Los españoles
creen que los políticos son parte del problema, no de la solución de la crisis.
Esa sensación queda patente en todos los sondeos del CIS al menos desde los
primeros meses de 2010. Lo malo es que ha arraigado en la ciudadanía la idea de
que hay demasiados políticos y que todos ellos forman una élite privilegiada
que no sufre los efectos de la crisis. Al calor de esa indignación, se ha
extendido un dato tan falso como absurdo: en España hay 445.000 políticos. Lo
cierto es que no los hay y nunca los ha habido.
En los últimos meses, por ejemplo,
ha circulado por internet este rumor. La fuente era una página web
sensacionalista que, sencillamente, se inventó los datos. En realidad, y según
los datos aportados por el Estado, hay un total de 73.500 políticos, incluyendo
en esta suma a senadores, diputados provinciales, autonómicos y del congreso,
concejales y alcaldes.
En una información de ABC se da una
cifra diferente en el titular: “Un Estado que cuesta medio billón al año y
tiene 80.000 políticos para gobernarlo”. El artículo pretende promover la idea
de que el Estado autonómico es insostenible al existir estructuras políticas
duplicadas que deberían simplificarse para ahorrar dinero. Incluye una
infografía que detalla el número de cargos políticos electos: 73.515. El dato
procede de la suma de 350 diputados del Congreso, 266 senadores, 1.218
diputados autonómicos, 1.810 consejeros comarcales (en Aragón y Cataluña) 1.409
diputados provinciales y consejeros insulares, y 68.462 alcaldes y concejales.
La cifra mayor procede del censo de
alcaldes y concejales. En las últimas elecciones de 2011, se eligieron 68.462
concejales en 8.116 municipios. 4.731 de esas localidades tienen menos de mil
habitantes. ”El 90% de los alcaldes y concejales de España, que gobiernan los
más de 7.700 municipios de menos de 20.000 habitantes, no tienen sueldo, no
cobran”, según la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP). Hay
que suponer que un número alto de alcaldes y concejales de las ciudades de más
de 20.000 habitantes, pero no todos, reciben algún tipo de remuneración. En
España hay unos 400 municipios en ese caso.
Desde luego que estas cifras no
agotan el debate, pues de hecho queda pendiente reflexionar acerca de si
algunas instituciones deberían reconfigurarse y de si algunos sectores
concretos de los políticos (como los alcaldes de grandes municipios o los
diputados) tienen remuneraciones excesivas en comparación con el rendimiento
ofrecido. Pero lo que está claro es que el populismo de derechas que centra sus
críticas en la clase política no está racionalmente justificado, precisamente
porque es obvio que los políticos pueden ser culpables de la crisis por la
naturaleza de sus decisiones y no por el hecho de ser políticos.
De hecho, según el Centro de
Investigaciones Sociológicas (CIS) la llamada clase política está en las horas
más bajas de su historia reciente. Una historia en la que pueden diferenciarse
tres etapas. Desde 1991 hasta 1996 sufrió enormes críticas de los españoles,
coincidiendo con una percepción muy negativa de la evolución económica. Por el
contrario desde 1996 hasta 2005, coincidiendo con la etapa de la burbuja
inmobiliaria y una percepción muy positiva de la economía, los políticos
estuvieron muy bien valorados. Desde entonces, y paralelamente al desarrollo de
la crisis, el apoyo de la clase política ha entrado en una espiral descendente
que parece no tener fin.
Me viene a la memoria, aquella expresión atribuida a Franco, cuando decía a un colaborador, “Vd. Haga como yo, no se meta en política”.
Esto demuestra que los españoles no
valoramos a los políticos directamente por sus actos, puesto que de lo
contrario no tendría ningún sentido que en el período de mayor corrupción en
España –con su burbuja inmobiliaria y la afluencia de ingentes cantidades de
dinero que ahora toca devolver– los políticos hayan sido vistos con tan buenos
ojos. Al contrario, realmente los españoles valoramos a los políticos de
acuerdo con el estado de nuestras propias condiciones de vida. Si vivimos
cómodamente, con empleo y bienestar material suficiente, deducimos que los
políticos lo están haciendo bien; si vivimos con dificultades, sin trabajo y
sin expectativas de futuro, deducimos que la culpa es de los políticos. Y todo
ello con independencia de si realmente son corruptos, honrados, privilegiados o
humildes.
Lo que es indudable es la pésima
imagen de los políticos. Cuando algunos políticos extienden la idea tan citada
de que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, los ciudadanos
responden que si eso es cierto, ha sido por decisiones tomadas por los
políticos para asegurarse la victoria en las elecciones. El origen de la crisis
económica no está tanto en el sueldo de los políticos o en la financiación de
los partidos, sino en lo que los gobiernos han hecho con los fondos públicos
que salen de los contribuyentes.
