a su grupo de pertenencia,
a su clase social, lo incorpora a la solidaridad, al compañerismo, a la amistad
sincera. Para decirlo claro: lo humaniza. Un militante es un ser en constante
proceso de humanización. Su militancia lo hará mejor padre, mejor esposo de su
esposa, mejor amigo de sus amigos. Sabe que habita este mundo para luchar junto
a los demás, no para usarlos. El militante respeta el trabajo. No porque sea un
sometido, sino, porque sabe que en el trabajo está su poder, su capacidad de
organización y el sentido final de su militancia: la justicia social. Y también
porque sabe que por fuera del trabajo, no sólo está la miseria económica, sino
la otra: la social y la humana. La que hará de él un apartado, un egoísta, un
resentido y hasta un delincuente.
El
militante es una persona que tiene una razón para vivir. Y más también. Cierta vez dijo
Camas "Una razón para vivir es una razón para morir”. El militante, en
efecto, puede llegar a morir por su causa. Pero en España - hoy a esta altura
de nuestra experiencia y de nuestro dolor- habrá que afirmar tenazmente que el
momento más alto de realización de un militante es su vida (cualquiera de los
infinitos actos en que su militancia lo ha comprometido) y no su muerte.
La
deshumanización acecha también al militante. Puede transformar su ideología en
dogma, en obstinación y autoritarismo. Puede creerse más heroico. Puede
confundir el desprecio por la vida con el coraje. Puede enajenarse en su lucha.
Puede olvidar las pequeñas cosas en nombre de los grandes ideales. Puede
olvidar que los grandes ideales se persiguen y se conquistan para posibilitar
las pequeñas cosas. Puede llegar a considerarse sólo el eficaz cuadro de una
organización. Y hasta puede llegar al extravío de exigir también eso de los
demás. Puede llegar a realizar esta frase de Brecht: "Nosotros que nos
unimos para luchar por la amistad entre los hombres, no supimos ser
amigos". El viejo problema de los medios y los fines se agitan detrás de
éstas ideas. Pero si la militancia ha de servir para humanizar al militante,
los fines deberán estar presentes en todos los medios. Porque el militante está
vivo hoy, y es hoy, en cada uno de los actos que realiza para conquistar una
sociedad más justa, donde están enteramente en juego su humanización o su
envilecimiento.. y hoy que el sistema capitalista se desintegra, y
está por nacer una sociedad diferente, mejor o peor, pero diferente, es más
necesario que nunca el militante para que la nueva sociedad sea más justa,
igualitaria y solidaria.
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