Culpar a los políticos,
funcionarios o sindicalistas, como elementos visibles y más expuestos a la
crítica, es una reacción natural o primaria ante la creciente desesperación. Y
sin duda es también fuente de un gran número de votos, a pesar de ser a todas
luces una argumentación desprovista de un mínimo de racionalidad.
Desgraciadamente hay partidos y organizaciones que explotan este hecho y
mantienen un discurso de esta naturaleza con el objetivo de ganar poder y sin
que realmente se pretenda resolver el verdadero problema de nuestra economía.
Caer en los brazos de ese populismo es errar el disparo y obviar las soluciones
que necesitamos, pero es ante dodo, tomar partido por la antipolítica y una
peligrosa senda de soluciones impulsivas e irracionales.
De hecho la frase venia a
sintetizar todo el pensamiento fascista Joseantoniano, que inspiró el golpe de
estado militar y la consecuente guerra civil que terminó con la democracia en
España por un período de 40 años. Para la derecha española, la política
democrática es el gran inconveniente, que limita y coarta el mantenimiento del
poder real de unos pocos sobre la mayoría.
Desde el momento en que se recupera
la democracia en España y en particular a partir de 1982, cuando el PSOE accede
al gobierno, bajo el lema no de ser el gobierno del pueblo, sino que el pueblo
sea quien gobierne, se desata una gran campaña mediática de desprestigio a la
clase política en general, magnificando los errores, sobre todo los de la
izquierda, recuperando la táctica fascista del período autocrático de
relacionar política con corrupción. La expresión, “Todos son iguales” cuando un
caso de corrupción ve la luz, es altamente significativo de la mala intención
de quien mueve los hilos de los medios de comunicación, que muy bien sabe no es
un problema generalizado.
Si es verdad que la corrupción y un
exceso de confianza en personas que no lo merecían fue la responsable de la
caída del gobierno de Felipe Gonzalez en 1996, casos como los Roldan o el GAL,
fueron paradigmáticos en este hecho. Sin embargo, y aquí viene lo más curioso a
mi entender, en los siguientes 8 años de Aznarato, cuando la corrupción
adquiere carta de naturaleza, dentro de una impresionante burbuja inmobiliaria,
y el socialismo reforma sus estructuras para echar a los corruptos de su seno,
cuando estalla un nuevo caso, en los medios y en la mentalidad de muchos
ciudadanos, se recuerdan los del gobierno socialista anterior, y empieza a
sonar la frase. ”Es que todos son iguales”, como una manera de tapar o
disimular lo que está pasando.
Durante el gobierno Zapatero, y
quizás por el hecho que los socialistas habían aprendido la amarga lección,
pocos son los casos de corrupción en sus filas, y aunque estos, intentan ser
magnificados por la derecha en la oposición y sus medios más afines, la
reacción del PSOE, expulsando ipso facto a los implicados y colaborando
estrechamente con la justicia para el esclarecimiento de los hechos, no
consigue neutralizar la mala fama implantada en la mentalidad de los
ciudadanos, sobre la clase política en general que, sorprendentemente en el mes
de noviembre del pasado año 2011, otorga la mayoría absoluta al Partido
Popular, el más enfangado en el pantano de la corrupción en nuestro país.
Lo
curioso es que cuando se generaliza lo malo en la política, quien acaba llevándose
el gato al agua es siempre la derecha, cuestión que me sugiere la
irresponsabilidad de algunos movimientos de carácter anarquizante, como podría
ser el 15M que, con sus mensajes más o menos ambiguos en este sentido, acaban
entregando el poder al enemigo que dicen combatir.
Los islandeses a los que se pone
como modelo de la salida democrática de la crisis, lo primero que hicieron fue
hacer saltar por los aires al gobierno derechista que les había conducido al
caos, y entregar su confianza a un gobierno de izquierdas. Siguieron
manteniendo su confianza en el sistema democrático y en la política. Nuestros
vecinos los franceses con su asistencia mayoritaria a las urnas, (más del 80%
de participación en las dos vueltas), y la elección de un presidente de
izquierdas, son también un ejemplo de confianza en que en la política se
encuentra la solución.
Creo sinceramente en la política y
en su capacidad para generar cambios, por eso los jóvenes que participan
activamente de la política deben de ser capaces de transmitir al resto de la
juventud que la política es el camino necesario por el que ha de transitar un
cambio que nuestro país necesita de forma imperiosa.
Mientras tanto, la sociedad observa
con preocupación una situación que ha pasado de ser un drama económico para
convertirse en un drama social.
Pero aquí parece que nos dejamos
engañar y nos negamos a ver donde están los verdaderos responsables del
desastre. Cuando empiece a oír diatribas, contra los Botin y demás banqueros, contra
una Iglesia en extremo favorecida, contra los corruptos que siguen amparados en
sus áreas de poder, además de distinguir entre unos y otros políticos, empezaré
a ver la salida del túnel de este marasmo donde nos encontramos
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